¡Existe amor en ti!
Pero, desgraciadamente si no sientes ese amor, terminas diciéndote a ti mismo que no amas. Te acusas y te condenas por eso.
Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)
Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.
Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...
Gracias
Maria Beatriz.
¡Existe amor en ti!
Pero, desgraciadamente si no sientes ese amor, terminas diciéndote a ti mismo que no amas. Te acusas y te condenas por eso.
Amar a Dios con todo tu corazón es amarlo con su amor, teniendo sus mismos sentimientos.
Amar a Dios con toda tu alma es amarlo
eternamente, en todo lugar, en todo momento, todo el tiempo.
Amar a Dios con toda tu mente es amarlo
conscientemente, con toda tu voluntad entregada a Él, totalmente.
Amar al prójimo como a ti mismo es amar a Cristo
en cada uno y en uno mismo.
Amar es sentir y servir al mismo tiempo, porque
cuando se ama se da.
Amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente, es amarlo con tu espíritu y con tu cuerpo.
Así, en espíritu y en cuerpo será la resurrección
en el último día, para que todos amen a Dios con todo su corazón, con toda su
alma y con toda su mente, con su amor, con sus mismos sentimientos, para toda
la eternidad, por su libre voluntad, compartiendo un solo corazón, un solo
cuerpo y un mismo espíritu.
María Beatriz Arce de Blanco
La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
¿Un tesoro escondido en el sufrimiento?
No existe posibilidad alguna de salvación, para la persona que no sea capaz de amar. Que no se capaz de devolver al Señor al menos una pequeña parte del amor que Él nos tiene. Y no pensemos que ese amor suyo a nosotros es un amor genérico, como es generalmente el nuestro, sino tremendamente personal e individualizado, como si cualquiera de nosotros fuésemos la única persona creada por Él. En nuestra pobre mente, esta idea no nos cuadra, porque en nosotros todo es limitado y como siempre medimos todo, con medidas antropomórficas, incluso lo divino, nos resulta imposible concebir que a millones de seres humanos, se les pueda querer individual y personalmente, como si solo uno de ellos fuese el único ser creado por Dios. Y esto es así, de tal forma que si fuese necesario, el Señor bajaría otra vez a la tierra y solo por ti lector o por mí que escribo estas líneas, estaría y está dispuesto a volver a dar su vida humana, con todo el sufrimiento y dolor con que nos la regaló, hace ya más de dos mil años.
Señor mío y Dios mío, hoy quiero continuar contigo, ya que, indudablemente, quiero seguir tus planes, no los míos; son mejores los tuyos. No dudo de tu fidelidad, pues entras en mi mente y en mi corazón, escudriñas en las profundidades de mi alma, me enseñas lo que está mal y me das una mano para que lo cambie.
Querido Dios:
Te escribo porque así resulta más fácil hablarte. Y es que no es tan sencillo.
Algunas veces te haces sentir, pero en otras ocasiones callas. A veces me
incendias por dentro, pero otras me dejas muy solo. A veces me llenas de canto,
pero no siempre... No es fácil quererte bien. No hay forma de darte una
caricia, un beso, un abrazo. Y Tu tampoco nos lo das… o, si lo haces, es de forma tan sutil que siempre queda un resquicio para la ausencia.
Escribirte ahora, hablarle a un “tu” difícil, es otra forma de encontrarnos,
¿no? Aquí estamos… Tu y yo. Tu, Dios, yo pequeño. Tu Misterio, yo lleno de
preguntas. Tu, amor. Yo, sed. Tu, llamada. Yo, duda. Tu, camino. Yo, peregrino.
Tu, fuente. Yo, agua. Tu, unión. Yo, hermano… de tantos.
Hablar del Amor es… hablar de Dios, porque Dios es el Amor.
En el lenguaje corriente, cuando se dice “amor” se piensa a un sentimiento, a una inclinación vehemente, a una pasión…, ya que también hace padecer. El verdadero amor, sin duda, no es posible no sentirlo, pero antes de sentirlo nosotros hay que hacerlo sentir. Y eso es porque, antes de ser un sentimiento, es un querer traducido en hechos, en vida. Amor son hechos y sólo así se puede manifestar con palabras. Por eso ha dicho Jesús “Si me amáis, guardareis mis mandamientos… El que acoge mis mandamientos y los observa es el que me ama… Si uno me ama, observará mi palabra… Nadie tiene un amor más grande que el dar la vida por quienes ama” (Jn 14,15.21.23; 15,13).
El Catecismo de la Iglesia Católica (218-221), con textos de la Biblia y en un discurrir perfectamente escalonado, presenta al hombre moderno esta verdad: - ¡Tenemos un Dios que nos ama! Y si nos ama Dios, ¿qué miedo vamos a tener? ¿Qué no podemos esperar? ¿Cómo no vamos a ser felices en la vida? La idea que el mundo tiene de Dios varía mucho según los tiempos y la cultura dominante.
Conozco tu pobreza, conozco las luchas y preocupaciones de tu alma, la fragilidad y las enfermedades de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus desfallecimientos. Pero a pesar de todo te digo: DAME TU CORAZÓN, ÁMAME TAL COMO ERES.
Si esperas ser perfecto para amar, no me amarás jamás. Aun cuando caigas a
menudo en las mismas faltas que quisieras no cometer nunca, aun cuando fueras
cobarde en la práctica de la virtud, NO
ME NIEGUES TU AMOR.
Todos y cada uno de los hombres
pasan la vida buscando la felicidad eterna, el ser siempre felices. Se busca
algo que nunca se acabe, una felicidad infinita que sea capaz de llenarle. Esto
trae como consecuencia la necesidad de certezas, de algo en qué agarrarse.
En el interior del hombre existe un afán de felicidad y de realización, que es
parte de la naturaleza humana, las personas están llamadas a vivir en comunión
con Cristo.
No nos ha de bastar con sabernos amados, ¡tenemos que amar! Porque la primera revelación de Jesús es que Dios nos ama; pero la segunda es que Dios quiere ser amado.
A lo largo del Antiguo Testamento, nos vamos encontrando con la historia de
este Dios, Jahvé, que busca al hombre, que quiere tener relaciones con él, que
no se limitó a crearlo, sino que ahora lo cuida, que corre tras él como un
mendigo de amor, como un Dios que no soporta su indiferencia; un Dios que
perdona la desobediencia de Adán y que está dispuesto a todo; incluso a la
encarnación de su Hijo para reconquistar aquel primer amor perdido por el
pecado. Por eso, su primer mandamiento es ese: “Amarás a Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma”.
Ese amor se realiza en el Nuevo Testamento por tres caminos: por la Fe, la
oración y la obediencia.