…ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he
dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes.
En resumen: dar ejemplo. El Señor
nos ha enseñado lo que debemos hacer: dar el ejemplo. Nos ha enseñado
poniéndose Él mismo como ejemplo. ¡Qué fácil nos resulta exigir que los demás
se porten de este u otro modo! ¡Qué difícil enseñar con el ejemplo! Para eso
hay que ser coherente, consecuente. ¡Hay que practicar lo que se pretende
enseñar!
Lo más difícil es mantener la
coherencia, sobre todo cuando se trata de una disciplina exigente. Y, el camino
que el Señor nos propone es exigente. No permite debilidades, ni flaquezas, aun
cuando cuente con ellas, porque no somos perfectos, sino seres humanos
falibles, aunque en camino a la perfección. Con una mano exigir y con la otra
comprender.
Si por un lado hemos de reconocer
que somos débiles, por el otro tenemos que estar dispuestos a dar nuestras
vidas para alcanzar lo que el Señor nos ha prometido. Solo alcanzaremos la Vida
Eterna si somos perfectos como nuestro Padre que está en los Cielos es
perfecto. Parece una contradicción y una paradoja, pero no lo es.
Lo que ocurre es que estando
llamados a transitar por este Camino, nos será imposible si no contamos con el
Señor. Es Jesucristo quien lo hace posible. Si Él lo hizo, dándonos el ejemplo,
nosotros también podemos hacerlo. Solo precisamos ponernos en Camino. El Señor
se encarga del resto. Lo que es imposible para nosotros, es posible para Dios.
Nosotros solos no alcanzaremos la Vida Eterna. Solo la alcanzamos con Él.
…ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he
dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes.
Debemos tener presente que somos
nosotros los que necesitamos a Dios, no Él quien necesita de nosotros. Esta es
la confusión en la que caemos muchos cristianos, por falta de formación, por
falta de oración, por falta de reflexión. Es que, lamentablemente, muchos de
nosotros hacemos de nuestra fe un mero barniz decorativo. Nos decimos cristianos,
pero ello significa en realidad muy poco en nuestras vidas.
No hemos entendido un ápice de lo
que Jesucristo nos enseña, porque no le oímos y le conocemos tan solo de modo
superficial, así que nos forjamos una imagen muy cómoda y ajustada a nuestra
conveniencia, que termina aprobándonos y consintiéndonos todo. ¿Y cómo no, si
en realidad somos nosotros mismos nuestros propios jueces?
Cuando la moral se vuelve
relativa, porque se va ajustando a todo lo que nos parece bien y nos agrada,
producto de un acendrado e irrefrenable egocentrismo, nos volvemos ciegos,
sordos y mudos, porque solo tenemos ojos, oídos y voz para defender, ver, oír y
decir lo que nos conviene, lo que nos interesa. Este es tal vez el peor disfraz
que puede tomar el demonio: vestirse de nosotros y hacernos creer que somos
dioses, es decir, la medida de la justicia, la verdad y la sabiduría.
Fuera de nosotros no hay nada.
Nada importa si no se ajusta a nuestra visión, a nuestro parecer, a nuestra
interpretación. Nos convertimos en obra maestra de satán, revestidos de una
soberbia que lo nubla todo, incluso nuestra propia capacidad de razonar y de
distinguir la realidad del mundo de fábula que nos hemos construido, donde
nosotros somos el centro y creemos ver a Dios cuando nos vemos al espejo.
Entonces nos resulta imposible hablar de otra cosa que no sea nuestra opinión,
nuestro juicio, nuestra visión, nuestra sabiduría, nuestra prudencia, nuestras
cualidades y nuestro ejemplo.
Dios nos libre de caer en esta
trampa, que no hace nada más que ocultar el Camino, tanto para nosotros como
para los demás. Porque nos hemos vuelto auto referenciales y hemos dejado de
ver al ÚNICO ejemplo: Jesucristo, quien nos amó tanto, hasta dar Su propia vida
por nuestra salvación. ¡Es Su Vida la que lo hace posible, no la nuestra!
¡No seremos otros Cristos, en la
medida en que no sigamos Su ejemplo! ¡Es a Él a quien hemos de seguir y a quien
los que nos miren deben seguir, no a nosotros! ¡Aprendamos a reconocer que No
somos nada sin Él! ¡Es Él quien marca la diferencia! ¡Es a Él a quien debemos
seguir! ¡Es a Él a quien debemos presentar y a quien todo debemos seguir!
Padre Santo, ayúdanos a salir de
este círculo de la vanidad que nos hace creer que somos cristianos y promovemos
a Cristo, cuando solo nos promovemos a nosotros mismos y buscamos la aprobación
y admiración de los demás. Peor aún, líbranos de la pretensión de querer
presentar a Cristo con nuestro ejemplo, cuando en realidad solo hay vanidad y
soberbia en nuestros actos, pues en lugar de seguir a Cristo, nos hemos erigido
equívocamente en Su medida. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
…ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he
dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes.