Con la solemnidad de Pentecostés
se da término al tiempo Pascual, y la Iglesia retoma el tiempo ordinario, el
cual se vio interrumpido por el Periodo Cuaresma – Pascua.
El tiempo ordinario se divide en dos partes. La primera ocurre entre la Navidad y la Cuaresma. La segunda parte ocurre entre los tiempos de Pascua y Adviento.
Se llama tiempo ordinario, porque no celebramos algún misterio en particular de Cristo, a diferencia de Navidad o Pascua, pero a pesar de ello, este tiempo litúrgico no es inferior a los otros ciclos del año.
El tiempo ordinario es la temporada en la que celebramos la vida y las enseñanzas de Jesucristo y lo que significa ser su discípulo. El nombre de este tiempo deriva de la palabra ordinal, que significa “contar”. Es llamado tiempo ordinario porque las semanas se nombran en orden numérico.
El color verde, que lo podemos encontrar en todas las plantas y los árboles, simboliza la vida y la esperanza, y es este el color que se utiliza durante el transcurso del tiempo ordinario.
El tiempo ordinario con cada Domingo nos invita a estar en las mejores condiciones para dar testimonio de las Buenas Nuevas de Jesucristo en medio de nuestra vida “normal” o cotidiana. De esta manera, el tiempo ordinario puede suponer un reto para nosotros como cristianos en medio de la sociedad.
De lo que se trata es de reunir a la comunidad para celebrar la vida humana y el trabajo de todos los hombres como un don de Dios y una oportunidad de enriquecimiento personal y social, todo ello en el espíritu de fe y de conversión.
Pidamos al Señor, que nos ayude a ver la belleza de los momentos ordinarios de nuestras vidas. Que nos ayude a entender que Él está con nosotros todos los días. Que consuele por medio de su Espíritu Santo a aquellos que no satisfacen sus necesidades ordinarias diarias. Y nos ayude a estar siempre agradecidos por las formas en que nos bendice todos los días.
Por: José de Jesús Beaumont Galindo
Fuente: Semanario Alégrate
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