MARTES DE LA 6ª SEMANA DE PASCUA
Si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito |
Textos bíblico-litúrgicos.-
Entrada: Ap 19, 7.6;
1era lectura: Hch 16, 22-34;
Salmo: 137, 1-3.7-8;
Aleluya: Jn 16, 7-13;
Evangelio: Jn 16, 5-11;
Comunión: Lc 24, 46.26.
TEXTO ILUMINADOR
Decía Jesús a los discípulos: En verdad les conviene que yo me vaya, porque mientras yo no me vaya, el Paráclito no vendrá a ustedes. En cambio, si me voy, es para enviárselo.
En estas dos últimas semanas de Pascua el tema del Espíritu será recurrente. Jesús promete a los discípulos que no los dejará huérfanos. Él tiene que volver al Padre pero vendrá otro Consolador. Desaparece la presencia física de Jesús pero se inaugura otra clase de presencia, la del Espíritu de la verdad: Les enseñará todas las cosas, les dará fuerzas para proclamar a Jesús como Salvador y permanecerá para siempre con los discípulos, con la Iglesia.
En los próximos días comenzaremos la preparación para recibir una nueva efusión del Espíritu como colofón de la celebración pascual. Trataremos de acompañar a la Virgen María y a los discípulos en la espera de la venida del Espíritu. Así la fiesta de Pentecostés nos inundará del gozo y de la paz del Resucitado, “completando o coronando la experiencia pascual”, si es que podemos hablar así.
Con la oración sobre las ofrendas, rezamos: Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante. Por Jesucristo.
DEL COMENTARIO DE SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, OBISPO, SOBRE EL EVANGELIO DE SAN JUAN
Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne
Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.
Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días, se refiere a los del Salvador, derramaré mi Espíritu sobre toda carne.
Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer, de acuerdo con la divina Escritura, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo:
He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.
Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación, más aún, antes de todos los siglos, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.
Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza; y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.
De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo, pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse, si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura, que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes (libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754).
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