Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

28 de abril de 2024

V DOMINGO DE PASCUA.28 de Abril del 2024. 1º semana del Salterio. (Ciclo B)

 


LITURGIA DE LA PALABRA

Hch 9,26-31: “Les contó cómo había visto al Señor en el camino”
Sal 21: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea
1Jn 3,18-24: “Este es su mandamiento: que creamos y nos amemos”
Jn 15,1-8 : “Quien permanece en mí y yo en él, dará mucho fruto”


Para entender bien este texto es necesario saber que tanto la vid (o las uvas) o como la higuera (o los higos) son símbolos del pueblo de Dios en el AT. Así el profeta Oseas (9,10), refiriéndose al pueblo, dice: "Como uvas en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera descubrí a vuestros padres". Jeremías (24,1-10) cuenta una visión con estas palabras: "El Señor me mostró dos cestas de higos... una tenía higos exquisitos, es decir, brevas; otra tenía higos muy pasados, que no se podían comer". Los higos exquisitos aparecen como figura de los desterrados fieles a Dios; los «muy pasados que no se podía comer» son figura del rey, sus dignatarios y el resto de Jerusalén que han quedado en Palestina o residen en Egipto (v. 8).

Pero tanto la vid (que da agrazones en lugar de uvas) como la higuera (abundante en hojas, pero sin frutos) son figura del pueblo judío y de sus gobernantes, que no se han mantenido fieles a Dios. El fruto que Dios esperaba de Israel era el cumplimiento de las dos exigencias fundamentales de la Ley: el amor a Dios y el amor al prójimo como a sí mismo (12,28-31). Practicar ese amor, encarnado, según Is 5,7 (cf. Mc 12,1-2), en la justicia y el derecho, era la tarea preparatoria de la antigua alianza en relación con el reinado de Dios prometido. Sin embargo este pueblo no ha dado los frutos deseados a lo largo de la historia. Así Jeremías (8,4-13), después de constatar la corrupción de Jerusalén, que, a pesar de todo, se gloría de la Ley, termina descorazonado diciendo: «Si intento cosecharlos, oráculo del Señor, no hay racimos en la vid ni higos en la higuera».

El texto completo de este pasaje del profeta ilumina el sentido de la esterilidad: "Así dice el Señor: «¿No se levanta el que cayó?, ¿no vuelve el que se fue? Entonces, ¿por qué este pueblo de Jerusalén ha apostatado irrevocablemente? Se afianza en la rebelión, se niega a convertirse. He escuchado atentamente: no dice la verdad, nadie se arrepiente de su maldad diciendo: «¿Qué he hecho?». Todos vuelven a su extravío... mi pueblo no comprende el mandato del Señor. ¿Por qué decís: «Somos sabios, tenemos la Ley del Señor»?, si la ha falsificado la pluma falsa de los escribanos... Del primero al último sólo buscan medrar; profetas y sacerdotes se dedican al fraude".

Semejante es el lamento de Miq 7,1ss: "¡Ay de mí! Me sucede como al que rebusca terminada la vendimia: no quedan uvas para comer, ni brevas que tanto me gustan". La decepción del profeta proviene de que los piadosos y justos han desaparecido de la tierra y todos cometen malas acciones. A la higuera-Israel la conmina Jesús en el evangelio de Marcos de este modo: «Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti».

No le lanza una maldición que le desee directamente la muerte o algún mal.

Jesús no expresa odio o aborrecimiento hacia la higuera-institución. De hecho, no le dice: "No produzcas fruto", ni tampoco anuncia que no encontrarán fruto en ella, condenándola a la esterilidad. Le dice: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti". Expresa así Jesús el deseo vehemente de que ninguna persona, judía o no, recurra para su alimento-vida a la higuera-institución o dependa de ella; quiere que la humanidad repudie su doctrina y su ejemplo; que nadie busque nada en ella ni acepte nada de ella; que quede aislada al margen de la sociedad humana, y termine así su papel histórico.

El juicio tan tajante de Jesús sobre el templo y la institución, que los presenta como el prototipo de lo aborrecible, se debe a que ésta ha sido infiel a la misión que Dios le había asignado, en dos aspectos diferentes que serán explicitados en la perícopa siguiente: - hacia el exterior ha traicionado el universalismo que debía encarnar, y - hacia dentro del pueblo se ha convertido en instrumento de explotación.

Con ello, siendo la institución judía con el templo la única representante en la tierra del verdadero Dios, deforma su imagen, convirtiéndolo en un Dios particularista y legitimador de la injusticia. Apaga así el faro que debía iluminar a la humanidad y cancela todo horizonte de esperanza. Es el juicio del Mesías sobre las instituciones de Israel. Constata el fracaso de la antigua alianza y, por su parte, declara el fin de la misión de Israel en la historia.

Como se ve, las palabras de Jesús no tendrán efecto más que si los cada uno siguiendo su deseo, renuncia a buscar alimento en la higuera, es decir, si dejan de profesar la ideología que la institución propone o las ventajas que procura la adhesión a ella. El cumplimiento de estas palabras, depende de la opción libre de los seres humanos.

Frente a aquel pueblo que había sido infiel a Dios a lo largo de la historia, Jesús funda un nuevo pueblo, una comunidad humana nueva, verdadero pueblo de Dios, cuya identidad le viene de la unión con Jesús, que le comunica incesantemente el Espíritu, y el fruto de su actividad depende de ella.

La vid o la viña es el símbolo de Israel como pueblo de Dios (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 19,10-12). La afirmación de Jesús se contrapone a esos textos; no hay más pueblo de Dios (vid y sarmientos) que la nueva humanidad que se construye a partir de él (la vid verdadera, cf. 1,9: la luz verdadera; 6,32: el verdadero pan del cielo). Como en el AT, es Dios, a quien Jesús llama su Padre, quien ha plantado y cuida esta vid.

Advertencia severa de Jesús, que define la misión de la comunidad. Él no ha creado un círculo cerrado, sino un grupo en expansión: todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va realizando, en intensidad, en cada individuo y en la comunidad (crecimiento, maduración), y, en extensión, por la propagación del mensaje, en los de fuera (nuevo nacimiento). La actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la condición para que el hombre nuevo exista.

El sarmiento no produce fruto cuando no responde a la vida que recibe y no la comunica a otros. El Padre, que cuida de la viña, lo corta: es un sarmiento que no pertenece a la vid.

En la alegoría, la sentencia toma el aspecto de poda. Pero esa sentencia no es más que el refrendo de la que cada uno se ha dado: al negarse a amar y no hacer caso al Hijo, se coloca en la zona de la reprobación de Dios (3,36). El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús.

Quien practica el amor tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace. Con ella elimina factores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada vez más auténtico y más libre, y aumente así su capacidad de entrega y su eficacia. Pretende acrecentar el fruto: en el discípulo, fruto de madurez; en otros, fruto de nueva humanidad.

El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con él significa cortarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad.

El fruto de que se hablaba antes se especifica como mucho fruto (cf. 12,24). Éste está en función de la unión con él, de quien fluye la vida. Sin estar unido a Jesús, el discípulo no puede comunicarla (sin mí no podéis hacer nada). El porvenir del que sale de la comunidad por falta de amor es «secarse», es decir, carecer de vida. El final es la destrucción (los echan al fuego y se queman). La muerte en vida acaba en la muerte definitiva. Qué bien lo había entendido Juan en su carta cuando sentencia: «Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó». El amor es lo único que conduce a la vida verdadera y definitiva.


REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: HECHOS DE LOS APÓSTOLES 9,26-31 LES CONTÓ CÓMO HABÍA VISTO AL SEÑOR EN EL CAMINO 



La vocación y conversión de Pablo es un hecho muy importante en la primitiva iglesia, su historia, su situación. Una vez narrada, Lucas da cuenta de la primera reacción ante él.

Hay dos rasgos interesantes: la inicial desconfianza ante un Saulo convertido, lo que muestra que también en esa primera comunidad funcionaban los rasgos humanos normales que funcionan en los seres humanos. El otro es la aceptación incondicional posterior, si bien Lucas suprime las tensiones que acompañaron siempre a Pablo en su vida en ciertos ambientes. Pablo, por su parte, se entrega con ímpetu a la misión que le ha sido confiada. Sigue las huellas de Jesús, y ello le empieza a preparar a un destino parecido: el peligro de su vida. La solución aquí es distinta que en el evangelio: Pablo huye, de acuerdo con los hermanos. No siempre se habrá de proceder de la misma manera. Y ello no por cobardía sino por fidelidad a la misión misma.

El sumario del v. 31 corona la perícopa. Como en otros parecidos no es tanto una descripción histórica de la situación, lo cual sería contradictorio con lo que ha dicho en el párrafo anterior de la persecución hacia Pablo y por lo que sabemos del resto de Hechos tocante a esta época. Es más bien poner de relieve la acción del Espíritu que aparece, significativamente, al final de las líneas. Su acción es paz, asistencia, presencia en la comunidad.

Este mismo Espíritu sigue hoy con nosotros. El mensaje central de Hechos sobre el Espíritu es válido hoy día en nuestra comunidad concreta.

A los dos años después de su conversión, Pablo se dirige a Jerusalén buscando el contacto con la primitiva comunidad cristiana. No se le sería fácil, pues todos se acordaban del antiguo perseguidor y lo miraban con recelo, pero medió su amigo Bernabé, de origen helenista, igual que Pablo y lo presentó a los apóstoles.

En su carta a los Gálatas (1, 18-24), Pablo nos dice que en este viaje vio únicamente a Pedro y a Santiago, llamado "hermano del Señor". El autor de los Hechos no especifica, y habla, en general, de los apóstoles, pues lo único que le importa es hacer constar que Pablo fue aceptado por los jefes de la comunidad primitiva.

Pablo permaneció en Jerusalén quince días (Gál 1, 18), poco tiempo para realizar una actividad evangélica entre los helenistas. Tampoco debemos suponer que tuviera tiempo para actuar en los medios judíos, hablando en las sinagogas.

Con todo, quince días bastaron para que se atrajera el odio de sus enemigos y corriera el mismo peligro que Esteban, a quien Pablo iba a suceder con el mismo espíritu universalista.

Con la ayuda de los hermanos, esto es, de los fieles de Jerusalén, Pablo salva su vida embarcándose en Cesarea y huyendo a su ciudad natal. En Tarso debió predicar intensamente el evangelio, pues se corrió la voz en las comunidades cristianas de Judea que decían: "El que nos ha perseguido predica ahora la misma fe que antes quiso liquidar" (Gál 1,23).

Pablo no fue "apóstol" en sentido estricto, no fue uno de los Doce, pues no conoció a Jesús de Nazaret en su vida pública ni le siguió a partir del bautismo en el Jordán y hasta su ascensión a los cielos. Por eso Pablo deberá ceñirse en su predicación al testimonio de los apóstoles o Tradición Apostólica. De ahí la importancia de este primer contacto con Pedro en Jerusalén.

I/C/NO-LUGAR: Con la conversión de Pablo, el principal perseguidor, la iglesia entra en un período de paz que se extiende hasta el reinado de Herodes Agripa I (hacia el año 40). Y la fe cristiana se implanta en las tres regiones de la Palestina occidental. Es notable que Lucas designe a todas las comunidades cristianas palestinenses con el nombre de "iglesia". Esta palabra mantiene en adelante un doble significado en el N.T: la asamblea o reunión de los cristianos en un lugar (iglesia local) y la totalidad de los creyentes (iglesia católica o universal); pero nunca se llamará "iglesia" al lugar de reunión.

REFLEXIÓN DEL SALMO 21 EL SEÑOR ES MI ALABANZA EN LA GRAN ASAMBLEA. 

 

En este salmo predomina la súplica individual. Alguien tiene que enfrentarse con enemigos poderosos en un terrible conflicto. La última esperanza de esta persona es el Señor, que parece estar ausente.

Este salmo se ha visto sometido a numerosas adaptaciones a lo largo del tiempo. Tal y como lo encontramos en la actualidad, podernos distinguir en él tres partes, que representan tres situaciones distintas (2-22; 23-27; 28-32). La primera (2-22) es una súplica ante una situación dramática. La vida de alguien pende de un hilo. En la segunda (23-27) tenemos un cambio de la situación. Puede tratarse de una promesa de acción de gracias o de la misma acción de gracias tras la superación del conflicto.

Esta parte podría haberse añadido con posterioridad. La última (28-32) es un himno al Señor, rey universal, Pertenece al tipo de los himnos de realeza del Señor.

Las imágenes que se emplean en este salmo son muchas y vigorosas. Vale la pena prestar atención al modo en que el salmista describe a sus enemigos, por medio de figuras de animales feroces, y fijarse en la manera en que retrata la situación que está atravesando con imágenes de algo que está desapareciendo poco a poco. A Dios, por su parte, se le compara con una comadrona (10), con un guerrero (20), un héroe valiente (22) o un rey (29).

El salmo 22 revela un terrible e inmenso conflicto entre el justo y los injustos, lo que pone de manifiesto que habría tenido su origen en una sociedad de desigualdades, conflictiva y violenta (tal vez pudiera tratarse de un conflicto n el campo). No se respeta la vida de quien ama la justicia. Por el contrario, el justo es devorado por hombres que, como bestias feroces, sólo quedan saciados cuando lo ven muerto.

El texto expone la situación del salmista: el justo considera que ha sido abandonado por Dios, grita continuamente (de día y de noche), pero Dios no le hace caso (2-3). Se ve como un gusano, no como un hombre, vergüenza de la gente y desprecio del pueblo (7). Se siente objeto de las burlas de todos por haberse refugiado inútilmente en el Señor (8-9). Desde el vientre materno, como en el caso de Jeremías, fue entregado al Señor, incluso el mismo Dios asistió al nacimiento de este fiel (10-11); pero ahora tiene la impresión de que Dios está muy lejos (12). Se siente rodeado de enemigos y describe así la situación límite en que se encuentra: está a las puertas de la muerte (13-16).

Le están taladrando las manos y los pies y sus adversarios se sortean sus ropas (17-19). Es como si tuviera una espada al cuello o se encontrara bajo las garras de los perros (21), en las fauces de un león o en los cuernos del búfalo (22). Esta persona es socialmente pobre (25), compañera de otros pobres (27).

Los enemigos del pobre son descritos con imágenes tan enérgicas como violentas. Al principio se limitan a tomarle el pelo (7) y burlarse de él por haber depositado su confianza en el Señor (8-9). Pero después se vuelven terriblemente violentos, hasta el punto de que se les compara con una manada de fuertes toros de Basán que rodea al justo (13). La situación se vuelve aún más dramática cuando compara a sus enemigos con leones que desgarran y rugen (14), haciendo que se sienta ya sin vida, como el agua derramada y con todos los huesos descoyuntados (15a). El corazón del fiel es como cera que se derrite (15b), su vigor y capacidad de resistencia desaparecen como arcilla que se seca y se le pega la lengua al paladar. El justo se siente como si estuviera muerto (16).

La escena se vuelve todavía más cruel y violenta, pues los enemigos, a los que llama jauría de perros, lo están despedazando, lo torturan (17) y despojan de sus ropas, que se sortean entre sí (19). Continúan las imágenes de violencia. Ahora se habla de la espada al cuello, de las garras de los perros (21), de las fauces del león y de los cuernos del búfalo (22).

Entre el justo y Dios hay una relación íntima y personal, hasta el punto de que el primero se dirige al segundo diciendo: «Dios mío». No obstante, el justo tiene la sensación de que el Señor está ausente o al margen del conflicto que está viviendo. Entonces apela al recuerdo del pasado. Los padres (antepasados) confiaban en el Señor y este los libraba (5-6). ¿Cuándo tuvo lugar esto? Sobre todo en Egipto, cuando los israelitas clamaron a Dios y el Señor escuchó su clamor, bajó y los liberó. Por este Dios de la Alianza, el salmista tiene el valor y la confianza de elevar su clamor. La imagen más hermosa de Dios en este salmo es, por tanto, la del Dios que escucha el clamor del pobre que padece injusticia y lo libera, haciéndolo cantar himnos de alabanza (23-27).

Según Marcos (15,34) y Mateo (27,46), Jesús habría rezado este salmo en la cruz. El es, por tanto, el justo inocente que clama con confianza. Y Dios le responde con la resurrección, Pero conviene fijarse también en todos los clamores que escuchó Jesús y a los que dio respuesta a lo largo de su vida. El es, pues, la respuesta de Dios que escucha los clamores y que libera.

Por tratarse de la súplica de un inocente que padece injusticia, este salmo se presta para cualquier ocasión de clamor y de súplica. El modo en que son descritos los injustos (león, toro, búfalo) nos lleva a pensar en la violencia en el campo y en las luchas de los que no tienen tierra. También se presta para las ocasiones en que nos solidarizarnos con los que sufren, convirtiéndonos en voz de los que no tienen voz.

REFLEXIÓN DE LA SEGUNDA LECTURA: 1JUAN 3,18-24 ÉSTE ES SU MANDAMIENTO: QUE CREAMOS Y QUE AMEMOS 


El apóstol Juan, que ha «visto» y «tocado» al Verbo de la vida, parece que sólo tiene una palabra para comunicar a los hombres: el amor. La repite sin cansarse con mil matices diferentes, con acentos cada vez más fuertes, con una pasión que le viene de la experiencia del misterio pascual. En consecuencia, su exhortación es, antes que nada, una invitación a vivir en comunión con Cristo para pasar con él de la muerte a la vida (v. 16).

Frente a la pascua del Señor —su muerte y resurrección— no podemos contentarnos con discursos sobre el amor: es preciso emprender acciones concretas inspiradas en la verdad manifestada por Cristo (v. 18). «Cada árbol se conoce por sus frutos», había enseñado Jesús (Lc 6,44): de este modo, todo el mundo puede evaluarse exactamente sobre la base de sus propias obras, poniéndose bajo la mirada de Dios con una conciencia límpida, con la confianza de los hijos (1 Jn 3,19-21) en los que mora un germen divino (v. 9).

Juan no ignora que el mandamiento del amor es verdaderamente «divino», o sea, imposible para el hombre, sólo posible con la ayuda del Espíritu. De ahí procede el reconocimiento de la absoluta impotencia del hombre:
«Sin mí, no podéis hacer nada». De ahí también —y en consecuencia— la total desesperación o la auténtica humildad sin límites: «Dios es más grande que nuestra conciencia» (v. 20). Y él, el Omnipotente, obedece a los que le obedecen y «guardan sus mandamientos» (v. 22). Quien ama así tiene una sola voluntad con Dios, y ama de verdad conforme a Cristo: ha restaurado plenamente en él la imagen divina a cuyo modelo fue creado.

En él v. 23 los «mandamientos» se resumen en uno solo: el de la fe en Jesucristo y el del amor recíproco. De este modo, la conclusión del fragmento nos devuelve al inicio: se cierra un círculo que tiene como centro la vida en plenitud: el que, amando, «guarda sus mandamientos», conoce ya desde ahora la alegría inefable de la inhabitación divina.

REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,1-8 EL QUE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL, ÉSE DA FRUTO ABUNDANTE 


La frecuente repetición, en pocos versículos, del verbo «permanecer» hace comprender de inmediato que es la palabra clave del fragmento. Si en el capítulo 14 —comienzo del «discurso de despedida»— se pone el acento en la partida de Jesús y en la inquietud de los apóstoles, ahora aparece en la comunión profunda, real, indestructible que hay entre él y aquellos que creen en él.

Aunque va a enfrentarse con la muerte, Jesús sigue siendo para los suyos la fuente de la vida y de la santidad («producir fruto»: 15,6). Más aún, precisamente yendo al Padre pone la condición para poder «permanecer» para siempre en los suyos. Jesús, sirviéndose de una comparación, habla de sí mismo como de la vid verdadera: una imagen que ya habían usado a menudo los profetas para describir a Israel, la vid infecunda, recidiva a los amorosos cuidados de Yavé (cf. Is 5). Jesús se presenta como el verdadero pueblo elegido que corresponde plenamente a las atenciones de Dios. Por otra parte, se identifica con la Sabiduría, de la que se había escrito que como vid ha producido brotes, flores y frutos (Eclo 24,17).

Con esa imagen quiere explicar, por consiguiente, cómo es la extraordinaria realidad de la comunión vital con él que ofrece a los creyentes, qué compromiso incluye ésta y cuáles son las expectativas de Dios. Jesús es el primogénito de una humanidad nueva en virtud del sacrificio redentor en la cruz. El es la cepa santa de la que corre a los sarmientos su misma linfa vital. Quien permanece unido a él puede dar al Padre el fruto del amor y dar gloria a su nombre (w 5.8). A continuación, para que este fruto sea copioso, el Padre-viñador realiza todos los cuidados, corta los sarmientos no fecundos y poda los fecundos. Esta obra de purificación se va realizando cuando la Palabra de Jesús es acogida en un corazón bueno (v. 3): entonces esta Palabra guía las acciones del hombre y lo hace amigo de Dios, cooperador en su designio de salvación, colaborador de su gloria (v. 7).

Para estar unidos a Cristo y dar frutos de santidad y de paz es preciso morir y resucitar con él, llegar a ser una criatura nueva, liberada del pecado. Para ser sarmientos puros, auténticos, que producen fruto, debemos aceptar la ley de la necesaria purificación; el sufrimiento y la poda realizada por el Padre. Jesús dice que el mismo Padre, con sus manos, poda la vid; corta lo superfluo de los sarmientos no para mortificar y disminuir su vitalidad, sino para aumentarla, para que den más fruto. Se trata siempre de la ley de la semilla que muere: por eso es importante que aprendamos a leer nuestra vida en clave de fe: nos hace falta creer que el sufrimiento, si se acepta de este modo —no porque en sí mismo sea un bien, sino porque lo vivimos por amor, con amor—, da fruto de vida, de salvación y de alegría.

Como es obvio, se trata de ese sufrimiento que es participación en la pasión de Cristo, de ese que es querido y permitido según el designio divino de amor.

Por desgracia, podemos ser también sarmientos que producen infección en la vid. De ahí que debamos desear cada vez más ser purificados, limpiados. La poda consiste en dejar cortar de nosotros el pecado y todo lo que no es según Dios: ése es el sufrimiento que da fruto.


REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,1-8. LA VID VERDADERA.


Jesús se presenta en el evangelio como la vid verdadera. Plantea de inmediato, con una advertencia severa, el problema de los frutos que debemos dar: «Los sarmientos que en mí no dan fruto los arranca [el Padre]».

Por lo que respecta a nosotros, debemos acoger esta advertencia, porque nos estimula a vivir plenamente la vida cristiana y a tener una alegría profunda en nosotros. Somos sarmientos de la vid del Señor y, para permanecer en ella, debemos dar fruto. De lo contrario, el Padre se verá obligado a arrancarnos. No puede tolerar, en efecto, que un miembro de Cristo no dé fruto. De ahí que debamos vivir una verdadera vida cristiana; no podemos conformarnos simplemente con llevar la etiqueta de cristianos, sino que debemos vivir realmente una vida interior, y también exterior, de acuerdo con la enseñanza de Cristo.

Jesús afirma después: «Los que dan fruto los poda, para que den más fruto». Aquí se hace referencia a las pruebas de la vida cristiana, que constituyen una realidad necesaria, pero tienen un significado positivo: son la condición para una mayor fecundidad.

Todos los santos han pasado por múltiples pruebas. Las acogieron no sólo con resignación, sino con gratitud. Sabían, en efecto, que de este modo se unían al misterio pascual de Jesús y, en consecuencia, podían dar más fruto para la gloria de Dios y para el bien de muchas personas.

Jesús nos revela cuál es la condición para dar fruto: «Permaneced en mí y yo en vosotros». Está claro que un sarmiento no puede dar fruto solo, tiene necesidad de la vid. Si no permanece en la vid, se seca y lo echan fuera. Del mismo modo, la condición esencial para dar fruto en la vida cristiana es que nosotros permanezcamos en Cristo y Cristo permanezca en nosotros.

La Eucaristía que recibimos une a Cristo con nosotros y a nosotros con Cristo, proporcionándonos así la capacidad de dar fruto. Sin ella, difícilmente puede ser fecunda la vida cristiana, porque le falta esta vigorosa unión con Cristo. El sarmiento debe recibir la savia de la vid, y de este modo puede dar fruto; de lo contrario, permanece estéril.

Jesús afirma: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto». Es para nosotros un motivo de gran alegría saber que, gracias a nuestra unión con Jesús, nuestra vida es verdaderamente fecunda. ¿De qué modo? ¿Cuál es el fruto que debemos dar? Jesús no lo precisa aquí, pero lo podemos saber por otros pasajes del Evangelio de Juan y del Nuevo Testamento: el fruto principal que deben dar los sarmientos unidos a la vid es el amor.

«No amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad», nos dice Juan en su primera carta. Este es, en verdad, el fruto que la vida de Jesús produce en nosotros. La vida de Jesús es una vida de amor y, cuando viene a nosotros, nos impulsa a amar al Padre con todo el corazón, con todas nuestras fuerzas, y a amar al prójimo como él nos ha amado, es decir, no «de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad».

Pablo nos dice del mismo modo que lo que cuenta es la fe que actúa por medio del amor (cf. Gal 5,6). La fe nos une a Jesús, hace vivir a Jesús en nosotros y a nosotros en él, y produce una vida de amor. Si esta vida de amor no existe, eso significa que nuestra vida de fe no es auténtica, sino que es una fe muerta, como explica Santiago (Sant 2,17).

Jesús nos dice después en el evangelio: «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que queráis y os sucederá». Éste es otro modo en el que producimos frutos. La fecundidad de nuestra vida depende de nuestra oración, y podemos tener confianza en que, si oramos, seremos escuchados. En efecto, nuestro fruto es obra de Jesús a través de nosotros. Por eso debemos pedirle su gracia y, después, acogerla, a fin de realizar su obra con él.

Jesús estaba unido al Padre, llevaba a cabo la obra del Padre con el Padre. Afirma en el Evangelio de Juan: «El Padre que está en mí realiza sus propias obras. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí, si no, creed por las mismas obras» (cf. Jn 14,10-15). El Padre muestra al Hijo todo lo que hace, de suerte que el Hijo pueda hacer con él toda su obra (cf. Jn 5,19-20).

Nuestro llevar a cabo con Jesús su obra es la realización efectiva del amor. Por lo general, nuestro amor humano es fecundo; el amor divino todavía lo es más. Es fecundo en obras buenas, en obras verdaderamente útiles, que iluminan y hacen bella toda la existencia.

Juan escribe, de modo semejante, en su primera carta: «Recibiremos de él lo que pidamos, porque cumplimos sus mandatos y hacemos lo que le agrada». Si somos fieles en la observancia de la voluntad de Dios, que es una voluntad de amor, podremos pedir a Dios muchas cosas.

Naturalmente, se trata de cosas que van en el sentido del amor y no del egoísmo. En efecto, sería una contradicción pedir al Señor que ayudara a nuestro egoísmo a oprimir nuestra vida espiritual. En cambio, si hacemos lo que agrada a Dios, podremos pedirle muchas cosas y tener la alegría de recibirlas de él.

Afirma Juan: «Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó». Juan nos indica aquí un doble mandamiento: la fe y el amor. El mandamiento es doble, porque el amor no es posible sin la unión con Jesús en la fe y, por otra parte, la fe no es auténtica sin el amor vivido en unión con Jesús.

La fe y el amor están íntimamente unidos entre sí. Con la fe permanecemos en Jesús y Jesús permanece en nosotros. Afirma Pablo: «Mientras vivo en carne mortal, vivo de fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20). Nuestra fe es una fe en una persona que está llena de amor por nosotros; nos pone en contacto con ella y nos comunica la fuerza de amar que nos permite transformar, en primer lugar, la vida en nosotros mismos y, después, la vida a nuestro alrededor.

Creer y amar, permanecer en Jesús por medio de la fe y dar fruto por medio del amor, éstas son las características de la vida cristiana. La vida cristiana es una vida espléndida, que difunde felicidad a su alrededor, una vida luminosa generosa. Cuando nos acerquemos a la Comunión, realicemos un gran acto de fe; y recibiremos de la Comunión toda la fuerza para amar.

Vivamos, por tanto, con una actitud de agradecimiento este doble mandamiento de la fe y del amor, a fin de poder tener en nosotros la alegría completa.

REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,1-8. ALEGORÍA DE LA VID.



En el discurso del cap. 14 Jesús había hablado de su partida. Había garantizado, al mismo tiempo, a sus discípulos que volvería de nuevo a ellos. Esta promesa de la presencia de Jesús entre los suyos se presenta ahora como cumplida en la alegoría de la vid y los sarmientos. Jesús es la fuente de la vida y de los creyentes y de las obras buenas que hagan.

El discurso del cap. 14 se hallaba determinado por el imperativo de creer en Jesús (14, 1): Ahora esta exigencia se expresa con la imagen de espacio y movimiento, de permanecer en él. Es de notar que el único pasaje comparable a éste, con la misma imagen de permanecer en él, lo tenemos a propósito de la eucaristía (6, 56). De ahí que la idea de permanecer en Cristo deba verse en conexión con la eucaristía.

La vid, sumamente familiar a los palestinos, es una planta que exige muchos cuidados. La misma planta sugiere que sea tomada como ilustración de los cuidados de Dios por su pueblo. Así se había hecho ya en el Antiguo Testamento (Is 5; Jer 2, 21). La destrucción de la viña era el mejor símbolo para expresar las calamidades de carácter nacional (Sal 80, 13-16; Ez 19, 10-14).

Como sabemos por los evangelios sinópticos, Jesús se servía de las cosas familiares para transmitir su enseñanza. Ahora quiere hablar de la solidaridad, de la unión íntima entre él y sus discípulos. Para ello utiliza la imagen de la vid y los sarmientos. Conociendo la planta no es necesario afirmar que no todos los tallos prosperan. Tiene que haber un constante cuidado de poda y limpieza. Esta labor corre a cargo del viñador.

Se afirma claramente una gran sustitución. La vid no es ya el pueblo judío, sino Jesús mismo. El viñador sigue siendo el Padre. Notemos que en el cuarto evangelio aparece con frecuencia el pensamiento de la dependencia de Jesús en relación con el Padre.

Llevar frutos es otra imagen frecuente para indicar las obras buenas (Mt 3, 8). Las ramas infructuosas son los hombres sin fe y los discípulos apóstatas, al estilo de Judas.

La «limpieza» de la que se habla en el v. 3 sigue en la misma línea de la imagen. El viñador poda y «limpia». Esta limpieza de los discípulos ha sido llevada a cabo por toda la obra de Jesús, que culminó en su muerte. Aquí el medio de purificación se dice que ha sido la palabra, es decir, se hace referencia a la comunicación de Jesús a los discípulos a través de su venida al mundo. Y puesto que ya están limpios se les pide permanecer en él.

En esta sección el término «permanecer» es utilizado hasta once veces. Ya la estadística anuncia que es el tema dominante. A pesar de la ausencia, los discípulos deben permanecer unidos a Cristo. Él promete su presencia en ellos. Unión esencial en orden a dar frutos, es decir, en orden a vivir la vida divina y producir las obras buenas que Dios espera de ellos.

El hombre, abandonado a sí mismo, no puede dar esta clase de fruto. La auto-suficiencia, llevada hasta su consecuencia más extrema, aparta de Dios, corta la unión con él. La imagen utilizada por el evangelista se refiere a la separación que tendrá lugar en el último día, Sólo que, como es habitual en Juan, esa imagen es utilizada para describir, ya aquí y ahora, el significado de la falta de unión con Dios. La vida «fructuosa» puede ser definida como la vida de unión con Dios, en la cual la oración siempre es atendida.

Después el pensamiento avanza hacia el lenguaje directo. Dar fruto es vivir la vida del verdadero discípulo y, con ello, dar gloria a Dios. El pensamiento se mueve entre la iniciativa de Dios en el amor y la respuesta del hombre en la obediencia. Porque el Padre ama al Hijo y el Hijo ama a los discípulos, Este es el fundamento de la fe cristiana y del discipulado. El discípulo debe permanecer en este amor por la obediencia. Esta unión del discípulo con Cristo se asemeja a la que el Hijo tiene con el Padre.

REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 15,1-8."YO SOY LA VERDADERA VID". 


La viña y la vid es una imagen ampliamente utilizada en el A. T. para referirse a Israel como pueblo de Dios, y es recogida también por el N. T. Pero ahora la vid no se refiere al pueblo de Israel en tanto que perteneciente a Dios sino que se aplica directamente al propio Jesús.

"Yo soy la verdadera vid". Como hijo de Dios, Jesús se designa a sí mismo, como la vid, en el sentido de que solamente él -como Hijo de Dios- puede ser la vid. Jesús se pone en el lugar que hasta ahora solía ocupar el pueblo de Israel.

La afirmación de Jesús se contrapone a los textos del A.T. El es la vid verdadera, el verdadero pueblos de Dios, formado por la vid con sus sarmientos. No hay más pueblo de Dios que el que se construya a partir de Jesús.

El ha sido designado como la luz verdadera, que sustituye a la Ley (8, 12).

El verdadero pan del cielo, en contraposición al maná (6, 32).

Ahora se define como el verdadero pueblo de Dios que sustituye a Israel.

Como en el A.T. es Dios, el Padre de Jesús, quien ha plantado esta viña. El la cuida, demostrándole su amor.

Según el relato del historiador judío Flavio Josefo, había en Jerusalén, sobre la puerta del Templo una vid de oro con sarmientos colgantes. Con Jesús ha llegado el fin del culto del templo judío y el fin de la comunidad que da culto en ese templo.

Jesús es la vid verdadera en el sentido de que es él quien da la auténtica vida, la que proviene de Dios, la que encuentra su fuente en el Padre.

"A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca".

Jesús vive y es para todos los creyentes el único autor de la vida y el principio de su organización. De él procede la savia y él es el que mantiene unidos a los sarmientos en vistas a una misma función: dar fruto. Jesús es la cepa, la raíz y el fundamento a partir del cual pueden vivir y obrar los sarmientos.

Entre los sarmientos y la vid hay una comunión de vida con tal de que aquellos permanezcan unidos a la vid. Y ésta es la condición para que el sarmiento dé fruto. "Dar fruto " es una expresión frecuentemente minimizada por los escritores de la vida espiritual que la entienden muchas veces en el sentido de hacer buenas obras y alcanzar así la salvación del alma.

El fruto es el efecto de la muerte del grano del trigo, es decir, es la expresión del amor sin medida.

El fruto es la realidad del hombre nuevo, es el hombre que ya no existe para sí, que se esfuerza por morir a su egoísmo y a vivir para Dios y para los demás.

El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu de Jesús, el que come el pan, pero no se asimila a Jesús. Es el sarmiento que no responde a la vida que se le comunica.

El Padre, que cuida de su viña, lo corta; es un sarmiento bastardo, que no pertenece a esa vid.

"Y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto".

Quien practica el amor, tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo, que es posible mediante esta poda que el Padre hace. Es la limpieza que el Padre hace del corazón del discípulo de Cristo, eliminando cada vez más los factores de muerte, haciendo que el sarmiento-discípulo sea cada vez más auténtico, más libre para amar, menos esclavo de sí mismo, con mayor capacidad de entrega y por tanto de eficacia.

"Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado".

Hay dos limpiezas; una inicial y otra de crecimiento.

La primera se realiza cuando el cristiano se inserta en la vid separándose del orden injusto, i. e. cuando el hombre se adhiere a Jesús y renuncia al mundo, lo cual requiere la decisión de poner en práctica el mensaje de Jesús. Los discípulos ya han hecho esta elección, por eso ya están limpios.

La segunda limpieza es necesaria para el crecimiento de la vida cristiana, es esa poda, de la que acabo de hablar.

"Permaneced en mí y yo en vosotros, como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí".

Esta fórmula "permaneced en mí y yo en vosotros", muy típica de este evangelista, define la relación del discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Y esa relación personal con Jesús es la condición indispensable para dar fruto.

Una unión con Jesús que no es algo automático ni ritual: pide la decisión del hombre, y a la iniciativa del discípulo responde la fidelidad de Jesús "y yo permaneceré en vosotros". Esta unión mutua entre Jesús y los discípulos será la condición para la existencia de la comunidad, para su vida y para el fruto que debe producir.

El sarmiento no tiene vida propia, y por tanto, no puede dar fruto de por sí, necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús.

El que vive unido a Cristo capta, por la plegaria, cuál es el plan de Dios y es movido a realizarlo; da fruto abundante.

La gloria del padre se ha manifestado plenamente en Jesús, que conocía su voluntad y la realizó, y ahora debe manifestarse en los discípulos de Cristo, que, unidos a El, son capaces de dar fruto.


Elevación Espiritual para este día.
 

También la vid, cuando ha sido cavado el terreno que la rodea, es atada y mantenida derecha para que no se incline hacia la tierra. Algunos sarmientos son cortados, a otros se les hace ramificar: se cortan los que ostentan una inútil exuberancia, se hacen ramificar los que el experto agricultor considera productivos. ¿Para qué voy a describir la ordenada disposición de los palos de apoyo y la belleza de los emparrados, que nos enseñan con verdad y claridad cómo se debe conservar en la Iglesia la igualdad, de modo que ninguno, por ser rico y notable, se sienta superior, ni nadie, por ser pobre y de oscuro nacimiento, se abata o se desespere? En la Iglesia existe para todo el mundo una única e igual libertad, y con todos se ha de usar una misma justicia e idéntica cortesía.

Para no vernos doblegados por las borrascas del siglo y arrollados por la tempestad, que cada uno de nosotros se estreche con todos los que tiene cerca como en un abrazo de caridad, como hace la vid con sus zarcillos y sus volutas, y unido a ellos se sienta tranquilo. Es la caridad lo que nos une a lo que está por encima de nosotros y nos introduce en el cielo. «El que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). Por eso dice también el Señor: «Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 1 5,4s).


Reflexión Espiritual para este día.


El capítulo 15 de Juan nos aproximará a Cristo. El Padre, por ser el viñador, debe podar el sarmiento para que dé más fruto, y el fruto que debemos producir en el mundo es bellísimo: el amor del Padre y la alegría. Cada uno de nosotros es un sarmiento.

La última vez que fui a Roma, quise dar algunas pequeñas enseñanzas a mis novicias y pensé que este capítulo era el modo más bello de comprender lo que somos nosotros para Jesús y lo que es Jesús para nosotros. Pero no me había dado cuenta de algo de lo que sí se dieron cuenta las jóvenes hermanas cuando consideraron lo robusto que es el punto de conexión de los sarmientos con la vid: es como si la vid tuviera miedo de que algo o alguien les arrancara el sarmiento. Otra cosa sobre la que las hermanas llamaron mi atención fue que, si se mira la vid, no se ven frutos. Todos los frutos están en los sarmientos. Entonces me dijeron que la humildad de Jesús es tan grande que tiene necesidad de sarmientos para producir frutos. Ese es el motivo por el que ha prestado tanta atención al punto de conexión: para poder producir esos frutos ha hecho la conexión de tal modo que haga falta fuerza para romperla. El Padre, el viñador, poda los sarmientos para producir más fruto, y el sarmiento silencioso, lleno de amor, se deja podar sin condiciones. Nosotros sabemos lo que es la podo, puesto que en nuestra vida debe estar la cruz, y cuanto más cerca estemos de él y tanto más nos toque la cruz, más íntima y delicada será la poda. Cada uno de nosotros es un colaborador de Cristo, el sarmiento de esa vid, pero ¿qué significa para vosotras y para mí ser una colaboradora de Cristo? Significa morar en su amor, tener su alegría, difundir su compasión, dar testimonio de su presencia en el mundo. (Madre Teresa de Calcuta).

EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL MAGISTERIO DE LA SANTA IGLESIA: PABLO EN JERUSALÉN

 
La visita de Pablo a Jerusalén lleva implicadas serias dificultades históricas. La versión que nos da Lucas en este pasaje de los Hechos resulta prácticamente inconciliable con el relato del propio Pablo (Gál 1, 18-20). La información que nos da Pablo en el texto citado de Gálatas asegura que él subió a Jerusalén tres años después de su conversión, que permaneció allí quince días y se entrevistó únicamente con dos de los dirigentes de la Iglesia: Pedro y Santiago. La presentación que hace Lucas sitúa a Pablo en Jerusalén inmediatamente después de su conversión.

El escaso conocimiento que los discípulos tenían de Pablo les hace verlo como enemigo de la Iglesia, no creyendo que fuese discípulo. Ni siquiera los apóstoles tenían noticia del acontecimiento de Damasco. Tiene que ser Bernabé quien se lo presente y les explique el cambio que en Pablo se había producido y el celo que había desplegado en la predicación del evangelio. ¿Es posible imaginar en Jerusalén, después de tres años, esta ignorancia sobre lo referente a Pablo? Evidentemente que no.

Las profundas diferencias existentes entre la información de Lucas y la afirmación de Pablo han hecho pensar que se trata de dos visitas distintas a Jerusalén. Pero esta salida de emergencia no es satisfactoria. Creemos que se trata de la misma visita y que el responsable de las divergencias en cuanto al tiempo en que ocurrió y la actividad desplegada por Pablo en Jerusalén es Lucas. El ha adelantado esta visita para poner a Pablo inmediatamente en contacto con la Iglesia madre de Jerusalén. Son ellos, las columnas de la Iglesia, los que deben autorizar su ministerio. Pablo no podría comenzar su misión apostólica sin ser enviado a ella por los dirigentes de la Iglesia de Jerusalén. Este es el punto de vista de Lucas y por eso adelanta la visita de Pablo a Jerusalén. Por eso cuando el relato de Lucas nos habla de los apóstoles se supone que se trata de los Doce, que son presentados como el cuerpo de gobierno de la Iglesia residente en Jerusalén. El estado y situación de la primitiva Iglesia es presentado por Lucas con unas categorías que eran posteriores, las del tiempo en que él escribe.

Por otra parte, la presentación que hace Lucas no supone un falseamiento de la historia. Él ha adelantado la visita por razones teológicas (acabamos de verlo), Los sucesos que ha vinculado á esta visita responden plenamente a la realidad de lo ocurrido con Pablo (aunque los sucesos aquí mencionados hayan tenido lugar en otras circunstancias históricas). Lucas sabe muy bien que Pablo fue un hombre incómodo para los demás. Fue el hombre más genial y valiente que ha tenido el cristianismo. Tenía ideas propias y su propia interpretación del acontecimiento cristiano. Era un hombre que rio aceptaba los «compromisos» ni las medias tintas. No veía donde podían conducir aquellas “componendas” que intentaban hacerse con el judaísmo y lo decía con absoluta claridad y valentía. Su manera de pensar, de hablar y de actuar imponía «respeto» a los hermanos y «reserva» a los apóstoles. Fue necesario un intermediario entre él y los apóstoles, Bernabé, para que lo aceptasen. Esto, no obstante, no significa que no los considerase como las autoridades legítimas. Según su propia información, la razón de su visita a Jerusalén fue precisamente ponerse en contacto con las máximas autoridades de la Iglesia: con Pedro, a nivel de Iglesia universal, y con Santiago, a nivel de Iglesia local, como hoy diríamos. Y se esfuerza durante su ministerio en mantener el contacto con la Iglesia madre y demostrar que lo deseaba mantener. Piénsese en particular en la gran colecta que organiza a su favor. Sus razones son, sobre todo, teológicas y buen argumento para deshacer las acusaciones de absoluta independencia en su apostolado de que era objeto por parte de sus numerosos enemigos judeo-cristianos.

Al entrar en contacto con los helenistas le ocurre lo mismo que a Esteban. Precisamente por el mismo radicalismo. Encontró tal oposición entre ellos, que, para evitar su muerte, los hermanos lo sacaron del país. Llega a Tarso, donde se le impone un tiempo de espera hasta que se le vaya a buscar —otra ocasión en la que tiene que intervenir Bernabé (11, 25)— para organizar la gran misión. Este tiempo de espera, que le ha sido impuesto, lo aprovecha Pablo para anunciar el evangelio en las regiones de Siria y Cilicia(Gál 1, 21). Pablo personifica la historia de la misión de la Iglesia en estos primeros tiempos: rechazado por los judios y aceptado por los gentiles. +

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