El contexto de estos versículos del Evangelio de Juan contribuye a determinar el tono: nos encontramos ante el largo discurso de Jesús a los discípulos en la última cena, tras haber cumplido aquel gesto que, según el relato de Juan, califica el ministerio de Jesús como amor hasta el fin: lavar los pies a sus discípulos (Jn 13,1-15). Mirando estos intensos capítulos podemos reconocer en ellos un dinamismo que va desde el gesto como tal, el lavatorio de los pies, - un gesto en línea con las obras que Jesús ha realizado como signo que expresa su identidad y que llama a la fe a quien ve y escucha, - al largo discurso dirigido a los discípulos, expresión de despedida pero también indicación de posturas que hay que asumir y realidades que hay que atender, hasta la oración “sacerdotal” de Jesús al Padre (Jn 17), oración que supera los confines del grupo de sus discípulos para dirigirse en beneficio de todos los creyentes de todos los tiempos. Un movimiento ascensional del relato con el enaltecimiento de Jesús sobre la cruz, enaltecimiento percibido y puesto en evidencia por Juan como glorificación salvífica de Jesús y que califica ulteriormente la Pascua como paso del Verbo que desde los hombres vuelve al Padre.
Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)
Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.
Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...
Gracias
Maria Beatriz.
En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados
Hemos vuelto
Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.
Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009
Dios os bendiga y os guarde a todos.
Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009
Dios os bendiga y os guarde a todos.
5 de mayo de 2024
Lectio Divina: domingo, 5 de mayo de 2024 VI Domingo de Pascua
El mandamiento de Jesús
Juan 15,9-17
1. Oración inicial
:
Oh
Padre, tú que eres fuente de vida y nos sorprendes siempre con tus
dones, danos la gracia de responder al llamado de tu Hijo Jesús que
nos llamó amigos, para que siguiéndole a El, nuestro maestro y pastor,
aprendamos a observar sus mandamientos, la nueva y
definitiva Ley que es El mismo, camino para llegar a ti y permanecer
en ti. Por Jesucristo tu Hijo y Señor nuestro.
2. El texto
9 Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi
amor. 10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado
los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea
colmado.
12 Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he
amado. 13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. 16 No
me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y
os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo
conceda. 17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.
3. Lectura
En
el discurso de Jesús las frases se subsiguen, se concadenan
en un vértigo comunicativo que sin embargo no oprime con su ritmo,
no cansa. Cada una de las expresiones es completa e incisiva en sí, y se
inserta en el mundo expresivo de Jesús según Juan, en
la continuidad de los temas y de los términos preferentemente
usados.
En
el contexto inmediatamente previo Jesús ha hablado de sí
mismo como vid verdadera (Jn 15,1); esta imagen tiene como marco dos
relaciones: el Padre es el viñador y los discípulos son los sarmientos.
Es una imagen reveladora: antes de ser una exhortación
dirigida a sus discípulos, es expresión de un hecho: el Padre cuida
de la planta preciosa, de la relación instaurada entre Jesús y los
suyos, así como los discípulos viven una realidad de
comunión que los califica desde ahora. La exhortación se expresa con
las palabras mismas que explicitan la imagen y se centra en el verbo
“permanecer”; los discípulos están llamados a permanecer
en Jesús así como lo hacen los sarmientos en la vid, para tener vida
y dar fruto. El tema de dar fruto, pero también el tema de pedir y
obtener que vamos a encontrar en los versículos que
comentamos, ha sido anticipado aquí, ofreciéndonos un ejemplo del
estilo de Juan, que retoma los temas profundizándolos. Ciertamente en el
verso n. 9 en el tono del discurso se percibe un cambio:
no hay imágenes, sino la referencia directa a una relación: “Como el
Padre me amó, yo también os he amado”. Jesús se pone en medio de un
recorrido descendiente que va de Dios a los hombres. El
verbo “amar” lo habíamos encontrado ya en el capítulo 14 al hablar
de la observancia de los mandamientos; y ahora despunta de nuevo para
llevar a una nueva síntesis en nuestro relato allí donde
los “mandamientos” dejan paso al “mandamiento” que es el de Jesús:
“Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros” (Jn 15,17). La
relación de reciprocidad se retoma inmediatamente tras un
imperativo: “Permaneced en mi amor”; se pasa del verbo “amar” al
sustantivo “amor” para indicar que la acción procedente del Padre y que
pasa por el Hijo a los hombres ha creado y crea un nuevo
estado de cosas, una posibilidad que era impensable hasta ese
momento. Y en el verso 10 la reciprocidad se realiza en sentido
contrario: la observancia de los mandamientos de Jesús es para los
discípulos la manera de responder a su amor, en analogía y en
continuidad real con la actitud del Hijo que ha observado los
mandamientos del Padre y por esto él también permanece en su amor.
Entonces, la perspectiva es muy distinta de aquel legalismo que
había monopolizado los conceptos de “ley” y “mandamientos”: Jesús vuelve
a colocar todo en su perspectiva más verdadera: una
respuesta de amor al amor recibido, el anuncio de la posibilidad de
estabilidad en la presencia de Dios. También la frase en el v. 11 se
convierte en una salida ulterior de la perspectiva
legalista: el fin es el gozo, un gozo, eso sí, de relación; el gozo
de Jesús en sus discípulos, su gozo presente en plenitud.
En
el v. 12, como ya se ha dicho, el discurso se hace más
apremiante: Jesús afirma que sus mandamientos se reducen a uno sólo:
“que os améis unos a otros como yo os he amado”; notamos como la línea
relacional sea la misma, siempre en clave de respuesta:
los discípulos se amarán como Jesús los ha amado. Pero lo que sigue
restablece en términos absolutos el primado del don de Jesús: “Nadie
tiene mayor amor que éste: dar la vida para los amigos”
(v. 13). Es ésta la obra insuperable de su amor, una acción que
levanta a su nivel más alto el grado de implicación: el don de la vida.
De aquí una importante digresión sobre este nuevo nombre
dado a los discípulos: “amigos”; un término que se ve ulteriormente
circunstanciado en contraposición con otra categoría, la de los
“siervos”; la diferencia está en la falta de conocimiento del
siervo respecto de los proyectos de su señor: el siervo es llamado a
ejecutar y basta. El discurso de Jesús sigue su lógica: justamente
porque ha amado a sus discípulos y está a punto de dar la
vida por ellos, él les ha revelado el proyecto suyo y de su Padre,
lo ha hecho mediante signos y obras, lo hará en su obra más grande, su
muerte en la cruz. Una vez más Jesús señala su íntima
relación con el Padre: “Os he dado a conocer todo lo que he oído de
mi Padre” (v. 15). Y sin embargo, en el corazón de la afirmación de
Jesús sobre los discípulos como amigos no se olvida lo que
se ha expresado antes: “Sois mis amigos si hacéis lo que os mando”
(v. 14).
Los
últimos versículos de nuestro texto vuelven a lanzar la
imagen de la vid, con además lo que ha sido afirmado: es Jesús que
ha elegido a sus discípulos, no el contrario, la iniciativa sale de él.
Sin embargo la imagen se ha dinamizado un poco: al
contrario de una vid plantada en tierra, los discípulos están
llamados para que vayan y para que en este ir den fruto; el fruto está
destinado a permanecer (mismo verbo usado para invitar a
permanecer en el amor de Jesús), otra calificación de estabilidad
que vuelve a dar equilibrio al dinamismo.
Su
identidad de discípulos se fundamenta en la elección hecha
por Jesús y presenta un camino que recorrer, un fruto que dar. Entre
el pasado de la llamada, el presente de la escucha y el futuro de la
fructificación, el cuadro del discípulo parece completo.
Sin embargo, hay que arrojar luz sobre Alguien, hay todavía una
actitud que proponer. “Dar fruto” puede llevar a los discípulos a un
actuar unilateral; la partícula “para que” enlaza el fruto con
lo que sigue: pedir y recibir, experimentar la indigencia y el don
dado con abundancia (“todo lo que pediréis”) y gratuitamente. Aquel
Alguien que Jesús revela es el Padre, fuente del amor y de
la misión del Hijo, el Padre al cual es posible dirigirse en nombre
del Hijo ya que hemos permanecido en su amor. Y la conclusión se plantea
de manera solemne y lapidaria: “Esto os mando: que os
améis unos a otros”.
4. Meditación
Las
palabras de Jesús poco antes de su glorificación indican a
la Iglesia el sentido del seguimiento y sus exigencias. Son palabras
fuertes, que reflejan la gloria de Aquel que se entregará y dará su
vida, libremente, para la salvación del mundo (cfr. Jv
10,17-18); pero al mismo tiempo son palabras íntimas, y por esto
mismo sencillas, esenciales, cercanas, concadenadas, típicas de un
discurso de despedida donde la repetición se convierte en
llamada apremiante. Ser discípulos de Cristo es ante todo un don: es
El que ha elegido a los suyos, es El que les ha revelado su misión y
está revelando el gran “trasfondo” del proyecto de
salvación: el querer del Padre, el amor entre el Padre y el Hijo que
ahora se comunica a los hombres. Los discípulos ahora conocen, a
diferencia del pasado de los primeros pasos de la historia de
salvación y del presente de los que se han encerrado en si mismos
optando por no comprender el valor de las obras realizadas por el Hijo
por voluntad del Padre; este conocimiento pide e pedirá
opciones coherentes para no quedarse en una pretensión vacía y
estéril (cfr. 1Jn 4,8.20). “Permanecer” en el amor de Jesús y observar
sus “mandamientos” es ante todo una revelación, el don de una
suprema posibilidad que libera al hombre de la condición servil
respecto de Dios mismo para ponerlo en una nueva relación con El,
marcada por la reciprocidad, la relación típica de la amistad.
“Permanecer en su amor” es lo que los Sinópticos llamarían el reino
de Dios”, nueva situación en la historia antes herida por el pecado y
ahora liberada.
En
la cultura hebrea la observancia de los mandamientos iba
unida a unos preceptos que iban hasta los más nimios particulares;
todo esto tenía y tiene su valor, testimoniando así el esfuerzo de
fidelidad a Dios de parte de los israelitas, llenos de celo;
el riesgo, común a todas las realidades humanas, era el de perder de
vista la iniciativa de Dios enfatizando la respuesta humana. En el
evangelio de Juan Jesús restaura y por lo tanto renueva el
campo semántico de la “ley” y de los “mandamientos” con el concepto
de “permanecer”. Renueva y personaliza, ya que anuncia y muestra el amor
del Padre dando su vida para salvar el mundo; es amor
que revela la calidad no en abstracto, sino en el rostro concreto y
cercano de Cristo que ama “hasta el fin” y vive en primera persona el
amor más grande. Más de una vez Jesús ha descrito su
relación con el Padre; el hecho que el se ponga bajo la señal de la
obediencia al Padre califica la obediencia misma; no es la obediencia de
un siervo, sino la del Hijo; es la obra que realizar,
los “mandamientos de mi Padre”, no son algo exterior a Jesús, sino
lo que El conoce y desea con todo su ser. El Verbo, que estaba con el
Padre, está siempre con él haciendo lo que le complace en
una comunión de operatividad que engendra vida. Y es justamente esto
que Jesús pide a sus discípulos, teniendo en cuenta que aquel “como el
Padre me amó... como yo os he amado” no queda a nivel
de ejemplo, sino que se pone a nivel generativo, originario: es el
amor del Padre la fuente de amor expresado por el Hijo, es el amor del
Hijo la fuente de amor que los discípulos podrán dar al
mundo.
Conocimiento
y praxis están pues íntimamente enlazados en
perspectiva del “Evangelio espiritual”, así como ha sido definido el
Evangelio de Juan desde los tiempos de los Padres de la Iglesia. La fe
misma, cuando es auténtica, no soporta dicotomías ante
la vida.
Los
discípulos aparecen en estos versículos como objeto del
amor entrañable de su maestro; él no los olvidará ni siquiera al
acercarse de la prueba, cuando rezará al Padre por ellos y “por todos
aquellos que por su palabra creerán...” (Jn 17,20). En el
horizonte de la escucha, de la acogida y del compromiso está su
gozo, que es el mismo que el del maestro. Es El quien los ha elegido,
con los criterios que sólo Dios conoce, una elección que
recuerda la opción de Israel, el más pequeño de todos los pueblos.
Es Jesús quien los ha constituido, instruido, fortalecido. Todo esto
asume un significado todavía más intenso si leído a la luz
de Pascua y de Pentecostés. Parece una paradoja, pero es justamente a
esto a lo que están llamados: ser firmes/permanecer, y sin embargo ir.
Firmeza y dinamismo cuya fuente sigue siendo el
misterio de Dios, por el cual el Verbo estaba con el Padre, y sin
embargo puso su morada entre nosotros (cfr. Jn 1,2.14).
Ser
constituidos en esta solidez, ir y dar fruto define así el
cometido de los discípulos después de la Pascua del Señor Jesús.
Pero todo esto lo tenemos en los versículos unido a la invitación a
pedir al Padre, en nombre de Jesús. Del Padre, en Cristo y con
la fuerza del Consolador se espera, pues, la gracia para amar y,
amando, testimoniar.
5. Oración
Del
texto emergen algunos elementos que pueden renovar nuestro
estile de oración:
- una oración que sea realmente “trinitaria”, no
solamente en el sentido de conciencia o expresión, sino que también en
el sentido de la dinámica inherente a la oración misma;
- la exigencia de unidad entre oración y vida; la oración como
reflejo, expresión y verificación de la vida de fe;
- el gozo que tiene
que acompañar la actitud de la oración;
- la valoración de
todo lo que es humano (conciencia de la relación, gusto de la
oración, experiencia de gozo, percepción de unión con Dios), pero
también el saber relativizar en la perspectiva de que todo es
don.
Salmo 119,129-136
Tus
dictámenes son maravillas,
por eso los guarda mi alma.
Al manifestarse,
tus palabras iluminan,
dando inteligencia a los sencillos.
Abro bien
mi boca y hondo aspiro,
que estoy ansioso de tus mandatos.
Vuélvete a
mí y tenme piedad,
como es justo con los que aman tu
nombre.
Afirma mis pasos en tu promesa,
que no me domine ningún
mal.
Rescátame de la opresión humana,
y yo tus ordenanzas guardaré.
Haz
brillar tu rostro sobre tu siervo,
y enséñame tus
preceptos.
Ríos de lágrimas vierten mis ojos,
porque no se guarda tu
ley.
6. Contemplación
La
Palabra de Dios nos llama a reiterar en el corazón y con
hechos la novedad de nuestro ser discípulos del Hijo. Los cuatro
aspectos de relación con Dios, de lectura de la realidad, de compromiso
en la realidad y de atención a la vida de la Iglesia
serían como semillas de contemplación, ya que raíz de actitudes y de
posibles opciones.
Relación con Dios: crecer en la conciencia de estar
insertos en la relación trinitaria: somos pensados,
queridos, dados, salvados entre el Padre y el Hijo en el Espíritu;
plantear siempre nuestras acciones como respuesta al amor de Dios que
nos amó primero.
Lectura de la realidad: reconocer el
reflejo en lo privado de parte de personas e instituciones, así como
el acatamiento del concepto de “amor” tanto en su interpretación
materialista como también en huidas espiritualistas.
Percatarse, por otro lado, de las expectativas de relación gratuita y
liberadora, así como de las experiencias de don auténtico que quedan en
la sombra en la mayoría de las veces.
Compromiso con
la realidad: dar la vida (en todas sus formas) como expresión
concreta y que da valor al amor; la importancia de nuevas comunicaciones
de experiencias y de sabiduría, fruto del testimonio del
Evangelio en el mundo que Dios quiere salvar.
La vida de la Iglesia
como vida de relación en relación; percibir la Iglesia no sólo como
imagen de la Trinidad, sino “dentro” de la Trinidad misma.
Recuperar el sentido de la libertad y del gozo en la comunidad de
los creyentes.
7. Oración final
Señor
Jesucristo, te damos gracias por el amor con que has
instruido y sigue instruyendo a tus discípulos. Alabado seas, Señor,
vencedor del pecado y de la muerte, porque te has entregado totalmente,
implicando también tu infinita relación con el Padre
en el Espíritu. Tú nos has puesto esta relación delante y nosotros
corremos el riesgo de no comprenderla, de achatarla, de olvidarla. Nos
has hablado de ella para que comprendiéramos ese gran
amor que nos ha engendrado. Haz, Señor, que permanezcamos en ti como
los sarmientos a la vid que los sostiene y los alimenta y que por ello
dan fruto. Danos, Señor, una mirada de fe y de
esperanza que sepa pasar de las palabras, de los deseos a lo
concreto de las obras, a tu imagen, Tú que nos amaste hasta el fin,
dándonos tu vida para que tuviéramos vida en ti. Tú que vives y
reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo por los siglos
de los siglos.
Amén.
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