La amistad no se conquista, no se impone; se cultiva como una flor, se abona con pequeños detalles de cortesía, de ternura y lealtad; se riega con las aguas vivas de desinterés y de cariño silencioso.
************
Una extraña sonrisa se dibuja
en la cara, poco a poco me doy cuenta de que hay algo más detrás de esos
gestos y de esa mirada. Lo curioso es que cuando me veo en el espejo suelo
tener esa misma sensación, el reflejo de mi rostro es mi estado interior, no me
puedo engañar. Sin duda, mi manera de hacer, mis palabras y hasta el brillo de
mis ojos están contando una historia, la historia de uno mismo y de todo lo que
le rodea.
Hay veces que necesitamos que nos recuerden las cosas para ser conscientes del
profundo valor que tienen, ya que el día a día nos hace olvidar que poseemos
un tesoro en nuestras manos, en nuestra vida. La relación con las
personas es un gran paso, es un puntal para crecer por dentro, para olvidarse
de uno mismo y comenzar a ver que existe más mundo que el propio, y que eso
que hemos descubierto nos irá llevando por distintos caminos jamás soñados,
pero ciertos.
Hay etapas en la vida que llegan a su fin, aunque no porque terminen
precisamente sino porque sólo acaban de empezar. Esta paradoja no es irreal
sino que es un hecho; lo que vivimos nos va construyendo pero a la vez nos va
dejando una puerta entreabierta en nuestro futuro más próximo. La gente con la
que hemos compartido durante un tiempo determinado no pasa desapercibida sino
que permanece siempre en el corazón porque el compartir no es únicamente un
sueño, el cual nos ayuda a buscar juntos lo que creemos y defendemos,
sino que es una realidad palpable ya que la huella de la amistad y del
amor jamás se borra.
Cada día hemos de agradecer por todas las pequeñas cosas que encontramos en la
vida, el trabajo, los estudios, la familia, los amigos... Estas pequeñas cosas
son las que construyen la más fuerte y verdadera, es decir, nuestra vida; así
lo pequeño se transforma en grande y lo desapercibido en
imprescindible, ya que necesitamos del otro y no podemos estar solos.
Doy gracias a Dios por todo, por tantas personas que conozco y que me han
enseñado su manera de ver y de vivir, por aquello que han aportado a mi vida y
también por todos aquellos momentos que han dedicado de su tiempo para escuchar
y hacerse presentes siempre y sin condiciones.
Texto: Hna. Conchi García.
No hay comentarios:
Publicar un comentario