Mi Amado Jesús, aquí estoy
nuevamente ante tu presencia y vengo con alegría a darte gracias por este día
que me has regalado, te adoro, te bendigo, te alabo y glorifico porque todo es
posible cuando pongo todo en tus manos.
En esta noche no quiero tener malos sentimientos ni pensamientos, ni dejarme arrastrar por malas emociones.
Mi Amado Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu y me dispondré a descansar no sin antes hacer mi ofrecimiento de obras.
Para ilustrar la necesidad de una fe auténtica, mi Amado Jesús se vale de la más sencilla de las imágenes: la de los dos tipos de casas, una construida sobre roca y la otra edificada sobre la arena.
Con esta parábola, por cierto, concluye el discurso evangélico, más conocido como el sermón de la montaña.
En él tenemos una preciosa síntesis de las actitudes básicas del que quiere cumplir coherentemente la voluntad del Padre.
Solo adoptando estas actitudes nuestra fidelidad llegará a ser mayor que la de los escribas y fariseos.
Mi Amado Jesús, dame la gracia de construir mi vida sobre la roca firme que eres Tú y que me mantenga unido a ti por la fe que aunque aparezcan nubarrones o tempestades me mantenga unido a ti.
Amén
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