Hechos, 18, 1-8;
Sal 97,1-4;
Jn. 16, 16-20;
Contemplamos a Pablo que llega a Corinto después de la corta visita
que hizo a Atenas. Corinto era una ciudad importante, centro comercial, capital
de la provincia de Acaya y puerto importante del imperio romano.
Será un centro muy importante para la predicación de Pablo que
siempre buscará lugares estratégicos desde donde luego se pueda extender el
anuncio de la Buena Nueva de Jesús por todos sus alrededores. Vemos la
importancia que le da Pablo a este lugar por el tiempo que pasa aquí en
diferentes ocasiones, las diferentes visitas que realiza y en el nuevo
Testamento conservamos dos cartas del apóstol a esta comunidad, aunque
realmente se puede deducir que fueron más las que les escribió ante los
diferentes problemas que surgían en la comunidad de Corinto.
Comienza relacionándose con la comunidad judía del lugar; habiendo
conocido a Aquila y su mujer Priscila que venían de Roma tras la expulsión de
los judíos por el emperador Claudio, se establece con ellos, porque además
tienen el mismo oficio; se dedicaban a fabricar tiendas. Los sábados va a la
Sinagoga tratando de convencer a judíos y griegos que Jesús es el Salvador. Al
llegar Silas y Timoteo, que le habían acompañado anteriormente pero se habían
quedado por Tesalónica, se dedica enteramente a la predicación del Evangelio.
Pronto surgen las disputas con los judíos ante su fuerte oposición
y se dirigirá en delante de manera más directa a los gentiles. Algo repetido ya
en otras ocasiones en el primer viaje de Pablo. Señales de Dios de que el
evangelio ha de ser anunciado a todas las gentes, no sólo a los judíos.
Unas puertas se cierran ante el avance del Evangelio pero otras se
van abriendo al mismo tiempo. Ya escuchamos la visión que había tenido Pablo de
que un macedonio le pedía que viviera ayudarle, y conocemos cómo desde el
principio había sido escogido por el Señor, recordemos la visión a Ananías,
para ser mensajero del evangelio a los gentiles. Volveremos a escuchar la voz
del Señor que le habla y le pide que se mantenga firme en el anuncio del
Evangelio por fuerte que sean las dificultades. Será la tarea del apóstol que
así irá recorriendo todo aquel mundo antiguo haciendo el anuncio del evangelio.
Contemplar y reflexionar sobre esta trayectoria de san Pablo en sus
viajes apóstolicos con sus dificultades pero también con el ardor
entusiasmo con que iba de un lugar para otro anunciando el evangelio nos anima
y nos estimula. Sentimos en nuestro interior la inquietud de la fe, la
inquietud de que el Evangelio sea en verdad luz para nuestro mundo que muchas
veces vemos tan distanciados de los valores del evangelio y de todo sentido de
religiosidad verdadera. Querríamos que en verdad la semilla de la Palabra de
Dios fuera plantada en todas partes y llegara a dar fruto en los corazones de
los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo.
Pero no se nos puede enfriar ese ardor, no podemos perder el
entusiasmo, la inquietud tiene que mantenerse viva. Siempre habrá un nuevo
lugar donde anunciar, un nuevo medio por el que llegar a los otros, unas nuevas
personas que acopan esa semilla. Nosotros tenemos que ser sembradores en el
nombre del Señor. La hacemos en el boca a boca de ir compartiendo con los que
están a nuestro lado la fe que vivimos, la gracia de Dios que experimentamos en
nuestro corazón, o nos valdremos de mil cosas que puedan estar a nuestro
alcance para hacer ese anuncio.
Hoy utilizamos también estos medios que la técnica moderna nos
permite tener de internet, de redes sociales, y de tantos medios de
comunicación que tenemos a nuestro alcance, y que son púlpitos desde los que en
este mundo globalizado podemos hacer llegar el mensaje al último rincón.
Confieso que me admiro, y doy gracias a Dios por ello, de los lugares tan
dispares en nuestro ancho mundo al que llega la-semilla-de-cada-día, este
humilde y sencillo blogs - en el que ahora mismo estas leyendo este mensaje -
con el que quiero trasmitir también la luz del evangelio en medio de nuestro
mundo.
Que no perdamos nunca el ardor y el entusiasmo. Que no nos falte
nunca la fuerza y la asistencia del Espíritu Santo.
Publicado por Carmelo Hernández González
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