1.- CRISTO Y LA IGLESIA.
Jesús fue enviado por el Padre para anunciar la salvación a todos los hombres, que se realizaría con su Muerte y Resurrección. Este anuncio no pasó desapercibido entre la gente de su tiempo. Todos hablaban de él, los de arriba y los de abajo. Unos a favor y otros en contra. Algunos le llegaron a llamar endemoniado y blasfemo, otros lo confundían con Elías, el gran profeta de Israel. Tanto unos como otros estaban equivocados…
También hoy se habla de Cristo y de su obra, la Iglesia. Para criticarla o para defenderla. Todos se consideran aptos para emitir un juicio. Sin embargo, con frecuencia se aplican en esos juicios unos criterios inadecuados, se emplea una visión materialista y temporal que no llega ni a intuir la grandeza divina del Señor y la naturaleza sobrenatural del misterio de la Iglesia.
2.- TÚ ERES PEDRO.
En el evangelio de hoy vemos a san Pedro que, movido por Dios Padre, exclama entusiasmado y seguro: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Con ello nos ofrece la clave para entender a Jesucristo y a la Iglesia. Sólo desde la perspectiva de la fe se puede entender la verdadera naturaleza del mensaje que Jesús ha traído, la salvación que él ha iniciado con su muerte en la cruz y que la Iglesia proclama y transmite a los hombres de todos los tiempos.
Y en esa Iglesia, en ese Pueblo de Dios, un jerarca supremo. En esa casa de Dios una piedra de fundamento. En ese rebaño un pastor. En esa barca un timonel. En ese cuerpo una cabeza visible. En ese reino un soberano pontífice. Es cierto que el único Sumo Pontífice es Cristo Jesús, el único Rey, la Piedra angular, el Buen Pastor, la única Cabeza. Sin embargo, el Señor quiso que su Iglesia fuera una sociedad visible y organizada, con una jerarquía y un supremo jerarca, un pueblo, el Nuevo Israel, regido por Pedro y los otros once apóstoles, por sus sucesores cuando ellos murieron, el papa y los obispos de todo el mundo en comunión con la Sede romana.
3.- LA PRIMACIA.
Desde el principio la primacía de san Pedro fue reconocida por todos, como vemos en los Hechos de los apóstoles. Es cierto que hubo una ocasión en que Pedro actuó de una forma inadecuada: “pues antes de venir algunos de los de Santiago, comía con los gentiles; pero en cuanto aquellos llegaron, se retraía y apartaba por miedo a los de la circuncisión” (Ga 2, 12). Era tal la presión que le mismo Bernabé había cedido. Cuando llegó San Pablo y vio lo que ocurría, según nos refiere él mismo, le dijo a “Cefas delante de todos… ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?”. Sin embargo es preciso aclarar que esa intervención de Pablo, en lugar de quitarle autoridad, se la reconocía y afianzaba. En efecto, a Bernabé no le dice nada y a Pedro sí, sencillamente porque lo grave es quien era la cabeza de la Iglesia actuara así. “Además de esto, decía Ratzinger en libro citado, la Carta a los Gálatas atestigua que esa preeminencia subsiste incluso cuando el primero de los apóstoles permanece en su comportamiento personal por debajo de su cometido ministerial (Ga, 2, 1-14)”. Por tanto, Pablo reconoce a Pedro su primacía. Por eso, además, le llama Cefas, el nombre que Jesús da a Simón el hijo de Jonás, vocablo arameo que significa piedra, alusión clara a que sobre él, a pesar de sus fallos, edificaba su Iglesia.
Así lo quiso Jesucristo, así ha sido, así es y así será. Es cierto que hay quien lo discute, quien lo niega o lo ridiculiza. Pero es inútil. La Iglesia, por voluntad de su divino fundador, es así y sólo así seguirá adelante, pues según la promesa divina los poderes del Infierno no prevalecerán contra ella. Por eso la barca de Pedro continuará navegando hasta llegar al puerto de la salvación. Y sólo los que, de una forma u otra, estén dentro de esa barca, se salvarán.
Antonio García-Moreno
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