COMIENZA EL DECENARIO DEL ESPÍRITU SANTO
Estimado hermano, hermana: Lo encuentras al final de la entrada. Si puedes hacerlo, estupendo. Lo que más les gusta al Padre y al Hijo es derramar el Espíritu sobre nosotros y regalarnos la vida en abundancia. Pero si puedes colaborar con la acción de Dios y disponerte lo mejor posible, pues muy bien. Dios aprecia tu firme voluntad. Y ama a quien da con alegría.
¡VIDA EN ABUNDANCIA para ti!
DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO (1)
Estimados amigos, estamos entrando en la recta final del
tiempo pascual. Ya llevamos cuarenta días celebrando la resurrección de Cristo.
En efecto, a los cuarenta días, el Resucitado asciende a los
cielos. Tradicionalmente se celebraba en este jueves la Ascensión del Señor.
Ahora la celebramos el domingo próximo.
Jesús ha encomendado a los apóstoles predicar, mejor dicho,
ha «mandado» proclamar el evangelio a todas las naciones, pues se le ha dado
todo poder en el cielo y en la tierra. Pero antes de salir a evangelizar deben
ser capacitados para tal misión: No se ausenten de Jerusalén, les dice
Jesús, hasta que reciban el Espíritu Santo.
Por eso los apóstoles y discípulos se reunieron junto a
María la madre de Jesús, y permanecieron unidos en oración esperando la venida
del Espíritu.
Esta espera de diez días constituye la primera oración de
la Iglesia que se prepara, durante diez días, para una gran fiesta, un
gran acontecimiento salvífico: la efusión del Espíritu y el consiguiente
nacimiento de la Iglesia en el día de Pentecostés.
Ese tiempo de oración constituye la primera “novena” de
la historia de la Iglesia, podríamos decir.
Nosotros, por nuestra parte, hemos tratado de vivir con
paciencia y perseverancia, día a día, la ascesis cuaresmal y la alegría pascual.
Ahora notamos que lo sembrado está dando frutos. Pero aún no ha culminado este
tiempo santo. Debemos continuar abiertos a la acción del Señor.
Por eso, me ha parecido muy conveniente ofrecerles, a partir
de hoy, un Decenario al Espíritu Santo. Mediante este
ejercicio piadoso queremos sentir con mayor intensidad la fuerza del Espíritu
ya recibido en el bautismo.
La experiencia pascual de los apóstoles estuvo sazonada
constantemente por la presencia del Espíritu: antes de Pentecostés, durante
Pentecostés y después del mismo.
Nosotros también queremos permanecer los próximos días
junto a María esperando una nueva efusión del Poder de lo alto en nuestras
vidas.
Entremos, pues, con decisión y alegría en el Cenáculo de
oración donde la Iglesia de Jesús presidida por María y los apóstoles espera la
irrupción de Pentecostés.
¡Qué mejor oración que un decenario al Espíritu para
disponernos a recibir la vida en abundancia que nos regala el Padre a través
del Hijo Resucitado mediante la acción del Espíritu Santo!
NOVENO DIA
Oración para comenzar
¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para
conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo:
inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir,
diciendo: después…, mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me
falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de
entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras,
quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras.
Consideración para este 9º día
Docilidad, oración y unión con la Cruz
Para concretar, aunque sea de una manera muy general, un
estilo de vida que nos impulse a tratar al Espíritu Santo —y, con Él, al Padre
y al Hijo— y a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres
realidades fundamentales: docilidad —repito, vida de
oración, unión con la Cruz.
Docilidad, en primer lugar, porque el Espíritu Santo es
quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros
pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina
de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para tomarconciencia
de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si
somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez
más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. Los que
son llevados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.
Unión con la Cruz, finalmente, porque en la vida de Cristo
el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso
debe reproducirse en la vida de cada cristiano: somos —nos dice San Pablo—
coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con Él, a fin de que seamos
con Él glorificados. El Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total
a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros
mismos. Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en
el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando
realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir,
cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con
plenitud el gran fuego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo. Es
entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha
ganado, que se nos comunican con la gracia del Espíritu Santo.
Los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia,
castidad: y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
Oración para finalizar
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