Edificar la vida sobre buena
base es tener asentado todo en el amor de Dios, abrirnos así a su palabra y
hacerla vida
«No todo el que me dice:
Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de
mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor
¿pues no hemos profetizado en tu nombre, y arrojado los demonios en tu nombre,
y hecho prodigios en tu nombre? Entonces yo les diré públicamente: Jamás os he
conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad. Por tanto, todo
el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre
prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas,
soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque
estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las
pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: cayó
la lluvia, llegaron las nadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra
aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina. Y sucedió que, cuando terminó
Jesús estos discursos, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina, pues
les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas.» (Mateo
7, 21-29)
1. "No todo el que
me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos...". Leemos
hoy las últimas recomendaciones del sermón de la montaña. Si ayer se nos decía
que un árbol tiene que dar buenos frutos, y si no, es mejor talarlo y echarlo
al fuego, hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: «no todo el que me
dice, Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la
voluntad de mi Padre». No se trata de decir palabras piadosas, sino de
cumplir lo que esas palabras prometen.
A veces cambia mi estado de
ánimo, Jesús, ocurre que las circunstancias cambian: aquellas prácticas de
piedad que antes me llenaban, ahora no me dicen nada: o cambio de lugar y
encuentro a faltar aquellos amigos y ese desarraigo influye en mi modo de
sentirme; o los estudios o el trabajo me absorben más que en otras épocas: o
simplemente, me canso de luchar. Y entonces, mi vida interior sufre como un
descalabro, como un terremoto.
Jesús, ayúdame a reforzar
los cimientos de mi vida cristiana a base de una vida de piedad más profunda,
de una oración más constante, de un esfuerzo más serio por mejorar en las
virtudes y en el estudio o trabajo profesional, de una mayor generosidad en el
servicio a los demás (Pablo Cardona).
Te pido, Señor, que no haya
divorcio entre mis palabras y mis hechos. Porque pienso que tú, Jesús, nos
recuerdas que la santidad y la vida no se construye a base de palabras, sino de
buenas obras: de amor, que se demuestra en hechos de generosidad, servicio,
trabajo… Ayúdame, Señor, ayúdanos a todos, para no dejarnos llevar por un
estado de ánimo, engaños como los que dicen: "hemos profetizado en
tu nombre, hemos arrojado los demonios, hemos hecho milagros". Pero
algo les falta, o es mentira o cumplieron pero por otros motivos, no por amor,
pues les dices: "nunca os conocí; apartaos de mí". Quizá les
pasan las dos cosas, y también que eran gente que les gusta escuchar,
programar; pero que luego no hace, olvida obrar, aplicar los programas, y esta
disociación es mala.
Jesús, pones también el
ejemplo de la casa sobre roca. Dejarme llevar por mis fuerzas y cambios de
ánimo, es como una casa construida sin cimientos. Se construye de prisa, pero
está destinada a hundirse. Es el peligro de una oración ("Señor,
Señor") que no se traduzca en vida y en compromiso ("la voluntad de
Dios"), que no se convierte en nada práctico y operante. Lo
esencial de la vida cristiana no es decir, ni tampoco confesar a Cristo de
palabra, sino practicar el amor concreto a los pobres, a los oprimidos. Acuden
a la mente las palabras de la escena grandiosa del juicio: "Venid, tomad
posesión del reino, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis" (25,34ss). Más aquí
no podemos evitar una pregunta: ¿Por qué a veces la oración se cierra
en sí misma, la escucha de la palabra no se traduce en vida y el encuentro con
los hermanos no se abre al mundo?
Como final de todo el
discurso, Jesús, propones esta imagen. ¿Sobre qué estoy edificando yo
mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿Sobre qué construyo mis amistades, o mi vida
de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿Y me extrañaré de que
los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones me
puedan pasar también a mi? (J. Aldazábal).
La roca eres tú, Señor, y tu
palabra, y la tempestad rompe la casa frágil si no está basada mi fuerza en ti,
sino en mis fuerzas. En la fuerza de Dios es donde el hombre encuentra
su consistencia.
También me hablas aquí de la
necesidad de un compromiso concreto, de un esfuerzo continuo para pasar
de las palabras a los hechos. No existe verdadera fe sin empeño moral. La
oración y la acción, la escucha y la práctica, son igualmente importantes.
Como dirás en la parábola del sembrador, hay gente que recibe la semilla con
entusiasmo pero luego la deja secar, no tiene constancia o se deja llevar por
los vientos del momento, por el afán de tener, de poder, la comodidad...
Las cosas indispensables son
tres: escucha atenta, práctica y perseverancia. La muchedumbre se llenaba de
estupor ante tus palabras, Jesús, porque enseñabas "con
autoridad". Tus palabras tienen verdad, comprometen, exigen plena
disponibilidad (Bruno Maggioni).
2. La lectura del libro de
los Reyes (2 R 24,8-17) nos muestra el reinado de Joaquín, que “hizo el mal a
los ojos del Señor, enteramente como había hecho su padre”: injusticias
sociales, laxitud moral, culto a los dioses, política únicamente humana, sin
referencia a la fe. Busca la fortaleza humana, sin contar con Dios, y por eso
edifica sobre arena, y su reino de hunde.
-“Las gentes de
Nabucodonosor subieron contra Jerusalén y cercaron la ciudad”. Es la agonía
de un reinado que se interpreta en clave teológica. Dios es Señor de la
Historia, no quiere el mal pero permite que las cosas pasen, para sacar de ahí
un bien más grande, y ahora vemos que “el rey, su madre, sus dignatarios fueron
deportados a Babilonia... Nabucodonosor se llevó de allí todos los tesoros del
templo y del palacio real, rompió todos los objetos de oro que había hecho
fabricar Salomón para el santuario: así se cumplió la palabra del Señor”.
Todo aquello ocurrió el año
597 a. C., unos ciento veinte años después de la del Norte, que había sido el
año 721, a manos de los asirios. “Cuando suceden catástrofes, tanto personales
como comunitarias, deberíamos sacar consecuencias y reflexionar sobre las
causas que las han originado y sobre la parte de culpa que todos tenemos.
Muchas veces, la ruina de
una persona se debe a fallos que, al principio, eran insignificantes, pero se
descuidaron y fueron creciendo. La ruina de una comunidad o de una sociedad
también suele tener causas diversas: económicas, políticas, personales; y,
muchas veces, también de dejadez religiosa y pérdida progresiva de valores que
son necesarios para toda convivencia humana.
Saber escarmentar es una
buena sabiduría. Nos hace humildes. Nos predispone a reconocer el protagonismo
de Dios y nuestra infidelidad a su amor” (J. Aldazábal).
Jesús, tú anunciaste una
nueva destrucción del Templo, y al ver ésta de cuando la deportación, vemos que
tú no estás atado a «iglesias», «santuarios», «instituciones»... que tu Iglesia
es más grande que todo eso. Al contemplar el gran «Exilio» que marcará tanto la
historia del pueblo de Israel, y que se verá repetido en otros momentos de la
historia, también de nuestro pasado reciente, vemos que nuestros “exilios”,
tanto a nivel personal como de nuestro pueblo, serán tiempo de purificación y
de profundización.
Purificación: porque en el
exilio, se sufre. Los antiguos prisioneros y deportados lo saben muy bien.
Supresión de la libertad. Atentados a la dignidad. Pesados trabajos de
esclavitud. Y todos esos sufrimientos hacen reflexionar.
Profundización: porque la fe
queda despojada de todas sus formas exteriores, ya no hay ni sacerdote ni
profetas, ni sacrificios, ni culto... es la ocasión de acentuar una relación
con Dios en la fe desnuda.
3. El salmo expresa bien la
catástrofe que todo esto supuso, con la profanación y el pillaje del Templo:
«los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo...
fuimos el escarnio de nuestros vecinos».
Además de lamentarse de la
desgracia del pueblo, es también una oración que reconoce la culpa y pide a
Dios su protección: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar siempre enojado?...
Líbranos y perdona nuestros pecados, a causa de tu nombre».
Dios saca bien incluso de
nuestras miserias: nos purifica, nos hace recapacitar, nos ayuda a aprender las
lecciones de la vida para no volver a caer en las mismas infidelidades y
fallos. Señor, ayúdanos a vivir también cualquier acontecimiento, feliz
o desgraciado, a la luz de la Fe. Que la casa esté edificada sobre tú, la Roca
firme (Noel Quesson).
Llucià
Pou Sabaté
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