Hechos, 12, 24-13,5;
Sal. 66;
Jn. 12, 44-50;
‘Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará
en tinieblas’, nos ha dicho Jesús. Queremos estar a su luz; queremos poner toda
nuestra fe en El; no queremos apartarnos de sus caminos; nos sentimos
impulsados a llevar su luz a los demás.
¡Cuántas tinieblas tendríamos que hacer desaparecer de nuestro
mundo! Que el testimonio de nuestra vida y de nuestro amor despierte la fe en
los que nos rodean. Tiene que ser nuestro deseo y por lo que luchemos viviendo
una vida de rectitud y de amor. Nos lo exige la fe que tenemos en Jesús.
¡Cuánto tenemos que hacer y cuánto podemos hacer si nos dejamos iluminar por la
luz de Jesús!
En los Hechos de los Apóstoles, primera lectura, contemplamos el
inicio del primer viaje apostólico de san Pablo. Hay un detalle importante.
Pablo desde que tuvo su encuentro con Jesús en el camino de Damasco todo su
deseo era hablar de Jesús y así lo había hecho hasta que tuvo que retirarse en
principio a Tarso, su ciudad de origen, a donde lo fue a buscar Bernabé que lo
trajo a la Iglesia de Antioquía. Veremos ya también junto a ellos a Juan
Marcos, el Marcos evangelista del que estos días pasados ya hablamos en su
fiesta.
Se nos hace una breve descripción de aquella comunidad, donde como
en días anteriores escuchamos se comenzó a llamar cristianos a los seguidores
del camino de Jesús. Hoy nos habla el texto de los diferentes carismas que
resplandecían en aquella comunidad al hablarnos de algunos de sus miembros más
destacados. ‘En la Iglesia de Antioquía, se nos dice, había profetas y
maestros’. Y se nos hace una relación.
Pero era una comunidad que se dejaba conducir por el Espíritu del
Señor. Cosa importante porque quien dirige realmente a la Iglesia de Dios es el
Espíritu Santo que la asiste con su fuerza y con su gracia. Ayunaban y daban
culto al Señor cuando sienten que el Espíritu Santo se manifiesta entre ellos.
‘Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a la que los he
llamado’. Vuelven a ayunar y a orar y les imponen las manos. Signo de gran
significado la imposición de las manos como expresión de la asistencia y la
gracia del Espíritu. Signo que se repite en la liturgia de la Iglesia en
momentos bien significativos para expresar esa presencia del Espíritu. Se
imponen las manos al que va a recibir el Sacramento de la Confirmación, al que
es ordenado sacerdote, sobre el pan y el vino de la Eucaristía para que sean
para nosotros por la fuerza del Espíritu el Cuerpo y la Sangre del Señor, en
los diversos sacramentos como la Penitencia o la Unción de los enfermos, como
signo de bendición…
Ahora reciben la fuerza del Espíritu Bernabé y Saulo para la misión
y la tarea a la que han sido llamados. Van a comenzar su largo viaje
apostólico, primero por Chipre y luego por casi toda el Asia Menor. Ya
seguiremos en los próximos días escuchando el relato de estos viajes de san Pablo. ‘Con
esta misión del Espíritu, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre’,nos
dice el texto sagrado. Seleucia era el puerto de mar cercano a Antioquía de
Siria de donde habían partido.
Aparte del mensaje con que iniciábamos esta reflexión sobre la luz
de Jesús que nos ilumina cuando creemos en El, quedémonos con este mensaje de
la asistencia del Espíritu a la Iglesia de Dios en toda su tarea de anuncio del
Evangelio y de vivencia de la salvación de Dios. Pongamos nuestra fe en el
Espíritu Santo. Aprendamos a invocar al Espíritu Santo cuando vamos a emprender
cualquier obra buena. Sintamos la fuerza del Espíritu Santo en nuestro corazón
que nos moverá siempre a lo bueno y nos dará fuerza para apartarnos del camino
del mal y del pecado. Escuchemos al Espíritu Santo que nos habla en nuestro
interior y que será quien nos ayude a comprender y vivir todo el misterio de
Dios.
Publicado por Carmelo Hernández González
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