Hoy celebramos la fiesta de la
Epifanía, es decir, de la manifestación de Jesús como Señor de todos los
Pueblos. Es una gran fiesta para nosotros los cristianos, de manera especial
celebrada en Oriente, por su significado: Dios se ha manifestado en Jesús, como
un Dios universal, un Dios de la humanidad y no sólo de un Pueblo.
La fiesta de la Epifanía tiene su centro en el reconocimiento que los Magos de
Oriente le dan a Jesús como Rey, Señor y Redentor; por eso se le llama fiesta
de la Epifanía o Manifestación de Dios al mundo. Considero que esta fiesta nos
debe ayudar a reflexionar sobre la universalidad del mensaje de Cristo. A veces
los cristianos hemos “acaparado” de tal manera el mensaje de Cristo que casi
hemos hecho imposible que alguien más se enriquezca de él. Tenemos que ser
consciente que Cristo vino a redimir a toda la humanidad y por ello su mensaje
ha de ser universal.
Lo grandiosos de este acontecimiento de los Magos es que hace que Jesús
“evangelice” todavía sin hablar; es decir, ese pequeño niño, recostado en un
pesebre, era ya un mensaje de salvación que movilizó a estos magos a buscarlo
para adorarlo. ¿Cuál era este mensaje que transformó la vida de estos Magos? La
persona de Jesús representa para todos los hombre la encarnación del hombre
perfecto; analicemos en qué sentido sucede esto. El hombre es un ser que
encuentra su realización en la apertura al otro, y su realización perfecta en
su apertura a Dios. Por lo tanto, en Jesús encontramos al hombre que está
abierto de tal manera a Dios, que es Dios mismo hecho hombre, y también está
abierto a los demás de tal manera que todo el sentido de su existencia somos
nosotros. Por esto, el mensaje de Jesús no se puede limitar a unas cuantas
prácticas religiosas. Su mensaje llega a lo más profundo del ser humano; él es
la realización plena de toda aspiración del hombre. Por eso en él todo hombre
puede encontrar un mensaje de esperanza y salvación.
¿Qué nos enseña esta realidad a
nosotros? Muchas veces hemos reducido nuestro seguimiento de Cristo a unas
prácticas religiosas, donde ser cristiano es: bautizarse, ir a misa, y seguir
más o menos los diez mandamientos. Pero la fiesta de hoy nos dice que eso no es
lo único de nuestro cristianismo. Ser cristianos es aceptar que en Cristo
encontramos una manera perfecta de ser humanos, que en él encontramos el camino
perfecto para hacer la voluntad de Dios sobre nosotros. Ser cristianos es vivir
desde la verdad, haciendo el bien y buscando radicalmente el amor como
principio de acción. Ser cristianos es vivir esa radicalidad en la apertura al
otro (mi hermano) y al Otro (Dios), encontrando mi plena realización en el dar
y no en el recibir.
De esta manera, no es un
verdadero cristiano el miembro confesional del partido, sino quien se hace
realmente humano por su vivencia cristiana. Si todos viviéramos así nuestro
cristianismo, estoy seguro que muchos otros hermanos aceptarían el testimonio
de Cristo como testimonio para sus vidas. Entonces estaríamos promoviendo
verdaderamente el mensaje UNIVERSAL que Jesucristo nos vino a traer.
PARA REFLEXIONAR
¿En dónde estoy basando mi
seguimiento de Cristo, en el cumplimiento de unos ritos, o en mi esfuerzo por
vivir plenamente como humano, tomando a Cristo como modelo? ¿Estoy dando
testimonio de mi cristianismo con mis actos o sólo con los ritos? Recordemos
que todos nuestros ritos religiosos deben ser expresión de nuestras acciones
cotidianas.
¿Podemos seguir la estrella, la
luz de belén?, ¿Cómo lo hicieron los reyes de oriente? ¿Estamos dispuestos a
mirar hacia arriba y dejar de mirar solo lo terrenal? ¿Estamos dispuestos a
adorar al rey como lo hicieron esos reyes paganos?
Levantemos nuestras cabezas
y admiremos la majestad de Dios, Él nos espera, paciente, y nos guía con su luz
el camino hacia la santidad.
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