Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

5 de mayo de 2024

VI DOMINGO DE PASCUA. 2º semana del Salterio. (Ciclo B) TIEMPO DE PASCUA. MES DEDICADO A LA VIRGEN MARÍA

 


LITURGIA DE LA PALABRA



Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48: “El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los gentiles”
Sal 97: “El Señor revela a las naciones su salvación”
1Jn 4,7-10: “Dios es amor”
Jn 15,9-17 : “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”


Pocas palabras deben saturamos tanto en el lenguaje cotidiano como ésta: «amor». La escuchamos en la canción de moda, en la conductora superficial de un programa de televisión (tan superficial como su animadora), en el lenguaje político, en referencia al sexo, en la telenovela (más superficial aún que la animadora, si eso es posible)... Se usa en todos los ámbitos, y en cada uno de ellos significa algo diferente. ¡Pero, sin embargo, la palabra es la misma!



Sería casi soberbio pretender tener nosotros la última palabra, o pretender que «fuera de nosotros: ¡el error!». Digamos, sí, que el amor en sentido cristiano no es sinónimo de un amor «rosado», sensual, placentero, dulzón y sensiblero del lenguaje cotidiano o posmoderno. El amor de Jesús no es el que busca su placer, su «sentir», o su felicidad sino el que busca la vida, la felicidad de aquellos a quienes amamos. Nada es más liberador que el amor; nada hace crecer tanto a los demás como el amor, nada es más fuerte que el amor. Y ese amor lo aprendemos del mismo Jesús que con su ejemplo nos enseña que «la medida del amor es amar sin medida».

La cruz de Jesús, el gran instrumento de tortura del imperio romano (¿será costumbre de los imperios inventarlos?), se transforma -como otra cara de la moneda- también en la máxima expresión de amor de todos los tiempos. La cruz, símbolo de muerte y sufrimiento, pasa a ser signo vivo de más vida. En realidad con su amor final Jesús descalifica el mandamiento que dice que debemos «amar al prójimo como a nosotros mismos»; si debemos amar «como» Él, es porque debemos amar más que a nosotros mismos, hasta ser capaces de dar la vida. La cruz es la «escuela del amor»; no porque en sí misma sea buena, ¡todo lo contrario!, sino porque lo que es bueno es el amor ¡hasta la cruz! La cruz como medida puede ser medida del odio de Caifás, y también, del amor de Jesús; éste último es el que a nosotros nos interesa. Es el amor que nos enseña a mirar ante todo al ser amado, y más que a nosotros mismos, que nos enseña a no prestar atención a nuestra vida, sino la vida de quienes amamos; es el amor que nos enseña a ser libres hasta de nosotros mismos, siendo «esclavos de los demás por amor». Nada hay más esclavizaste que el amor, y nada hay más liberador que el amor (para quien lo da y para quien lo recibe). Ciertamente, el amor así entendido no es «rosado» (o ¿acaso es «rosado» morir en la cruz?) el amor es fuerte y «jugado» y comprometido por el otro.


No es el amor de quienes se llaman entre ellos «amorosos» y no se sienten impelidos a «la solidaridad (que) es la verdadera revolución del amor» (Juan Pablo II); no es el amor de quienes «hacen el amor» sin cargar la cruz y sin buscar la vida; no es el amor de quienes hablan de un «acto de amor» y provocan decenas de miles de «desaparecidos»; tampoco es el amor del séptimo matrimonio de la actriz que "ahora sí, con él soy feliz"; no es esto; ni tampoco el amor del que dice que «la caridad bien entendida empieza por casa» y se manifiesta absolutamente incapaz de salir al encuentro del pobre. El amor es el de Cristo, que con su acción que lo lleva «hasta el extremo», libera a la humanidad -porque el amor libera-, aunque muchas veces nos resistamos a un amor «tan en serio».


Aquí el amor es fruto de una unión, de «permanecer» unidos a aquel que es el amor verdadero. Y ese amor supone la exigencia -«mandamiento»- que nace del mismo amor, y por tanto es libre, de amar hasta el extremo, de ser capaces de dar la vida para engendrar más vida. El amor así entendido es siempre el «amor mayor», como el que condujo a Jesús a aceptar la muerte a que lo condenaban los violentos. A ese amor somos invitados, a amar «como» él movidos por una estrecha relación con el Padre y con el Hijo. Ese amor no tendrá la liviandad de la brisa, sino que permanecerá, como permanece la rama unida a la planta para dar fruto. Cuando el amor permanece, y se hace presente mutuamente entre los discípulos, es signo evidente de la estrecha unión de los seguidores de Jesús con su Señor, como es signo, también, de la relación entre el Señor y su Padre. Esto genera una unión plena entre todos los que son parte de esta «familia», y que llena de gozo a todos sus miembros donde unos y otros se pertenecen mutuamente aunque siempre la iniciativa primera sea de Dios.


 

REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: HECHOS DE LOS APÓSTOLES 10,25-26. 34-35.44-48. EL DON DEL ESPÍRITU SANTO SE HA DERRAMADO TAMBIÉN SOBRE LOS GENTILES



El episodio de la conversión de Cornelio ha sido uno de los más decisivos para la comunidad cristiana primitiva. Pedro aparece en su papel de primer responsable de la misma. Mientras comienza a tomar posiciones de cara a la influencia del Templo y del judaísmo en la vida de los primeros cristianos, una "visión" (Act 10, 1-17) le incita a adoptar una actitud de considerable repercusión en el futuro: se trata de la apertura de la misión y el brusco viraje que no tardará en producirse en la comunidad.


Los resúmenes del discurso de Pedro, reproducidos en la lectura de este día, ponen de relieve el pensamiento fundamental de Pedro: Dios no hace acepción de personas, pues es totalmente imparcial (v. 34; cf. Dt 10, 27) y la mejor prueba que aduce como confirmación de ello consiste en hacer que los paganos participen de los beneficios de un Pentecostés semejante en todo al de Jerusalén (Act 2, 1-11), incluso antes de ser bautizados (vv.44-45). Estos acontecimientos ponen a Pedro, todavía vacilante, ante la necesidad de tomar medidas claras y decididas en su misión. Lucas, en cambio, nos ha dejado ver sólo el aspecto maravilloso, pasando por alto la larga y lenta preparación de los espíritus con vistas al acceso de los paganos al Reino, y gracias a algunos cristianos que hoy llamaríamos "de vanguardia" (Act 8, 4-40; etc.). El autor desea mostrar la igualdad absoluta de todo ser humano ante los designios de Dios en el Señor-Jesús.

Pedro, por tanto, ha derribado el muro de separación que, en cada ciudad de Oriente, se levantaba hasta entonces entre la comunidad judía y la gentilidad. Pero la cristiandad sigue levantando este muro cada vez que se olvida de vivir su Pentecostés, con todo lo que esto significa, o levanta barreras negativas o leyes para defender unos derechos o una filosofía ya caduca.


En nuestros días, en cada ciudad se levanta de nuevo el muro de separación entre los cristianos y la inmensa "gentilidad" moderna. ¿Dónde está Pedro para reconciliar a los indiferentes de dentro y de fuera, para compartir entre todos el deseo de absoluto y la generosidad de la búsqueda en tantos medios no creyentes, para restablecer el diálogo, para que gentes de cualquier cultura o mentalidad se puedan entender entre sí, prestando oídos a todos, para, después de este paso, valores propios y eficientes, pero no decisivos, ya que no se puede pedir al otro que sustituya sus propios valores por los nuestros, si nosotros no hacemos previamente otro tanto con lo que juzgamos "verdad" absoluta y decisiva.


En este capítulo se trata de una nueva intervención del Espíritu Santo para que la iglesia salga del ambiente judío y el evangelio llegue a los demás. Cornelio es (como el etíope de 8,27) un hombre que teme a Dios, o sea, un extranjero que, sin adherirse a la comunidad judía, cree en el Dios único de los judíos.


Pero las palabras de Pedro sobre que Dios no tiene acepción de personas no indican un indiferentismo religioso, sino únicamente una igualdad de todos los hombres para emprender el único camino de salvación que está en la fe cristiana.


No sabemos si Pedro habría vacilado en administrar el bautismo a un hombre no judío (y no circuncidado), como era el caso de Cornelio. Pero la manifestación del Espíritu Santo le forzó la mano y, por fin, se bautiza a un hombre de otra raza. Hoy también, en varios lugares, la iglesia está amenazada de quedar reducida a un grupo social cerrado y tal vez anticuado. A los cristianos, sin embargo, se les invita a dar un paso, a entablar el diálogo con todos los hombres.


Es, por tanto, el Espíritu de pentecostés el que se manifiesta, en Cornelio y toda su familia, para admiración y sobrecogimiento de los piadosos cristianos (judíos). Lo que ocurrió entonces, siempre ocurre: Dios está en todas partes en que hay hombres que le buscan con sincero corazón.


La comunión en la escucha de la palabra de Dios, en la fe en Jesucristo y en la oración es el signo de la presencia del Espíritu. El cristiano de hoy no tiene que convencerse de esto mirando hacia atrás, a otros tiempos, sino poniendo su fe en el presente y en el futuro.


Vivía en la ciudad de Cesarea un capitán de la "Cohorte Itálica", llamado Cornelio, el cual pertenecía con toda su familia al número de los "temerosos de Dios", esto es de aquellos gentiles que simpatizaban con la religión judía y adoraban al Dios de Israel, aunque no estuvieran circuncidados. El tal Cornelio, no sin inspiración divina, mandó llamar a Pedro, que se encontraba en Joppe, a unos 44 Km. de Cesarea, para que le enseñara lo referente a la salvación. Pedro, que había tenido igualmente una visión enigmática, entiende ahora cuál es la voluntad de Dios y acude a la llamada de Cornelio, dando oficialmente el paso hacia la evangelización de los gentiles.

Cornelio recibe a Pedro con todos los honores, saludándole según costumbre. Aunque la postración no debe confundirse en este caso con un rito de adoración. Pedro juzga, sin duda, que esto es demasiado para un hombre y levanta del suelo cortésmente a Cornelio. Pedro da comienzo a su instrucción manifestando que Dios no se fija en la cara de los hombres, sino que tiene en cuenta el interior: pues todos son iguales ante la salvación ofrecida en el evangelio: y Dios acepta con agrado a todos los hombres que le temen y practican la justicia; pero, evidentemente, Pedro no quiere decir que sea igual una religión que otra y que importe poco la confesión expresa de la fe en Jesucristo. De ser así, tampoco tendría sentido que la misión se extendiera a los gentiles.


La evangelización de los gentiles es la respuesta al mandato de Jesús (Mt 28, 10s) y el cumplimiento de las profecías sobre el universalismo de la salvación (Is 49, 6; 56, 1-7; 66, 18-23; Sof 3, 9-10; Zac 8,20-23). Por este universalismo luchará incansablemente Pablo, el apóstol de los gentiles.


Mientras está hablando Pedro y antes de que Cornelio y los de su casa fueran bautizados, el Espíritu Santo desciende sobre estos últimos. De esta manera se muestra que, no obstante la importancia y la dignidad del orden sacramental, Dios da su gracia a quien y como quiere, sin atarse necesariamente a ningún rito o ministerio eclesial. Es más, Dios se anticipa, normalmente, y llega a los hombres antes que sus ministros.


La iglesia descubre el universalismo de su misión y ve que no es necesario hacerse antes judío para llegar a ser cristiano. Aunque se ha de librar todavía más de una batalla con los judaizantes, los hechos aquí narrados y la decisión del concilio de Jerusalén (Hech 15; cfr. Gál 2, 1-10) sentarán definitivamente las bases de la evangelización de todas las naciones.



REFLEXIÓN DEL SALMO 97 EL SEÑOR REVELA A LAS NACIONES SU SALVACIÓN



Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.


Tiene dos partes (lb-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido la victoria con su diestra y con su santo brazo (ib), porque ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.


Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga (4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está caracterizado por la justicia y la rectitud.


Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere, podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra, el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la justicia y la rectitud.


Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y, en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata, probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones, acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).


La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá. También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos, convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto, merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna con justicia y con rectitud.


El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que liberó en los tiempos pasados (cf el éxodo). La expresión «amor y fidelidad» (3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha sellado la Alianza. Pero también es el aliado de todos los pueblos y de todo el universo en lo que respecta a la justicia y la rectitud. Es un Dios ligado a la historia y comprometido con la justicia. Su gobierno hará que se instaure el Reino.


En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino (Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los doctores de la Ley (Mt 1,15; 5,20; 6,33).


A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).


Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama «justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.



REFLEXIÓN DE LA SEGUNDA LECTURA: 1 JUAN 4,7-10 DIOS ES AMOR



Con estos versículos comienza la magna reflexión sobre la caridad (4,7—5,3) que marca la cima de la Primera carta de Juan. Dios es la fuente del amor. En consecuencia, quien ha brotado de esta fuente y permanece unido a ella (v. 7) vive del amor y difunde amor. Esta es la razón de que el amor a Dios y el amor fraterno sean una sola y misma realidad. Por el contrario, no puede decir que conoce a Dios quien no se configura con él en el amar (v. 8; cf. 20s.).


«Dios es amor»: esta revelación del rostro de Dios no es una afirmación especulativa, sino la experiencia de una historia de la que Juan es testigo directo (1,1-4), y cada cristiano llega a serlo también (1,3) cuando entra en la comunión eclesial, así como también en la intimidad de su propio corazón. El amor no es una realidad para explicar. Dios ha revelado que es amor a través de su obrar, a través de su “desmesurada caridad”, que le ha llevado a dar al hombre a su mismo Hijo único —sinónimo de amadísimo—, el cual a su vez ha entregado su propia vida expiando con la muerte el pecado del hombre. Su ofrenda es en verdad como la semilla que, una vez caída en tierra, produce mucho fruto.


La liberación de la esclavitud del pecado no sólo le devuelve al hombre su inocencia originaria, sino, mucho más, le abre a la vida de comunión con Dios, le hace «capaz» de ser morada de Dios. El Hijo amado, que se encuentra en una relación única con el Padre, ha sido enviado por él para introducirnos en la inefable circulación de caridad que une, en la Santísima Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu. Si con la encarnación, el Verbo, que estaba en el seno del Padre, ha venido al mundo a revelar a Dios, con la resurrección, el hombre, que estaba alejado de Dios, es llevado de nuevo a su seno, hecho hijo en el Hijo.



REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-17. NADIE TIENE AMOR MÁS GRANDE QUE EL QUE DA LA VIDA POR SUS AMIGOS



La perícopa evangélica prosigue y profundiza en el tema de la segunda lectura: el del amor. Jesús, prosiguiendo con la analogía de la vid y los sarmientos, añade matices siempre nuevos para hacer comprender cuál es la relación que les une al Padre y a los hombres. La expresión permanece en él» (vv. 4-7) se explica ahora en el sentido de “permanecer en su amor”, es decir, esa circulación de caridad, de pura donación, que es la vida trinitaria en sí misma y en su apertura al hombre (v. 9).


A Jesús, como bien atestiguan sus parábolas, no le gusta el lenguaje abstracto. Si habla, es para ofrecer palabras que son «espíritu y vida» y, por consiguiente, tienen que poder ser comprendidas y vividas por todos. Permanecer en su amor es así sinónimo de «observar sus mandamientos». Una vez más es la vida trinitaria el modelo que se propone al hombre: Jesús permanece en la caridad del Padre y es una sola cosa con él porque acoge, ama y realiza plenamente su voluntad (v. 10). Como dice el himno cristológico de Flp 2, «se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó...». Esta unión de voluntades, con la seguridad de que el designio del Padre es el verdadero bien, es la alegría del Hijo, y él, al pedir la observación de sus mandamientos, no hace otra cosa que invitar al discípulo a participar de su misma alegría (v. 11).


Su mandamiento es el amor recíproco, hasta estar dispuesto a ofrecer la vida por los otros (vv. 12s). Ese amor es el que hace caer todas las barreras, hace «prójimo» a todo hombre, hace nacer una amistad que sabe compartir las cosas más importantes. Su realización perfecta se encuentra en Jesús, que, antes de morir, dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos», aunque sabe que muy pronto le dejarían solo.


La liturgia de hoy —como siempre— nos habla sólo de amor. «Dios es amor», y, por consiguiente, ¿qué otra cosa podría decirnos su Palabra o darnos su acción? Sin embargo, si la escuchamos con atención, hoy —y cualquier otro día—, este motivo único resuena con tonos nuevos. Sigámoslo a través de las lecturas para aprender a cantarlo con la vida.


El amor por parte del hombre empieza con la atención, con una intensa expectación dirigida a Dios y suscitada además por él. Empieza por el darse cuenta de que Dios nos ha amado primero, desde siempre, y no porque lo mereciéramos. Descubrirse amado significa, al mismo tiempo, reconocerse pecador perdonado. Este perdón no ha tenido para Dios — ¡el Omnipotente!— un precio irrisorio, pero precisamente así es como se ha manifestado el amor: «Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él... envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados». El rostro amante de Dios nos ha sido revelado por el rostro de dolor y de gloria de Cristo. Y él nos invita a permanecer en su amor —el más grande, porque es la vida entregada— para poder gustar la comunión con el Padre.


Se nos pide, una vez más, que estemos «atentos»: el amor entregado y recibido nos implica en su dinamismo a cada uno de nosotros. Debe convertirse en nuestra entrega: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», con una atención activa y constante para no dejar prevalecer la naturaleza egoísta en nuestro modo de sentir, pensar, hablar, obrar; con la tensión gozosa de poner al principio de todo el divino mandamiento. No es fácil para nadie en concreto...


Pero para eso precisamente se nos ha dado el Espíritu. Se nos propone una nueva atención de amor: intentar intuir en cada circunstancia los caminos que el Espíritu nos va abriendo delante, para que pueda desplegarse el amor y llegar a todo hombre. También Pedro se despojó a fondo de inveteradas convicciones para abrazar el designio de Dios: atento al Espíritu y a los hermanos, indicó a la Iglesia naciente el nuevo itinerario de amor, dejándonos a todos nosotros una huella de luz.



REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-17. EL ODIO DEL MUNDO.



Os expulsarán de las sinagogas. La sinagoga es el lugar donde los judíos se reúnen para orar. Es una palabra que deriva del griego y significa «lugar de reunión». Aunque la sinagoga es un lugar sagrado, los judíos nunca llamarían «templo» a los lugares de oración de su diáspora: para los hebreos el «templo» es uno solo, el de Jerusalén. El pueblo hebreo se caracteriza por su gran coherencia, tanto nacional como religiosa.


El hecho de expulsar a alguien de un sitio o de prohibir su entrada puede ser un acto racista y, sea como sea, tiene un peso y unas consecuencias sociales. Si la exclusión es, de algún modo, institucional, tiene que tener graves y precisos motivos, Por ejemplo, podría tratarse de una incompatibilidad fundamental entre las personas que quieren acceder y el grupo o la asociación que gestiona el lugar en cuestión.


Un conflicto semejante existe entre Cristo y el mundo. Este es el motivo por el que algunos cristianos “salen” deliberadamente del mundo y se refugian en la soledad. Los primeros monjes elegían el desierto, pero ya entonces los Padres de la Iglesia advertían que la separación del mundo no tenía que ser necesariamente una huida material sino, más bien, una huida moral, que significaba dar al mundo y a todo lo que es apariencia un valor diferente y relativo.


Quien os mate pensará que da culto a Dios. Hay varios grados de marginación de la sociedad, no sólo la prohibición de acceso. La ley romana mandaba al exilio a quien consideraba peligroso para la sociedad. Pero la exclusión más radical es la pena de muerte, destinada a quien amenaza la misma convivencia humana.


Desde el principio de la historia de la Iglesia muchas personas han sido condenadas a muerte por haber confesado su fe en Cristo. La condena venía camuflada por falsas razones sociales, nacionales, legales.


Es un hecho que sigue sucediendo incluso en la historia de la Iglesia actual, en varias partes del mundo. Hoy como entonces, parece que Cristo constituye un peligro, un obstáculo que debe quitarse.

 

Y lo harán porque no han conocido al Padre ni a mí. También Cristo sufrió la peor de las exclusiones y fue condenado a muerte por motivos religiosos. Pero después rogó por quien lo mataba: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).


¿El odio por la religión puede deberse a la ignorancia? La teología moral distingue entre ignorancia culpable y no culpable. Para los Padres griegos, todo pecado era ignorancia. Con esto no querían excusar la malicia sino, más bien, señalar que quien comete el mal no se da cuenta de sus consecuencias. Todo pecado, en efecto, es como una obnubilación, un eclipse de la conciencia, que aleja de la verdad de Dios. Quien peca y obra el mal no conoce al Padre ni a su Hijo Jesús. Platón, sutil psicólogo, de hecho decía que uno conoce y ama sólo aquello que se le parece. Entonces, quien no ama a sus hermanos, ¿cómo puede conocer el amor de Dios? El verdadero conocimiento sólo tiene su origen en la caridad, es decir, en Dios, que es caridad (1Jn 4,8).


Juan insiste aquí en decir que la iniciativa del amor pertenece a Dios, en él está la fuente del amor. No hemos sido nosotros los que hemos amado a Dios, sino que fue él quien nos amó a nosotros y removió el gran obstáculo para el amor que se encuentra en nosotros: el pecado. «Dios envió a su Hijo como instrumento de perdón por nuestros pecados», haciendo así posible una unión de amor con él.


Dios nos purifica en el bautismo con la sangre de su Hijo. Jesús interviene en el sacramento de la reconciliación como nuestro abogado, para defendernos y purificarnos de los pecados cometidos después del bautismo; nos hace capaces de ser fieles al amor que procede de Dios.


La primera lectura nos muestra que este amor es universal. En el Antiguo Testamento se podía tener la impresión de que el amor de Dios se limitaba al pueblo elegido. En realidad, Dios había querido que el privilegio del pueblo judío no siguiera siendo exclusivo, sino que se extendiera a todas las naciones. Ya había dicho desde la llamada a Abrahán: «Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo». Por consiguiente, su proyecto es un proyecto universal, que se lleva a cabo por medio del misterio pascual de Jesús, por medio de su misterio de muerte y resurrección.


Eso es lo que se nos dice en la primera lectura. Pedro va a casa de Cornelio, un pagano que ha sido dócil a Dios y ha tenido la inspiración de hacer venir al apóstol a su propia casa, para acoger la palabra de la salvación. Pedro, inspirado asimismo por Dios, no duda en ir a la casa de un pagano para hablar de Jesús. Ha comprendido que «Dios no es parcial, antes acepta a quien lo respeta y procede honradamente, de cualquier nación que sea».


El amor de Dios se dirige a todos los hombres, ya no hay limitación alguna. La elección se extiende ahora a todos los hombres que creen. Basta con adherirse a Cristo en la fe, acoger el amor de Dios, que se nos comunica por medio de Cristo, para ser salvados de los pecados y vivir así en la alegría perfecta de la comunión de amor con Dios.


Debemos agradecer al Señor que nos haga partícipes de este proyecto suyo de amor, y ser conscientes de que debemos progresar continuamente en el amor. Debemos desarrollar en nosotros un amor verdaderamente universal, a fin de corresponder a nuestra vocación cristiana. La Iglesia es católica, es decir, está abierta y dispuesta para acoger en su seno a todas las naciones, para ponerlas en comunión con Dios y en comunión entre ellas.


La celebración de la Eucaristía nos introduce en este proyecto de Dios. Por eso podemos participar en ella con confianza y con gratitud, en unión con todas las personas llamadas a vivir con nosotros en el amor de Dios.



REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-17.«COMO ME AMÓ EL PADRE OS AMÉ YO: MANTENEOS EN MI AMOR».



La liturgia de este domingo nos presenta unos textos bellísimos que nos hablan del amor y de Dios, que es amor. Estamos verdaderamente en el punto más elevado de la revelación del Nuevo Testamento. Jesús dice a sus discípulos en la Última Cena: «Como me amó el Padre os amé yo: manteneos en mi amor». Son unas palabras que nos iluminan y que infunden una gran alegría en nuestro corazón.


El amor procede del Padre, pasa a través del corazón de Jesús y llega hasta nosotros. No podemos pretender ser nosotros la fuente del amor. Pensarlo sería por nuestra parte una ilusión plena de soberbia que contradiría precisamente el sentido del amor. La verdadera fuente del amor es Dios.


Juan afirma en la segunda lectura que «Dios es amor». Nos hacemos con frecuencia una idea equivocada de Dios, considerándole como una potencia más o menos despiadada, como un juez intransigente como un tirano. La Biblia nos revela, en cambio, que Dios es amor. Es generosidad absoluta, benevolencia infinita.


El amor procede del Padre celestial y pasa a través del corazón de Jesús, como nos dice él mismo: «Como me amó el Padre os amé yo». Jesús no pretende tampoco ser la fuente del amor. Es consciente de que recibe el amor del Padre y de que él sólo es el mediador de ese amor, el que nos lo debe transmitir.


Jesús nos transmite este amor de una manera muy activa. En efecto, nos dice en este mismo fragmento del evangelio: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos». Eso es lo que hizo él mismo. En la Última Cena dio gracias al Padre, que ponía en su corazón un amor infinito y al que se adhería con todo su ser humano y divino. De este modo pretendía ofrecer su propia vida por las personas que amaba: no sólo por sus discípulos, sino también por todos los hombres.


También nosotros debemos acoger, como Jesús y en él, con gratitud, el amor que procede del Padre y permanecer en él, según el mandamiento de Jesús: «Manteneos en mi amor». Debemos permanecer en el amor que nos transmite Jesús.


Permanecer en este amor, y no salir de él con el egoísmo, con el pecado y con ningún comportamiento indigno de la vocación cristiana y humana, constituye un programa de vida maravilloso, muy positivo; significa vivir continuamente en el amor.


Jesús nos hace comprender que nuestro amor no debe ser sólo un amor afectivo, un sentimiento superficial, sino un amor efectivo, un amor que se manifiesta en la observancia de sus mandamientos. Jesús afirma: «Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor». El amor debe manifestarse en la vida concreta, en las acciones; de lo contrario, sólo será un amor ilusorio. Jesús nos pide que guardemos sus mandamientos, y éstos se resumen en uno solo: «Amaos unos a otros como yo os amé».


Jesús nos ama, y nosotros estamos obligados a amar como él nos ama. Naturalmente, no podemos hacerlo si no tenemos en nosotros su mismo corazón. Para amar como Jesús nos ama, debemos acoger su corazón en nosotros. La Eucaristía tiene la finalidad de poner en nosotros el corazón de Jesús, de modo que éste sea verdaderamente eficaz en nuestra vida y toda ella esté guiada por sus sentimientos generosos. Este es el ideal cristiano.


Jesús nos muestra que su amor está lleno de delicadeza y de generosidad: «Vosotros sois mis amigos. Ya no os llamo siervos. A vosotros os he llamado amigos». Tener a Jesús como amigo es algo extraordinario para nosotros: él, el Hijo de Dios; él, lleno de santidad; él, que es la misma perfección. Por nuestra parte, somos indignos, pero es él quien quiere comunicarnos su amistad.


Jesús nos dice, a continuación, que su amistad se manifiesta con la confianza, con la comunicación de los pensamientos y de los sentimientos de Dios, con la revelación divina: «Os comuniqué cuanto escuché a mi Padre». La vida cristiana es una vida de confianza con Jesús, y esto también es maravilloso. Naturalmente, por nuestra parte, debemos estar atentos para acoger las revelaciones de amor que él quiere hacernos. Si no oramos, si no meditamos, no podremos acoger verdaderamente lo que Jesús quiere decirnos en el fondo de nuestro corazón.


Vivir en esta intimidad con Jesús, saber lo que él quiere que hagamos en cada circunstancia, vivir en el amor efectivo, ser guiados por Jesús, todo eso es algo verdaderamente extraordinario; pero es también lo que corresponde a los deseos más profundos de nuestro corazón y lo que infunde en nosotros la alegría más perfecta, según las palabras de Jesús: «Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada».


Estas palabras manifiestan también el amor que nos tiene Jesús. Él nos ama; por eso quiere comunicarnos su alegría, que es la alegría del Hijo de Dios lleno de amor. Jesús quiere hacernos vivir en un amor constante, fiel y generoso, correspondiendo así a nuestra vocación fundamental. En efecto, Dios, que es amor, nos ha creado para comunicarnos su amor, para hacernos vivir en su amor y para darnos la verdadera alegría, la felicidad perfecta, sin sombra alguna de pecado y egoísmo.


Para hacer posible esto, Dios no dudó en entregar a su propio Hijo. Dice Juan en la segunda lectura: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo como instrumento de perdón (ésta es la traducción más exacta del término ilasmos) por nuestros pecados».


Juan insiste aquí en decir que la iniciativa del amor pertenece a Dios, en él está la fuente del amor. No hemos sido nosotros los que hemos amado a Dios, sino que fue él quien nos amó a nosotros y removió el gran obstáculo para el amor que se encuentra en nosotros: el pecado. «Dios envió a su Hijo como instrumento de perdón por nuestros pecados», haciendo así posible una unión de amor con él.


Dios nos purifica en el bautismo con la sangre de su Hijo. Jesús interviene en el sacramento de la reconciliación como nuestro abogado, para defendernos y purificarnos de los pecados cometidos después del bautismo; nos hace capaces de ser fieles al amor que procede de Dios.


La primera lectura nos muestra que este amor es universal. En el Antiguo Testamento se podía tener la impresión de que el amor de Dios se limitaba al pueblo elegido. En realidad, Dios había querido que el privilegio del pueblo judío no siguiera siendo exclusivo, sino que se extendiera a todas las naciones. Ya había dicho desde la llamada a Abrahán: «Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo». Por consiguiente, su proyecto es un proyecto universal, que se lleva a cabo por medio del misterio pascual de Jesús, por medio de su misterio de muerte y resurrección.


Eso es lo que se nos dice en la primera lectura. Pedro va a casa de Cornelio, un pagano que ha sido dócil a Dios y ha tenido la inspiración de hacer venir al apóstol a su propia casa, para acoger la palabra de la salvación. Pedro, inspirado asimismo por Dios, no duda en ir a la casa de un pagano para hablar de Jesús. Ha comprendido que «Dios no es parcial, antes acepta a quien lo respeta y procede honradamente, de cualquier nación que sea».


  El amor de Dios se dirige a todos los hombres, ya no hay limitación alguna. La elección se extiende ahora a todos los hombres que creen. Basta con adherirse a Cristo en la fe, acoger el amor de Dios, que se nos comunica por medio de Cristo, para ser salvados de los pecados y vivir así en la alegría perfecta de la comunión de amor con Dios.


Debemos agradecer al Señor que nos haga partícipes de este proyecto suyo de amor, y ser conscientes de que debemos progresar continuamente en el amor. Debemos desarrollar en nosotros un amor verdaderamente universal, a fin de corresponder a nuestra vocación cristiana. La Iglesia es católica, es decir, está abierta y dispuesta para acoger en su seno a todas las naciones, para ponerlas en comunión con Dios y en comunión entre ellas.


La celebración de la Eucaristía nos introduce en este proyecto de Dios. Por eso podemos participar en ella con confianza y con gratitud, en unión con todas las personas llamadas a vivir con nosotros en el amor de Dios.



REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,9-17.-"QUE OS AMÉIS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO".



-"Esto os mando: que os améis". Con estas precisas y preciosas palabras termina el evangelio de este domingo. Con esas mismas palabras se despidió Jesús de sus discípulos durante la última cena, momentos antes de subir a la cruz para resucitar. La solemnidad del momento en que nos dio Jesús su mandamiento de amarnos, demuestra bien a las claras que es su última voluntad, la misión que nos encomienda con urgencia y con todas las prioridades. Por eso insiste una y otra vez, como para que no pase inadvertido ni sea relegado a segundo plano.


Para mayor abundamiento, el mismo evangelista, que nos ha transmitido ese mandamiento de Jesús, hace suya la orden del Maestro y nos insta a que nos amemos los unos a los otros, ya que el amor es de Dios.


-"Que os améis unos a otros como yo os he amado". El amor que Jesús nos encomienda no es una simple corriente de simpatía. No se trata sólo ni precisamente de mirar a todo el mundo con una sonrisa en la boca o prodigando buenas palabras a diestro y siniestro.


Tampoco se trata de la caridad, con minúscula y caricaturesca, a que frecuentemente reducimos el mandamiento de Jesús. El evangelio no da pie para que evaluemos el amor en donativos de caridad, en limosnas, en desprendimiento de lo que nos sobra y vamos a tirar.


El amor que Jesús nos manda es simplemente el amor. Un amor afectivo y de amistad, de compañerismo, fraternal. Pero un amor también efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. ¿Que cómo nos ha amado Jesús?


-"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida". Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar, no podemos conformarnos con un amor menor, no seríamos buenos seguidores de Jesús. Jesús ha puesto tan alta la cota, para que no caigamos en lo que tantas veces caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades vergonzantes. Jesús pudo poner bien alta la mira, porque él mismo estaba a punto de hacer lo que nos mandaba hacer.


Al día siguiente de darnos el mandamiento del amor, moría en la cruz víctima del amor a los hermanos. Así quedaba patente el modo del amor de Dios, manifestado en su Hijo. Así quedaba meridianamente claro el modo del amor cristiano.


Y si el récord del amor cristiano está en dar la vida, parece claro que no será mucho exigirnos el dar todo lo que vale mucho menos que la vida, como es nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra dedicación, nuestras cosas, nuestro dinero.


-"Si guardáis mi mandamiento, permaneceréis en mi amor". Somos cristianos, amamos a Cristo, si y sólo si amamos al prójimo como Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Ahí podría estar, si la hay, la diferencia entre el amor cristiano y todas las formas del altruismo, en ese "como Dios nos ama". Esa medida, única capaz de acreditar nuestra fe, ha sido frecuentemente rebajada por los seguidores de Jesús. La historia de la Iglesia está salpicada de luces y sombras en este sentido. Pero hay luces suficientes para que pueda ser tenida como maestra. Durante toda su larga historia ha estado siempre pendiente de las necesidades y de los sufrimientos de los hombres: los pobres, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los abandonados, los moribundos, los perseguidos han sido acogidos en la iglesia. El calendario de los santos es un inmenso listado de hermosas obras del amor cristiano. Y ese listado aún no se ha cerrado. Muchas de las miserias del hombre se van resolviendo en la creciente acción social de los Estados. Pero ninguna política social puede alcanzar todas las miserias de todos los hombres ni podrá dar respuesta a todos los sufrimientos humanos. Por eso queda siempre un espacio abierto al amor de los creyentes y a la solidaridad de todos.


-"Permaneced en mi amor". Permanecer en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos insta a volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su enfermedad. "Si las comunidades cristianas quieren ser fieles a la persona y al mensaje de Jesús, han de atender a los enfermos más desasistidos y necesitados con la misma solicitud con que él lo hizo... Jesús no pasó de largo ante los enfermos, el sector más desamparado y despreciado en la sociedad de su tiempo. Se acercó a ellos, se conmovió ante su situación, les dedicó una atención preferente, buscó el contacto humano con ellos, por encima, de las normas que lo prohibían, y les libró de la soledad y abandono en que se encontraban, reintegrándolos a la comunidad".


Así como Jesús amó a los hombres, a los enfermos y necesitados, así es como debemos amar. Recordemos su mandamiento. Practiquémoslo.


9. No se puede pasar en silencio una declaración tan asombrosa como ésta. Jesús vino a revelarnos ante todo el amor del Padre, haciéndonos saber que nos amó hasta entregar por nosotros a su Hijo, Dios como El (3, 16). Y ahora, al declararnos su propio amor, usa Jesús un término de comparación absolutamente insuperable, y casi diríamos increíble, si no fuera dicho por El. Sabíamos que nadie ama más que el que da su vida (v. 13), y que El la dio por nosotros (10, 11), y nos amó hasta el fin (13, 1), y la dio libremente (10, 18), y que el Padre lo amó especialmente por haberla dado (10, 17); y he aquí que ahora nos dice que el amor que El nos tiene es como el que el Padre le tiene a El, o sea que El, el Verbo eterno, nos ama con todo su Ser divino, infinito, sin límites, cuya esencia es el mismo amor (cf. 6, 57; 10, 14 s.). No podrá el hombre escuchar jamás una noticia más alta que esta "buena nueva", ni meditar en nada más santificante; pues, como lo hacía notar el Beato Eymard, lo que nos hace amar a Dios es el creer en el amor que Él nos tiene. Permaneced en mi amor significa, pues, una invitación a permanecer en esa privilegiada dicha del que se siente amado, para enseñarnos a no apoyar nuestra vida espiritual sobre la base deleznable del amor que pretendemos tenerle a El (véase como ejemplo 13, 36 - 38), sino sobre la roca eterna de ese amor con que somos amados por Él. Cf. I Juan 4, 16 y nota.


11. Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. En 16, 24; 17, 13; I Juan 1, 4, etc., vemos que todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en el amor.


14. Si hacéis esto que os mando, es decir, si os amáis mutuamente como acaba de decir en el v. 12 y repite en el v. 17, porque el mandamiento del amor es el fundamento de todos los demás (Mat. 7, 12; 22, 40; Rom. 13, 10; Col. 3, 14).
 

15. Notemos esta preciosa revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos ha dejado de parte del Padre. Y El mismo nos agrega cuán grande es la riqueza de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio Hijo.


16. Hay en estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos, no solamente que de El parte la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él. Infinita suavidad de un Maestro que no repara en humillaciones porque es "manso y humilde de corazón" (Mat. 11, 29). Infinita fuerza de un amor que no repara en ingratitudes, porque no busca su propia conveniencia (I Cor. 13, 5). Vuestro fruto permanezca: Es la característica de los verdaderos discípulos; no el brillo exterior de su apostolado (Mat. 12, 19 y nota: "), pero sí la transformación interior de las almas. De igual modo a los falsos profetas, dice Jesús, se les conoce por sus frutos (Mat. 7, 16), que consisten, según S. Agustín, en la adhesión de las gentes a ellos mismos y no a Jesucristo. Cf. 5, 43; 7, 18; 21, 15; Mat. 26, 56.



ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA EL DÍA.



Nosotros sólo amamos si hemos sido amados primero. Busca cómo puede el hombre amar a Dios, y no encontrarás más que esto: Dios nos ha amado primero. Aquel a quien nosotros hemos amado se ha entregado antes él mismo. Se ha entregado a fin de que nosotros le amemos. ¿Qué es lo que ha entregado? El apóstol san Pablo lo dice con más claridad: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”. ¿Por medio de quién? ¿Quizá por medio de nosotros? No. ¿Por medio de quién entonces? “Por medio del Espíritu que nos ha sido dado” (Rom 5,5). Llenos de ese testimonio, amamos a Dios por medio de Dios (...).


La conclusión se impone, y Juan nos la dice aún con mayor claridad: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (Jn 4,8). Es poco decir: el amor viene de Dios. Pero ¿quién de nosotros se atrevería a repetir estas palabras: «Dios es amor»? Las ha dicho alguien que tenía experiencia. Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás. Porque Dios se ofrece a nosotros en el mismo instante. «Amad me —nos grita— y me poseeréis. No podéis amarme sin poseerme. El amor, la libertad interior y la adopción filial no se distinguen más que por el nombre, como la luz, el fuego y la llama. Si el rostro de un ser amado nos hace felices, ¡qué hará la fuerza del Señor cuando venga a habitar en secreto en el alma purificada! El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Cuanto más brota, más quema al sediento. Por eso el amor es un progreso eterno.



REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA



El cristiano es una persona a la que Dios ha confiado a los otros; hemos sido confiados los unos a los otros y somos responsables los unos de los otros. La responsabilidad empieza en el momento en que nos mostramos capaces de responder a una necesidad con toda nuestra inteligencia, con todo nuestro ser: nuestra vida, nuestro corazón, nuestra voluntad, nuestro cuerpo, nuestro compromiso de cristianos debe ir mucho más allá de un piadoso propósito de oración y de intercesión: debe ser un compromiso en el que nuestro mismo cuerpo esté plenamente implicado, tanto en la vida —porque a veces es un problema arduo vivir en el nombre de Dios— como en la muerte. Y si no es posible hacer ninguna otra cosa por el que sufre, siempre podremos interponemos entre la víctima y el verdugo. Conocía un hombre que vivió durante treinta y seis años en un campo de concentración y que un día, con una profunda luz en los ojos, me contaba: “¿Te das cuenta de lo bueno que ha sido Dios conmigo?” Me cogió cuando era sólo un joven sacerdote y me puso primero en la cárcel y después en un campo de concentración durante más de la mitad de mi vida. Así pude ser ministro suyo allí donde era necesaria la presencia de uno de ellos». Poquísimos de nosotros somos capaces, no digo de obrar, sino ni siquiera de pensar en estos términos. Sin embargo, ésa es la actitud de una persona que es presencia divina allí donde se requiere esta presencia: y no se trata, ciertamente, de gestos de poder. La única cosa que este cristiano poseía era la convicción de una vida entregada por completo a Dios y ofrecida, a través de Dios, a los otros hombres. Eso es lo que nos enseña una inmensa nube de testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia.

 

EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL MAGISTERIO DE LA SANTA IGLESIA: LA CONVERSIÓN DE CORNELIO.



La narración de la conversión de Cornelio tipifica el universalismo del evangelio mediante la aceptación de un pagano en la Iglesia. Las legiones romanas se hallaban estacionadas en Siria. Sabemos por una inscripción que una cohorte, llamada cohors II Italica, estuvo estacionada en Siria. Pero podían tener tropas destacadas en es el caso de Cornelio. Se dice de él que era es decir, que estaba al mando de 100 hombres. Con esta categoría tenía que, ser necesariamente ciudadano romano. Cesarea era la sede de la administración romana en Judea. Allí estaba instalado Cornelio con su y servicio. Era piadoso y temeroso de Dios, amigo de los judíos, que lo estimaron, sobre todo, por los que les hacía. Cornelio es el tipo de los temerosos de Dios y de los que obran la justicia, símbolo de que, en todos los pueblos, son aceptos a Dios y lo mismo, deben ser aceptados por la Iglesia. Cornelio evoca inevitablemente al centurión de Cafarnaum (Lc 7,5): su piedad merecía que fuese atendido en sus peticiones de ofrecer Lucas el discurso de Pedro, que es: 13 narraciones alcanza su punto culminante, era necesario establecer un principio que hoy puede parecernos excesivamente elemental: ante Dios no hay acepción de personas. No existen para él discriminaciones sociales o raciales o de cualquier tipo. Para poner esto de relieve era necesario tener delante la mentalidad judía, representada ahora por la actitud de Pedro. Él sabía que era ilegal que un judío se acercase del modo que él lo hace a casa de un pagano. Pero ahora aquella ilegalidad ha desaparecido. Dios le ha demostrado, mediante la visión de aquel gran mantel que contenía animales puros e impuros, que ningún hombre puede ser considerado impuro por la simple razón de pertenecer a un pueblo determinado.


A pesar de lo dicho, pero también precisamente por lo dicho, el lector podía recibir la impresión de que el universalismo de la salud se halla recortado por su destino a los «temerosos de Dios». Efectivamente, ésta había sido la afirmación; sin embargo, hay que insistir igualmente en que nadie queda excluido. Cierto que el mensaje salvífico fue enviado primero a Israel. Al presentar el kerygma, nuestro autor se encuentra con esta dificultad. Lucas la resuelve diciendo que Jesús ha venido para establecer la paz (la paz entre Dios y el hombre), que Jesús es el Señor de todos y que a todo aquél que cree en él le son perdonados sus pecados (vv. 34-36).


En el discurso son mencionados todos los elementos del kerygma cristiano. El evangelio, que es llamado «palabra», puede datarse espacialmente (Palestina; Judea tiene aquí un sentido amplio, como en otros pasajes del libro de los Hechos) y temporalmente (el tiempo del Bautista). Puede, incluso, constatarse el punto de partida (Galilea).


Los datos esenciales mencionados vienen a continuación. La unción de Jesús por Dios (Is 61, 12). La presentación de Jesús, poseído por el Espíritu de Dios, caracteriza la cristología de Lucas. Se menciona el paso de Jesús haciendo el bien, en alusión al título de emergentes, bienhechores, dado a los reyes, sobre todo en Egipto. Se aduce el testimonio apostólico sobre su muerte y resurrección. La importancia de este testimonio se pone de relieve mediante el recurso: a la triple repetición (vv. 39. 41. 42). Estos testigos han sido elegidos por Dios o por Cristo (9, 15; 13, 2). Se pone de relieve lo que hicieron los hombres —le dieron muerte— (cuando se habla a los judíos, lo que hicieron los hombres de Jesús se pone en segunda persona del plural: vosotros le disteis muerte..., de lo contrario, como ocurre aquí, es utilizada la tercera persona y es presentada haciendo alusión a Dt 22, 21) y lo que hizo Dios (se habla de la resurrección en forma confesional, está expuesta como un artículo del credo; puede verse en la comparación del verso 40 con 1Cor 15, 3). También es presentado, en forma confesional, el aspecto judicial de Cristo.


Este kerygma se halla ya preanunciado por los profetas, cuyo testimonio es aducido como confirmación de la predicación apostólica. Y dentro del contenido del evangelio se menciona también el perdón de los pecados, mediante la fe en Cristo. Perdón ofrecido a todos los hombres, no sólo a los judíos.


La gran sorpresa viene al final. Todavía estaba hablando Pedro cuando el Espíritu se derramó sobre aquellos oyentes paganos, lo mismo que en el día de Pentecostés. Estamos ante el Pentecostés «pagano» (en oposición al Pentecostés judío). Este acontecimiento es decisivo en la cuestión de la misión a los gentiles. ¿Cómo podrían negarse las aguas del bautismo a aquéllos a quienes Dios había concedido su Espíritu? Este será el argumento que esgrima Pedro cuando tenga que justificarse ante la Iglesia de Jerusalén por la admisión de aquellos paganos en la Iglesia. +

 

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