Hechos, 15, 1-6;
Sal. 121;
Jn. 15, 1-8;
‘Así seréis discípulos míos’, terminaba diciéndonos hoy Jesús. ¿Qué tenemos que hacer para ser
discípulos de Jesús? Como dirían hoy algunos ¿dónde hay que apuntarse?
¿Será cuestión de apuntarte como quien se apunta a un club o a una
sociedad? Algunos lo ven tan fácil como eso de apuntarse a algo, pagar una
cuota y ya me considero con todos los derechos. Pero, creo que todos nos
damos cuenta que ser discípulo de Jesús es algo mucho más hondo.
Empezaríamos diciendo que discípulo es el que sigue a un maestro,
porque aquella doctrina que enseña, o aquel mensaje que da para la vida le
parece interesante y puede encontrar en él un sentido o un valor para lo que
hace o para su manera de pensar y actuar. Es cierto que Jesús es nuestro
Maestro y con esa palabra lo llamaban los discípulos y muchos de los que lo
escuchaban. Y solemos decir que cristiano es el discípulo de Cristo, como nos
enseñaba el catecismo.
Pero en Jesús no encontramos solo ideas; en Jesús encontramos vida.
No es solo que el mensaje que nos enseñaba nos da un sentido para nuestra vida,
que también, sino que El mismo es la vida que hemos de vivir. Y ser discípulo
de Jesús pasa entonces por vivir su vida, hacernos uno con El, configurarnos
con Cristo, para ser otro ‘cristo’. No en vano somos también
ungidos con el Crisma santo para hacernos con Cristo sacerdotes, profetas y
reyes, para ser nosotros también ‘el ungido’.
Si vivimos a Cristo, porque queremos ser sus discípulos y hacernos
uno con El eso se va a expresar en nuestras obras, en nuestra vida. Una vida
para la gloria de Dios y una vida que está llamada a dar frutos y frutos
abundantes. ‘Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto
abundante; así seréis discípulos míos’.
No extrañará entonces todo lo anterior que hemos escuchado en el
evangelio con la alegoría de la vida que Jesús nos propone para decirnos cómo
tenemos que estar unidos a El para que podamos dar fruto. ‘Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vida, así tampoco
vosotros si no permanecéis en mí… sin mi no podéis dar fruto’.
Es un texto que hemos meditado recientemente, el pasado domingo V
de pascua, y ahora lo que queremos hacer es ahondar un poquito más en su
mensaje. Cuando decimos que somos discípulos de Jesús y ser discípulo de Jesús
es vivir su misma vida, se nos está diciendo en el fondo como tenemos que vivir
siempre muy unidos a Jesús. No es nuestra vida a nuestra manera, no es lo que a
mi me pudiera parecer, es Cristo, su palabra, su vida la que tengo que
transportar a mi vida, para poder llegar a decir como san Pablo, ‘ya no
soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí’.
Cómo tenemos, pues, que meternos en la vida de Cristo, empaparnos,
impregnarnos de su vida. Cómo tenemos que buscar conocerle cada día más. Cómo
tenemos que dejarnos transformar por El, con la fuerza de su Espíritu.
Como ya hemos reflexionado, qué importante es la oración en nuestra
vida, entrando en esa intimidad profunda con El para poderme ir configurando
cada vez más en El. Qué importante la vida sacramental, la participación en los
sacramentos que es dejarnos inundar por la presencia y por la vida de Cristo.
No pueden ser nunca una rutina en nuestra vida. Nada nos puede distraer ni
separar de su celebración; con qué profundidad hemos de vivirlos. Cómo tenemos
que ir empapándonos de su Palabra, gustando y saboreando cada página, cada
palabra de los evangelios y de la Biblia para así irle conociendo más e irme
impregnando del espíritu del Evangelio. Es la savia divina que tiene que fluir
por nuestras entrañas, por nuestro espíritu para llegar a vivir su vida.
‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y
yo en él, ése da fruto abundante’.
Publicado por Carmelo Hernández González
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