JUEVES SANTO
MISA VESPERTINA
EL SUFRIMIENTO DEL SEÑOR Y EL PECADO
1.-
Entre estos dos jardines de las dos lecturas hay una triste conexión. Y
es eso que llamamos pecado. Palabra que no nos gusta, que nos resulta
anticuada. Nos recuerda a curas tristes, ensotanados, con voces
campanudas y amenazas de infierno y castigos eternos.
Sea
cual sea el abuso que se haya hecho de esta palabra, el caso es que
esta mariposeando alrededor del Jueves y Viernes Santo, también como su
origen e instigador, el diablo, que tras el bocado entra en el corazón
de Judas. Ha pedido cribar con fiereza a los discípulos como Príncipe de
este mundo, y sabe llegada su hora, la del poder de las tinieblas. Tal
vez ha llegado aquella hora, que se anunció en las tentaciones del
desierto… “y le dejó para otra hora”.
El mismo Jesús pronuncia esa palabra en la institución de la Eucaristía: nos da su sangre para el perdón de los pecados.
San Pedro, San Juan y San Pablo nos abruman con frases que unen los sufrimientos del Señor Jesús con nuestros pecados
--llevó en su cuerpo a la cruz de
nuestros pecados. –murió y se entregó por nuestros pecados–es
propiciación por nuestros pecados–por su sangre recibimos el perdón de
nuestros pecados–nos lavó con su sangre. Y, sobre todo, la terrible
frase de San Pablo: “Al que no conocía lo hizo pecado por nosotros.
el pecado, ese ser, esa cosa, ese algo,
que nació entre flores y árboles del Paraíso, ha ido, bajo la yerba del
mundo entero, reptando hasta llegar a tiempo entre romeros y olivos
para acechar a Jesús en su agonía.
2.-
El sacerdote y periodista, ya fallecido, José Luis Martín Descalzo se
pregunta si la sola angustia y el miedo de ser condenado como criminal,
los azotes, la soledad y la muerte en cruz son razón suficiente para una
agonía como la que pintan los evangelistas.
Si
solo fuera un miedo así habría que reconocer que ha habido muchos
mártires más animosos que Jesús. Como San Lorenzo, asado en la parrilla,
ofrece su carne a sus enemigos. O Tomás Moro que bromea con el que va a
cortar su cabeza: “Ayúdame a subir al cadalso que para bajarlo ya me
las arreglaré solo”. O tantos hombres y mujeres que han muerto de
terribles enfermedades y han dado testimonio de gran serenidad y paz.
¿Qué había detrás de esa tremenda agonía del Señor? ¿No será la frase de Pablo: “Al que no conocía pecado le hizo pecado?
3.-
Con frecuencia se repite la frase: “Jesús cargó con nuestros pecados”.
Pero ese cargar no puede significar presentarse ante el Padre con un
bulto como mercader y desplegar sus mercancías. O como un trapero y
descargar el saco lleno de desperdicios encontrados en la rebusca. Tiene
que ser algo más personal, para que se pueda decir: “lo hizo pecado…”
¿Se
sintió Jesús reo de tanta sangre derramada injustamente a través de los
tiempos? ¿Cómo inficionado por la impureza carnal de tantos siglos?
¿Congelado por el frío glaciar de la soberbia y el odio que enfrentado a
hombres y pueblos? ¿Reo de nuestras indiferencias, nuestros desprecios,
nuestras inconfesables envidias, de nuestros fariseísmos?
4.-
¿Tal vez se enfrentó con su Padre en defensa nuestra, como se enfrentó
Moisés y paró el castigo? ¿O como Pablo expresó turbulentamente:
“desearía ser anatema, separado de Cristo, por salvar a mis hermanos?
¿No se sintió madre que cubre con su cuerpo al hijo para defenderlo del
peligro sabiendo que caerá sobre ella? ¿No se lanzó por riscos y
montañas en busca del hermano, aun a sabiendas de que salvándole, Él se
perdería?
5.-
Ni vosotros ni yo entendemos de estas profundidades teológicas, habría
que ser un místico para experimentar lo que el Señor Jesús experimentó.
Una cosa no podemos negar y es que aunque no sepamos cómo nuestras
rebeldías contra Dios pasan por los sufrimientos de Jesús en el Huerto,
en la Pasión y en la Cruz. Y eso es suficiente para que encontremos
junto a Jesús derrotado bajo el peso de nuestros pecados el
arrepentimiento.
6.-
Pero ese algo que llamamos pecado tiene una dimensión comunitaria, como
todas nuestras acciones humanas. Por nuestros descuidos, nuestras
negligencias.
En el orden meramente social:
--todos somos responsables de la basura que se amontona en el Metro, o el Aeropuerto de Barajas o en los hospitales cuando hay huelgas
--todos inficionamos las
aguas y playas del mar–todos contribuimos a aumentar el agujero de la
capa de ozono–todos con nuestro descuidado conducir automóviles somos
posibles asesinos–todos nos indignamos con los incendios forestales
mientras tiramos nuestra colilla por la ventanilla del coche.
Pues
en el orden moral ocurre lo mismo: enrarecemos el ambiente de la
sociedad y de la Iglesia con nuestra falta de alegría, nuestro
pasotismo, nuestros fariseísmos, con nuestros tremendos egoísmos.
Deberíamos ser oxígeno limpio y puro, pero somos foco de contaminación. Y
así hoy, antes de ir a confesar nuestros pecados, pidamos perdón todos
juntos a Dios y a nuestros hermanos, para los que hemos sido
contaminación moral.
José María Maruri, SJ
www.betania.es
**************
HACED ESTO EN MEMORIA MÍA
1.- Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros.
Haced esto en memoria mía. ¿De qué tenemos los cristianos que hacer
memoria? Evidentemente, del cuerpo de Cristo que se entrega
voluntariamente por nuestra salvación. No se entrega voluntariamente
porque le guste morir; se entrega voluntariamente porque está dispuesto a
seguir predicando el reino de Dios, sabiendo que esto le va a costar la
vida. Lo que Cristo predica es algo que va en contra de las ambiciones y
de los intereses egoístas de los que mandan; Cristo sabe que
enfrentarse al poder, denunciando la corrupción y el pecado de los
jefes, es asumir un riesgo claro de muerte. Pero él está decidido a
obedecer el mandato de su Padre hasta el final, con todas las
consecuencias, aunque le cueste la vida. De esto debemos hacer memoria
en nuestras eucaristías. No una memoria puramente histórica y
memorística, sino una memoria comprometida con la vida de Cristo.
Celebrar la eucaristía, sin comprometerse hasta la muerte en la lucha
contra el mal, no es celebrar la eucaristía cristiana, no es hacer
memoria del cuerpo de Cristo que se entrega por nosotros. Cristo quiere
que su cuerpo entregado sea un cuerpo compartido por nosotros y con
nosotros; Cristo quiere que en la eucaristía nos hagamos miembros vivos
de su cuerpo, que seamos, también nosotros, cuerpo entregado por la
salvación del mundo. Comulgamos con el cuerpo de Cristo cuando también
nosotros nos hacemos cuerpo de Cristo. Esto es hacer memoria del cuerpo
entregado de Cristo.
2.- Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía. ¿De
qué tenemos que hacer memoria los cristianos en nuestras eucaristías,
cuando bebemos la copa sellada con la sangre de Cristo? El texto de san
Pablo lo dice muy claramente: de la nueva alianza que Dios ha hecho con
nosotros a través de la sangre de su hijo. Los sacerdotes del tiempo de
Jesús ofrecían al Señor los sacrificios de animales que ofrecían las
personas para seguir obteniendo el favor y la protección que Dios les
había ofrecido en las antiguas alianzas. A partir de ahora el sacrificio
de la vida de Cristo será el sello único y definitivo que garantice el
perdón y el amor de Dios hacia nosotros. La nueva alianza se hace con
Cristo, por él y en él. Pero, una vez más, debemos decir que recordar y
hacer memoria de esto no es sólo un acto de la memoria, sino aceptar un
compromiso, el compromiso de ofrecer también nosotros nuestra vida, con
la vida de Cristo, para que el reino de Dios pueda hacerse realidad en
nuestro mundo. Nuestra vida, unida a la vida de Cristo, debe ser también
un sello que garantice el perdón y el amor de Dios hacia nosotros y
nuestro compromiso de vivir con Cristo y como él vivió.
3.- Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. ¿Qué
es lo que Cristo había hecho con sus discípulos? Lavarles los pies.
Pues bien, según el evangelio de san Juan este fue el último gesto que
Cristo hizo con sus discípulos, antes de ser entregado. Más de una vez
Cristo había dicho a sus discípulos que entre ellos el que quisiera ser
el primero que se pusiera el último. El último mensaje de Jesús a sus
discípulos fue el de servir, no el de mandar. También los cristianos
debemos hacer memoria de esto. Una memoria no sólo memorística, sino
comprometida. Que cada vez que hacemos memoria de esto, nos
comprometamos nosotros a servir.
Gabriel González del Estal
www.betania.es
************
LA MESA DEL JUEVES SANTO
Aquel
que, montado sobre un pollino, se adentró en nuestras murallas, hoy se
sienta y nos reparte su Cuerpo su Sangre. Se arrodilla y, al lavar y
acariciar los pies a sus discípulos, nos recuerda que no hay mayor
gigante en el cielo que aquel que sabe ser pequeño en la tierra. Se hace
sacerdote: se ofrece a sí mismo por nosotros.
¡Jueves Santo! ¡Nunca una mesa dio tanto de sí!
1.-
En ella vemos cumplidos los deseos de Jesús. “Cuánto he deseado comer
esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). Lo veremos
temeroso ¿A quién le gusta el sufrimiento? Pero a continuación, en plena
sintonía con el Padre, dará el paso definitivo: “hágase tu voluntad”.
En la mesa del Jueves Santo el Señor nos hace sus confidentes. Clavamos
nuestros ojos en Él y, todo lo que nos dice, nos sabe a poco. Somos
conscientes que, su Pascua, no nos puede dejar indiferentes; que
tendremos que pasar de la negación a la afirmación, de la duda a la fe,
de la traición a la adhesión inquebrantable a Jesús.
¡Jueves
Santo! ¡En su mesa, Jesús, nos hace partícipes de su presencia
eucarística! A partir de ahora memorial de su Pasión, Muerte y
Resurrección. Sentados, y con apetito celeste, sabemos que la Eucaristía
es misterio de amor divino, pan verdadero que Dios entrega al mundo (a
nosotros) para que tengamos vida y abundante.
¿Lo
vivimos así? ¿Es la Eucaristía un “paso” de Dios por nuestras vidas?
¿La vivimos como misterio o como un conjunto de oraciones, gestos,
luces, flores……pero sin pasión? ¡Jueves Santo! ¡Nunca una mesa dio tanto
de sí!
2.-
De repente, debajo de ella, nos sorprende que el “Hermano Mayor” se
lance rostro a tierra y, con sus manos, comience a acariciar los pies de
los discípulos. ¿Y me preguntáis que hago? –Nos dice Jesús– ¡Así
habréis de ser y actuar vosotros! Buscando personas a las que amar y
brindando vuestro servicio como prueba de que sois mis amigos.
¡Jueves
Santo! No todo lo que hay en su mesa es dulce o agradable al paladar
cristiano. Es fácil comulgar pero, querámoslo o no, más difícil amar sin
ser recompensado. Es más fácil arrodillarnos ante el Santísimo que ante
los dolores de los más necesitados. Es más fácil llevar sobre nuestros
hombros una imagen, que un pobre a la peana de nuestro cuarto de estar.
Pero…esto es lo que tiene el Jueves Santo: es un amor sin condiciones.
Amar como Cristo conlleva no caricaturizar sus gestos, ni tan siquiera
repetirlos. Va mucho más allá: es creer que, en lo que Él hizo, está
nuestro sello de identidad, la prueba de fuego de la verdad de nuestro
cristianismo. ¡Qué amargo, a veces, resulta el amor que nos exige Jueves
Santo!
¡Jueves Santo! ¡Nunca una mesa dio tanto de sí!
3.
¿Quién sirvió la mesa del Jueves Santo? Jesús mismo es quien se ofrece y
se reparte. Hoy recordamos a ese Sacerdote de la Nueva Alianza que,
ante la mirada atónita de sus doce discípulos, se troceaba generosamente
en l patena de aquel primer altar cristiano.
¡Jueves Santo! ¡Mesa del Ministerio Sacerdotal!
Don
de vida, la Eucaristía, que es servida por nosotros –sacerdotes al
servicio del Único y Eterno Sacerdote que es Cristo-. Conscientes de
nuestras debilidades. Sabedores de que la cabeza es Cristo y que,
nosotros, somos continuadores de su obra, de aquel pensamiento que –en
tal día como hoy– legó como testamento espiritual: “haced esto en
memoria mía”. En esta tarde, los sacerdotes, nos sentimos especialmente
tocados por la gracia del Señor. Actualizamos y vivimos nuestro
sacerdocio con pasión y con emoción porque, en la Eucaristía, percibimos
que está el culmen y la fuente de la vida cristiana. Hoy, os lo podemos
decir, nunca como en la misa un sacerdote puede ser más feliz. Lo fue
Cristo en Jueves Santo, dándose y sirviendo. ¡Cómo no lo vamos a ser
nosotros!
Jueves
Santo: vida divina que nos trae Cristo. Amor divino que nos manifiesta
Cristo con sus manos. Memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección que
alzará, una y otra vez, tantas manos como sacerdotes lo hagan en nombre
de Aquel que es todo y se hace todo por salvarnos.
Javier Leoz
www.betania.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario