1) Oración inicial
Te pedimos, Señor todopoderoso, que la celebración de las
fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del Evangelio según Juan 10,22-30
Se
celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la
Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el
pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo
vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo
abiertamente.» Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me
creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan
testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis
ovejas.
Mis
ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen.
Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará
de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y
nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el
Padre somos uno.»
3) Reflexión
•
Los capítulos de 1 a 12 del evangelio de Juan son llamados
“El libro de las Señales”. En ellos acontece la revelación
progresiva del Misterio de Dios en Jesús. En la misma medida en que
Jesús va haciendo la revelación, crecen la adhesión y la oposición
hacia él según la visión con que cada cual espera la llegada del
Mesías. Esta manera de describir la actividad de Jesús no es sólo para
informar cómo la gente seguía a Jesús en aquel tiempo, sino
también y sobre todo cómo debemos seguirle hoy nosotros, sus
lectores y lectoras. En aquel tiempo, todos esperaban la llegada del
Mesías y tenían sus criterios para poderle reconocer. Querían que
fuera como ellos se lo imaginaban. Pero Jesús no se somete a esta
exigencia. Revela al Padre como es el Padre y no como le gustaría a los
oyentes que fuera. Pide que nos convirtamos en nuestra
manera de pensar y actuar. Hoy también, cada uno de nosotros tiene
sus gustos y preferencias. A veces, leemos el evangelio para ver si allí
encontramos la confirmación de nuestros deseos. El
evangelio de hoy arroja luz al respecto.
•
Juan 10,22-24: Los Judíos interpelan a Jesús. Hacía frío. Mes
de octubre. Fiesta de la dedicación que celebraba la purificación
del templo hecha por Judas Macabeo (2Mc 4,36.59). Era una fiesta bien
popular de muchas luces. Jesús camina por la explanada del
Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos le preguntan: "¿Hasta
cuándo vas a tenernos en vilo? Si tu eres el Cristo, dínoslo
abiertamente". Ellos quieren que Jesús se defina y que ellos puedan
comprobar, desde sus criterios, si Jesús es o no es el Mesías.
Quieren pruebas. Es la actitud de quien se siente dueño de la situación.
Los novatos deben presentar sus credenciales. De lo
contrario, no tendrán derecho a hablar y a actuar.
•
Juan 10,25-26: Respuesta de Jesús: las obras que hago dan
testimonio de mí. La respuesta de Jesús es siempre la misma: "Ya os
lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre
son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no
creéis porque no sois de mis ovejas.” No se trata de dar pruebas. No
adelantaría nada. Cuando una persona no quiere aceptar el testimonio de
alguien, no hay prueba que tenga para que piense de
otra forma. El problema de fondo es la apertura desinteresada de la
persona hacia Dios y hacia la verdad. Donde hay esta apertura, Jesús es
reconocido por sus ovejas. “Todo hombre que está de
parte de la verdad escucha mi voz” dirá Jesús más tarde ante Pilatos
(Jn 18,37). Esta apertura estaba faltando en los fariseos.
•
Juan 10,27-28: Mis ovejas conocen mi voz. Jesús retoma la
parábola del Buen Pastor que conoce sus ovejas y él es conocido por
sus ovejas. Este mutuo entendimiento - entre Jesús que viene en nombre
del Padre y las personas que se abren a la verdad – es
fuente de vida eterna. Esta unión entre el creador y la criatura a
través de Jesús, supera la amenaza de muerte: “¡No perecerán jamás y
nadie las arrebatará de mis manos!” Están a salvo y, por
ello, en paz y en plena libertad.
•
Juan 10,29-30: Yo y el Padre somos uno. Estos dos versículos
abordan el misterio de la unidad entre Jesús y el Padre: “El Padre,
que todo me ha entregado, es mayor que todos. Y nadie puede arrebatar
nada de las manos del Padres. El Padre y yo somos uno”.
Esta y varias otras frases nos dejan entrever algo de este misterio
mayor: “Quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9). “Yo estoy en el Padre y
el Padre está en mí” (Jn 10,38). Esta unidad entre
Jesús y el Padre no es automática, sino que es fruto de la
obediencia: “Yo hago siempre lo que al Padre le agrada” (Jn 8,29; 6,38;
17,4). “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,34;
5,30). La carta a los Hebreos dice que Jesús tuvo que aprender, por
el sufrimiento, lo que es ser obediente (EEB 5,8). “Fue obediente hasta
la muerte y la muerte de Cruz” (Fil 2,8). La obediencia
de Jesús no es disciplinar, sino que es profética. Obedece para ser
total transparencia y, así, ser revelación del Padre. Por esto podía
decir: “¡El Padre y yo somos uno!” Fue un largo proceso de
obediencia y de encarnación que duró 33 años. Comenzó con el Sí de
María (Lc 1,38) y terminó con “¡Todo está consumado!” (Jn 19,30).
4) Para la reflexión personal
• Mi obediencia a Dios es ¿disciplinar o profética? ¿Revelo
algo de Dios o sólo me preocupo de mi salvación?
•
Jesús no se sometió a las exigencias de los que querían
comprobar si él era el mesías anunciado. ¿Hay en mí algo de esta
actitud dominadora e inquisidora típica de los adversarios de Jesús?
5) Oración final
¡Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
que nos muestre su rostro radiante!; Pausa.
conozca así la tierra su proceder,
y todas las naciones su salvación. (Sal 67,2-3)
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