Hech. 18, 1-8. Corinto,
ciudad muy importante dentro del itinerario apostólico de Pablo. En
primer lugar se dirige a los Judíos para anunciarles a Jesucristo; pero
puesto que ellos lo rechazan se dirige a los paganos. Estos lo reciben
con alegría y con mayor disponibilidad que los judíos.
La
Palabra de Dios no está encadenada. Si alguien la rechaza no por eso se
cierran todas las puertas al apóstol. Jamás podemos desanimarnos
porque, al anunciar a Cristo, nos encontremos con el desprecio hacia esa
Palabra de Dios o con la indiferencia de quienes nos escuchan.
Pareciera
que a veces nuestras comunidades se han quedado estancadas. El
verdadero pastor pondrá siempre el mejor de sus esfuerzos para que el
Señor sea conocido por todos y, así, todos lleguen al conocimiento de la
Verdad y vuelva a arder su corazón en el amor de Dios y del prójimo.
Sal. 98 (97).
La Victoria de Dios es nuestra Victoria. Él se ha levantado y ha
vencido a nuestro enemigo. Él lo ha hecho porque nos ama. Por eso
nosotros aclamemos con júbilo al Señor.
Todo
aquel que crea en Él tendrá la salvación y Dios hará que se manifieste,
ante todos los pueblos, como un signo de su amor siempre fiel. Él jamás
nos ha abandonado; más bien, como el Buen Pastor, ha salido en busca de
la oveja descarriada; pues Él quiere que todos los hombres se salven y
no sólo glorifiquen a Dios, sino que participen de la Gloria que nos ha
ofrecido en su Hijo Jesús.
Por eso, cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho grandes obras por nosotros.
Jn. 16, 16-20. Jesús se ha ido al Padre. Sin embargo está en pie su promesa: Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del tiempo.
Caminar
en la fe tomando nuestra cruz de cada día y siguiendo las huellas de
Jesús, llena nuestros corazones de una gran esperanza, pues queremos
llegar a donde Él, nuestra cabeza y pastor nos ha precedido.
Cuando
lo veamos y estemos con Él para siempre sabremos que todo tenía
sentido; sabremos que nuestro testimonio sobre Jesucristo, dado entre
persecuciones y muerte de un modo perseverante hasta el fin, nos
conducirá al disfrute eterno de la salvación, de la paz, de la
felicidad, del amor colmado.
Para entonces, libres del llanto, del dolor y de la muerte nos alegraremos eternamente en la contemplación del Rostro del Señor.
Cristo,
que permanece con nosotros de un modo especial en la celebración del
Memorial de su Pascua, celebrado en la Eucaristía, nos reúne, no sólo
para que alabemos su Nombre, sino para que entremos en una auténtica
comunión de vida y de misión con Él.
Lo
contemplamos y lo escuchamos; nos alegramos porque nos ha amado de tal
forma que nos hace herederos, junto con Él, de la Gloria del Padre.
Caminando
con Él la vida se nos convierte en un poco de tiempo en el que hemos de
ser testigos de su amor. No vamos solos, el Señor, su Espíritu Santo
acompaña nuestro caminar por la vida, hasta que, finalmente, estemos con
Él en una banquete eterno, participando para siempre del Gozo de
nuestro Señor.
Pero
mientras llega ese momento no podemos vivir destruyendo la paz. La
iglesia de Cristo ha sido llamada para ser signo del Señor en medio de
sus hermanos. Nuestra vocación mira al servicio nacido del amor que nos
compromete a dar la vida para que los demás tengan vida.
Hemos
de ser motivo de alegría para cuantos nos rodean, pues el Señor quiere
darse a conocer por su cercanía, por su apoyo a los necesitados, por
socorrer a los pobres, por consolar a los tristes, por dar de comer a
los hambrientos; y esto lo hará en la historia por medio de su Iglesia
que, unida a Él, no sólo participa de la Gloria del Señor resucitado,
sino que nos lleva a manifestarnos como el hombre nuevo, renovado en
Cristo, hecho salvación y cercanía de amor para la humanidad de todos
los tiempos y lugares.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser auténticos portadores de
su Amor y de su Salvación, para que cuantos nos traten tengan sobrados
motivos de alegrarse y saltar de contento por sentir cercano a ellos, de
modo concreto, la presencia del Salvador desde nuestra vida unida al
Señor.
Amén.
Homiliacatolica.com
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