Credo del Pueblo de Dios o ha sido un excelente punto de referencia para discernir cual es la verdadera doctrina católica
Cumpliendo con el mandato de Cristo a Pedro, a saber, la de confirmar a sus hermanos en la fe (1 Tim. 6, 20), el sumo Pontífice Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968 una solemenme profesión de fe que explica y recoge el contenido del Credo o símbolo Niceno. Desde entonces el text en tiempos de confusión.
CREDO DEL PUEBLO DE DIOS DE PAULO VI
1. Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles como es este mundo en el que transcurre nuestra vida pasajera, de las cosas invisibles como los espíritus puros que reciben también el nombre de ángeles (Cf. Dz. Sch., 3002) y Creador en cada hombre de un alma espiritual e inmortal.
2. Creemos que este Dios único es
absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus
perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en
su voluntad y en su amor. "El es el que es", como lo ha revelado a
Moisés (Cf. Ex., 3,14); y "El es Amor", como el apóstol Juan nos lo
enseña (Cf. 1 Jn., 4,8); de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan
inefablemente la misma Realidad divina de Aquél que ha querido darse a conocer
a nosotros y que, "habitando en una luz inaccesible" (Cf. 1 Tim.,
6,16) está en sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda
inteligencia creada. Solamente Dios nos puede dar ese conocimiento justo y
pleno de sí mismo revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida
eterna estamos llamados por gracia a participar, aquí abajo en la oscuridad de
la fe y más allá de la muerte en la luz eterna. Los mutuos vínculos que
constituyen eternamente las Tres Personas, siendo cada una el solo y el mismo
Ser divino, son la bienaventurada vida íntima del Dios tres veces santo,
infinitamente superior a lo que podemos conocer con la capacidad humana (Cf.
Dz. Sch. 804). Damos con todo gracias a la Bondad divina por el hecho de que
gran número de creyentes puedan atestiguar juntamente con nosotros delante de
los hombres la Unidad de Dios, aunque no conozcan el Misterio de la Santísima Trinidad.
3. Creemos en el Padre que engendra
al Hijo desde toda la eternidad; en el Hijo, Verbo de Dios, que es eternamente
engendrado; en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y del
Hijo, como eterno Amor de ellos. De este modo en las Tres Personas divinas,
"coaeternae sibi et coaequales" [eternas e iguales entre sí] (Cf. Dz.
Sch., 75), sobreabundan y se consuman en la eminencia y la gloria, propias del
Ser increado, la vida y la bienaventuranza de Dios perfectamente uno, y siempre
"se debe venerar la Unidad en la Trinidad y [Se encarnó por obra del
Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre. Estampa
antigua]la Trinidad en la Unidad" (Cf. Dz. Sch., 75).
4. Creemos en nuestro Señor
Jesucristo, que es el Hijo de Dios. El es el Verbo eterno, nacido del Padre
antes de todos los siglos y consustancial al Padre, "homoousios to
Patri" (Cf. Dz. Sch., 150), y por quien todo ha sido hecho. Se encarnó por
obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre: igual,
por tanto, al Padre según la divinidad, e inferior al Padre según la humanidad
(Cf. Dz. Sch., 76), y uno en sí mismo (no por una imposible confusión de las
dos naturalezas, sino) por la unidad de la persona (Cf. Dz., Sch. 76).
Habitó entre nosotros, con plenitud de gracia y de verdad. Anunció e instauró
el Reino de Dios y nos hizo conocer en El al Padre. Nos dio su mandamiento
nuevo: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado. Nos enseñó el camino
de las Bienaventuranzas del Evangelio: la pobreza de espíritu, la mansedumbre,
el dolor soportado con paciencia, la sed de justicia, la misericordia, la
pureza de corazón, la voluntad de paz, la persecución soportada por la
justicia. Padeció en tiempos de Poncio Pilato, como Cordero de Dios, que lleva sobre
sí los pecados del mundo, y murió por nosotros en la cruz, salvándonos con su
Sangre redentora. Fue sepultado y por su propio poder resucitó al tercer día,
elevándonos por su Resurrección a la participación de la vida divina que es la
vida de la gracia. Subió al cielo y vendrá de nuevo, esta vez con gloria, para
juzgar a vivos y muertos, a cada uno según sus méritos: quienes correspondieron
al Amor y a la Misericordia de Dios irán a !a vida eterna; quienes lo
rechazaron hasta el fin, al fuego inextinguible. Y su Reino no tendrá fin.
5. Creemos en el Espíritu Santo, que
es Señor y da la vida, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria. Él nos ha hablado por los Profetas y ha sido enviado a nosotros por
Cristo después de su Resurrección y su Ascensión al Padre; El ilumina,
vivifica, protege y guía la Iglesia, purificando sus miembros si éstos no se
sustraen a la gracia. Su acción, que penetra hasta lo más íntimo del alma,
tiene el poder de hacer al hombre capaz de corresponder a la llamada de Jesús:
"Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto."
[Creemos que la Santísima Madre de Dios, Madre de la Iglesia, continúa en el
cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo. Estampa antigua]6.
Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado, nuestro
Dios y Salvador Jesucristo (Cf. Dz. Sch., 251-252), y que por virtud de esta
elección singular, Ella ha sido, en atención a los méritos de su Hijo, redimida
de modo eminente (Cf. Lumen Gentium, 53), preservada de toda mancha de pecado
original (Cf. Dz. Sch., 2803) y colmada del don de la gracia más que todas las
demás criaturas (Cf. Lumen Gentium, 53). Asociada por un vínculo estrecho e
indisoluble a los Misterios de la Encarnación y de la Redención (Cf. Lumen
Gentium, 53, 58, 61), la Santísima Virgen, la Inmaculada, ha sido elevada al
final de su vida terrena en cuerpo y alma a la gloria celestial (Cf. Dz. Sch.,
3903) y configurada con su Hijo resucitado en la anticipación del destino
futuro de todos los justos. Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva,
Madre de la Iglesia (Cf. Lumen Gentium, 53, 56, 61, 63; Pablo VI, "Aloc. En
la clausura de la III Sección del Concilio Vat. II": AAS LVI (1964 1016);
Exhort. Apost. "Signum Magnum", Introd.), continúa en el cielo su
misión maternal para con los miembros de Cristo cooperando al nacimiento y al
desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos (Cf. Lumen
Gentium" 62; Pablo VI, Exhort. Apost. "Signum Magnum", P. 1, n.
1).
7. Creemos que en Adán todos
pecaron, lo cual quiere decir que la falta original cometida por él hizo caer a
la naturaleza humana, común a todos los hombres, en un estado en que
experimenta las consecuencias de esta falta y que no es aquel en el que se
hallaba la naturaleza al principio en nuestros padres, creados en santidad y
justicia y en el que el hombre no conocía ni el mal ni la muerte. Esta
naturaleza humana caída, despojada de la vestidura de la gracia, herida en sus
propias fuerzas naturales y sometidas al imperio de la muerte se transmite a
todos los hombres y en este sentido todo hombre nace en pecado. Sostenemos,
pues, con el Concilio de Trento [Creemos que Nuestro Señor Jesucristo por el
Sacrificio de la Cruz nos rescató del pecado original y de todos los pecados
personales. Estampa antigua]que el pecado original se transmite con la
naturaleza humana "no por imitación, sino por propagación" y que por
tanto "es propio de cada uno" (Cf. Dz. Sch., 1513).
8. Creemos que Nuestro Señor
Jesucristo por el Sacrificio de la Cruz nos rescató del pecado original y de
todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que,
según afirma el Apóstol, "donde había abundado el pecado, sobreabundé la
gracia" (Cf. Rom., 5,20).
9. Creemos en un solo Bautismo,
instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. El
bautismo se debe administrar también a los niños que todavía no son culpables
de pecados personales, para que, habiendo sido privados de la gracia
sobrenatural, renazcan "del agua y del Espíritu Santo" a la vida
divina en Cristo Jesús (Cf. Dz. Sch., 1514).
10. Creemos en la Iglesia, que es
Una, Santa, Católica y Apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra que
es Pedro. Ella es el Cuerpo Místico de Cristo, al mismo tiempo sociedad visible,
instituida con organismos jerárquicos, y comunidad espiritual; la Iglesia
terrestre, el Pueblo de Dios peregrino aquí abajo y la Iglesia colmada de
bienes celestiales, el germen y las primicias del Reino de Dios, por el que se
continúa a lo largo de la historia de la humanidad la obra y los dolores de la
Redención y que tiende a su realización perfecta más allá del tiempo en la
gloria (Cf. Lumen Gentium, 8 y 5). En el correr de los siglos, Jesús, el Señor,
va Creemos en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, edificada
por Jesucristo sobre la piedra que es Pedro. Estampa antigua] formando su
Iglesia por los sacramentos, que emanan de su Plenitud (Cf. Lumen Gentium,
7.11). Por ellos hace participar a sus miembros en los misterios de la Muerte y
de la Resurrección de Cristo, en la gracia del Espíritu Santo, fuente de vida y
de actividad (Cf. Sacrosanctum Concilium, 5,6; Lumen Gentium, 7, 12, 50). Ella
es, pues, santa, aun albergando en su seno a los pecadores, porque no tiene
otra vida que la de la gracia: es, viviendo esta vida, como sus miembros se
santifican; y es, sustrayéndose a esta misma vida, como caen en el pecado y en
los desórdenes que obstaculizan la irradiación de su santidad. Y es por esto
que la Iglesia sufre y hace penitencia por tales faltas que ella tiene el poder
de curar en sus hijos en virtud de la Sangre de Cristo y del Don del Espíritu
Santo.
Heredera de las promesas divinas e hija de Abrahán según el Espíritu, por aquel
Israel cuyas Escrituras guarda con amor y cuyos Patriarcas y Profetas venera:
fundada sobre los Apóstoles y transmitiendo de generación en generación su
palabra siempre viva y sus poderes de Pastores en el Sucesor de Pedro y los
Obispos en comunión con él; asistida perennemente por el Espíritu Santo, tiene
el encargo de guardar, enseñar, explicar y difundir la Verdad que Dios ha
revelado de una manera todavía velada por los Profetas y plenamente por Cristo
Jesús.
11. Creemos todo lo que está contenido en la Palabra de Dios
escrita o transmitida y que la Iglesia propone para creer como divinamente
revelado, sea por una definición solemne, sea por el magisterio ordinario y
universal (Cf. Dz. Sch., 3011).
12. Creemos en la infalibilidad de
que goza el Sucesor de Pedro, cuando enseña ex cathedra [desde la cátedra] como
Pastor y Maestro de todos los fieles (Cf. Dz. Sch., 3074) y de la que está
asistido también el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el magisterio supremo
en unión con él (Cf. Lumen Gentium, 25).
[Creemos que la Iglesia es necesaria para salvarse. Estampa antigua]
13. Creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual
El oró, es indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la
comunión jerárquica. Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos
litúrgicos y la legítima diversidad de patrimonios teológicos y espirituales, y
de disciplinas particulares, lejos de perjudicar a su unidad, la manifiesta
ventajosamente (Cf. Lumen Gentium, 23; Orientalium Ecclesiarum, 2, 3, 5, 6).
Reconociendo también, fuera del organismo de la Iglesia de Cristo, la
existencia de numerosos elementos de verdad y de santificación que le
pertenecen en propiedad y que tienden a la unidad católica (Cf. Lumen Gentium,
8) y creyendo en la acción del Espíritu Santo que suscita en el corazón de los discípulos
de Cristo el amor a esta unidad (Cf. Lumen Gentium, 15), Nos abrigamos la
esperanza de que los cristianos que no están todavía en plena comunión con la
Iglesia única se reunirán un día en un solo rebaño con un solo Pastor.
14. Creemos que la Iglesia es
necesaria para salvarse, porque Cristo, el solo Mediador y Camino de salvación,
se hace presente para nosotros en su Cuerpo que es la Iglesia (Cf. Lumen
Gentium, 14). Pero el designio divino de la salvación abarca a todos los
hombres; y los que sin culpa por su parte ignoran el Evangelio de Cristo y su
Iglesia, pero buscan a Dios con sinceridad y, bajo el influjo de la gracia, se
esfuerzan por cumplir su voluntad conocida mediante la voz de la conciencia,
éstos, cuyo número sólo Dios conoce, pueden obtener la salvación (Cf. Lumen
Gentium, 16).
[Creemos que la Misa celebrada por el sacerdote es el Sacrificio del Calvario.
Estampa antigua]
15. Creemos que la Misa celebrada por el sacerdote, representante
de la persona de Cristo, en virtud del poder recibido por el sacramento del
Orden, y ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo
Místico, es el Sacrificio del Calvario, hecho presente sacramentalmente en
nuestros altares.
16. Creemos que del mismo modo que
el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en
su Cuerpo y en su Sangre, que iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así
también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el
Cuerpo y en la Sangre de Cristo glorioso, y reinante en el cielo, y creemos que
la misteriosa presencia del Señor, bajo lo que sigue apareciendo a nuestros
sentidos igual que antes, es una presencia verdadera, real y sustancial (Cf.
Dz. Sch., 1651).
Cristo no puede estar así presente en este Sacramento más que por la conversión
de la realidad misma del pan en su cuerpo y por la conversión de la realidad
misma del vino en su Sangre, quedando solamente inmutadas las propiedades del
pan y del vino, percibidas por nuestros sentidos. Este cambio misterioso es
llamado por la Iglesia, de una manera muy apropiada,
"transustanciación". Toda explicación teológica que intente buscar
alguna inteligencia de este misterio, para estar de acuerdo con la fe católica
debe mantener que en la realidad misma, independientemente de nuestro espíritu,
el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte
que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están desde ese
momento realmente delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y
del vino (Cf. Dz. Sch., 1642, 1651-1654; Pablo VI, Enc. "Mysterium
Fidei"), como el Señor ha querido para darse a nosotros en alimento y para
asociarnos en la unidad de su Cuerpo Místico (Cf. S. Th., III, 73,3).
[Creemos que sigue presente, después del sacrificio, en el Santísimo Sacramento
que está en el tabernáculo. Estampa antigua]La existencia única e indivisible
del Señor en el cielo no se multiplica, sino que se hace presente por el
Sacramento en los numerosos lugares de la tierra donde se celebra la Misa. Y
sigue presente, después del sacrificio, en el Santísimo Sacramento que está en
el tabernáculo, corazón viviente de cada una de nuestras iglesias. Es para
nosotros un dulcísimo deber honrar y adorar en la santa Hostia que ven nuestros
ojos al Verbo Encarnado que no pueden ver, el cual sin abandonar el cielo se ha
hecho presente ante nosotros.
17. Confesamos que el Reino de Dios
iniciado aquí abajo en la Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura
pasa, y que su crecimiento propio no puede confundirse con el progreso de la
civilización, de la ciencia o de las técnicas humanas, sino que consiste en
conocer cada vez más profundamente las riquezas insondables de Cristo, en
esperar cada vez con más fuerza los bienes eternos, en corresponder cada vez
más ardientemente al Amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la
gracia y la santidad entre los hombres. Este mismo amor es el que impulsa a la
Iglesia a preocuparse constantemente del verdadero bien temporal de los
hombres. Sin cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una morada
permanente en este mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y
los medios de cada uno, a contribuir al bien de la ciudad terrenal, a promover
la justicia, la paz y la fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a sus
hermanos, en particular a los más pobres y desgraciados. La intensa [Creemos
que las almas de cuantos mueren en la gracia de Cristo son llevadas por Jesús
al Paraíso como hizo con el buen ladrón. Estampa antigua]solicitud de la
Iglesia, Esposa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías
y esperanzas, por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar
presente entre ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en
El, su único Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia
se conforme con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera
de su Señor y del Reino eterno.
18. Creemos en la vida eterna.
Creemos que las almas de cuantos mueren en la gracia de Cristo -ya las que
todavía deben ser purificadas en el purgatorio, ya las que desde el instante en
que dejan los cuerpos son llevadas por Jesús al Paraíso como hizo con el buen
ladrón-, constituyen el Pueblo de Dios más allá de la muerte la cual será
definitivamente vencida en el día de la resurrección cuando esas almas se
unirán de nuevo a sus cuerpos.
19. Creemos que la multitud de
aquellos que se encuentran reunidos en torno a Jesús y a María en el Paraíso,
forman la Iglesia del cielo donde, en eterna bienaventuranza, ven a Dios tal
como es (Cf. 1 Jn., 3,2; Dz. Sch., 1000) y donde se encuentran asociadas, en
grados diversos, con los santos Ángeles al gobierno divino ejercido por Cristo
en la gloria, intercediendo por Creemos en la comunión de todos los fieles de
Cristo, de los que aún peregrinan en la tierra, de los difuntos que cumplen su
purificación, de los bienaventurados del cielo. Estampa antigua] nosotros y
ayudando nuestra flaqueza mediante su solicitud fraternal (Cf. Lumen Gentium,
49).
20. Creemos en la comunión de todos
los fieles de Cristo, de los que aún peregrinan en la tierra, de los difuntos
que cumplen su purificación, de los bienaventurados del cielo, formando todos
juntos una sola Iglesia; y creemos que en esta comunión el amor misericordioso
de Dios y de los Santos escucha siempre nuestras plegarias, como el mismo Jesús
nos ha dicho: Pedid y recibiréis (Cf. Luc. 10,9-10; Jn., 16,24). De esta forma,
con esta fe y esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida del
mundo futuro. ¡Bendito sea Dios, tres veces santo!
Amén.
PABLO VI, Papa
Basílica de San Pedro
30 de junio de 1968
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