LUNES
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Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. |
QUINTA SEMANA DE
CUARESMA
TEMA ILUMINADOR: Controversia
entre Jesús y los judíos. Lucha entre la luz y las tinieblas.
El tiempo cuaresmal está llegando
a su fin y con él el desenlace final de la vida terrena del Señor. De ahí que
se nos invita a sentir más de cerca cuanto acontece en el corazón de Cristo y
cuanto preocupa su mente.
Por eso precisamente, en estos
días previos a la Semana Santa, se utiliza el prefacio de pasión en la misa y
se usan opcionalmente los himnos de Semana Santa en la Liturgia de las Horas.
Se acerca el desenlace de la vida
de Jesús. Una pregunta obvia: ¿Cuánto tiempo disfruta Jesús del lado bueno y
gratificante de su misión, previo a la cruz? ¿Es un tiempo cronológico? ¿La
cruz es algo inherente a la entrega a Dios? ¿No habrá algún tiempo de
vacaciones para liberarnos del dolor y de cuesta arriba que supone nuestra
existencia terrena?
Cristo, el Señor, nos da ejemplo
de la asunción de la cruz en la vida de cada día y en los momentos más duros de
la muerte. Los evangelios nos muestran, cada uno a su estilo, esa experiencia
realmente suprema y definitiva del Señor. Él vivía siempre en Dios, asentado en
Dios, afirmado en su Padre Dios; aunque no siempre lo sentía de igual manera.
Dice la Carta a los Hebreos:
«Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso
tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y
fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él
ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por
ella» (2, 17-18).
Se suele decir que si no nos
cuesta la fe, si no nos acarrea dolor y problemas es muy sospechosa. Se dice en
la Escritura: Hombre, si te dispones a servir a Dios, prepárate para el
combate. El servicio del hombre sobre la tierra es una milicia.
La oración colecta de hoy es muy
linda: Dios nos tiene un amor sin medida y nos da su Espíritu sin medida; y así
nos enriquece con toda bendición. Pedimos que ese amor nos arranque del hombre
viejo para disfrutar como hombres nuevos del reino de Dios. Lo antiguo es lo
puramente natural. Pues todo fue recreado en Cristo.
Él es el hombre nuevo por
excelencia. Él es la mismísima “novedad” en persona, la manifestación del poder
de Dios. El hombre nuevo vive agradecido, en plena gratuidad, como María,
conservándolo todo en su corazón y alabando constantemente a Dios porque ha
mirado la humildad de su sierva.
La casta Susana personifica al
justo calumniado por los malvados pero liberada por el poder de Dios que
suscita profetas de la verdad. Al final de los tiempos suscitó al
profeta de Dios por antonomasia, Cristo Jesús. Por eso el salmista puede
confiar en su Señor porque él le pastorea y le cuida día y noche: Salmo 22,
1-3-4-5-6.
Este salmo contiene una oración
que es capaz de levantar el ánimo del creyente más abrumado y oprimido. Habría
que rezarla todos los días para experimentar su fuerza sanadora y gratificante.
Nuevamente en la oración sobre
las ofrendas se vuelve al hombre renovado. Todos los esfuerzos ascéticos
cuaresmales están encaminados a dejarnos invadir por el Espíritu de Dios que
renueva todo nuestro ser. Por más predicaciones que escuchemos, por más
lecturas que reflexionemos y más oraciones que formulemos, mientras no venga el
Espíritu, de poco nos servirá.
Por eso decía Jesús, al final de
su vida: “Muchas cosas me quedan aún por deciros, pero ahora no podéis
cargar con ellas; cuando venga el Espíritu él os conducirá a la Verdad plena” (Jn
16, 12-13).
Por eso, todas nuestras prácticas
cuaresmales han de desembocar en la súplica del envío del Espíritu. Si ellas
han provocado en nosotros ansia del Espíritu, han dado su mejor fruto: Ven,
Espíritu Santo, dulce huésped del alma; ven, padre amoroso del pobre; ven, en
tus dones espléndido.
Si falta algo por transformar, lo
colocamos en el pan y en el vino para que lo transforme el Espíritu que
descenderá sobre ellos. Que al asumirlos en la comunión sean medicina eficaz
para el cuerpo y para el alma proporcionándonos una nueva efusión del poder
divino en nosotros que ahoga el mal a fuerza de bien. Toda eucaristía debe
proporcionarnos una nueva efusión del poder de Dios, de su Espíritu.
Escuchemos una vez más y con
renovado agradecimiento la confesión de Jesús: Yo soy la luz del mundo.
Y permitámosle iluminar todo nuestro ser. ¿Cómo haces la oración personal
después de comulgar sacramentalmente? La liturgia te ofrece unos
momentos de silencio sagrado para facilitar el trato íntimo con tu Señor, el
Amigo que nunca falla. Aparte de esa oración de intimidad, en otros momentos de
la jornada o de la semana, podrías hacer comuniones espirituales. Seguramente
eso te ayudaría a valorar más la comunión sacramental.
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DE LA PRIMERA
APOLOGÍA DE SAN JUSTINO, MÁRTIR,
EN DEFENSA DE LOS CRISTIANOS
La celebración de la
Eucaristía
A nadie es lícito participar de
la eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha
purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y
no vive como Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos estos alimentos
como si fueran un pan común o una bebida ordinaria, sino que, así como Cristo,
nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a
causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento
sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de
Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es
precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.
Los apóstoles, en efecto, en sus
tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando
Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto
es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio
gracias y dijo: Esto es mi sangre, dándoselo a ellos solos.
Desde entonces seguimos
recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes
acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre
que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su
Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
El día llamado del sol se reúnen
todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en
el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles o los
escritos de los profetas, según el tiempo lo permita. Luego, cuando el lector
termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a
la imitación de cosas tan admirables.
Después nos levantamos todos a la
vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que
concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia
fervorosamente preces y acciones de gracias, y el pueblo responde Amén; tras de
lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias,
comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.
Los que poseen bienes de fortuna
y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se
recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo
entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa
cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso
como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los
necesitados.
Y nos reunimos todos el día del
sol, primero porque este día es el primero de la creación, cuando Dios empezó a
obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que
Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron,
en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o
sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo
lo que hemos expuesto a vuestra consideración (Caps. 66-67: PG 6,
427-431).
La oposición a Jesús va
creciendo y su apresamiento y condena a muerte parecen inminentes. Por eso,
durante la quinta semana de Cuaresma se dice el Prefacio I de la Pasión del
Señor que reza así:
En verdad es justo y necesario
darte gracias, Dios todopoderoso y eterno, “porque en la pasión
salvadora de tu Hijo el universo aprende a proclamar tu grandeza y, por la
fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como
juez poderoso”.
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LA HOMILÍA DEL
PAPA FRANCISCO: TRES MUJERES, TRES JUECES CORRUPTOS
CASA SANTA
MARTA, LUNES 23 DE MARZO DE 2015
Donde no hay misericordia no hay
justicia, y muchas veces hoy el pueblo de Dios sufre un juicio sin
misericordia: así, en síntesis, habló el Papa Francisco durante la misa de la
mañana de este lunes 23 de marzo en la Casa Santa Marta del Vaticano.
Comentando las lecturas del día,
y refiriéndose también a otro pasaje evangélico, el Papa Francisco habla de
tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana, una pecadora, la
adúltera, y una pobre viuda necesitada: “Las tres – explica – según
algunos Padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la
Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada”.
“Los tres jueces son malos” y
“corruptos”, observa el Papa: está en primer lugar el juicio de los escribas y
fariseos que llevan a la adúltera a Jesús. “Tenían en el corazón la corrupción
de la rigidez”. Se sentían puros porque observaban “la letra de la ley”: “la
ley dice esto y se debe hacer esto”.
“Pero estos no eran santos, eran
corruptos, corruptos porque una rigidez semejante sólo puede prosperar con una
doble vida, y estos que condenaban a estas mujeres, después iban a buscarlas
por detrás, a escondidas, para divertirse un poco’. Los rígidos son -uso el
adjetivo que les daba Jesús– hipócritas, tienen doble vida. Los que juzgan,
pensemos en la Iglesia –las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia–,
los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen doble vida. Con la rigidez no se
puede ni respirar”.
Después están los dos jueces
ancianos que chantajean a una mujer, Susana, para que se les entregue, pero
ella resiste: “Eran jueces viciosos –subraya el Papa– tenían la corrupción del
vicio, en este caso de la lujuria. Y se dice que cuando está este vicio de la
lujuria, con los años se hace más feroz, más malvado”.
Finalmente, está el juez
interpelado por la pobre viuda. Este juez “no temía a Dios y no le importaba
nadie: no le importaba nada, sólo se importaba él mismo”: Era “un hombre de
negocios, un juez que con su profesión de juzgar hacía negocios”. Era “un
corrupto del dinero, del prestigio”. Estos jueces –explica el Papa–, el hombre
de negocios, los viciosos y los rígidos, “no conocían una palabra, no conocían
lo que es la misericordia”.
“La corrupción les llevaba lejos
de comprender la misericordia, de ser misericordiosos. Y la Biblia nos dice que
la misericordia es precisamente el juicio justo. Y las tres mujeres –la santa,
la pecadora y la necesitada, figuras alegóricas de la Iglesia– sufren por esta
falta de misericordia”.
“También hoy el pueblo de Dios,
cuando se encuentra con estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto
en lo civil como en lo eclesiástico. Y donde no hay misericordia no hay justicia.
Cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser
juzgado, cuántas veces encuentra a uno de estos”.
Encuentra a los viciosos que “son
capaces de intentar explotarles”, y este “es uno de los pecados más graves”;
encuentra a los “hombres de negocio” que “no dan oxígeno a ese alma, no dan
esperanza”; y encuentra “a los rígidos que castigan en los penitentes lo que
esconden en su alma”. “Esto – dice el Papa – se llama falta de misericordia”.
Y concluye: “Quisiera sólo decir
una de las palabras más bellas del Evangelio que me conmueve mucho: ‘¿Nadie te
ha condenado?’ – ‘No, nadie, Señor’ – ‘Tampoco yo te condeno’. Tampoco yo te
condeno: una de las palabras más bellas, porque está llena de misericordia”.
Traducción propia de Aleteia del servicio de Radio Vaticano
sources: ALETEIA