El soberano llegó a Córdoba y
examinó el arrabal que ya habían fortificado los cristianos, pero era necesario
cercar el resto, para lo cual el rey fue por la margen izquierda del río,
tomando la fortaleza de la Calahorra e impidiendo con ello que se recibieran en
la ciudad alimentos y ayuda militar.
El emir árabe Aben Hud, que andaba por Ecija, intentó socorrer a sus vasallos,
pero viendo que la situación era muy difícil, abandonó la población con
intenciones de volver con un ejército más poderoso y reconquistarla, huyendo
hasta Almería, donde fue asesinado por el emir de aquella población, al-Rumami,
después de recriminarle su cobardía y el abandono de la ciudad y de los suyos.
Cuando los cordobeses conocieron que su rey los había dejado solos, con la
ciudad cercada y sin medios de obtener alimentos ni armas, no tuvieron otro
remedio que capitular. Pero don Fernando no lo consintió; les pidió que se
marcharan sin condiciones y les dio permiso para salir en libertad, llevándose
sólo lo que pudieran transportar sobre sus espaldas. Las condiciones fueron
aceptadas, y el día 29 de junio de 1236, festividad de San Pedro y San Pablo,
salieron de la ciudad, al mismo tiempo que un heraldo del rey
castellano-leonés, por mandato real, subió al alminar de la gran mezquita y
colocó sobre él el estandarte real y la cruz de Cristo.
El día 6 de julio Fernando III y su ejército entraron en Córdoba, dirigiéndose
a la Mezquita, donde el obispo de Osma, don Juan, hizo la consagración del
templo musulmán como catedral cristiana bajo la advocación de la Asunción de la
Virgen y dándole el nombre de Santa María la Mayor.
La atalaya de la sierra
Esto es lo que nos cuentan las crónicas de la Reconquista de Córdoba. Pero a
ello debemos añadir que en estas narraciones no se omite que Fernando III
instaló su Real Sitio sobre una colina en la que había una atalaya que los
árabes usaban para avisarse, de unas a otras, haciendo señales con humo blanco
o negro, según los casos, y en la que el Santo Rey mandó colocar la imagen de
una Virgen a la que el monarca profesaba una gran devoción y a la que todo su
ejército llamaba la Virgen Conquistadora y Capitana.
El lugar elegido para capilla de esta imagen de Nuestra Señora fué delante de
dicha atalaya, en un hueco que había en el muro, dejando detrás el testero
superior de la torre, que formaba un arco, en dónde se puso a la Madre del
Salvador, implorándole la intercesión ante su Divino Hijo para obtener la
victoria en los combates que precedieran a la reconquista de la ciudad; también
ordenó el Rey a los prelados y sacerdotes que acompañaban a las tropas que
ofrecieran diariamente el santo sacrificio de la misa.
Primeros pasos de la Hermandad
En el año 1.278 el Obispo D. Pascual, da reglas a los cofrades del Hospital de
S. Cristóbal y la Magdalena, más tarde de la Lámpara, con sede en la calle
Amparo, para que fueran todos los años al Santuario en procesión solemne al
templo de la Virgen de Linares; y es aquí donde podemos decir que comienzan los
primeros pasos de la Hermandad.
En los siglos XIV y XV hay oscuridad sobre la hermandad. En 1.546
(concretamente el 20 de Agosto de 1.546, se concede "Licencia al Preboste
y Cofrades de Linares para hacer fiestas a Nuestra Señora") y
demostrándose que existe Hermandad por aparecer varios diputados canónigos
nombrados por el Cabildo de la S.I. Catedral para visitar y gobernar anualmente
el santuario. Se extinguió en 1.646; volviendo a aparecer en 1.659 y se le dan
estatutos nuevos en 1.660. Permaneciendo durante los siglos XVII (centuria en
que entra en gran decadencia pero se mantiene con apariciones y desapariciones
en los datos del Cabildo) y XVIII con sus altas y bajas.
Queremos destacar el nombre de algunos personajes famosos que figuraron con
cargos importantes en el santuario de Linares. Por ejemplo, el pintor y
escultor Pablo de Céspedes, que fué elegido diputado de Linares en 1.602 y
estuvo en este cargo hasta su fallecimiento acaecido en 1.608. También fué
elegido con el mismo cargo de diputado el lectoral Luis de Belluga, nombrado en
1.698 y que más tarde llegaría a vestir la púrpura cardenalicia. Por último
citaremos a ilustre arcediano de Pedroche, fundador del Monte de Piedad, José
Medina y Corella, que fué elegido en el mes de septiembre de 1.766.
La creación de la actual Hermandad se remonta al 9 de Enero de 1.861, fecha en
que se reforman los estatutos firmándolos el 26 de Abril el Obispo
Alburquerque, siendo ésta Hermandad la que ha permanecido hasta nuestros días.
El día 15 de Mayo del año de 1.660 fueron ratificados por el Vicario General D.
José Hurtado Roldan, y el 26 de Abril de 1.861 por el Obispo Alburquerque.
El objetivo principal de los estatutos de la hermandad era y son Mantener y
promover la devoción a la Santísima Virgen María y a Su Divino Hijo Nuestro
Redentor. Conservar las tradiciones religiosas, históricas y populares.
Dar culto en su muy Centenario Santuario a la tan antigua y venerada Imagen de
la Purísima Concepción de Linares.
La imagen
La devoción del pueblo de Córdoba por la Virgen de Linares es sin duda una de
las más antiguas de las conocidas en ciudades y pueblos reconquistados por los
reyes cristianos, si bien no es la única imagen que un monarca castellano
depositara en alguna ermita o capilla, a veces en altares improvisados y, en
ocasiones, hasta desconociéndose el origen y nombre de las mismas.
Ejemplo de ello lo tenemos en la Virgen de Zocueca, patrona de Bailen (Jaén),
de la que se ignora su procedencia y el origen de su nombre, y que, como la de
Linares, tiene al Niño en su brazo derecho.
La Virgen de la Coronada, patrona de Alcalá la Real (Jaén), que fue depositada
por el monarca Alfonso XI el Justiciero en una ermita levantada para ella
frente al castillo de Aben Zaide, antes de la conquista de la población. O
Nuestra Señora de los Reyes, patrona de Sevilla, ofrecida por San Fernando a
aquella ciudad después de conquistada, y otras muchas a lo largo de la
geografía andaluza.
La Virgen de Linares, conocida ya desde tiempos pretéritos como Conquistadora y
Capitana, y a veces como "invencible generala", está muy ligada al
pueblo de Córdoba desde que Fernando III la depositara en aquella atalaya
agarena del bello paraje escogido por el rey castellano-leonés para su Real
Sitio, y a través de los siglos, para Ella se organizaron solemnes actos de
extraordinaria emotividad, que fueron para la ciudad y los cordobeses ayuda,
aliento y amparo.
Existe la creencia de que el nombre por el cual se conocía a esta imagen,
Nuestra Señora de Linares, era, tal vez, por haber sido recogida por el rey en
algún pueblo de este nombre, o bien, por llevar el apellido Linares el
sacerdote o capellán a quien se encargó de su custodia, nombre que ya se
utilizó hasta nuestros días. Pero en una cita del tomo tercero de la Palestra
Sagrada de Sánchez de Feria, se dice que "quando el glorioso Conquistador
de Córdoba, el ínclito San Fernando, vino con su Exercito a la toma de Córdoba,
hizo alto en este sitio, donde había y hoy permanece, una fuerte Atalaya. Aquí,
en un altar portátil, dixo Misa un sacerdote natural de Linares de Baeza, que
en su compañía traía esta imagen que colocó en el altar, siendo el culto
preparativo a una gloriosa, como ardua conquista".
Estudios más recientes, llevados apuntan que "Linares" tal vez sea
una castellanización del nombre árabe de estas atalayas llamadas tali'a as'ala
al-narum, cuyo significado en castellano es "atalaya donde se enciende el
fuego", o bien, simplemente al-narum, "donde se hace fuego", del
cual derivaría Linares, como sucedió con otros muchos nombres árabes al
castellanizarse, tales como al-Marlya, Almería; al-Yussana, Baena; as-Suja\ra,
Zuheros, y un largo etcétera.
La imagen de la Virgen de Linares es una talla en madera que lleva un niño en
su brazo derecho. Su actitud es majestuosa y su fisonomía acusa una gran
expresión mística, tanto en la Virgen como en el bellísimo Niño que descansa
sobre el seno de la madre. Su mirada es tierna y la sonrisa, de una dulzura
extraordinaria.
El padre Juan Bautista Moga, de la Compañía de Jesús, en una visita que efectuó
al santuario en 1881, al contemplar la imagen de Nuestra Señora tuvo la
curiosidad de levantar la falda con la que entonces se cubría, observando la
media luna que ésta tenía a sus pies, quedando así convencido de que la Virgen
de Linares estaba representada en el misterio de su Concepción inmaculada.
Al dar cuenta de este hecho, dice Redel: "El docto jesuíta padre Moga, tan
entusiasta y devoto de este misterio, apresuróse a dar cuenta de su
descubrimiento al gobernador eclesiástico don Camilo de Palau, en vista de que
se hallaba ausente el obispo, que era a la sazón el insigne filósofo fray
Ceferino González. El señor Palau, muy competente en arqueología, cuya
asignatura explicaba en el Seminario, dispuso, accediendo a los deseos del padre
Moga, que, bajo su presidencia, reconociera la efigie una comisión facultativa,
compuesta del mismo ilustrado jesuíta y del elocuente magistral don Manuel
González Francés, entre otros capitulares y sacerdotes; del sabio individuo de
la Comisión de Monumentos don Francisco de Borja Pavón; del notable arqueólogo
y pintor don Rafael Romero Barros; del delicado poeta perteneciente al cuerpo
de archiveros, bibliotecarios y anticuarios, don Julio Eguilaz Bengoechea; del
aparejador de obras de la Catedral don Rafael Aguilar; del carpintero don José
Casvas Heredia, y, del acreditado fotógrafo don José de Hoces..."
En otro párrafo, transcribe Redel los cinco primeros puntos del acta que se
levantó después del reconocimiento efectuado por los maestros carpinteros llevados
al santuario con esta finalidad :
"Primero: que la altura de la imagen es de 94 centímetros y la peana de 8
y 1/2, con un diámetro de 25.
"Segundo: que imagen y peana forman una pieza, de buena madera de peral,
excepto las dos extremidades salientes por los dos lados de la media luna que
está a los pies, las cuales son de pino de Segura muy bueno y puesto al hilo
para su mayor robustez y consistencia". Acerca de este pormenor añadieron
los peritos que de esta misma madera de pino de Segura "son dos remiendos
de la peana" y que "ambos remiendos y el de la media luna, según su
labrado, color y dureza, son posteriores a la escultura".
"Tercero: que la imagen está hueca por dentro.
"Cuarto: que aunque labrada la media luna de una madera distinta de la
restante de la estatua, no es un simple apegamiento de época posterior, sino
que forma con ella un todo, pues de otra suerte no pudiera explicarse la
disposición y caída de los pliegues que contornean en parte dicho emblema.
"Y quinto: que la madera de la imagen presenta señales de muy remota
antigüedad".
Por otra parte, de las manifestaciones que hicieron los componentes de la
comisión técnica, después de un prolongado reconocimiento, sólo vamos a dar un
resumen, que el propio Redel señala de la siguiente manera:
"El Reverendo Padre Moga hizo resumen concreto de todos los pareceres,
sustentando las tres conclusiones que a continuación se expresan. Primera: que
aquella misma imagen era, por lo menos, del siglo XIII, igual que los emblemas
que le son anexos, fundado en el reconocimiento, en la tradición oral y en la
escrita. Segunda: que los atributos representan, sin género de duda, el
misterio de la Concepción de María. Y tercera: que de esta demostración se
deduce que esta escultura es la Concepción más antigua de las conocidas y
auténticas, existentes en todo el mundo católico, por ser anterior (dos siglos
y medio) a las más antiguas, que no pasan de mediados del siglo XV".
Restauraciones de la Imagen
Aunque el número de veces que se retocó la imagen de Nuestra Señora de Linares
es difícil de precisar, sí se puede decir que éstas no fueron de lo más
acertado. Se conoce la que tuvo lugar el año 1885, aprovechando una de las
veces que la imagen fue trasladada a Córdoba para que librase al pueblo de una
gran epidemia de cólera.
Se sabían los desperfectos que tenía y era necesaria una restauración
inmediata, por lo que la hermandad decidió aceptar el ofrecimiento del director
de la Escuela de Bellas Artes Rafael Romero Barros, para dirigir dicha restauración,
que fue comenzada el 30 de septiembre de dicho año, previa autorización del
Cabildo catedralicio. El señor Romero junto con el artífice Rafael Díaz, tras
un detenido estudio decidieron hacer una restauración completa de la imagen,
que fue concluida el 20 de noviembre del citado año.
En otras ocasiones se retocó la imagen de Nuestra Señora de Linares, pero sin
duda, la más importante de estas restauraciones, ha sido la última efectuada,
se llevó a cabo en 1994 con el consentimiento del Cabildo catedralicio, que es
su patrono, encargándose de dicha restauración el imaginero cordobés Miguel
Arjona Navarro.
Después de un estudio en profundidad de la imagen, tanto exterior como
interior, y vistas las malas condiciones en que se encontraba la misma, se procedió
a resanar todo el conjunto, descubriéndose que en otros tiempos la imagen había
tenido unos rayos salientes a ambos costados, siete en cada lado, que le han
sido repuestos y que luce en la actualidad.
Una vez restaurada, y antes de cerrar su entorno, le fue colocado en su
interior un pergamino, en el que se da cuenta de dicha restauración. La memoria
que publica anualmente el boletín de la hermandad, correspondiente a 1994, dice
a este respecto: "La Virgen ha estado en el taller de don Miguel Arjona un
total de 118 días, trasladándose a la S.I.C. el día 29 de abril y estando nueve
días en el altar mayor, para regresar a hombros del pueblo de Córdoba a su
altar del Santuario".
Es posible que el primer traslado a Córdoba de la imagen de Nuestra Señora de
Linares fuera en el año 1808, cuando la invasión francesa, cuyas tropas, al
mando del general Dupont, se disponían a entrar en la ciudad. El comandante
general de la vanguardia del Ejército de observación de Sierra Morena, Pedro
Agustín de Echavarri, a la vista de que disponía de pocos hombres e inexpertos
en la lucha, dirigió una proclama a todos los pueblos de su provincia
previniéndoles que "con orden, quietud y sosiego se preparasen a tomar las
armas, pertrechos y municiones y que impetrasen de los buenos patricios
caudales, caballos y demás efectos necesarios, para ponerlo todo a las órdenes
del indicado comandante general".
El general Echavarri, que era un heroico militar y profesaba una gran devoción
a la Virgen de Linares, dispuso que ésta se trajese a la ciudad para que fuera
amparo de la misma. "En la tarde del sábado 4 de junio de 1808 -dice
Redel- salió para su santuario el rosario de Nuestra Señora del Socorro con
multitud de sacerdotes e inmensidad de pueblo, y en la mañana del día 6, domingo
de Pascua de Pentecostés, entró por la Puerta de Plasencia precedida de la
imagen de San Fernando y acompañada de todos los habitantes de la provincia,
que convertidos en soldados, la vitoreaban y proclamaban por su invencible
generala".
La crónica añade que "ambas efigies, la de la Virgen y la de San Fernando,
fueron saludadas al entrar en Córdoba con un repique general de campanas;
penetraron a su paso en los templos de Santa María de Gracia y Santa Marta; en
la puerta del convento de San Pablo fueron esperadas por la comunidad de
dominicos, y en la de San Francisco, por la de los franciscanos. Siguió la
procesión por la Cruz del Rastro hasta la parroquia de San Pedro, en cuya
iglesia quedaron depositadas las imágenes, a las que se ofrecieron misas y otros
actos religiosos, incluidos sermones de doctos representantes de la
Iglesia".
Más a pesar de todo, las tropas del general Dupont llegaron hasta Alcolea el
día 7 de junio, haciendo un gran número de bajas al ejército cristiano y
avanzando hasta Córdoba, cuya Puerta Nueva encontraron cerrada; el general
francés ordenó que la derribaran a cañonazos, y entró en la ciudad, donde, a su
paso por la calles, hicieron los soldados destrozos incalculables.
Se cuenta que cuando las tropas galas llegaron hasta la parroquia de San Pedro,
que estaba cerrada, creyeron que el templo era un cuartel o palacio en el que
se hospedaba el general Echavarri, por lo que se ordenó volar el edificio. La
crónica dice que se produjo un hecho milagroso, pues varias veces que se encendieron
las mechas del cañón, éstas se apagaron sin que pudiera cumplir su objetivo,
dando con ello tiempo a que supieran que aquel edificio era una iglesia y se
desistiera de disparar contra ella.
El hecho de encontrarse la imagen en el templo fue el motivo para que el pueblo
creyera firmemente en la protección de Nuestra Señora a la ciudad, ya que ésta
no fue de las que más sufrieron el azote de la invasión francesa, a pesar de
que los cordobeses tuvieron que soportar tres días de saqueo durante los cuales
se profanaron muchos templos y se cometieron grandes desmanes. El día 16 de
junio el general francés debió salir precipitadamente de Córdoba con sus
tropas, y los cordobeses, libres del yugo de los franceses, acudieron a la
parroquia de San Pedro a dar gracias a Nuestra Señora de Linares, por haber
librado a Córdoba de males mayores, como los ocurridos en otras ciudades y
pueblos españoles. Después de cuatro meses de permanencia en la ciudad, el 16
de octubre del citado año de 1808 la imagen volvió a su santuario, acompañada
de la de San Fernando.
Cuatro años más tarde, en 1812, la Virgen de Linares volvió a ser trasladada a
Córdoba para que ante ella y en la Santa Iglesia Catedral se procediese al
juramento de la Constitución. Refiere la crónica que consultamos sobre el
particular que "la imagen de la Virgen salió del santuario en la mañana
del día 15 de septiembre de dicho año, depositándola en el molino del arroyo de
Pedroche, convenientemente arreglado al efecto, donde estuvo hasta las cinco de
la tarde, que atravesando el arroyo, fue llevada hasta la casa de la Pólvora,
donde se agregó el clero y las cruces parroquiales, siguiendo hasta la Cruz de
Roelas, donde fue recibida por el general Echavarri, que la esperaba con una
compañía de lanceros y música militar, siguiendo la comitiva hasta la Puerta
Nueva, donde se le incorporó la imagen de nuestro Custodio San Rafael, con su
hermandad, siguiendo hasta la Catedral en la que entró, luego de ser recibida
por el obispo y capitulares, verificándose en la mañana del día 16 la fiesta de
la Jura de la Constitución. La Virgen de Linares regresó a su santuario el día
25 de septiembre del citado año de 1812".
En otras varias ocasiones la imagen de Nuestra Señora de Linares fue bajada a
la ciudad con motivo de epidemias que asolaban no sólo a Córdoba, sino a
Andalucía y España, cuyo relato sería prolijo.
El entorno del santuario
A unos ocho kilómetros de Córdoba siguiendo la carretera de Almadén, por una
desviación de la llamada Carrera del Caballo y en un paraje de extraordinaria
belleza, se encuentra situado sobre una pequeña colina el santuario de Nuestra
Señora de Linares, rodeando a la antigua atalaya agarena en la que mandara
colocar el rey Fernando III la imagen de la Virgen Capitana y Conquistadora de
la ciudad.
De telón de fondo tiene los ya altos cerros de las primeras estribaciones de
Sierra Morena, y rodeando a la ermita, otros cerros más bajos, de los que
destaca el llamado Cerro de San Fernando o de Jesús, sobre el que la tradición
cuenta que en su cúspide ordenó poner su bandera el Santo Rey, y en el que cada
año, con motivo de las fiestas de la romería, se continúa colocando la enseña
nacional.
A los pies de la colina corre un sinuoso arroyo, rumoroso en alguno de sus
tramos por los roquedales que tiene en su curso, y tranquilo en las balsas que
se forman en su recorrido. A ambas márgenes se alza una frondosa alameda, en la
que anidan multitud de ruiseñores que lanzan sus sonoros trinos a los cuatro
vientos, teniendo al pie de los álamos y a lo largo de todo el curso del arroyo
centenares de rosales y flores silvestres, enredaderas y espinos. El resto del
paisaje lo forman olivos, pinos y monte bajo en el que crecen jaras y
lentiscos, que hacen del entorno del santuario un paraje verdaderamente
delicioso y encantador.
A poca distancia de la ermita, con unas panorámicas bellísimas, sobre todo el
entorno de la misma, se halla el Puerto de la Salve, lugar desde el cual, al
avistar el santuario, los romeros rezan su primera Salve a Nuestra Señora, si
bien la tradición cuenta que el nombre lo recibe el lugar "porque allí se
detuvieron las tropas de Fernando III, cuando se disponían a venir a la ciudad
y que alentadas por el monarca entonaron una Salve a la Virgen de Linares antes
de perder de vista la atalaya, tradición que se ha seguido a través de los
siglos". Lindando con el santuario está el Camino de la Vegueta, que parte
del puente que cruza sobre el arroyo, y las fincas conocidas por San Fernando y
Lofuentes o "lo de Fuentes".
Descripición del Santuario
El Santuario es un complejo arquitectónico, basado en un núcleo preexistente,
una atalaya o torre vigía, a la que se le fueron adosando hasta constituir una
unidad constructiva, con posterioridad, una serie de construcciones: el templo,
la hospedería y la vivienda del santero. Todos estos elementos están
ensamblados, conformando un único edificio.
La torre, perteneciente a la arquitectura militar islámica del siglo IX, fue,
según la tradición, el lugar que eligió el rey Fernando III para que sirviese
de primer templo a la Virgen. Es de planta cuadrada, fábrica de mampostería con
sillares en las esquinas y dos plantas. La planta baja, incluida dentro del
ámbito de la iglesia, constituye el antiguo presbiterio y está cubierta con
bóveda de cañón. El templo es de cruz latina con un añadido posterior para
formar un ábside. Se compone de atrio con coro alto, una nave, capillas
laterales, presbiterio y ábside.
El atrio, de planta rectangular, presenta una puerta exterior con arco de medio
punto, recercada por alfiz y cancel de forja. Se cubre con techo plano y en los
muros se conservan algunos exvotos. La portada Interior de acceso a la nave es
de piedra caliza, con un arco apuntado cuya clave lleva tallado el emblema de
Linares, se apoya en unas jambas de piedra que terminan en una imposta de la
que arrancan tanto el arco como el alfiz. Todos estos elementos arquitectónicos
tienen una moldura de perfilería gótica.
Junto a la portada, en planta alta, se desarrolla el coro, de planta
rectangular, abierta a la nave de la iglesia con un arco deprimido rectilíneo y
una barandilla de balaustres de madera.
La nave es de planta rectangular alargada y no muy regular, con dos brazos
abiertos a la nave central por arcos apuntados y capillas laterales decoradas
con retablos. Lo más sobresaliente de este espacio es la colección de pintura
con obras de Antonio del Castillo o Juan de Alfaros y otras de Zambrano,
Sarabia y anónimos cordobeses del siglo XVII.
A la derecha, existe una capilla de planta rectangular cubierta con bóveda de
arista y tres altares, uno de ellos con la imagen de San Fernando, obra del
artista cordobés Lorenzo Cano, de poco relieve artístico; en otro altar está la
imagen de San José, atribuida al padre trapense Webber, y el tercero tiene una
imagen de San Rafael, de artista desconocido, que algunos autores aseguran que
fue la que estuvo en la primera iglesia del Juramento hasta que fue sustituida
por la actual, del escultor cordobés Alonso Gómez de Sandoval.
A la izquierda, otra capilla de planta rectangular cubierta con bóveda de cañón
con lunetos y con dos altares, uno de ellos con la imagen de Jesús Nazareno de
bastante valor artístico, cuya procedencia se cree que sea del desaparecido
convento de las Dueñas; durante muchos años tuvo una hermandad que en los días
de Semana Santa rezaba, procesionando a la imagen, un vía crucis hasta el monte
cercano, que desde entonces se conoce por Cerro de Jesús. El retablo tiene una
inscripción en la que se dice que fue dorado y pintado a expensas de don Pedro
de Heredia en el año 1801. En el siguiente testero se venera una imagen de
vestir de Nuestra Señora de los Dolores, de autor desconocido, si bien la
expresión de su rostro refleja con bastante acierto el significado de su
advocación.
Finaliza la nave en un arco apuntado cuya rosca es de piedra arenisca y conecta
con un tramo más estrecho, que corresponde al torreón. Era el antiguo
presbiterio. Se cubre con bóveda de cañón. El ábside conecta con el tramo
anterior, es de forma semicircular cubierta con una cúpula sencilla y en su
paramento se abren cinco ventanas apuntadas. Este espacio está presidido por un
templete neoclásico que cobija la talla de la Virgen de Linares. Es de planta
circular con columnas corintias que sostienen una cúpula.
Desde el lado derecho del templo se accede a la sacristía, donde se encuentra
el exvoto más antiguo, fechado el 1717. También anexa al muro derecho se ubica
la casa del santero, con dos plantas. En la parte izquierda se encuentra parte
de la antigua hospedería.
La fachada principal del santuario reproduce los esquemas de casas de campo de
los siglos XVIII y XIX, con un marcado carácter popular. Presenta, en primer
lugar, el muro de cerramiento de la antigua hospedería en la que se abran
cuatro arcos de medio punto. La del templo es de dos plantas. En planta baja,
hay dos puertas adinteladas con marco de listel y en el centro un vano de arco
de medio punto y un rehundido de alfiz, la entrada Interior del templo. En
planta alta existen tres balcones sencillos y cubierta con tejado de un agua.
Tras él se eleva un parapeto curvilíneo del que sale la espadaña, de dos
cuerpos, el bajo con dos arcos de medio punto entre pilastras y el segundo con
un arco de campana que termina en una cornisa con copete central. Fue
construida en 1862.
En resumen, el aspecto de esta construcción es el de un caserío rural andaluz
más que un edificio religioso, pero, por su complejidad, no presenta la
apariencia de ermita rural.
Este Santuario se convierte en el centro de una serie de actividades y ritos
religiosos dedicados a la Virgen de Linares (romería, ofrenda de flores...), de
amplio eco en la sociedad cordobesa. De aquí la importancia de sus valores
etnológicos.
Restauraciones de la ermita
Solamente vamos a referirnos en este capítulo a las restauraciones más
importantes llevadas a cabo en la ermita, algunas de las cuales ya se han
reseñado anteriormente. Pero no podemos obviar la primera ampliación que se
hizo en la misma en época del obispo Lope de Fitero, ni las que se hicieron,
posteriormente, en 1519, "por estar arruinado el edificio".
Con obras de mayor o menor cuantía que hubieron de efectuarse, se llegó hasta
el año 1862, fecha en que se construyó el campanario, al que ya nos hemos
referido, de dos cuerpos. En la parte superior se colocó una pequeña campana
que estuvo en principio colgada entre las almenas de la antigua atalaya y se le
puso el nombre de Santa María de Linares. Esta campana fue sustituida por otra
que se hizo en 1691, fecha que consta con su nombre en el bronce de la misma.
De las otras dos campanas, una procede de una ermita de Aguilar de la Frontera;
se hizo en el año 1702 y tiene los nombre de Jesús, María y José. Y por último,
la tercera campana, que es la mayor, pesa 244 libras y fue bautizada en la
iglesia del convento de Santa Victoria con los nombres de Acisclo, Victoria de
San Rafael, quedando colocada en la espadaña el 28 de junio de 1863. Pero la
obra más interesante de las llevadas a cabo en el santuario de Linares tal vez
sea la de la construcción de un camarín para la Virgen. De la descripción de
esta obra dice Redel que "el 28 de marzo de 1867 acordó definitivamente la
Hermandad que se procediera a la obra derribando el retablo y altar mayor, así
como cuanto fuere necesario, aunque respetando siempre la forma del castillo.
Al efecto, el día 31 del mismo mes fue una comisión de socios al santuario,
trasladó la santa imagen de la Virgen al altar de San Fernando y quitando el
antiguo retablo, quedó patente, dice un testigo presencial, el primitivo nicho
u hornacina toscamente excavada en el muro y lugar céntrico de la torre,
formando un hueco exactamente igual al bulto de la Santísima Imagen, con un
hierro a su cabeza : que manifiesta a la vez el lugar donde al ser traída fue
colocada y permaneció los primeros tiempos, y la lámpara que, pendiente del
hierro, perpetuamente la alumbraba".
El camarín fue construido a pesar de las dificultades sufridas, como carencia
de medios económicos y, especialmente, un voraz incendio ocurrido el 27 de
abril de 1882, que inutilizó varias dependencias del santuario, que fue
necesario reedificar. El día 19 de febrero de 1905, a pesar de que la imagen de
Nuestra Señora se hallaba en Córdoba, se procedió a la bendición del camarín,
que presentaba cinco artísticos ventanales con vidrieras de colores que llenan
de luz el altar, el presbiterio y parte de la iglesia, desapareciendo la
penumbra que hasta entonces reinaba en la misma.
SALVE A NUESTRA SEÑORA DE LINARES
Dios te salve, Virgen Pura.
Reina del Cielo y la Tierra;
Madre de misecordia,
De gracia pureza inmensa,
Vida y dulzura, en quien vive
Toda la esperenza nuestra
A tí, Reina suspiramos,
Gimiendo y llorando penas,
En aqueste triste valle
De lágrimas y miserias
Ea, pues Dulce Señora,
Madre y abogada nuestra,
Esos tus hermosos ojos
A nosotros siempre vuelvas
Y a Jesús, fruto bendito
De tu vientre hermosa perla.
Después de aqueste destierro
En el Cielo nos le muestra.
¡ Oh clementísima Aurora !
¡Oh piadosísisma Reina !
¡ Oh dulce Virgen María
de Linares Madre Nuestra !
Pues eres Reina del Cielo,
Alcanzad de vuestro Hijo
La salud para este pueblo,
para que todos te alaben
el la tierra y en el Cielo.
(fuente: www.virgendelinares.com)
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