LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 15,7-21. A mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten
en Dios
Salmo 95 R/. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
Jn 15,9-11. Permaneced en mi amor, para que vuestras alegrías llegue a
plenitud.
En continuidad al texto de ayer Jesús introduce una clave fundamental que debe
amalgamar las uniones entre Jesús y sus discípulos (la vid y los sarmientos):
el amor. El mismo amor que el Padre tiene por el Hijo, el Hijo lo tiene por sus
discípulos y discípulas. Ese mismo amor debe circular en la comunidad. El amor
de Jesús no es simple romanticismo ni sentimiento volátil. Es un amor que brota
de una opción radical por el proyecto de Dios que es vida digna y abundante
para todos y todas. Ese amor-opción no es tal si no se traduce en obras
concretas que transformen las realidades del mundo en el otro mundo posible
querido por Dios. Este amor resume todos los mandamientos del Padre y nos exige
amar como el Hijo: sin medida. Amar a Dios comprometiendo la propia vida en su
causa y amar a los hermanos siendo instrumento de liberación, de integración,
de paz y justicia.
Amar como aman el Padre y el Hijo es fuente de verdadera alegría, la que brota
del corazón de aquellos y aquellas que en medio de los compromisos y la lucha
no pierden la capacidad de hacer fiesta por la presencia permanente de Jesús
entre su pueblo
REFLEXIÓN DE
LA PRIMERA LECTURA: HECHOS DE LOS APÓSTOLES 15,7-21 A MI PARECER, NO HAY QUE
MOLESTAR A LOS GENTILES QUE SE CONVIERTEN EN DIOS
-Después de una larga discusión
-sobre la necesidad de las observaciones judías en orden a la salvación- se
levantó Pedro y dijo...
Imagino la escena. La discusión es viva. Las diversas posturas son violentas.
Cada uno está convencido de que la suya es la buena, la que asegura la fe y el
porvenir de la Iglesia...
Acaba la discusión, ¡Pedro se levanta!
Aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico.
Recordemos que Jesús lo eligió; y que Jesús confió a Pedro ese papel: ser el
garante de la fe de sus hermanos (Lc 22, 32). Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY
también a aceptar plenamente
- tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su
opinión.
- como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la
cuestión...
-«Dios me ha escogido entre vosotros para que de mi boca oigan los gentiles la
Palabra de la Buena Nueva y abracen la fe..»
Pedro alude aquí a la conversión del Centurión romano, «Cornelio» (Hechos 10).
El discurso de Pedro es breve como un decreto de Concilio. Cierra el debate.
Toma partido por Pablo y Bernabé: La Iglesia es para el mundo... la puerta de
la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
-Dios no hizo distinción alguna entre los gentiles y nosotros... ¿Por qué pues
ahora tentáis a Dios, queriendo imponer sobre los discípulos un yugo que ni
vuestros padres ni nosotros podemos sobrellevar?
Por otra parte, es por la gracia del Señor Jesús que creemos salvarnos
exactamente como ellos...
¡Gracias, Señor, de esta decisión importante para la Iglesia! Todos los hombres
son iguales. Todos son hijos tuyos ya sean judíos o gentiles, blancos o negros,
de tales o cuales costumbres. ¡Dios no hace distinción alguna! Sólo la fe y la
gracia, nos salvan.
Te doy gracias, Señor, por los motivos que Pedro utiliza para zanjar el debate
en favor de la apertura a los gentiles: una sola referencia, Dios.
«Dios me eligió entre vosotros...
«Dios que conoce los corazones dio testimonio en su favor...
«Dios no hizo ninguna distinción entre ellos y nosotros...
«Dios purificó sus corazones por la fe...
«¿Por qué tentáis a Dios queriendo imponer las costumbres mosaicas a los
gentiles»
-Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la Palabra Santiago y dijo...
La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo
que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la
decisión del Concilio.
Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo
de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente
mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la
«circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas
prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de
asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos
venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a
los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia
los demás pasa delante de los derechos personales.
¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea
«diálogo».
Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando
no piensan como yo.
El autor de los Hechos nos presenta el llamado Concilio de Jerusalén, y parece
hacerlo con un cierto énfasis. El episodio, situado intencionadamente en el
centro del libro, es como el eje de su dinámica narrativa: hay un antes y un
después, está Jerusalén con su comarca y la diáspora con la misión entre los
gentiles, Pedro y Pablo. El v 5, junto con los cuatro precedentes, describe el
motivo de la convocatoria: en Antioquía y en Jerusalén «algunos de la facción
farisea que se habían hecho creyentes» se oponen violentamente a la opción de
liberar el evangelio de la sinagoga. La decisión favorable del Concilio tiene
tres fases culminantes. El discurso de Pedro (6-12) invoca tres hechos: la
conversión de Cornelio, el yugo insoportable de la ley y la salvación de todos
por la gracia de Jesús. El discurso de Santiago (13-21), jefe respetado e
indiscutible de la comunidad judía de Jerusalén, invoca un texto universalista
de la Escritura, pero pide que se observen las llamadas «cláusulas de
Santiago». El decreto del Concilio (22-29) se limita a imponer esas cláusulas,
al tiempo que alaba la obra de Pablo y Bernabé y censura a sus adversarios. La
promulgación del decreto apostólico en Antioquía (30-35), donde había surgido
la disensión, es el epílogo del relato. Así quedaba solemnemente avalada la
misión universal de Pablo.
Parece que en Gál 2,1-10 tenemos una información paralela de nuestro
acontecimiento eclesial. Puede ayudar a verificar críticamente y leer con mayor
provecho la narración de los Hechos. Las versiones de Pablo y de Lucas
coinciden en los hechos sustanciales, pero presentan diferencias importantes.
La de Pablo, que es protagonista de los sucesos narrados y escribe todavía en
plena lucha, es más polémica y no se aviene a los compromisos: ignora las
cláusulas de Santiago. La de Lucas, que escribe a finales de siglo, con la
batalla bien ganada, es más conciliadora y parece suavizar las polarizaciones
del pasado. Este acontecimiento crucial de la época apostólica es una lección
permanente para la Iglesia en el tiempo y en el espacio. Si el mensaje
evangélico debe abrazar todas las culturas para que llegue a todos con eficacia
la buena nueva de Jesucristo, la Iglesia tiene que considerar como una especie
de infidelidad a la misión el hecho de quedar prisionera de una cultura
determinada. Por eso podríamos decir que el Vaticano II, al optar por un mayor
pluralismo y por una actualización de acuerdo con los signos de los tiempos, ha
tomado una decisión histórica en el campo misionero. Como la de Pablo en el
corazón de la época apostólica.
REFLEXIÓN DEL
SALMO 95 CONTAD LAS MARAVILLAS DEL SEÑOR A TODAS LAS NACIONES
Este salmo pertenece a la familia
de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se
considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión « ¡El Señor
es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas
invitaciones a la alabanza.
Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6)
presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se
dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la
tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el
pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha
de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la
realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir,
proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los
motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los
dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son
pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo.
Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo,
marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza
están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para
gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne
procesión de venida...
La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en
los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la
primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor.
Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata
de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen
en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte):
« ¡El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el
mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica
del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.
En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de
que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la
tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión
horizontal) con todo lo que contienen toda la creación está llamada a aclamar y
celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a
cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no
con amenazas ni infundiendo terror, sino corno expresión de la fiesta, junto
con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están
llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor.
A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para
gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del
gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.
Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones.
El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador
de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con
justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo:
“¡Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los
dioses!” Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor
ha hecho el cielo».
El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta
fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada una de sus
planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está
orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de
todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En
el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que
viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura
alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene
para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo
entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.
El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a
partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de
Dios, Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes,
causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).
El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué?
Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la
salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones
se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración
universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se
trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia.
Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos
pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar
testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta
(11-12).
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de
la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo
Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el
reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen
de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un
mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).
REFLEXIÓN PRIMERA
DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-11 PERMANECED EN MI AMOR, PARA QUE VUESTRAS
ALEGRÍAS LLEGUE A PLENITUD
¿Cuál es el fundamento del amor
de Jesús por los suyos? El texto responde a esta pregunta. Todo tiene su origen
en el amor que media entre el Padre y el Hijo. A esta comunión hemos de
reconducir todas las iniciativas que Dios ha realizado en su designio de
salvación para la humanidad: «Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a
vosotros. Permaneced en mi amor» (v. 9). Ahora bien, el amor que Jesús alimenta
por los suyos requiere una pronta y generosa respuesta. Ésta se verifica en la
observación de los mandamientos de Jesús, en la permanencia en su amor, y tiene
como modelo su ejemplo de vida en la obediencia radical al Padre hasta el
sacrificio supremo de la misma.
Las palabras de Jesús siguen una lógica sencilla: el Padre ha amado al Hijo, y
éste, al venir a los hombres, ha permanecido unido con él en el amor por medio
de la actitud constante de un “SÍ” generoso y obediente al Padre. Lo mismo ha
de tener lugar en la relación entre Jesús y los discípulos. Estos han sido
llamados a practicar, con fidelidad, lo que Jesús ha realizado a lo largo de su
vida. Su respuesta debe ser el testimonio sincero del amor de Jesús por los
suyos, permaneciendo profundamente unidos en su amor. El Señor pide a los suyos
no tanto que le amen como que se dejen amar y acepten el amor que desde el
Padre, a través de Jesús, desciende sobre ellos. Les pide que le amen dejándole
a él la iniciativa, sin poner obstáculos a su venida. Les pide que acojan su
don, que es plenitud de vida. Para permanecer en su amor es preciso cumplir una
condición: observar los mandamientos según el modelo que tienen en Jesús.
«Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea
completo» (v. 11): todos y cada uno de los discípulos están invitados a dejarse
poseer por la alegría de Jesús, tras haberse dejado poseer por el amor de Dios.
Mi existencia como discípulo consiste en dejar sitio a este amor divino, que es
un amor «descendente», un amor que mueve al Padre a «entregar a su Hijo Único»
(Jn 3,16), un amor que mueve al Hijo a entregarse a sí mismo, un amor que mueve
a los discípulos a hacer otro tanto, un amor que garantiza la “felicidad” del
discípulo.
Cuando Jesús habla de las más que exigentes condiciones de este amor, dice
claramente que son posibles porque este nuevo modo de amar procede de Dios. Es
el amor mismo de Dios el que obra en mí, en ti, en todos los discípulos. Y no
sólo eso, sino que recibiremos de Jesús «su» felicidad, la alegría que procede de
haber amado como Dios ama, a través del impulso y de la imitación de Jesús. Se
trata de algo que nada tiene que ver con el moralismo: aquí nos encontramos en
la cima de la mística, de la mística de la acción, que implica la entrega de
uno mismo e incluye ser poseídos del todo por el amor de Dios.
REFLEXIÓN SEGUNDA
DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-11 PERMANECED EN MI AMOR.
Esta pequeña sección se centra en
el mandamiento del amor. Mandamiento del amor que únicamente es posible
partiendo de arriba. El evangelista recoge así este pensamiento: El Padre ha
tenido la iniciativa en este movimiento de amor, enviando por amor, a su Hijo
por y para los hombres. El Hijo acepta esta misión y lleva esta corriente de
amor hasta los hombres. Sólo así el movimiento puede comenzar el recorrido
inverso: del hombre a Cristo y a través de Cristo al Padre. Este círculo del
amor y de la respuesta en la obediencia, que lo garantiza, constituye el núcleo
esencial de la fe cristiana y del verdadero discipulado.
Los creyentes deben amarse mutuamente. El acento en Juan se pone en el amor
mutuo, no porque no piense o excluya el amor a los enemigos (Mt 5, 44), sino
porqué el amor mutuo de los cristianos se halla en peculiar relación con el
amor existente entre las personas divinas. Y este amor se expresa en la
capacidad de entrega, en el auto-sacrificio. Antes que a los discípulos se les
haya exigido este amor «sacrificial», Cristo ha dado ejemplo entregando su vida
por ellos.
Dar la vida por los amigos. Es la prueba suprema del amor. Lo sorprendente es
que Jesús llame a los creyentes, a los discípulos, sus amigos. La amistad suele
definirse normalmente en términos de igualdad de mutua ventaja e interés. ¿En
qué sentido podía decirse que sus discípulos son amigos de Jesús? La respuesta
solamente podría darse partiendo de una nueva definición de la amistad. Jesús
no tiene intereses comunes con sus discípulos, él no gana nada con su amistad.
Él es su Señor. Lo natural sería considerar a los cristianos como discípulos o
como siervos. Pero, ahora, les llama amigos, por la única razón que les ha
elegido para que sean sus amigos y les ha amado hasta el extremo (13, 1). Amor
y amistad. Son las palabras que hablan elocuentemente de las relaciones entre
Jesús y sus discípulos.
La iniciativa de la elección ha partido de Jesús. Toda iniciativa en este
camino arranca siempre de Dios. Y como es la iniciativa del amor, en ella debe
verse envuelta la relación mutua. Con ello se reitera el mandamiento del amor
mutuo.
REFLEXIÓN TERCERA
DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-11“PERMANECED EN MI AMOR”.
Alegría en plenitud. Hemos de sentirnos destinatarios de este mensaje
consolador de Jesús. Juan se lo recuerda a los cristianos de sus comunidades
para alentarles en la persecución que sufren. Jesús, al pronunciar su mensaje,
tenía presentes a todos sus seguidores, como oró no sólo por sus
contemporáneos, sino “también por los que van a creer en mí mediante su
mensaje” (Jn 17,20).
Jesús promete el don de la alegría: “Os hablo para que mi alegría llegue en
vosotros a su plenitud”. Juan asegura en su primera carta que escribe “para que
vuestra alegría sea completa” (1 Jn 1,4). Realmente es una consecuencia de la
aceptación de la Buena Noticia. Si ésta no conllevara alegría, o no sería
“Buena” Noticia o no habría sido entendida. Por eso la alegría no es algo
opcional para el cristiano.
Es conocida la frase de santa Teresa: “Un santo triste es un triste santo”. Es
explicable también el reto de Nietzsche: “Para que yo creyera los cristianos
habrían de tener más cara de redimidos”. Un amigo increyente afirmaba: “La
novela que me contáis es demasiado rosa como para ser verdadera. Pero, además,
es que ni vosotros mismos os la creéis; si la creyerais, iríais vendiendo
alegría, y no la veo por ninguna parte”. Pablo recomendaba a los filipenses:
“Estad siempre alegres; os lo repito: estad alegres” (Flp 4,4).
La alegría de Jesús no es la bullanguera del mundo, sino la alegría honda de
quien se siente centrado, con un sentido grandioso de la vida y querido por
Dios. Es la alegría de los apóstoles Pedro y Juan, “contentos del castigo de
los treinta y nueve azotes, por haber padecido aquel ultraje por el Señor” (Hch
5,41). Él nos quiere plenamente alegres. Y nos señala el motivo: “Como el Padre
me ha amado, así os he amado yo” (Jn 15,9).
Fe viva en el amor de Dios. Es necesario hacer un profundo “acto de fe” en el
amor del Señor, porque es una realidad impalpable. No lo podemos percibir a
través de gestos visibles como ocurre en el amor del hermano o en el amor del
amigo; se disfraza de las expresiones de afecto de los demás. La experiencia de
ser amados es una “gracia” que hay que pedir, porque es una experiencia de
fundación, la raíz de la conversión y el secreto de la verdadera alegría. Y hay
que creer en ese amor a pesar de que no somos un Pablo o una Madre Teresa de
Calcuta.
Como tenemos la experiencia limitada del amor, creemos que Dios sigue esa
medida. ¿Que somos pecadores? También lo fue Pedro y el Señor le reiteró su
amistad. Cuando nos sintamos amados así, gratuitamente, siendo pecadores, nos
sentiremos definitivamente fascinados, prendados y prendidos de Jesús. Lo que
fascinó a Zaqueo fue que aquel rabí tan bueno e intachable le amara porque sí,
por pura bondad, a él, un proscrito de la sociedad y un perdido (Lc 19,1-1 0).
La consigna del amor únicamente es posible partiendo de arriba. El evangelista
recoge así este pensamiento: El Padre ha tenido la iniciativa en este
movimiento de amor, enviando, por amor, a su Hijo por y para los hombres. El
Hijo acepta esta misión y lleva esta corriente de amor hasta los hombres. Sólo
así el movimiento puede comenzar el recorrido inverso: del hombre a Cristo y a
través de Cristo al Padre. Este círculo del amor constituye el núcleo esencial
de la fe cristiana y del verdadero discipulado. Jesús pide a los suyos no tanto
que le amen, como que se dejen amar y acepten el amor que desde el Padre, a
través de él, desciende sobre ellos. Les pide que acepten su don, que es
plenitud de vida. Si Jesús dice que nos ama “como el Padre le ama a él”, mucho
nos quiere...
“¡Qué santo eres, Francisco!”, le aclama el campesino Paolo a Francisco de
Asís. “Si otros hubieran recibido lo que yo, serían más santos”, replica él. “¡Quién
pudiera ser santo!”, exclama Paolo. “Lo puedes ser”, le contesta el poverello.
“¿Cómo?”, le pregunta Paolo. “Creyendo que Dios te ama”, le responde Francisco.
“¿Aunque sea un gran pecador?”. “Sí, aunque seas un gran pecador. Pero, mira,
tienes que creerlo de verdad”, le repite con énfasis Francisco de Asís.
“Si guardáis mis mandamientos” El Señor nos ama, seamos buenos, mediocres o
malos, le correspondamos o no, le seamos fieles o le traicionemos. Pero, la
condición para que nosotros alcancemos la experiencia de ese amor es que
tratemos de identificamos con él, que entremos en comunión espiritual con él,
que amemos lo que él ama, que luchemos por lo que él luchó. Jesús lo expresa
diciendo que si guardamos sus mandamientos, permaneceremos en su amor.
Los amigos tratan de complacerse. Lo que Jesús quiere es que cumplamos su
voluntad, y entonces tendremos la experiencia del amor correspondido, que es la
amistad. En el amor de Dios y al prójimo hay circularidad. La experiencia de
sentirse amado por Dios impulsa al amor a los que son sus hijos, y el amor a
sus hijos conlleva una ulterior experiencia de Dios. “Si guardáis mis
mandamientos”. Más que de mandamientos, hay que hablar, sobre todo de
“mandamiento” del amor al otro (Jn 13,34). Los creyentes deben amarse
mutuamente. El acento en Juan se pone en el amor mutuo, no porque no piense o
excluya el amor a los enemigos (Mt 5,44), sino porque el amor mutuo de los
cristianos se halla en peculiar relación con el amor existente entre las
divinas Personas. Y este amor se expresa en entrega.
Cristo ha dado ejemplo entregando su vida. Jesús dice lo que dice todo amigo:
que no todo el que le dirige muchas alabanzas y protestas de amistad es el
verdadero amigo, sino el que lo demuestra con gestos de entrega. “Obras son
amores y no buenas razones”, dice magistralmente santa Teresa.
REFLEXIÓN CUARTA
DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-11. APARECE CLARAMENTE COMO EL JEFE DEL COLEGIO
APOSTÓLICO.
-Después de una larga
discusión -sobre la necesidad de las observaciones judías en orden a la
salvación- se levantó Pedro y dijo...
Imagino la escena. La discusión es viva. Las diversas posturas son violentas.
Cada uno está convencido de que la suya es la buena, la que asegura la fe y el
porvenir de la Iglesia...
Acaba la discusión, ¡Pedro se levanta!
Aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico.
Recordemos que Jesús lo eligió; y que Jesús confió a Pedro ese papel: ser el
garante de la fe de sus hermanos (Lc 22, 32). Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY
también a aceptar plenamente
- tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión.
- como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la
cuestión...
-«Dios me ha escogido entre vosotros para que de mi boca oigan los gentiles la
Palabra de la Buena Nueva y abracen la fe..»
Pedro alude aquí a la conversión del Centurión romano, «Cornelio» (Hechos 10).
El discurso de Pedro es breve como un decreto de Concilio. Cierra el debate.
Toma partido por Pablo y Bernabé: La Iglesia es para el mundo... la puerta de
la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
-Dios no hizo distinción alguna entre los gentiles y nosotros... ¿Por qué pues
ahora tentáis a Dios, queriendo imponer sobre los discípulos un yugo que ni
vuestros padres ni nosotros podemos sobrellevar?
Por otra parte, es por la gracia del Señor Jesús que creemos salvarnos
exactamente como ellos...
¡Gracias, Señor, de esta decisión importante para la Iglesia! Todos los hombres
son iguales. Todos son hijos tuyos ya sean judíos o gentiles, blancos o negros,
de tales o cuales costumbres. ¡Dios no hace distinción alguna! Sólo la fe y la
gracia, nos salvan.
Te doy gracias, Señor, por los motivos que Pedro utiliza para zanjar el debate
en favor de la apertura a los gentiles: una sola referencia, Dios.
«Dios me eligió entre vosotros...
«Dios que conoce los corazones dio testimonio en su favor...
«Dios no hizo ninguna distinción entre ellos y nosotros...
«Dios purificó sus corazones por la fe...
«¿Por qué tentáis a Dios queriendo imponer las costumbres mosaicas a los
gentiles»
-Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la Palabra Santiago y dijo...
La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo
que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la
decisión del Concilio.
Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo
de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente
mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la
«circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas
prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de
asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos
venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a
los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia
los demás pasa delante de los derechos personales.
¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea
«diálogo».
Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando
no piensan como yo.
ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.
No habría aprendido yo a amar al Señor si él no me hubiera amado. ¿Quién puede
comprender el amor, sino quien es amado? Yo amo al Amado, a él ama mi alma:
allí donde está su reposo, allí estoy yo también. Y no seré un extraño,
porque no hay envidia junto al Señor altísimo, porque quien se une al Inmortal
también será inmortal, y quien se complace en la vida viviente será. Que
permanezca tu paz conmigo, Señor, en los frutos de tu amor. Enséñame el canto
de tu verdad, de suerte que venga a mí como fruto la alabanza, abre en mí la
cítara de tu Espíritu Santo para que te alabe, Señor, con toda melodía.
Prorrumpo en un himno al Señor porque soy suyo y can taré la canción consagrada
a él porque mi corazón está lleno de él (de las Odas de Salomón).
REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA EL DÍA.
Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección,
se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo;
sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa
delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y
su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza,
cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran
deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado
en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al
complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto,
la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe,
para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de
inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su
señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe
estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya
que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni
podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón
está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar
himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la
aurora» (Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, IX, 9).
EL ROSTRO DE LOS
PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL MAGISTERIO DE LA
SANTA IGLESIA: SANTIAGO: LA DISCUSIÓN CONCILIAR CONTINÚA.
Después de una larga discusión
—sobre la necesidad de las observaciones judías en orden a la salvación— se
levantó Pedro y dijo...
Imagino la escena. La discusión es viva. Las diversas posturas son violentas.
Cada uno está convencido de que la suya es la buena, la que asegura la fe y el
porvenir de la Iglesia.
Acaba la discusión, ¡Pedro se levanta!
Aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico.
Recordemos que Jesús lo eligió; y que Jesús confió a Pedro ese papel: ser el
garante de la fe de sus hermanos (Lucas 22, 32). Ayuda, Señor, a tu Iglesia,
hoy también a aceptar plenamente
— tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su
opinión.
— como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la
cuestión...
«Dios me ha escogido entre vosotros para que de mi boca oigan los gentiles la
Palabra de la Buena Nueva y abracen la fe...»
Pedro alude aquí a la conversión del Centurión romano, «Cornelio» (Hechos 10).
El discurso de Pedro es breve como un decreto de Concilio, Cierra el debate.
Toma partido por Pablo y Bernabé: La Iglesia es para el mundo... la puerta de
la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
Dios no hizo distinción alguna entre los gentiles y nosotros... ¿Por qué pues
ahora tentáis a Dios, queriendo imponer sobre los discípulos un yugo que ni
vuestros padres ni nosotros podemos sobrellevar? Por otra parte, es por la
gracia del Señor Jesús que creemos salvarnos exactamente como ellos...
¡Gracias, Señor, de esta decisión importante para la Iglesia! Todos los hombres
son iguales. Todos son hijos tuyos ya sean judíos o gentiles, blancos o negros,
de tales o cuales costumbres. ¡Dios no hace distinción alguna! Sólo la fe y la
gracia, nos salvan.
Te doy gracias, Señor, por los motivos que Pedro utiliza para zanjar el debate
en favor de la apertura a los gentiles:
una sola referencia, Dios. “Dios me eligió entre vosotros..." “Dios que
conoce los corazones dio testimonio en su favor... " “Dios no hizo ninguna
distinción entre ellos y nosotros... " "¿Dios purificó sus corazones
por la fe..." “Por qué tentáis a Dios queriendo imponer las costumbres
mosaicas a los gentiles?"
Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la Palabra Santiago y dijo...
La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo
que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la
decisión del Concilio.
Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo
de Jerusalén...los judíos son mayoritarios en su comunidad..., cree conveniente
mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la
«circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas
prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de
asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos
venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a
los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia
los demás pasa delante de los derechos personales. ¡Ayúdanos, Señor, a
encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor,
a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como
yo. +
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