“Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo"
Jn 16, 16-20
En
forma algún tanto velada Jesús les habla de su muerte y resurrección.
Después de las enseñanzas que sobre esto les hizo en su vida pública,
los apóstoles deberían haberlo comprendido, pero aparecen con la
incomprensión con que se muestran en otras ocasiones, sobre todo ante el
anuncio de grandes misterios. ¿Y qué significa: Yo me voy al Padre?,
decían citando también como incomprensión el que anuncia su ida al
Padre.
Dice
Jesús: “Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el
mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa
tristeza se convertirá en gozo”
Jesús
ha de subir al Padre y esta ausencia, le producirá tristeza a sus
discípulos, sin embargo El les recuerda amorosamente que esta desolación
y congoja se transformará en alegría. Precisamente san Lucas,
describiendo la aparición de Jesús resucitado a los Once, dirá que casi
no creían en fuerza del gozo Lc 24:41, o como los dice Mateo; “Partieron
ligeras del monumento, llenas de temor y de gran gozo, corriendo a
comunicarlo a los discípulos” Mt 28:8, y será tan profundo y definitivo,
que tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.
Y
con gozo la visión clara de la fe del plan y de la persona de Jesús, al
que ya poseerán en la plenitud de la fe total, fuerte e indestructible.
En la vida de Jesús, encontramos la amargura que nos produce el
recordar su muerte en Semana Santa, sin embargo nos llenamos de alegría,
al amanecer del domingo de resurrección.
Jesús
no les oculto la realidad por la cual pasarían sus discípulos, les dijo
también ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y
tendrán una alegría y, nadie les podrá arrebatar ese gozo.
Así
es nuestra vida de cristianos, orientada a las alegrías pascuales,
gratos sentimientos de gozo, como los que hemos sentido en las fiestas
del nacimiento de Jesucristo, o cuando celebramos la fiesta en la que se
conmemora la resurrección de Cristo o cuando percibimos los gozos de la
venida del Espíritu Santo.
Decía
San Alberto Hurtado hablando de la alegría cristiana: “Es nuestro
rostro siempre una sonrisa ancha y brillante como el sol. Llenar de sol
la vida de los demás. Crear siempre alegría a nuestro alrededor. La vida
no es triste sino alegre. El mundo no es un destierro sino un jardín.
El hombre no nace para sufrir sino para gozar. El fin de nuestra vida no
es la muerte, sino la vida.”
La
vida cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas,
nuestro gozo y alegría tiene una gran opción, “Jesucristo”. Nuestro gozo
es y debe ser fruto de una experiencia de fe en Dios y de comunión con
Aquel que es Camino, Verdad y Vida, él nos muestra a nosotros cual es el
sentido de nuestra vida en este mundo y la felicidad que nos promete
con la vida eterna.
El Evangelio, es la Buena Noticia,
es el mensaje de alegría, que nos invita a vivir en el amor del que nos
amo primero. Y este amor, el mismo amor de Cristo, ha sido infundido en
nuestros corazones por el Espíritu Santo. Por eso nos afirma San Pablo
que “el fruto del Espíritu... es alegría” Nuestra alegría testimonia la
profundidad de nuestro compromiso con el Plan divino. Quien vive su fe
con tristeza y abatimiento, no ha comprendido bien el sentido del
mensaje Jesús.
Recordemos
cuando el ángel invita a María a vivir la alegría: “Alégrate, llena de
gracia...”. María se llena de gozo en el Señor, pues el Mesías nacerá
de Ella por obra del Espíritu Santo.
Recordemos
el cántico del Magníficat, donde se expresa una hermosa palabra de
alegría, María exulta de gozo “en Dios mi Salvador... porque ha hecho en
mi favor grandes maravillas”. Así mismo luego María y José cuando
presentan al niño en el Templo, tanto el anciano Simeón como Ana se
gozan en el Espíritu ante la presencia del Reconciliador.
Recordemos el momento de la Transfiguración,
cuando en ese encuentro íntimo con el Señor mueve a Pedro a exclamar:
“Señor, bueno es estarnos aquí” Claro, sólo Jesús puede ofrecer la
alegría que nadie nos podrá arrebatar. .
Sin
embargo, nuestra vida no está libre de pruebas y dificultades, de
incomprensiones y rechazo, de dolor y sufrimiento. Sin embargo, en medio
de estas pruebas no nos dejemos abatir. San Pablo nos enseña que el
cristiano se hace fiel seguidor del Maestro “abrazando la Palabra con
gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones”. “Alegraos en
la medida en que participáis de los sufrimientos de Cristo, para que
también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria”
El Señor les Bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
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