Nació en
Mayorga, España, en 1538.
Los datos acerca de este Arzobispo, personaje excepcional en la historia de Sur
América, producen asombro y maravilla.
Los historiadores dicen que Santo Toribio fue uno de los regalos más valiosos
que España le envió a América. Las gentes lo llamaban un nuevo San Ambrosio, y
el Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus actuaciones
a San Carlos Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán.
Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal
de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes
cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo de Lima.
Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar.
Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.
El Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las
órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una
orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.
En 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. su arquidiócesis tenía dominio
sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina.
Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y
altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.
Al llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus energías
a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba en una grave
situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y
los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que
estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió
que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los
vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque
estuvieran en altísimos puestos.
Las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchas
persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por amor a Dios,
exclamando, "Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro
Señor".
Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera
vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la
tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A veces en
mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente fríos a
climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte. Muchísimas
noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos miserabilísmos, durmiendo en
el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los negros,
especialmente los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.
Logró la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita
pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita
era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma
de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor
parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales
comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos,
bautizando y confirmando.
Celebraba la misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que
mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.
Santo Toribio recorrió unos
40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Pasó por caminos jamás
transitados, llegando hasta tribus que nunca habían visto un hombre blanco.
Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado
el sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.
Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero al
ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él y
le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.
Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en
Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que
deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis
para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas
reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían
leyes pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las
leyes se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas
cumplir.
Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya estaba
levantado y repetía frecuentemente: "Nuestro gran tesoro es el momento
presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El
Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo".
Fundó el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos
aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de
parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó
había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al
regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: "Váyase rapidito, no
sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para
cambiarme".
Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos,
y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus
manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a
Dios misericordia y salud para todos.
El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de los indios,
en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas.
Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus
acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que
ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: "Deseo verme
libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme
con Jesucristo".
Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice:
"De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del
Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor".
Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: "En
tus manos encomiendo mi espíritu".
Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se
hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.
Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo
Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres
santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.
El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.
Y toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable apóstol, quizás
el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga rogando para que
nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en todos estos países.
Copyright © Reflexiones Católicas.
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