Yo sé que el mandato de mi Padre es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo, lo hablo como él me ha encargado
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Miércoles de la 4ª semana de Pascua
Textos bíblicos litúrgicos.-
1era. lectura: Hch 12, 24-13, 5;
Salmo: 66, 2-3.
5.6 y 8;
Evangelio: Jn 12, 44-50; Comunión: Jn 15,
16.19.
TEXTO ILUMINADOR
Porque
yo no hablo por mi propia cuenta: el Padre que me envió me encargó lo
que debo decir y cómo decirlo. Por mi parte, yo sé que su mensaje es
vida eterna. Por eso entrego mi mensaje tal como me lo encargó mi Padre (Jn 12, 49-50).
De la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia,
del Concilio Vaticano segundo (Nn. 5-6).
Dios, que
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a
nuestros padres por los profetas, y, cuando llegó la plenitud de
los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el
Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres, y curar a los contritos
de corazón, como médico corporal y espiritual, como Mediador entre Dios y
los hombres.
En
efecto, su misma humanidad, unida a la persona del Verbo, fue
instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó
plenamente nuestra reconciliación, y se nos otorgó la plenitud del culto
divino.
Esta
obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
cuyo preludio habían sido las maravillas divinas llevadas a cabo en el
pueblo del antiguo Testamento, Cristo la realizó principalmente por el
misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los
muertos y gloriosa ascensión.
Por
este misterio, muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró
la vida. Pues el admirable sacramento de la Iglesia entera brotó del
costado de Cristo dormido en la cruz.
Por
esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo, a su
vez, envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió
para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el
Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de
Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a
que realizaran la obra de salvación que proclamaban, mediante el
sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida
litúrgica (subrayado mío).
Así,
por el bautismo, los hombres son injertado en el misterio pascual de
Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él,
reciben el espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: “¡Abba!” (Padre), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre.
Del
mismo modo, cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte
hasta que vuelva. Por eso precisamente el mismo día de Pentecostés, en
que la Iglesia se manifestó al mundo, los que aceptaron las palabras de Pedro se bautizaron. Y eran
constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común,
en la fracción del pan y en las oraciones, alabando a Dios, y eran bien
vistos de todo el pueblo.
Desde entonces, la iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo lo que se refiere a él en toda la Escritura,celebrando
la eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el
triunfo de su muerte, y dando gracias, al mismo tiempo, a Dios, por su don inexpresable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.
ismaelojeda.wordpress.com
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