1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a
tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté,
tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de
oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un
corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus
manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y
las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios.
Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: "Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de
oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.
A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los
árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos.
Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos
buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es
decir, por sus frutos los conoceréis." (Mateo 7: 15-20).
1.El Señor nos previene contra el peligro de los falsos profetas: "Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.” Profetas falsos los ha habido siempre y los hay hoy. Ahí están las sectas, que tanto daño hacen a muchas personas. Pero también, una serie de gurús, maestros y escritores que “predican” doctrinas religiosas y morales que deslumbran a muchos, porque les parecen más conformes con los tiempos modernos y más llevaderos que la moral del evangelio que predica la Iglesia. Ojo, nos dice el Señor, que a veces se presentan vestidos de piel de cordero, pero son lobos rapaces. Para distinguirlos, Jesús nos da un criterio irrefutable: “Por sus frutos los conoceréis”. ¿Cómo es su vida?, ¿sus palabras se traducen en obras?; ¿toda su persona y sus acciones están animadas, de verdad, por el Espíritu de Dios y el sincero amor al prójimo, especialmente a los más pobres, o están dañados por el orgullo y la presunción?; ¿despiden “buen olor de evangelio”? Su doctrina ¿nos lleva a ser mejores personas, mejores cristianos, más “personas de evangelio”, de servicio y entrega? Señor, danos luz para saber discernir lo bueno de lo malo; que no nos dejemos deslumbrar fácilmente por “novedades.”
2.También nos invita hoy el evangelio a preguntarnos por los frutos de nuestra propia vida: ¿son buenos o malos? “Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos”. ¿Soy árbol sano o árbol dañado? Es muy fácil caer en el autoengaño: quedarnos en palabras bonitas y formalismos religiosos. Y bien sabemos que son las obras las que manifiestan lo interior de la persona. Las buenas palabras deben ir acompañadas, por tanto, de los “buenos frutos”: la vivencia de las bienaventuranzas, el amor a todos sin distinción, el perdón de las ofensas, la misericordia, compartir y dar sin esperar recompensa, no juzgar ni condenar a los demás, la oración… Haz, Señor, que no me quede en apariencias ni en charlatanería piadosa. Que mi vida, Señor, esté llena de frutos de evangelio. Sólo entonces mi palabra será sincera y creíble.
3.Termina el evangelio de hoy con una llamada a la conversión, a despertar de la modorra espiritual: “el árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego”. Puede ocurrirnos a nosotros. Porque ¿para qué nos ha llamado el Señor? “Yo os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). Y si no doy fruto, ¿qué hago en la vida, qué hago en la comunidad de Jesús, en la Iglesia? Estoy frustrando mi elección. Si hoy miro mi vida, ¿veo buenos frutos, o follaje religioso nada más? ¿Qué dice mi vida a los que me ven? Señor, trasforma mi corazón. Que no me quede en charlatán de las cosas de Dios o soñador de propósitos maravillosos. Que el árbol de mi vida dé frutos de evangelio, de amor y entrega, así no correré peligro de ser talado y echado al fuego.
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