LITURGIA DE LA PALABRA.
2 Cro 24, 17-25. Zacarías, al que matasteis entre el santuario y el altar.
Sal 88 R/. Le mantendré, eternamente mi favor.
Mt 6.24-34. No os agobiéis por el mañana.
La frase del versículo 24b, no puede ser más tajante: no se puede servir a Dios y al dinero. Erróneamente durante demasiado tiempo creímos que al pobre, al necesitado, al desamparado, había que consolarlo diciéndole que la situación en que se encontraba era la “voluntad de Dios”, y que en el “cielo” tendría su recompensa. Nuestro buen Padre-Madre Dios, nos sigue hablando hoy y enseñando que no se trata de huir de la sociedad para vivir una vida ermitaña y miserable, no es eso lo que Dios quiere para nosotros. No debemos caer en la tentación de transformarnos en seres pasivos, y achacar desgracias y pobreza a la voluntad de Dios, muy por el contrario nuestro afán se debe centrar en trabajar y esforzarnos en hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para que cada persona tenga una vida digna, derecho a un trabajo, a una buena educación, a una buena salud. Si cada uno y cada una, desde su lugar se preocupa por el bien común, y los derechos de igualdad en la sociedad en que le tocó vivir, y se entrega confiado y seguro en los brazos de Dios, todo lo demás se dará por añadidura.
Cuando murió Yehoyadá, las autoridades de Judá fueron a rendir homenaje al rey, y éste siguió sus consejos; olvidando el templo del Señor, Dios de sus padres, dieron culto a las estelas y a los oídos. Este pecado desencadenó la cólera de Dios contra Judá y Jerusalén. Les envió profetas para convertirlos, pero no hicieron caso de sus amonestaciones. Entonces el espíritu de Dios se apoderó de Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá, que se presentó ante el pueblo y le dijo: "Así dice Dios: ¿Por qué quebrantáis los preceptos del Señor? Vais a la ruina. Habéis abandonado al Señor, y él os abandona."
Pero conspiraron contra él y lo lapidaron en el atrio del templo por orden del rey. El rey Joás, sin tener en cuenta los beneficios recibidos de Yehoyadá, mató a su hijo, que murió diciendo: "¡Que el Señor juzgue y sentencie!"
Al cabo de un año, un ejército de Siria se dirigió contra Joás, penetró en Judá, hasta Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y envió todo el botín al rey de Damasco.
El ejército de Siria era reducido, pero el Señor le entregó un ejército enorme, porque el pueblo había abandonado al Señor, Dios de sus padres. Así se vengaron de Joás.
Al retirarse los sirios, dejándolo gravemente herido, sus cortesanos conspiraron contra él para vengar al hijo del sacerdote Yehoyadá. Lo asesinaron en la cama y murió. Lo enterraron en la Ciudad de David, pero no le dieron sepultura en las tumbas de los reyes
REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: 2 CRO 24, 17-25. ZACARÍAS, AL QUE
MATASTEIS ENTRE EL SANTUARIO Y EL ALTAR.
Hoy leeremos otra interpretación de la historia. Joas ha sido un rey fiel,
durante un cierto tiempo... Pero, de temperamento inestable, al final de su
vida se deja llevar a los cultos de Baal, decididamente ¡más atractivos que el
culto al verdadero Dios!
Esta página ha sido escrita en el III siglo antes de Jesucristo, por lo tanto
quinientos años después de los sucesos que se desarrollaron en el siglo VIII.
El autor de estas Crónicas subraya el papel del «sacerdocio» y del «Templo» en
la fidelidad a Dios.
-Después de la muerte del sacerdote Yeodada, vinieron los jefes de Judá a
postrarse delante del rey... Y Joas les escuchó... Abandonaron el «templo» del
Señor y adoraron los árboles sagrados y los ídolos.
Toda la historia del mundo está llena de este conflicto entre «el verdadero
Dios» y «los ídolos» que el hombre se fabrica.
Evidentemente es más tranquilizador fabricarse un «dios» a su propia talla y
necesidades... que encontrarse delante del verdadero Dios que es siempre otro,
al que no se esperaba y que, a menudo, interviene malbaratando nuestras ideas.
Es precisamente característica de Dios el cuestionar al hombre.
Cuidado. No juzguemos demasiado severamente a nuestros antepasados de haberse
dejado atraer por "árboles sagrados" y por "ídolos".
También nosotros tenemos los nuestros hoy: todo lo que sacralizamos, todo lo
que absolutizamos, todo aquello a que damos una importancia excesiva... un objeto,
una persona, una ideología... el confort, el dinero, el placer, la salud, la
belleza...
Y aunque no tenemos el mismo modo de ofrecer un "culto" a esas
realidades ¿no tendemos quizá, también nosotros a «reducir» a Dios al servicio
de nuestras necesidades elementales? Poner a Dios a nuestro servicio. Hacer de
Dios el «motor auxiliar» del hombre. ¿Es siempre la nuestra una oración de
petición?
-La cólera de Dios estalló sobre Jerusalén... y les envió profetas para que los
hombres volvieran a El.
Los profetas son los que echan abajo esa tendencia «utilitarista».
No se utiliza a Dios. Se le venera. Se le sirve. Señor, ¡envíanos tus profetas!
Señor, ¡purifica nuestras actitudes religiosas! Sánanos de ese egoísmo sutil
que nos haría utilizar nuestra fe y nuestra oración en provecho propio
solamente.
-¿Por qué transgredís las órdenes de Dios, para perdición vuestra?
Dios pregunta. Dios hace «esta» pregunta. Dios «me» hace esta pregunta.
Me tomo el tiempo necesario antes de contestarla.
Me dejo interrogar por Dios. Ya no soy yo quien pone los interrogantes. Sin
embargo, no hay que cambiar los papeles.
« ¿Por qué traspasas mis órdenes, para perdición tuya?» Señor, quiero ser muy
pequeño y humilde ante Ti.
Reconozco que Tú quieres mi bien. Ayúdame a no transgredir tu voluntad. Sé que
tu voluntad es mi «salvación»... y que mi transgresión es mi «perdición». El
hombre está perdido cuando olvida al verdadero Dios: se esclaviza entonces a
ídolos vacuos, que no tienen ningún valor.
-Apedrearon al sacerdote Zacarías en el atrio del templo.
Las vicisitudes de los dos reinos hasta la caída de Samaría, preludio de la
caída de Jerusalén, narrada en 2 Re 12-16, son recuperadas y completadas en
clave teológica llegando a las páginas paralelas de 2 Cr (se trata de la única
lectura de este libro en la liturgia ferial). Muerto el sumo sacerdote Yoyadá,
vengador del yahvismo, el rey Joás, consagrado por él, cede a las tendencias
sincretistas de los «jefes de Judá», de suerte que recae en la idolatría. La
requisitoria del profeta Zacarías fue en vano, y lo mataron para vengarse. Esto
trajo consigo el castigo divino, siempre siguiendo el riguroso principio de la
retribución, que se expresa en la invasión siria y en la muerte del rey.
Pero conspiraron contra él y lo lapidaron en el atrio del templo por orden del
rey. El rey Joás, sin tener en cuenta los beneficios recibidos de Yehoyadá,
mató a su hijo, que murió diciendo: "¡Que el Señor juzgue y
sentencie!" Al cabo de un año, un ejército de Siria se dirigió contra
Joás, penetró en Judá, hasta Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y
envió todo el botín al rey de Damasco. El ejército de Siria era reducido, pero
el Señor le entregó un ejército enorme, porque el pueblo había abandonado al
Señor, Dios de sus padres. Así se vengaron de Joás. Al retirarse los sirios,
dejándolo gravemente herido, sus cortesanos conspiraron contra él para vengar
al hijo del sacerdote Yehoyadá. Lo asesinaron en la cama y murió. Lo enterraron
en la Ciudad de David, pero no le dieron sepultura en las tumbas de los reyes.
REFLEXIÓN DEL SALMO 88 R/. LE MANTENDRÉ, ETERNAMENTE MI FAVOR.
El salterio nos ofrece hoy un salmo en el que la angustia de su autor alcanza
la más despiadada de las aflicciones: «Mi alma está llena de desgracias, y mi
vida está al borde de la tumba. Me ven como a los que bajan a la fosa, me he
quedado como un hombre in fuerzas, tengo mi cama entre los muertos, como las
víctimas que yacen en el sepulcro, de las que ya no te acuerdas, porque fueron
arrancadas de tu mano».
Al salmista le fluye el dolor de lo más profundo de sus entrañas. Parece que no
hay nada ni nadie, ni siquiera Dios, que abra una puerta de esperanza a su
hundimiento. Nos recuerda la figura de Job, un hombre sobre quien se abate el
mal en toda su crudeza a pesar de que, según él, ha caminado siempre en la
inocencia y rectitud. Escuchémosle: «Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré
mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. Diré a Dios: “¡no me
condenes, hazme saber por qué me enjuicias... aunque sabes muy bien que no soy
culpable!” (Job 10,1-6).
Hay un aspecto que nos sobrecoge: Ni Job ni el salmista tienen respuesta de
parte ele Dios que pueda iluminarles acerca del mal que ceba en ellos. Su
situación no puede ser más aplastante. Su tragedia consiste en que el mal ha
sobrevenido sobre ellos como si fuera un buitre voraz que les arranca y
descuartiza el alma.
Oímos al salmista invocar a Dios casi como advirtiéndole de que, en el lugar de
la muerte y tinieblas, donde cree que esta a punto de yacer, no podrá alabarle
ni cantar su misericordia y su lealtad: «Yo te invoco todo el día, extiendo mis
manos hacia ti: ¿Harás maravillas por los muertos? ¿Se levantarán la» sombras
para alabarte? ¿Hablarán de tu amor en la sepultura, y de tu fidelidad en el
reino de la muerte?».
Más expresiva, si cabe, es la lamentación de Job. Su esperanza en Dios ha sido
barrida de su alma hasta el punto de pensar que ya no es él su Padre, sino la
misma muerte: «Mi casa es el abismo, en las tinieblas extendí mi lecho. Y grito
a la fosa: ¡Tú, mi padre! Y a los gusanos: ¡mi madre y mis hermanos! ¿Dónde
está, pues, mi esperanza..,? ¿Van a bajar conmigo hasta el abismo? ¿Nos
hundiremos juntos en el polvo?» (Job 17,13-16).
Todo, absolutamente todo se ha cerrado para nuestros dos personajes. Nos
ponemos en su piel y les podemos oír musitar en su interior: ¡Quién sabe si
Dios no es más que una quimera, un simple deseo del hombre que le impulsa a
proyectar un Ser supremo capaz de hacerle sobrevivir a la muerte!
Sabemos cómo Dios acompañó a Job en su terrible prueba, cómo le fue enseñando
en su corazón a fin de limpiar la imagen deformada que tenía de El. Es así como
pudo plasmar en su espíritu su verdadero rostro, muy lejos, o mejor dicho,
totalmente otro, del que había formado con su limitada mente. De un modo u
otro, todos partimos de una imagen deformada de Dios que, tarde o temprano, se
convierte en un simple espejismo. Por eso nos es muy importante ver la
evolución de Job.
Efectivamente, al final del libro que lleva su nombre, vemos cómo distingue
entre el Dios en el que creía antes y el que conoce una vez pasado por el
crisol de la prueba. Oigamos su confesión: « Si, he hablado de grandezas que no
entiendo, de maravillas, que me superan y que ignoro... Yo te conocía sólo de
oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (Job 42,3-5).
En cuanto a nuestro salmista, no hay en él un final feliz como en Job. Sin
embargo, sabemos que este hombre orante, como los de todos los salmos, es
imagen de Jesucristo. Si todo queda cerrado y opaco para el hombre orante, no
es así para el Hijo de Dios. Es cierto que en su muerte se dieron cita todas
las tinieblas de la tierra: «Era ya cerca de la hora sexta cuando, al
eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona» -—es
decir desde las doce hasta las tres de la tarde, hora de su muerte— (Lc 23,44).
Si es cierto que sobre el crucificado se cernieron todas las tinieblas de las
que hemos oído hablar al salmista, más cierto aún es que, en su muerte, su
Padre abrió los cielos para recogerle resucitándole. El Señor Jesús vivió las
mismas angustias del salmista, pero su fe de que volvía al Padre, como así lo
proclamó a lo largo de su vida, actuó como una espada que, al mismo tiempo que
abría los cielos, golpeó mortalmente a las tinieblas.
Que el Hijo de Dios penetró los cielos dejándolos abiertos para siempre y para
nosotros, nos lo cuenta san Marcos presentando unos testigos de primera mano,
los mismos apóstoles: «Estando a la mesa con los once discípulos, se les
apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón por no haber
creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo y
proclamad el Evangelio a toda la creación... Con esto, el Señor Jesús, después
de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc
16,14-19).
REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: MT 6.24-34. NO OS AGOBIÉIS POR
EL MAÑANA.
La última sección del capítulo 6 pone de relieve la alternativa frente a la que
se encuentra el cristiano, una alternativa que implica la elección de su propio
«amo»: Dios o el dinero (el original cita la palabra aramea mammona). La
palabra mammona incluye la idea de ganancia, dinero y, por consiguiente, los
bienes del hombre, aunque también «la codicia» con la que el hombre los busca y
los posee (Ireneo de Lyon). Afanarse o andar preocupado (término que se repite
seis veces en el original griego) por los bienes materiales es señal de «poca
fe», una denuncia que se repite con frecuencia en la pluma de Mateo (8,26;
14,31; 16,8; 17,20), para indicar la escasa confianza en el poder y en la
providencia divinos. La insistente invitación a que no andemos preocupados es
justificada con una serie de alusiones a las criaturas animales y vegetales.
«Debemos entender estas palabras en su sentido más sencillo», observa Jerónimo,
«a saber: que si las aves del cielo, que hoy son y mañana dejan de existir, son
alimentadas por la providencia de Dios, sin que deban preocuparse por ello, con
mayor razón los hombres, a quienes ha sido prometida la eternidad, deben
dejarse guiar por la voluntad de Dios».
La expresión «Reino y su justicia» constituye una endíadis; ambos términos
están al servicio del cumplimiento de la voluntad divina, que constituye el
fundamento del Reino. El «buscad ante todo» parece sugerir el principio de la
jerarquización de las necesidades y, por consiguiente, de los bienes: en el
primer puesto deben estar los espirituales, que dan el sentido y su justo valor
a los materiales. Estos últimos nos serán dados por añadidura. «Esta promesa se
cumple en la comunidad de los hermanos, que multiplica los bienes (milagro
moral bosquejado en la multiplicación de los panes), puesto que todos renuncian
a todo y no les falta nada; más aún, buscando ante todo el Reino y la justicia
de Dios, se dan cuenta de que están puestos en una condición de vida que, por
ser conforme a la voluntad del Padre, incluye también las promesas; y todos
juntos anticipan el tiempo en el que se extenderá el Reino de Dios sobre toda
la tierra renovada y el hombre gozará de la paz sobre el monte del Eterno. Esa
es la perspectiva, no ascética, sino supremamente humana, del Evangelio, con la
que coexiste, como es natural, mientras dure el tiempo presente y la victoria
del Reino sólo sea virtual, la posibilidad de que quienes buscan
apasionadamente el Reino y la justicia de Dios acaben siendo mártires por el
Reino (Mc 10,30). Ahora bien, esta perspectiva no debe proyectar sombra sobre
la magna y confiada verdad aquí anunciada: “Dios os dará lo demás”» (G.
Miegge).
«Una cosa es poseer riquezas y otra ser siervo de las mismas», señala Juan
Crisóstomo. «Quien es siervo de las riquezas queda prisionero de ellas; quien
se ha sacudido el yugo de esta servidumbre las distribuye como hace un dueño»
(Jerónimo). El Señor quiere que nos abandonemos confiados a su providencia y
«si bien nos prohíbe pensar en el futuro» al precio del afán, «nos permite,
ciertamente, pensar en el presente», y “si nos promete los grandes bienes, no
dejará de asegurarnos los inferiores” (Jerónimo). Más aún, Jesús nos garantiza
que estos últimos nos serán dados por añadidura, con tal que dediquemos todas
nuestras fuerzas a la consecución del Reino. Por eso se nos ha dicho que lo
busquemos ante todo. El Reino, a continuación, es el mismo Cristo, a quien
acogemos en la eucaristía, en la que «se contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia» (Presbyterorum ordinis, 5). «Desde el mismo momento en que se dice
«Dios os dará lo demás», se distingue entre lo que se da y lo que se añade.
Nuestra aspiración debe dirigirse, en efecto, hacia las realidades eternas,
mientras que las temporales nos son dadas para nuestras necesidades. Estas
últimas nos son dadas, mientras que las primeras serán añadidas de manera
sobreabundante. Sin embargo, se da con frecuencia que los hombres piden bienes
temporales y no buscan los premios eternos. Piden muchas cosas añadidas, pero
no las buscan allí donde nos serán dadas» (Gregorio Magno).
Hago emerger los afanes y solicitudes que se agitan en mi ánimo. ¿Cuáles son
sus motivaciones (siempre pueden ser reducidas al orgullo)? ¿Cuáles resultan
devastadoras para mí y para los otros?
REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: MT 6.24-34.. “NO
ANDÉIS AGOBIADOS POR EL MAÑANA”.
No se puede servir a Dios y al dinero. Jesús prosigue exponiendo cuál ha de
ser el estilo de vida de sus discípulos. Hoy señala que su seguidor ha de
reconocerle como el “único Señor” con la exclusión de otros dioses; al mismo
tiempo invita a relativizar las preocupaciones terrenas y a darles el lugar y
el tiempo que les corresponde.
La enseñanza de esta perícopa es doble. Una: imposibilidad de servir a dos amos
(Dios y el dinero); otra: el cristiano ha de evitar la “preocupación-angustia”
por los medios económicos.
“No se puede servir a dos amos” es seguramente un refrán de la época. Según el
derecho de aquel tiempo, un siervo podía serlo de distintos amos. Pero, en la
práctica, esto resultaba imposible; al fin rompía con uno de los dos. El texto
lo dice con estilo semítico: “Amará a uno y odiará al otro”. Jesús presenta
aquí una alternativa radical, sin posibles componendas. Dios es el Señor
absoluto que no puede compartir señorío con nadie (Mt 22,37). El otro señor,
que entra en competencia, no es el familiar o el prójimo, ya que hay que
amarlos precisamente en Él, sino el dinero u otros ídolos que pueden prendar el
corazón.
“Nadie puede estar al servicio de dos amos”, advierte Jesús, porque sabe que el
politeísmo clandestino es un peligro muy real: dar culto a Dios, pero estar
vendidos al dinero. Algunos pueden llegar a creerse buenos cristianos porque
dan una pequeña ración de sus bienes para el culto y los pobres, dando a éstos
como limosna lo que les deben por justicia, como señala el Concilio Vaticano
II.
No se puede “prender una vela a Dios y otra al diablo”. El dinero, el éxito
social, el consumo, el afán de dominio se convierten con frecuencia en una
amante secreta, en un “dios” que exige sacrificios humanos: la salud física o
psíquica, la convivencia familiar, la amistad. Se convierte en un tirano que
hace “posesos” a sus poseedores, convierte en fin de la vida lo que no es más
que un medio. Para el cristiano el único determinante es Jesucristo: ¿Qué
bienes quiere que posea? ¿Cómo quiere que los administre? ¿Cuánto quiere que
gaste y que comparta según su espíritu?
“No estéis agobiados” Jesús invita, además, a liberarnos de la obsesión por los
bienes materiales. Son muchos los cristianos que, como Marta, andan inquietos y
nerviosos con tantas cosas, olvidando lo único necesario (Lc 10,41-42), y son
pocos los que saben poner los bienes materiales en el lugar que les
corresponde. Vivir obsesionados por los medios económicos es una auténtica
blasfemia, cuando sabemos que tenemos las necesidades básicas enteramente
cubiertas. Lo que nos puede preocupar son sólo “adornos”, los postres en el
gran banquete de la vida. “No os agobiéis por la vida, el alimento o el
vestido”.
Hasta cuatro veces repite el texto la invitación a liberarse de la preocupación
angustiosa por los bienes necesarios. Los psicólogos hablan de la neurosis de
posesión como una patología que afecta a numerosas personas de nuestra sociedad
de la abundancia. Consiste en una especie de ansiedad de quien tiene la
sensación de que nunca le llega lo que tiene. Alguien ha dicho: “Si tiráramos
por la ventana todo lo que nos sobra, las calles quedarían intransitables”.
Jesús no invita, ni mucho menos, a un providencialismo ingenuo, a cruzarnos de
brazos y a esperar a que nos caiga el maná del cielo. También los pájaros
buscan y los lirios hay que regarlos.
Una de las razones con que muchos ateos justifican su ateísmo es, precisamente,
que “Dios deje morir de hambre a cerca de cincuenta millones de seres humanos
al año”. Jesús trabajó durante los años callados de Nazaret. Pidió a sus
apóstoles que vivieran de su trabajo: “El obrero merece su salario” (Mt 10,10;
1 Co 9,14), condenó la actitud del criado haragán (Mt 25,26-27). Pablo,
mostrando sus manos callosas, testimonia: “Con estas manos he ganado el
sustento para mí y para mis colaboradores” (Hch 20,34). Y amonesta severamente
a los tesalonicenses: “El que no trabaje, que no coma” (2 Ts 3,10).
La preocupación por el goce de los bienes económicos hace olvidar el disfrute
de los bienes psicológicos y espirituales. Los bienes de los que de verdad
depende la felicidad no cuestan dinero. Quizás no puedo comprar un piso, pero
puedo formar un hogar feliz, que es más importante. “El amigo es un tesoro” que
no cuesta dinero. Los valores sólidos del Reino no se adquieren con moneda: la
tranquilidad de conciencia, la amistad, la paz, la comunión con Dios y con el
prójimo, el gozo de la esperanza, la contemplación de la naturaleza, el
disfrute de la belleza... A estos bienes soberanos tienen acceso más fácil los
pobres y humildes. Jesús invita a la confianza en el Padre que se hace providencia
a través de los hermanos que comparten fraternalmente (Hch 4,32). El H. Roger
motivaba: “Haz de tu vida una parábola del compartir... Empieza por una
transformación de tu manera de vivir”. El mundano goza acumulando; el
cristiano, compartiendo. El mundano, recibiendo; el cristiano, dando.
REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: MT 6.24-34. CONFIANZA
EN LA PROVIDENCIA
La pequeña parábola que abre esta sección no ofrece mayor dificultad. Según el
derecho de aquella época un siervo podía serlo, al mismo tiempo, de distintos
amos. Pero, en la práctica, esto resultaba imposible. Llegaba siempre el
momento en que se adhería a uno y se separaba del otro. El texto lo dice, al
estilo semítico, afirmando que «amará a uno y odiará al otro». Partiendo de
esta imagen, cuyo fondo es una radical disyuntiva, sin posibilidad de
componendas, la disyuntiva se aplica a Dios, el Señor absoluto. Es él quien
solicita el corazón humano, al hombre entero, y en exclusiva, El otro señor,
que entra en competencia, no es el prójimo, la esposa, el esposo o el hermano;
éstos no entran en competencia con el señorío de Cristo. El otro «señor» de la
competencia es el dinero, mammon. El dinero se convierte en ídolo y acapara así
la adoración del corazón. Cuando esto ocurre, se prescinde del verdadero Señor,
quebrantando el primer mandamiento.
La absoluta pretensión de Dios sobre la vida del hombre puede parecer excesiva
y necesita unos argumentos que justifiquen una entrega total. Utilizando una
serie de imágenes, tomadas de la vida de la naturaleza, se impulsa al hombre a
que ponga toda su confianza en Dios. Debe descartarse de la vida la
«preocupación-angustia».
Es la palabra clave de toda la sección; se halla repetida cuatro veces (vv. 25.
27. 28. 34). Se condena en cuanto imposibilita nuestra búsqueda de Dios. La
mejor ilustración nos la ofrecen las palabras de Jesús en el caso de Marta y
María (Lc 10, 41) y un óptimo comentario tenemos también en la parábola del
sembrador (Mc 4, 19: la buena semilla queda ahogada por las preocupaciones... y
no fructifica).
Para ilustrar esta doctrina se aduce el ejemplo de las aves. Ni siquiera
podemos imaginarlas sembrando o cosechando. No obstante, subsisten. Por otra
parte, nadie puede prolongar los días de su vida. La preocupación-angustia
estaría, tal vez, justificada, en el caso de poder prolongar la vida. Pero si
no sirve para eso, ¿qué sentido puede tener el verse dominado por la angustia y
ansiedad a causa de bienes menores que la vida?
El otro ejemplo está tomado de los lirios y yerba del campo. La lección es
clara: si la providencia se extiende a algo tan efímero y pasajero, ¡cuánto más
se preocupará por la vida del hombre!
El imperativo urgente que pesa sobre la vida del hombre tiene mucha mayor
envergadura. Debe buscar, en primer lugar y por encima de todo, el reino de
Dios y su justicia. El objetivo de la búsqueda del hombre se expone en frases o
palabras sinónimas: «reino de los cielos» y su «justicia». La verdadera
preocupación del hombre debe ser no salirse del reino o señorío de Dios, no
perderle como Señor, no dejar de ser siervo suyo. Es la petición del
Padrenuestro y el centro de gravedad de las Bienaventuranzas. El deseo de no
salirse de su justicia, de su actividad salvífica, que introducirá al hombre en
la vida verdadera y definitiva. Las demás cosas vendrán contando con la
providencia de Dios, dentro de la cual se encuadran el trabajo y el esfuerzo
humanos.
REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: MT 6.24-34.EXISTE UNA DIFERENCIA
ENTRE "SERVIR A MAMMON" Y "PREOCUPARSE SIMPLEMENTE DE LO QUE SE
VA A COMER".
Existe una diferencia entre "servir a Mammon" y "preocuparse
simplemente de lo que se va a comer". Esta última preocupación puede ser
sana, no es necesariamente una esclavitud de Mammon. (...) La enseñanza que se
desprende de esta perícopa es doble: por una parte, subraya la imposibilidad de
servir a dos amos a la vez (v. 24); por otra, pone en evidencia la actitud
cristiana ante la inquietud (vv. 25-33). En el primer caso, Cristo se dirige a
los ricos (véase el contexto en el que Lc sitúa esta frase: 16.1-9/13-15); en
el segundo, por el contrario, habla a los pobres que se hallan expuestos a la
inquietud ante su desamparo y a perder por ello su libertad de espíritu. A
pesar de todo, el Evangelio transmite un mensaje único: tanto si se es rico
como si se es pobre, nuestra vida está orientada hacia el Reino, y esta
orientación no puede ponerse en duda a base de requisitorias o de
preocupaciones que eludirían esa opción fundamental.
-El servicio de Dios no admite componendas (Dt 6. 13; 10. 20; 11. 13); la
opción de la fe exige una libertad interior respecto a todo lo demás,
especialmente a todo lo que puede atar al mundo (1 Tm 6. 10).
-Por otra parte, si Dios vela con solicitud sobre criaturas tan insignificantes
como los pájaros y las flores, aun cuando no hacen nada, qué cuidado no tendrá
de esas criaturas más dignas que son los hombres, que colaboran eficazmente en
su obra. Cristo libera a las almas de su inquietud (pero no les invita a imitar
la despreocupación de los pájaros) con el fin de que puedan consagrarse con una
total entrega y fidelidad a la búsqueda del Reino (vv. 31-33). En este punto de
su argumentación introduce Cristo una mención del "Padre", dando así
a entender que el sentimiento de confianza filial debe tranquilizar la natural
inquietud. Y a quienes buscasen tan solo en una pertenencia material al Reino
la tranquilización de su inquietud, Mateo les sale al paso añadiendo al texto
de Cristo... "y su justicia" (como ya en Mt 5. 6/10) para subrayar
que no se encontrará paliativo a la inquietud sino en la observancia de esa
justicia nueva que vienen juntamente a definir las bienaventuranzas y el
discurso en la montaña.
Contexto. El sermón de la montaña. Mateo lo ha situado tras la invitación de
Jesús a seguirle para ser "pescador de hombres". En el evangelio de
Mateo, el sermón de la montaña tiene por función explicar qué significa eso de
ser pescador de hombres. Texto. Principio general, justificación de la misma y
nueva formulación del principio en términos personales y concretos (v. 24).
Consecuencia práctica (vs. 25-34). Díptico vida-alimento, cuerpo-vestido (v.
25). Explicación de la primera tabla del díptico (vida-alimento, vs. 26-27).
Explicación de la segunda tabla (cuerpo-vestido, vs. 28-30). Doble conclusión
que se saca de las explicaciones (vs. 31-33 y v. 34).
La consecuencia práctica gira en torno al verbo "estar agobiado", que
se repite en cinco ocasiones (vs. 25, 27, 28, 31 y 34). La consecuencia
práctica se formula de manera directa en la doble conclusión, sobre todo en los
vs. 31-33.
El tono de los vs. 25-34 es personal y exhortativo. Son reflexiones afectuosas
del Maestro, que saben a coloquio en familia. El estilo espontáneo, la viveza
de las interrogaciones, el aliento de profundo sentido poético y humano hacen
de estos versículos una página encantadora e inimitable.
Pre-texto. Dios y dinero: dos "amos" con intereses absorbentes y
divergentes. Paganos: los no judíos, es decir, todos los que no tienen
experiencia del Dios bíblico. Andar agobiado: estado de ánimo de quien, por
haber exagerado en el horizonte de su existencia la perspectiva de los bienes
materiales, compromete en su adquisición y acrecentamiento las energías del
espíritu.
Sensibilidad estética como actitud y lenguaje poético como formulación. Sólo
desde estos presupuestos se puede leer y explicar esta página evangélica. Sin
estos presupuestos, mejor es renunciar a hablar este domingo. Estamos ante una
obra de arte exquisita. ¡Por favor, no la estropeemos!
Sentido del texto. Se puede formular en estas dos proposiciones: el dinero
esclaviza la libertad, sometiéndola al servicio de un ídolo (v. 24); el dinero
angustia la existencia (vs. 25-34). "¡Pero más la angustia el no
tenerlo!" En efecto, así es como hablan los paganos.
Frente a la fascinación del dinero, fácilmente entronizado a categoría de
"dios", Jesús hace un llamamiento a la reorientación teocéntrica del
vivir humano: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia".
"Primero" no encabeza una ordenación cronológica (como si después
hubiera necesidad de buscar el alimento y el vestido), sino que señala un valor
supremo y único.
¡Gente de poca fe! ¿No radicará aquí nuestro fallo? Es decir, ¿no será que Dios
es también para nosotros, los que nos decimos sus hijos, una sigla?
Si Dios vela con solicitud sobre criaturas tan insignificantes como los pájaros
y las flores, aun cuando no hacen nada, qué cuidado no tendrá de esas criaturas
más dignas que son los hombres, que colaboran eficazmente en su obra. Cristo
libera a la almas de su inquietud (pero no les invita a imitar la
despreocupación de los pájaros) con el fin de que puedan consagrarse con una
total entrega y fidelidad a la búsqueda del Reino (vv. 31-33). En este punto de
su argumentación introduce Cristo una mención del "Padre", dando así
a entender que el sentimiento de confianza filial debe tranquilizar la natural
inquietud. Y a quienes buscasen tan sólo en una pertenencia material al Reino
la tranquilización de su inquietud, Mateo les sale al paso añadiendo al texto
de Cristo..."y su justicia" (como ya en Mt. 5, 6-10) para subrayar
que no se encontrará paliativo a la inquietud sino en la observancia de esa
justicia nueva que vienen justamente a definir las bienaventuranzas y el
discurso en la montaña.
ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.
Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante los ojos este provecho y cómo nos
insinúa la conveniencia de desprendernos de lo que pudiera serle contrario.
Porque no os daña sólo la riqueza —parece decirnos— porque arma a los ladrones
contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo en toda vuestra
inteligencia, sino también porque os aparta del servicio de Dios y os hace
esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica: haciéndoos
esclavos de lo que debierais ser señores y apartándoos del servicio de Dios, a
quien por encima de todo es menester que sirváis. Lo mismo que anteriormente
nos había el Señor indicado un doble daño: primero, poner nuestros tesoros
donde la polilla los destruye, y, luego, no ponerlos donde la custodia sería inviolable;
así nos señala también aquí el doble perjuicio que de la riqueza nos viene:
apartarnos de Dios y someternos a Mammón.
Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el Señor la
conveniencia de despreciar la riqueza —para la guarda de la riqueza misma, para
la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para seguridad de la
piedad—, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo a lo que nos
exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador: no sólo ordenar
lo conveniente, sino hacerlo también posible. Por eso prosigue el Señor
diciendo: No os preocupéis...»
REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA EL DÍA.
La inquietud es cosa de los paganos, que no creen, que confían en su fuerza
y su trabajo, y no en Dios. Todo el que se preocupa es pagano, porque no sabe
que el Padre conoce todo lo que necesita. Por eso quiere hacer por sí mismo lo
que no espera de Dios. Más, para el que sigue a Jesús, la frase válida es:
«Buscad primero el Reino y su justicia, que todo lo demás se os dará por
añadidura». Con esto queda claro que la inquietud por el alimento y el vestido
está lejos de ser inquietud por el Reino de Dios, tal como nos gustaría pensar,
como si el cumplimiento de nuestro trabajo por nosotros y nuestra familia, como
si nuestra inquietud por el pan y la vivienda, constituyesen la búsqueda del
Reino de Dios, como si esta búsqueda sólo se realizase en medio de tales
inquietudes.
El seguidor de Jesús, después de una larga vida de discípulo, responderá a la
pregunta: « ¿Os ha faltado algo alguna vez?» diciendo: «Nunca, Señor». ¿Cómo
podría faltarle algo a quien, en el hambre y la desnudez, la persecución y el
peligro, está seguro de la comunión con Jesucristo?
EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL
MAGISTERIO DE LA SANTA IGLESIA: NO HAY PECADO SIN CASTIGO NI CASTIGO SIN
PECADO.
Ya la historia deuteronomista se basaba en el principio tradicional sobre la
retribución, de acuerdo con el cual los buenos recibían premios y los malos,
castigo. En realidad, éste es el principio subyacente a toda la historia
deuteronomista, que trata de explicar el porqué de la destrucción de Jerusalén
y del templo y el porqué del exilio. La respuesta es que todos estos trágicos
acontecimientos tienen carácter de castigo por los pecados colectivos y
reiterados del pueblo.
El Cronista extrema más todavía esta rígida doctrina de la retribución y la
eleva casi a categoría de principio absoluto. Para el Cronista no. hay pecado
sin castigo ni castigo que no esté precedido por un pecado. Esta doctrina que
el Cronista quiere ver cumplida de manera casi mecánica y automática por todas
partes, le ha obligado a introducir numerosas modificaciones en sus fuentes.
Dos de las más significativas tienen lugar en los reinados de Manasés y Josías.
La historia deuteronomista insiste en la impiedad de Manasés (2Re 21, 1-18) y
la religiosidad de Josías, que ha llevado a cabo dos reformas religiosas (2Re
22—23). Ahora bien, el impío Manasés tuvo un reinado de los más largos, lo cual
se consideraba como un premio, y en cambio el pío rey Josías murió en plena
juventud lo cual se consideraba como un castigo. Es decir, la historia parecía
contradecir el rígido principio de retribución.
Para solucionar la dificultad, el Cronista ha introduciuna conversión en la
vida de Manasés (2Cr 33, 11ss.) un pecado en la vida de Josías (2Cr 35, 2
1-22).
Dentro de esta perspectiva se almea la historia de Joás. Según el Cronista, el
reinado de Joás se desarrolla en dos partes. Durante la primera (2Cr 24, 1-16)
Joás observa una conducta ejemplar, incluso lleva a cabo una reforma religiosa,
y el éxito acompaña a sus empresas. Pero, muerto el sacerdote Yahoyadá, que
había sido su mentor durante la primera mitad, Joás y el pueblo abandonaron a
Yavé para irse detrás de los ídolos; no dieron oídos a los profetas e, incluso,
el rey llegó a dar muerte a uno de ellos, a Zacarías.
Todos estos hechos provocaron la cólera de Dios, que entregó al pueblo de Judá
en manos de los arameos, los cuales hirieron gravemente al rey, que murió
finalmente a manos de los suyos. Y todo ello en castigo por haber abandonado a
Yavé.
Esta doctrina retribucionista tan rígida y mecánica pertenece al período
precristiano de la revelación y lleva por tanto impresas las imperfecciones y
limitaciones propias del Antiguo Testamento. Es verdad que ciertos ambientes
del Nuevo Testamento siguen alimentando todavía los mismos pensamientos.
Recuérdese, por ejemplo, la espontaneidad con que los discípulos preguntan a
Jesús en presencia del ciego de nacimiento: «¿Rabbí?, ¿quién pecó, él o sus
padres, para que haya nacido ciego?» (Jn 9, 2). Más aún, el hombre de todos los
tiempos, sobre todo si pertenece a sociedad muy sacralizada, se siente
inclinado a dejarse llevar por esta concepción mecánica y automática de la
retribución: Ya en el Antiguo Testamento se levantan protestas fuertes contra
esta doctrina, que simplifica excesivamente las cosas. Ahí están los libros de
Job y del Eclesiastés. Sobre todo los que vivimos después del misterio de la
Encarnación y la revelación del Hijo de Dios, sabemos que Dios es amor. «La
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros... Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios
con la muerte de su Hijo, ¡con cuánta mayor razón, estando ya reconciliados,
seremos salvados por su vida!» (Rom 5, 8-10).
No podemos reducir a Dios a un mero contable, que va anotando en el libro de la
vida el «haber» y el «debe», para luego retribuir de manera fría y mecánica.
Dios es justo ciertamente y retribuirá a cada uno según sus obras (Rom 2, 6),
pero sobre todo Dios es bueno y otorga el denario incluso a los que han llegado
a última hora +
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