LITURGIA DE LA PALABRA
2R 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36: Yo
escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David.
Sal 47 R/: Dios ha fundado su ciudad para siempre.
Mt 7, 6.12-14: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Este relato nos sitúa en el conjunto de apariciones de Jesús resucitado, pero
el relato que nos describe el evangelista Juan tiene sus particularidades. María
Magdalena va sin miedo a la tumba, empujada por su amor, tan pronto como el
sábado termina y ella tiene libertad de movimiento, lo mismo que estuvo
presente al pie de la cruz, también está presente en la tumba. Su primera
misión de amor comienza con su mensaje a los dos discípulos, así se convierte
en la intermediaria humana para que el discípulo amado crea sin haber visto.
Cuando los dos discípulos ven la tumba vacía y los lienzos, simplemente vuelven
a casa. Pero el amor de María la tiene atada a aquel lugar.
Un detalle muy importante es que Jesús encomienda a María Magdalena, que
anuncie a sus hermanos el mensaje pascual fundamental, desde ese momento El y
sus discípulos van a permanecer inseparablemente unidos como miembros de la
única familia de Dios. Ella no es solo la primera en contemplar a Cristo
resucitado y la apóstol de apóstoles, sino también la portadora del mensaje de
la nueva creación, Jesús se lo encomendó aunque era muy consciente de que el
testimonio de las mujeres no contaba en la cultura judía. Su glorificación
marca el comienzo de una nueva cultura cristológica.
Es interesante anotar que en los relatos de la apariciones del resucitado está
presente como algo fundamental la dimensión misionera, se lo dice también a
María Magdalena tiene que ir a anunciar a sus hermanos que ha visto al
Resucitado. El contemplar a Cristo resucitado nos impulsa a toda la Iglesia a
ser comunicadora y anunciadora de esta nueva realidad, se convierte así en
anunciadora de una vida nueva.
No es posible leer este evangelio, y decir todo esto, y no darse cuenta de que
la realidad de la mujer en la Iglesia no es evangélica... ¿Qué podemos hacer?
Hay muchas personas, muchas mujeres sobre todo, que celebran la fiesta de María
Magdalena como una reivindicación pendiente en la Iglesia. ¿Hace falta ser
mujer para defender la Causa de la Mujer? ¿A quién le puede dejar indiferente
esta situación?
REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: 2 REYES 19, 9B-11.14-21.31-35ª.36.ME ABANDONARON A MÍ, FUENTE DE AGUA VIVA, Y CAVARON ALJIBES AGRIETADOS.
La narración bíblica prosigue hablando de la masiva inmigración de cinco
estirpes extranjeras e idolátricas (los famosos “cinco maridos” de Jn 4,18) en
tierras de los samaritanos, inmigración que provocó un auténtico sincretismo:
«aquellas gentes daban culto al mismo tiempo al Señor y a sus ídolos. Y sus
descendientes siguen haciendo lo mismo hasta el día de hoy» (2 Re 17,41). A
Judá le aguardaba un destino que no era diferente. Reinaba allí el piadoso rey
yahvista Ezequías (716-687), que logró salvar Jerusalén entrando en una
relación de vasallaje con Asiria (2 Re 18,13ss). A pesar de ello, la reacción
antiasiria, con el apoyo egipcio, era viva.
El fragmento que hoy nos ofrece la liturgia nos presenta la carta del rey de
Asiria
Senaquerib (704-68 1) en la que amenaza a Ezequías con ponerse en contra
de él.
Al mismo tiempo, Isaías, en un extenso canto que incluye el oráculo divino (vv.
2 1-34, reducidos en el texto litúrgico), anuncia la derrota, por obra del
mismo Señor, del ejército de Senaquerib, diezmado probablemente por la peste.
-Senaquerib, rey de Asiria, envió mensajeros a Ezequías, rey de
Jerusalén: "Bien has oído lo que los reyes de Asiria han hecho a todos los
países, entregándolos al anatema, y tú ¿te librarías?"
Provocación, ultimátum.
Ezequías sabe muy bien a qué ha de atenerse. Su propio ejército es
ridículamente débil ante el poderoso ejército de Senaquerib: y todas las
capitales vecinas han sucumbido ya.
De Samaria, capital del Reino del Norte, no queda piedra sobre piedra. Y está
situada sólo a unos sesenta kilómetros de Jerusalén.
Y he ahí a los temibles soldados a las puertas de Jerusalén: ¡ciento ochenta y
cinco mil hombres dirá el texto, algo más allá! Todo ello indica que la
situación humanamente es desesperada. Es la época del profeta Isaías. Este
sigue repitiendo a todos que no hay que apoyarse en las "alianzas"
humanas, sino sólo en Dios (Isaías 10, 5-34)
-Ezequías tomó la carta... la leyó... luego subió al Templo del Señor, y
desplegó la carta ante el Señor.
Gesto emocionante. Mira, Señor, lee este ultimátum que he recibido.
Gesto que se repite en todas las épocas: se acude a Dios para exponerle lo que
forma parte de nuestras angustias, de nuestras preocupaciones.
-"Señor, Dios de Israel que te asientas sobre los Querubines, Tú sólo eres
Dios en todos los reinos de la tierra. Presta tu oído y escucha... abre los
ojos y mira..."
Ese monoteísmo -afirmación de que no hay más que UN Dios- es ciertamente el que
Isaías predica.
Es una gran originalidad, en la historia de las religiones, y un gran progreso
en la idea de "Dios". En efecto, hasta aquí el conjunto de los
pueblos creía en "dioses" localizados: en términos generales, cada
ciudad tenía el suyo, cada rey, cada nación, tenía su "protector";
pero no se pensaba en imponer su "dios" a los demás. Esto subraya
tanto más la pretensión de Israel, único en su género entonces, que adorase al
"único Dios de todos los reinos de la tierra".
¿Qué concepción tengo yo de Dios? ¿Tengo yo una idea suficientemente grande de
El?
¿Pienso que el único Dios verdadero, para todas las razas, es el Único, el
Padre de todos los hombres, el que ama a todos los hombres?
-Entonces Isaías hizo enviar un mensaje a Ezequías:
«De Jerusalén saldrá un "Resto"; el celo del Señor del Universo lo
hará. No entrará en esa ciudad el rey de Asiria...»
Cuando un pueblo o una persona pone toda su confianza en Dios, suceden cosas
sorprendentes de ese género.
Efectivamente, la historia nos enseña que Jerusalén fue salvada por la llegada
de un ejército egipcio y también por una epidemia de peste que diezmó el ejército
de Senaquerib y le obligó a levantar el sitio de la ciudad.
Esa salvación inesperada fue interpretada como un signo del cielo.
Sucede también a menudo, que unas plegarias incluso fervorosas no son
aparentemente atendidas.
Porque, sigue siendo verdad que la Fe, en su forma más pura, es un ponerse en
las manos de Dios, sin ningún cálculo interesado.
¡Atiéndenos, Señor! ¡Escúchame, Señor!
Y ayúdanos, Señor, a seguir creyendo en Ti, aun cuando tenga la impresión de no
haber sido escuchado.
REFLEXIÓN DEL SALMO 47. EN TÍ ESTÁ SEÑOR LA FUENTE VIVA
Es un cántico de Sión, esto es, una alabanza de la ciudad de Jerusalén. Gracias
al templo, morada de Dios, esta ciudad no cae en las manos de sus enemigos.
Este salmo tiene cuatro partes: 2-4; 5-8; 9-12; 13-15. La primera (2-4) une
estrechamente al Señor con Jerusalén (Sión); se la llama «ciudad de nuestro
Dios» y «ciudad del gran rey» (2-3). Se elogia el monte Sión (donde se levanta
el templo), afirmando que es santo, hermoso, alegría de toda la tierra y
vértice del cielo (cuatro modos de caracterizarlo). Se presenta como el centro
del mundo. Además se habla de los palacios que hay junto a las murallas de la
ciudad, en los que Dios se ha manifestado como un alcázar (4; si se derrumban
las murallas, también los palacios se vendrían abajo). El Señor se presenta
como un guerrero que defiende su ciudad.
La segunda parte (5-8) habla de un conflicto entre Sión y los reyes que han
venido con sus ejércitos para atacarla. La derrota que sufrieron fue total. Se
compara lo que sintieron con el temblor de los dolores del parto (7), y lo que
padecieron es semejante a la destrucción que provoca el viento del desierto que
destroza las naves de Tarsis (8). Esta imagen es muy enérgica, pues el viento
del desierto viene del este, y Tarsis quedaba al oeste (probablemente en
España).
La tercera parte (9-12) es la constatación de los peregrinos que llegan a
Jerusalén con motivo de las fiestas. Habían oído hablar de todas estas cosas.
Ahora pueden verlas con sus propios ojos: Dios ha fundado Jerusalén para
siempre (9). Por tanto, pueden meditar en el templo acerca del amor que el
Señor ha manifestado tener por la ciudad (10), extendiendo la alabanza de Dios
hasta los confines de la tierra (11). Alaban la mano fuerte del Dios liberador
que hace justicia, causando la alegría del monte Sión y de las ciudades de Judá
(12).
En la última parte (13-15), los sacerdotes invitan a los peregrinos a un «paseo
turístico» que tiene como objeto perpetuar la memoria de la presencia de Dios
en la ciudad, su amor por ella y su protección constante. Este paseo, por fuera
de las murallas, permite contar los torreones, admirar las murallas y con
templar los palacios (13-14). A su regreso, los peregrinos contarán lo que han
visto a los que se habían quedado en casa (los niños), constatando que «este
Dios es nuestro Dios, Él nos guiará por siempre jamás» (15).
Este cántico de Sión es fruto de una peregrinación. Todo está marcado por la
alegría tras la superación del terrible conflicto que se describe en la segunda
parte (5-8). Algunos reyes se habían aliado para destruir la ciudad. Esta,
junto con el templo, representaba la identidad nacional del pueblo de Dios. No
sabemos quiénes fueron los reyes que atacaron Jerusalén. Hay quienes piensan
que pudo tratarse de Senaquerib, en el año 701 a.C. En tal caso, ese texto sería
contemporáneo del salmo 46. Pero este episodio puede referirse al ataque de
Rasín, rey de Siria, y de Pécaj, rey de Israel, en el 735 a.C (cf 2Re 16). La
derrota de estos reyes se ve corno resultado de la presencia de Dios en la
ciudad y de su protección. De este modo se refuerza la idea de que Jerusalén
nunca será destruida.
Dios recibe muchos títulos en este salmo «nuestro Dios» (tres veces: 2.9.15),
es decir, el aliado de Israel; «gran rey» (3), esto es, aquel que, defendiendo
la ciudad, hace justicia (1 lb-12); «alcázar» (4) de Sión, contra el cual es
inútil combatir; «Señor de los Ejércitos-» (9), es decir, comandante supremo de
las fuerzas armados de Israel en la lucha por la justicia ( aquel que guía al
pueblo por siempre jamás (15b). Además de todo esto, se pone de manifiesto la
fidelidad de Dios respecto de la ciudad y del pueblo, fundándola para siempre
(9b); es aquel que ama al pueblo y la ciudad, haciéndote justicia (10-12).
Por detrás de todo esto está el Dios de la Alianza, fiel y liberador, que no
abandona a su aliado en las ocasiones más difíciles. Es el Dios que habita en
medio del pueblo.
No obstante lo dicho, este salmo también esconde algún riesgo. Algunos, sobre
todo profetas nunca aceptaron la idea de «confinar» a Dios en un espacio físico
como el templo, pues el Dios del éxodo está siempre en camino como su pueblo.
Pretender reducirlo a una construcción, da la impresión de querer controlarlo.
Otro de los riesgos es este: Si Dios habita en el templo, entonces la ciudad en
que se encuentra se convierte en invencible, ¿Es esto verdadero o falso?
«Verdadero», decían los que ponían en Dios una confianza mágica, sin compromiso
(nótese que el salmo emplea dos veces lo expresión «para siempre» (9 y 15, aquí
«por siempre jamás»). «Falso», aseguraban los que defendían también un
compromiso de la ciudad y del pueblo, con la intención de c no se rompiera la
alianza.
Con Jesús se aclararon las cosas definitivamente, El dijo que el templo de
Jerusalén sería destruido (Mt 21,12-13; Mc 11,11.15-17; Lc 19,45-46; Jn
2,13-22). Lloró por Jerusalén, que no reconoció la visita de Dios (Lc
19,41-44), la ciudad que mato a los profetas y apedreaba los mensajeros divinos
(Lc 13,34). Más aún, según Juan, el nuevo templo en el que se produce el
encuentro entre Dios y la humanidad es el cuerpo de Jesús (Jn 1,1 4) y también
el cuerpo de toda persona que sigue los mandamientos del Señor (Jn 14,23). El
apóstol Pablo presenta también una concepción semejante: el cuerpo de cada
persona es templo del Espíritu Santo (1Cor 5,19).
Puede ser interesante rezarlo pensando en nuestras grandes ciudades y en sus
graves problemas; teniendo presente, también, el cuerpo de tantas y tantas
personas, templo suficiente, profanado o mutilado. Se puede rezar este salmo
intentando descubrir los nuevos lugares de la presencia de Dios. También se
presta para peregrinaciones y romerías, momentos en los que podemos sentir con
intensidad la presencia de Dios en nuestro camina...
REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: MATEO 7,6.12-14 «ES PORQUE HAY
TODAVÍA MUCHOS QUE ESTÁN DEMASIADO POCO PREPARADOS PARA PODER PARTICIPAR EN
ESTOS SACRAMENTOS».
Hallamos aquí algunos dichos del Señor reunidos por el evangelista en el
magno «sermón del monte». El texto litúrgico omite los versículos relativos a las
«cosas buenas» que los hombres intercambian entre ellos y que el Padre
celestial concede a quienes se las piden.
El primero de los dichos referidos tiene que ver con el uso de lo «santo». El
sentido de esta expresión no está claro, aunque podemos sobreentender con ella
la Palabra evangélica y, en último extremo, la eucaristía (Didajé 9,5). Parece
que se bosqueja aquí lo que será definido como «la disciplina del arcano».
Consiste esta en no revelar los santos misterios a los extraños y menos aún a
las personas indignas. «Si cerramos nuestras puertas antes de celebrar los
misterios y excluimos a los no iniciados», precisa Juan Crisóstomo, «es porque
hay todavía muchos que están demasiado poco preparados para poder participar en
estos sacramentos».
Con el término «perros» se designaba de modo despreciativo a los paganos,
considerados idólatras por definición (cf. Mt 15,26ss, donde apenas se atenúa
la palabra poniéndola en diminutivo, «perrillos»). A los cerdos, considerados
proverbialmente como animales impuros, eran equiparados los que mantenían una
conducta contraria a la Ley (ambas categorías de animales se encuentran en 2 Pe
2,21ss). Según Jerónimo, “algunos quieren ver en los perros a aquellos que,
tras haber creído en Cristo, vuelven al vómito de sus pecados; y en los cerdos,
a los que no han creído aún en el Evangelio y siguen revolcándose en sus vicios
y en el fango de la incredulidad. En consecuencia, no conviene confiar
demasiado pronto a hombres de tal condición la perla del Evangelio, por miedo a
que la pisoteen y, revolviéndose contra nosotros, intenten destrozarnos”.
Frente a la bondad divina, los hombres son «malos»; sin embargo, son capaces de
dar pan y pescado. Pues bien, ¿qué «pan» y qué «pescado» no nos dará el Padre
con el don de su Hijo? Estas «cosas buenas» son “ciertamente, ante todo, los
bienes superiores, el Reino y la justicia de Dios. Lc 11,13 dice “dará el
Espíritu Santo” a los que se lo pidan. El Espíritu Santo es el don por
excelencia, siempre conforme a la voluntad de Dios, y se concede siempre a los
que lo piden: espíritu de vida y de regeneración, inteligencia de las
Escrituras, discernimiento espiritual, carismas varios en la comunidad. Pero
hay muchas otras cosas que pueden ser “buenas” en el marco y desde la
perspectiva del Reino y de su justicia: también una buena salud y el pan de
cada día, así como la paz eterna y la tranquilidad favorable al buen trabajo.
Debemos abstenemos, pues, de una excesiva timidez, de un orgullo
espiritualista, de un estoicismo cristiano, o como se quiera decir, que venga a
detener la espontaneidad natural de la oración de los hijos al Padre».
El v. 12 constituye la “regla de oro” del obrar cristiano. La encontramos,
aunque formulada de manera negativa, en Tob 4,15 y no falta tampoco en las
antiguas tradiciones espirituales. Hemos de señalar aún la insistencia en el
hacer, que se repite más veces en este último capítulo del sermón del monte (vv
12; 17; 19; 21; 24; 26).
Por último, están las dos puertas y los correspondientes caminos a los que dan
acceso. La doctrina de los dos caminos estaba formulada ya en el Antiguo
Testamento (Dt 30,15-20) y fue recuperada en la primera catequesis cristiana
(Didajé 1,1). La imagen de la puerta y del camino remite al mismo Cristo (cf.
Mt 22,16), que se atribuye a sí mismo esta doble realidad (Jn 10,7; 14,6), así
como a los Hechos de los apóstoles, donde aparece con bastante frecuencia.
Las «perlas», según Juan Crisóstomo, son “los misterios de la verdad”, o sea,
la totalidad del patrimonio revelado. En consecuencia, dejaré aparecer en qué
consideración tengo la Palabra divina. El fragmento litúrgico omite los vv.
7-11, relacionados con la eficacia de la oración. Los leemos directamente en la
Biblia, a fin de convertirlos en objeto de meditación. La Glosa medieval explicita
el trinomio «pedir, buscar y llamar», diciendo que “nosotros pedimos con la
oración, buscamos con la rectitud de la vida y llamamos por medio de la
perseverancia”. El texto evangélico nos invita, por otra parte, a preguntarnos
si somos capaces de dar cosas buenas a los hermanos, cosas que se convierten de
este modo en la medida de nuestras acciones. Por último, tomo conciencia de si
voy por el camino estrecho que es Cristo mismo o si intento hacerme el
recorrido cómodo y gratificador al precio de compromisos y mediocridad.
REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: MT 7,6.12-14. VARIAS CONSIGNAS DE
JESÚS.
“No echéis las perlas a los cerdos” El capítulo séptimo de Mateo es una especie
de antología de consignas del Señor, que el evangelista recoge como en una
gavilla; los otros evangelistas las transmiten en su contexto original. El
texto de hoy transmite tres sentencias inconexas entre sí: “No deis lo santo a
los perros”; “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”; “qué
estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida”.
Con respecto al primer proverbio, lo más probable es que se trate de un dicho
popular. No sabemos con exactitud a qué se refiere en concreto cuando aconseja
no “dar lo santo a los perros”... Estas cosas preciosas simbolizan
probablemente el Evangelio. Los perros y los cerdos, animales impuros entre los
judíos, no son, evidentemente, los paganos, a los que Jesús también ofrece las
riquezas del Reino; se trataría de todos aquellos, sean quienes fueren, que mantienen
frente a la palabra de Dios la misma actitud desesperante que los cerdos frente
a las perlas: las rechazan, no las valoran, las desprecian... Existen personas
que mantienen una postura tan cerril que la actitud más oportuna ante ellas es
la del silencio.
Jesús, ante el rechazo de los vecinos de una aldea de Samaria, se marchó a otra
(Lc 9,56). Y da como consigna: “Si en un lugar no os reciben ni escuchan, al
marchar sacudíos el polvo de las suelas para echárselo en cara” (Mc 6,11). Así
hacen Pablo y Bernabé (Hch 13,51).
“Como queréis que os traten”. “Tratad a los demás como queréis que ellos os
traten”. Esta consigna se denomina la regla de oro, porque resume toda la
enseñanza moral de la ley que busca el bien del prójimo como el propio. Era ya
conocida en el judaísmo, pero formulada: “No hagas a los demás lo que no
quieres que te hagan a ti”. Jesús la formula en positivo porque para él es poco
evitar lo que causa daño al otro; hay que tomar la iniciativa del bien.
Resulta patente que esta consigna tomada en serio haría mucho más humanas
nuestras relaciones. Sería sumamente práctico escribir en una hoja de papel la
lista de cosas que deseamos o exigimos que hagan con nosotros: que nos
atiendan, que se interesen por nosotros, que sean tolerantes con nuestros
defectos y alaben nuestras cualidades, que no nos condenen, darnos ocasión para
defendernos y explicar lo que de verdad ha sucedido, y otras cosas muy
razonables y justas. Pues bien, a continuación tendríamos que decirnos: Eso
mismo es lo que tú tienes que hacer con los que te son cercanos. Antes, pues,
de adoptar una actitud ante los demás, antes de cualquier comportamiento,
preguntémonos: ¿Cómo querría que me tratasen si yo estuviera en su lugar? ¿Nos
imaginamos la revolución humanitaria que se organizaría si se tuviera en cuenta
esta consigna magistral que proclama Jesús?
“Entrad por la puerta estrecha” Jesús invita a tomar en serio el Evangelio. La
puerta estrecha, en definitiva, es él (Jn 10,7); entrar por esta puerta es
identificarse con su misterio pascual, con la muerte a sí mismo, como el grano
que se deja enterrar (Jn 12,24). Es evidente que hoy, también para los
cristianos, la palabra renuncia produce irritación. Cualquier gesto mínimo de
generosidad nos parece un gran heroísmo. Escribía Mons. Osés: “La ley del
mínimo esfuerzo es hoy una costumbre con mayor fuerza que cualquier ley
escrita. Damos la impresión de que si no se da previamente la motivación
económica al inicio de cualquier tarea, no hay reacción de la voluntad. Nuestra
generación está dominada por gente blanda, sin hábitos de lucha, con escasa
capacidad de aguante”. El psiquiatra Enrique Rojas no cesa de gritar contra
esta concepción facilona de la vida. Así no llegaremos muy lejos para lograr
una felicidad profunda que sí está lejos.
Dice bellamente un filósofo de nuestros días: “El paleolítico termina cuando un
hombre hambriento renuncia a comerse un puñado de granos de trigo y los arroja
en el surco, esperando recobrarlos un día centuplicados. El hombre ha
conseguido ser libre frente a las pulsiones primarias e interpone una censura,
una ruptura, en la secuencia deseo-satisfacción inmediato. Es aquí donde se
sitúa la libertad que nos constituye como personas maduras”.
Pablo ilumina este mensaje con la imagen del atleta que se abstiene y se
entrena duramente para alcanzar una corona de laurel que se marchita; nosotros,
en cambio, una que no se marchita. Lo coherente, pues, es hacer lo que hace él:
“Yo no ando con bromas, sino que me impongo una dura disciplina” (1 Co 9,26-27).
Por eso escribe esperanzado al final de su vida: “Ahora me aguarda la corona
merecida con que el Señor me premiará en el último día y no sólo a mí, sino a
todos los que preparan su venida” (2 Tm 4,8).
REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: MT 7, 6. 12-14, LO «SANTO» EN EL
TERRENO CULTUAL
El primero de los proverbios recogidos por el evangelista en esta pequeña
sección nos resulta desconcertante e incomprensible. Sencillamente porque viene
inmediatamente después de habernos prohibido juzgar a los demás y habernos
mandado aplicar la medida de la suavidad, la comprensión y el perdón. Por otra
parte, no han sido descubiertos textos o proverbios paralelos en la literatura
judía que nos ayudarían a comprender estas duras palabras de Jesús. Lo más
parecido que tenemos hasta ahora son dos recomendaciones que leemos en el
Talmud: «No entreguéis a un pagano las palabras de la Ley», «no coloquéis las
cosas santas en lugares impuros». Pero estas sentencias no nos ayudan mucho
para nuestro caso.
Lo «santo» en el terreno cultual —así eran llamados los sacrificios ofrecidos
en el templo— y las perlas en el terreno de la valoración humana, son cosas
preciosas. Estas cosas preciosas simbolizan probablemente el evangelio, el
anuncio de la buena nueva. Los perros y los cerdos —animales impuros entre los
judíos— no son, como a veces se ha dicho, basándose en Mc 7, 26-27, los paganos
(ver 3, 9; 5, 3-4; 8, 11-12 y otros textos donde aparece el evangelio abierto a
los paganos); se trataría de todos aquéllos, sean quienes fueren, que mantienen
frente a la palabra de Dios la misma actitud desesperante que los cerdos frente
a las perlas: los que la rechazan, no la valoran, la desprecian… Existen
actitudes de auto afianzamiento, de cerrazón absoluta, ante las cuales la única
postura posible es la del silencio.
A continuación es mencionada la regla de oro: «Haced lo que queréis que os
hagan». Nada original. La encontramos en el judaísmo y en otras religiones y
culturas. Se ha puesto de relieve la diferencia: en el judaísmo se halla formulada
en estilo negativo: «No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti». No
cabe duda que esta diferencia puede ser importante. El “no hacer” siempre es
algo negativo. Pero la diferencia más importante está en que Jesús eleva dicha
regla a principio universal: así debéis tratar a los demás. Una enunciación
diversa del precepto de la caridad. De ahí que constituya, en el resumen de la
ley y los profetas, un sumario bien preciso de la revelación de Dios.
Finalmente es recogido el proverbio que habla de las dos puertas y los dos
caminos. El Salterio se abre (Sal 1) partiendo del presupuesto de los dos
caminos: el de los impíos y el de los judíos. Es una distinción común entre los
moralistas de la época y, en general, de la antigüedad: el camino estrecho y
difícil es el de la virtud; el amplio y cómodo es el del vicio o el placer.
Jesús se sitúa en la misma línea, pero introduce un cambio al combinar con la
imagen del camino la de la puerta: una desemboca en la vida, la otra en la
perdición. El significado de la «vida» o de la “perdición” es claro para todo
el mundo; no necesita explicación. Sin duda la puerta y el camino estrechos son
lo que conocemos con el denominador común de renuncia, seguimiento, cruz,
persecución, tentación... Con la ventaja de que lleva a la vida. La puerta y el
camino amplios son más cómodos, pero llevan a la perdición. Cada uno debe
elegir.
REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: MT 7, 6. 12-14, REGLA DE ORO.
"No deis lo santo a los perros..." Hay situaciones en las cuales
las cosas preciosas de uno se mantienen ocultas, y no se dan; lo contrario
sería desperdiciarlas. Y hay personas a las cuales no vale la pena manifestar
ciertas cosas (¿la palabra de Dios?, ¿la experiencia de la fe?, ¿los propios
ideales?); no las comprenderían.
"La puerta que lleva a la salvación es estrecha, y son pocos los que
entran por ella" (7,13-14); en cambio, la puerta que lleva a la perdición
es ancha, y son muchos los que penetran por ella.
Con estas palabras no quiere decirnos Jesús que sean muchos más numerosos los
condenados al infierno que los justos del cielo.
Los teólogos de su tiempo (y también después) se preguntaban si serían muchos o
pocos los que se salvarán. Lucas nos recuerda que Jesús no respondió a
semejante pregunta (13,23). Si son pocos o muchos, es un secreto de Dios; en
todo caso, no es ésta la cuestión. Al decir que la puerta es
"estrecha", Jesús quiere recordarnos que el camino de la vida es
fatigoso y doloroso. Más adelante se comprenderá que es el camino de la cruz. Y
al decir que son pocos los que entran por él, Jesús anuncia que su camino no es
el del mundo, el del sentido común, el de la cultura dominante; es siempre un
camino en la oposición, un camino minoritario.
Es una orden dada por Jesús para la misión de los discípulos. La perla es el
Evangelio, la palabra de Dios.
Los perros y los cerdos, animales impuros entre los judíos, no son los paganos,
como pudiera creerse en una mentalidad judía, sino todos aquellos que mantengan
frente a la palabra de Dios la misma actitud que los cerdos frente a las
perlas: los que la rechazan, no la valoran, la desprecian. Existen actitudes de
cerrazón absoluta ante las cuales la única postura posible es la del silencio.
El cristianismo es una realidad sagrada, una perla preciosa. Es una lección
importante para los que viven en ambientes completamente extraños al
pensamiento cristiano.
También para muchos padres respecto a sus hijos mayores. Hay que tener mucho
tacto y delicadeza al proponer el mensaje evangélico para que no sea profanado
o rechazado por un celo torpe o inoportuno.
Es terrible la proporción numérica: "Muchos van por la puerta ancha que
lleva a la perdición. Pocos son los que dan con la puerta estrecha que lleve a
la vida".
Aquí tocamos uno de los misterios más angustiosos de la vida humana: ¿Son pocos
los que se salvan? (Lc 13, 23) ¿Quién se salva y quién no se salva? Estos dos
versículos no hablan de lo que ocurre al final; es decir, de los que se salvan
o se condenan. Declaran lo que está ocurriendo en el tiempo presente: que el
camino cómodo de la mediocridad, incluso del pecado y del vicio, es muy
transitado. En cambio son pocos los que caminan directamente hacia Dios. El
camino del sermón del monte. Esforzaos por encontrar el verdadero camino. No es
de vuestra incumbencia averiguar cuántos se salvan o no se salvan. A vosotros
solamente os incumbe encontrar la verdadera entrada que conduce a la vida.
-No deis lo "sagrado" a los
perros.
No echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen, y además se
revuelvan y os destrocen.
Fórmula enigmática que puede entenderse de varias maneras.
Se trata ciertamente de un consejo de prudencia... de respeto a las cosas
santas...
El cristianismo es una realidad sagrada, una "perla" preciosa.
Jesús nos recomienda que no lo entreguemos inconsiderablemente a quienes son
incapaces de comprenderlo.
De nada sirve excitar el furor de los demás, proponiéndoles exigencias
incomprensibles para ellos: una cierta insistencia sectaria en la proclamación
del evangelio, no responde a lo que Jesús dice aquí.
No estamos nunca dispensados de tener tacto y delicadeza suficientes al
proponer el mensaje evangélico a fin de que no sea profanado o rechazado por
una insistencia torpe o inoportuna. Lección importante para muchos padres
respecto a sus hijos mayores.
Lección capital para todos los que viven en ambientes completamente extraños al
pensamiento cristiano. No es prudente provocar la oposición, so pretexto de
decir la verdad.
-Todo lo que querríais que hicieran los
demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos. Regla de oro.
Los sabios y prudentes en casi todas las religiones han dado reglas parecidas.
Bueno es subrayar que el evangelio no resulta siempre original ya que a menudo
se encuentran en él incorporados los mejores elementos de la moralidad humana.
En los refranes populares, habría que buscar lo que corresponde a esta máxima
de sabiduría: ¡haz a los demás lo que desees para ti! Subrayamos su carácter
positivo. Con demasiada frecuencia se la transpone en negativa: "no hagas
a los demás lo que no quisieras que se te hiciese." La fórmula positiva
toma un carácter casi infinito.
-Eso significan la Ley y los Profetas.
Jesús insiste a menudo en la unidad y la simplificación de la vida. En lugar de
embarazarse en múltiples preceptos, los resume todos en esta breve fórmula.
-Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que
llevan a la perdición. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón que
llevan a la vida! Dos imágenes conjugadas: una puerta muy angosta, un camino
muy estrecho.
Jesús no suele ser pesimista y ello hace que resalte aún más el carácter
bastante sombrío de estas fórmulas; por lo tanto la advertencia es grave.
Señor, ayúdame a no escoger, de tu evangelio, las fórmulas que me agradan, sino
a tomarlas todas.
Es a mí... a quien tú dices esto. Sería demasiado fácil aplicarlo a los demás.
Sí, lo sé; el camino de la mediocridad ¡es un camino fácil! Basta con dejarse
llevar.
Pero el sendero que conduce a las cimas es escarpado y rocoso.
¿Qué debería cambiar en mi vida esta severa advertencia? ¿Dónde está la
dificultad?
¿Es quizá el signo del deber? Así lo pensaba el Padre de Foucauld.
-Son pocos los que encuentran el
sendero.
Es necesario constatarlo, con Jesús. Los que aceptan vivir íntegramente el
evangelio son una pequeña minoría. Atraídos a no seguir el camino angosto son
la masa.
Danos, Señor. este valor y esta personalidad algo fuerte, que Tú nos sugieres
con estas palabras abruptas.
ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.
El camino ancho es el apego a los bienes del mundo que los hombres desean
ardientemente. Estrecho es el que se recorre al precio de fatigosas renuncias.
Observa también cómo insiste en los individuos que marchan por ambos caminos:
son muchos los que caminan por el camino ancho, mientras que sólo pocos
encuentran el estrecho.
No es preciso ir a buscar el camino ancho, ni resulta difícil encontrarlo: se
presenta espontáneamente a nosotros, porque es el camino de los que se
equivocan; el estrecho, en cambio, no todos lo encuentran, y los que lo hallan
no siempre entran en él de inmediato. Muchos, en efecto, aunque han encontrado
el camino de la verdad, se vuelven atrás a medio camino, presos de las
seducciones del mundo (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA EL DÍA.
El camino de los seguidores es angosto. Resulta fácil no advertirlo, resulta fácil falsearlo, resulta fácil perderlo, incluso cuando uno ya está en marcha por él. Es difícil encontrarlo. El camino es realmente estrecho y el abismo amenaza por ambas partes: ser llamado a lo extraordinario, hacerlo y, sin embargo, no ver ni saber que se hace..., es un camino estrecho. Dar testimonio de la verdad de Jesús, confesarla y, sin embargo, amar al enemigo de esta verdad, enemigo suyo y nuestro, con el amor incondicional de Jesucristo..., es un camino estrecho. Creer en la promesa de Jesucristo de que los seguidores poseerán la tierra y, sin embargo, salir indefensos al encuentro del enemigo, sufrir la injusticia antes que cometerla..., es un camino estrecho. Ver y reconocer al otro hombre en su debilidad, en su injusticia, y nunca juzgarlo, sentirse obligado a comunicarle el mensaje y, sin embargo; no echar las perlas a los puercos..., es un camino estrecho. Es un camino insoportable.
En cualquier instante podemos caer. Mientras reconozco este camino como el que
me es ordenado seguir, y lo sigo con miedo a mí mismo, este camino me resulta
efectivamente imposible. Pero si veo a Jesucristo precediéndome paso a paso, si
sólo le miro a él y le sigo paso a paso, me siento protegido. Si me fijo en lo
peligroso de lo que hago, si miro al camino en vez de a aquel que me precede,
mi pie comienza a vacilar. Porque él mismo es el camino. Es el camino angosto,
la puerta estrecha. Sólo interesa encontrarle a él.
EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA
BIBLIA Y MAGISTERIO DE LA S: NO ENTRARÁ EN ESTA CIUDAD.
Como en el combate de David-Goliat (1 Sam 17) o en el encuentro
Judit-Holofernes, la cuestión que se halla planteada en nuestro texto es la
tesis de la fe en Yavé frente a la fuerza de las armas.
En su oración Ezequías hace valer la gloria y el buen nombre de Yavé. Ahora,
Señor Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos del
mundo que sólo tú, Señor, eres Dios. En virtud de la alianza, Yavé era el Dios
de Israel e Israel, el pueblo de Dios, es decir entre los dos existía un
compromiso mutuo y los intereses de uno eran los intereses del otro. Por eso,
si el pueblo de Israel se veía humillado y derrotado, la humillación y la
derrota recaían en última instancia sobre Dios. De ahí que en ocasiones Dios
actuaba no tanto para defender al pueblo cuanto para salvaguardar la gloria de
su santo Nombre: «Pero yo he tenido en consideración mi santo nombre, que la
casa de Israel profanó entre las naciones donde había ido. Por eso di a la casa
de Israel: así dice el Señor Yavé: no hago esto por consideración vosotros,
casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre
las naciones donde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las
naciones, profanado allí por vosotros» (Es 36, 2 1-23).
Es de destacar la intervención del profeta Isaías. Nacido en la ciudad santa,
Isaías sentía predilección por su ciudad natal. Tanto con motivo de la guerra
siro-efraimita Is 7) como en esta ocasión, Isaías juega un papel importante,
hasta alcanzar el rango de héroe nacional.
Por causas no del todo conocidas (posiblemente alguna insurrección en Nínive)
Senaquerib se vio obligado a levantar el asedio de Jerusalén y el pueblo
interpretó el hecho como un milagro y se confirmó más en la convicción de que
la ciudad era inexpugnable e inviolable, debido sobre todo al templo en el que
se hacía presente la Gloria de Dios. +
Copyright © Reflexiones Católicas
No hay comentarios:
Publicar un comentario