LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 11, 19-26: "Se pusieron a hablar también a los griegos,
anunciándoles al Señor Jesús"
Sal 86. R/ "Alabad al Señor, todas las naciones"
Jn 10, 22-30: "Yo y el Padre somos uno"
REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: HCH 11, 19-26: "SE PUSIERON A HABLAR TAMBIÉN A LOS GRIEGOS, ANUNCIÁNDOLES AL SEÑOR JESÚS"
Esta perícopa es bastante compleja.
Un primer bloque narrativo (v 23-30) gravita en torno de la figura de Pablo y
enlaza con su vocación y primer apostolado en Damasco. Los dos relatos finales
giran alrededor de la figura de Pedro y nos cuentan dos milagros realizados por
él en dos ciudades de la costa occidental de Palestina (32-43). El v. 31 es una
transición entre los dos bloques narrativos. Es uno de los típicos sumarios
redaccionales de los Hechos y habla, en notable contraste con el contexto
precedente, de una pacífica expansión misionera por toda Judea, Galilea y
Samaría.
La escena de los vv. 23-25 sobre la huida de Pablo de Damasco, tras haber estallado allí una persecución a muerte contra él, tiene un paralelo en 2 Cor 11,32-33. El texto de los Hechos ignora o silencia el viaje que durante esta época, y desde Damasco, hizo Pablo a Arabia (cf. Gál 1,17). Mientras 2 Cor 11,32-33 dice que el gobernador de Aretas, rey de Arabia, puso guardia en la ciudad para prender a Pablo, el texto de los Hechos señala a los judíos como los verdaderos instigadores de la persecución: dos visiones que se pueden armonizar fácilmente. Pablo comienza por anunciar la buena nueva a los judíos, y ellos responderán casi invariablemente con un rechazo misterioso y con violentas persecuciones (cf. 9,23-25.29-30...). Una evangelización que libra al hombre de los demonios y de los mil factores que lo esclavizan desencadena siempre persecuciones interesadas, lo mismo en el caso de Pablo que en el de Jesús y en el de la Iglesia de todos los tiempos. La persecución es también uno de los signos de la verdadera Iglesia y una bienaventuranza (Lc 6,22-23; cf. 6,26).
La primera ida de Pablo a Jerusalén (26-30) tiene un paralelo en Gál 1,11-24. El texto de Gál pone de relieve el aspecto de una visita a los jefes de la Iglesia madre (Pedro y Santiago): Pablo, el apóstol de las iniciativas misioneras autónomas, destaca este gesto de comunión. El texto de los Hechos resalta más negativamente que Gál 1,23-24 la desconfianza con que reciben a Pablo los discípulos de Jerusalén y, por eso, nos habla de la labor de mediación de Bernabé. Como Pablo, podemos convertirnos en los agentes eclesiales, siempre muy útiles y creadores, que desde la periferia o bien desde nuevas fronteras promueven con autonomía iniciativas renovadoras, motivo a veces de perturbación y desconfianza para los guardianes de las situaciones establecidas. Pero, como Pablo, nunca podemos olvidar que la Iglesia es una comunión.
Durante la época de la actividad misionera de Pedro a través de las ciudades de la costa mediterránea de Palestina sobresalen los dos milagros de la curación del paralítico Eneas en Lidia (32-35) y de la resurrección de Tabita en Jope (36-42). Los dos prodigios están en sorprendente continuidad con los milagros de Jesús (cf. Mc 2,1-12 par.- Mc 5,21-43 par.) y de Pablo (Hch 20,7-12). El Nuevo Testamento quiere ver sobre todo en los milagros signos del reino que libera. Para creer, también el hombre de hoy necesita ver en la Iglesia signos de liberación y salvación.
5. /Hch/09/27-31 /Hch/11/19-26
Hechos 9,27-31 hace referencia, sobre todo, a la primera ida de Saulo a
Jerusalén después de su conversión. Aunque intentaba unirse a los discípulos de
aquella comunidad, ellos recelaban de él debido a su reciente pasado de
perseguidor de la Iglesia.
Fue la hora de los buenos oficios de Bernabé, que sobresalía por su carisma de
apertura y conciliación, que supo hacer de puente entre Saulo, los apóstoles y
la comunidad cristiana de Jerusalén (v 27). Así maduraba la gran figura
apostólica de Pablo, quien, sin embargo, no encontró espacio para su tarea de
evangelización en Jerusalén, debido ahora al fanatismo hostil de los judíos
helenistas, y tuvieron que enviarlo a Tarso, su ciudad natal (28-30). Dentro de
un vivo contraste con todo esto se nos dice en el v 31 que las Iglesias gozaban
"de paz por toda la Judea, Galilea y Samaría", cuando de hecho la
gente más abierta como Pablo y los creyentes helenistas habían tenido que huir
y dieron lugar a la fundación de la Iglesia de Antioquía, objeto del pasaje
siguiente.
En 11,19-26 palpamos el irreprimible impulso evangelizador de los
primeros cristianos. Aunque de momento parece que nada más que a los judíos,
los helenistas, dispersados a raíz del martirio de Esteban, evangelizaban en
Fenicia, Chipre y Antioquía (19). Pero los moradores de Cirene y de Chipre,
patria de Bernabé, se decidieron con gran éxito a anunciar «la buena nueva del
Señor Jesús» a los mismos griegos incircuncisos de Antioquía (20-21). Los
apóstoles eligieron a Bernabé para consolidar esta obra, el cual busca la ayuda
eficiente de Pablo, entonces en Tarso y, juntamente con él, organiza
sólidamente aquella Iglesia, que fue un poderoso centro de irradiación
evangélica y donde por primera vez los discípulos de Jesús fueron llamados
«cristianos» (22-26).
El rasgo más llamativo de esos dos pasajes de los Hechos, escogidos para
conmemorar la fiesta del evangelista Lucas, es sin duda la fuerte vocación
evangelizadora que manifiesta la Iglesia primitiva. Los helenistas del grupo de
Esteban y de los Siete y, sobre todo, figuras como Bernabé y Pablo eran sin
duda evangelistas de primera talla, que a la vez procuraban despertar
vocaciones y preparar sin tregua nuevos colaboradores para la tarea del
evangelio, que siempre pide más brazos. Todos ellos están en el origen de la
dinámica comunidad cristiana de Antioquía, donde hacia los años cuarenta
ganarían para la nueva fe al pagano Lucas, médico y hombre de clase culta, el
cual llegará a ser doblemente evangelista, como colaborador de Pablo y como
escritor del tercer Evangelio y de los Hechos. El, que fue como una gran llama
encendida en otras llamas, escribió estas historias cautivadoras, que tienen la
fuerza de despertar en sus lectores vocaciones para el evangelio.
REFLEXIÓN DEL SALMO 86: ALABAD AL SEÑOR, TODAS LAS NACIONES
Un hombre que quiere ser fiel a
Dios presenta ante Él su desventura y su pobreza para recabar su apoyo y
cercanía, Tiene miedo de que las adversidades por las que está pasando
debiliten su fe y confianza, por eso apela a Dios: “¡inclina tu oído, Señor,
respóndeme, porque soy pobre e indigente! ¡Protégeme, porque soy fiel, salva a
tu siervo que confía en ti! ¡Tú eres mi Dios, ten piedad de mí, Señor, pues te
invoco todo el día!”.
La súplica del salmista está llena de sabiduría ya que, a un cierto momento,
parece como si se agarrase con toda su alma a Dios para pedirle que sea Él
quien le enseñe el camino para no desviarse de la verdad, que esté a su lado
para poder mantenerse fiel. Es consciente de que, si apoya su relación con Dios
en sí mismo, no habría posibilidad de mantenerla ya que estaría sustentada en
su debilidad, más frágil que el más fino de los hilos: “Enséñame, Señor, tu
camino, y caminaré según tu verdad. Mantén íntegro mi corazón en el temor de tu
nombre”.
¡Enséñame! Así grita nuestro hombre, En las Escrituras, el verbo enseñar no
tiene tanto nuestro significado a académico o didáctico cuanto dar a conocer en
el sentido de revelar. En este aso es como si dijese a Dios: date a conocer a
mi espíritu, revélame tu misterio.
Yahvé acoge la súplica de este y tantos personajes del Antiguo Testamento que
se dirigen a Dios con esta o parecidas súplicas. El profeta Isaías anuncia
gozoso la promesa que colmará los deseos de estos hombres, y proclama con
fuerza, ¡Sí! Dios nos enseñará sus caminos: «Sucederá en días futuros que el
monte de la casa de Yahvé será asentado en la cima de los montes y se alzará
por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán
pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios
de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos»
(Is 2,2- 3). Hay que tener en cuenta que en la Escritura se da el paralelismo
entre enseñar el camino y enseñar la Palabra.
Dios cumple su promesa al enviar a su Hijo como único Maestro, el único que
puede darnos a conocer el misterio de Dios. Él es el revelador del rostro del
Padre. El mismo Señor Jesús se proclama como el único Maestro que tiene poder
para revelar el misterio de la Palabra; por ella, así revelada, podemos conocer
al Padre: «Vosotros —está hablando a sus discípulos— no os dejéis llamar
maestro, porque uno sólo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos»
(Mt 23,8).
Es importante observar cómo Mateo encabeza con el verbo enseñar la proclamación
de las bienaventuranzas hecha por Jesús, algo así como si estuviera abriendo la
puerta para recibir las ocho palabras que hacen bienaventurados —hijos de Dios
a los hombres: «Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus
discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu...» (Mt 5, 1 -3).
La revelación de Dios, de la Palabra, sólo es posible una vez que el Señor
Jesús se levanta victorioso de la muerte. Es entonces cuando el resucitado
tiene poder para abrir la inteligencia del hombre, de forma que pueda recibir y
comprender el misterio de Dios oculto en la Palabra: «Jesús entonces abrió sus
inteligencias para que comprendieran las Escrituras...» (Lc 24,45). Dada la
imposibilidad que tiene el hombre para penetrar en el misterio de Dios, Él
mismo abre su mente para hacerse presente en su espíritu con toda su fuerza y
su amor.
A este respecto sería bueno acudir a un acontecimiento del pueblo de Israel
que, por su paralelismo, prepara el milagro del Señor Jesús: abrir nuestra
inteligencia, penetrarnos con su Palabra de vida, poniendo así nuestros pasos
en su camino que culmina en el Padre. El acontecimiento bíblico es el
siguiente: Cuando Israel sale de Egipto se encuentra con el muro de las aguas
del mar Rojo. No hay posibilidad de caminar hacia la tierra prometida. Es
entonces cuando el brazo de Dios se traslada al brazo de Moisés, quien lo
levanta por la palabra que Él le ha ordenado. Ante el brazo de Moisés se
abrieron las aguas de derecha a izquierda, apareciendo así un camino por el que
el pueblo pudo pasar. Recordemos que el brazo de Yahvé significa su poder.
El Señor Jesús es el enviado del Padre como Maestro, aquel que enseña, aquel
que revela, aquel que abre muros imposibles, aquel que, siendo el camino, marca
las huellas que nos conducen a Dios. San Juan termina el prólogo de su Evangelio
con estas palabras: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en
el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Contado, es decir, Él nos lo ha
dado a conocer, más aún, nos lo ha revelado; que esto es lo que significa en
toda su profundidad el verbo contar en el contexto que san Juan nos está
comunicando.
¡Dinos quién eres tú! Han clamado a Dios los hombres de todos los tiempos. El
responde: ¡Ahí tenéis a mi Hijo! El os dirá quién soy Yo. ¡Escuchadle en su
Evangelio! ¡En él estoy!
REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO JN 10, 22-30: "YO Y EL PADRE
SOMOS UNO"
Es la fiesta de la Dedicación, la
que se celebra en Jerusalén durante el período invernal. Jesús pasea por el
pórtico de Salomón por el lado oriental, que mira al valle del Cedrón. Se le
acercan algunos y le plantean una pregunta sobre su identidad mesiánica (v.
24), una pregunta que tiene la apariencia de un interés sincero, aunque en
realidad es insidiosa y provocativa. Jesús responde en dos momentos sucesivos:
en primer lugar, sobre el mesiazgo (vv. 25-3 1) y, a continuación, sobre la
divinidad (vv. 32-39).
Estamos ante la magna polémica que enfrentaba a Jesús con sus enemigos. Jesús
ya había presentado antes de varios modos sus propias credenciales de Hijo de
Dios y de enviado del Padre, especialmente a través de sus obras
extraordinarias. Hubieran debido captar su mesiazgo y creer en su misión, pero
todo intento había resultado inútil (vv. 25s). Si muchos no aceptan su
testimonio, la verdadera razón de ello consiste en el hecho de que no
pertenecen a su rebaño. En cambio, quien escucha da pruebas de pertenecer al nuevo
pueblo de Dios (vv. 27s). Juan pone en boca de Jesús tres afirmaciones que
señalan la identidad de las ovejas y sus características con respecto a Jesús:
«Escuchan mi voz», «me siguen» y «no perecerán para siempre».
Los creyentes, que caminan en la verdad y en la luz, tendrán que sufrir, pero
la vida de comunión con Cristo, vencedor de la muerte, les da la seguridad de
la victoria. Su vida es asimismo para siempre comunión con el Padre, cuya mano,
más poderosa que todo, los sostiene y los protege con la donación de su Hijo.
La seguridad plena y definitiva que Jesús y el Padre garantizan a los creyentes
se fundamenta en su profunda unidad y comunión: «El Padre y yo somos uno» (v.
30).
Nosotros pertenecemos a Jesús porque Jesús pertenece al Padre. Somos una sola
cosa con Jesús porque Jesús es una sola cosa con el Padre. Creemos en las obras
de Jesús porque Jesús realiza las obras del Padre. Jesús quiere establecer
conmigo la misma relación que él tiene con el Padre. Por eso escucho su voz,
que es eco de la voluntad del Padre. Por eso le sigo, porque él me conduce al
Padre. Por eso me aferro a él, para no perecer nunca, porque sé que me conduce
al Padre.
Las afirmaciones de Jesús son imponentes, en especial para un judío: dice que
es uno con el Padre, con Dios, con el Altísimo, con el creador del cielo y de
la tierra, con el ser que está por encima de todos los otros seres. Estas y
otras afirmaciones, particularmente numerosas en el evangelio de Juan,
sorprenden, aturden, dejan sin aliento, y así debió de ocurrirles a sus
interlocutores.
También hoy le ocurre lo mismo a quien se queda perplejo frente a tamaña
pretensión o presunción o luz deslumbrante. Pero Juan no atenúa nada, no hace
descuentos; procede sobre la cresta de afirmaciones que dan vértigo, que
requieren valor, pero que también permiten «no perecer para siempre».
Precisamente porque toman su luminosidad de la luz misma de Dios.
REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO JN 10, 22-30: “NO LLAMÉIS A NADIE
“PADRE” NI “MAESTRO”, PORQUE UNO SOLO ES VUESTRO PADRE Y VUESTRO MAESTRO” (MT
23,8).
Comunidad de los discípulos de
Cristo. El texto evangélico proclama que Jesús es el buen pastor que dio la
vida por sus ovejas. Resucitado, vive y sigue guiando, acompañando y nutriendo
a su comunidad. No es el maestro muerto al que sucede otro pastor que puede
guiar a su comunidad por otros derroteros según exigencias de los
destinatarios. Los otros pastores son sólo mediadores suyos. Jesús había dicho:
“No llaméis a nadie “padre” ni “maestro”, porque uno solo es vuestro Padre y
vuestro Maestro” (Mt 23,8).
Pablo insiste en ello ante la tentación de algunos miembros de sus comunidades
de considerarles “maestros” con doctrina propia: “¿Qué es Apolo y qué es Pablo?
Simples servidores, por medio de los cuales habéis abrazado la fe” (1 Co 3,5).
“Nadie puede poner otro fundamento distinto del que ya está puesto, Jesucristo”
(1 Co 3,11).
Jesús proclama su protagonismo absoluto en la salvación de sus hermanos: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “yo soy la puerta: quien entre
por mí, se salvará”; “yo doy vida eterna”. Juan Pablo II recomendaba: “Invito a
mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constantemente con confianza a
Cristo y a dejarse renovar por él, anunciando con el vigor de la paz y el amor
a todas las personas de buena voluntad, que quien encuentra al Señor conoce la
Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella. Cristo es el
futuro del hombre”.
“¿Qué hemos de hacer?, nos preguntamos. No hay, ciertamente, una fórmula mágica
para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula la que nos
salve, sino una Persona y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con
vosotros”. No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya
existe y está recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra en
Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida
trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la
Jerusalén celeste.
Cuando el cristiano, el grupo o la comunidad cristiana viven centrados en
Cristo, gozan de buena salud. Cuando se olvidan de él, les pasa como a Lázaro:
“Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano” (Jn 11,21). Si un
cristiano o una comunidad le restan protagonismo a Cristo, languidecen
indefectiblemente. El cristiano es un creyente en comunidad para el mundo.
“Mis ovejas escuchan mi voz”. De hecho, ¿quién forma parte de su comunidad? No
es por razón de la raza, ni de la religión, ni por el rito de la circuncisión,
según el criterio del judaísmo. Del mismo modo, tampoco es signo de pertenencia
el simple rito bautismal, ni la multitud de ritos y celebraciones, ni la
pertenencia a instituciones eclesiales. Jesús señala con toda claridad la
condición esencial de pertenencia a los “suyos”: “Mis ovejas escuchan mi voz”.
Lo repite categóricamente: Para pertenecer a la comunidad de las
bienaventuranzas es preciso “escuchar su palabra y ponerla por obra” (Lc
11,28); pertenecen a su familia, son sus hermanos, “los que escuchan la palabra
de Dios y la cumplen” (Lc 9,21).
Es lo que hace la comunidad modélica de Jerusalén: “Eran constantes en escuchar
la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42). Escuchar su palabra es dejarse guiar
por su ejemplo, su palabra más rotunda. “Me llamáis el Maestro y el Señor... Os
he dado ejemplo, para hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo” (Jn 13,15).
Ser cristiano consiste en ser como Jesús. Pablo señala: “A aquéllos, a los que
de antemano conoció, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su
Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). “Son
hijos de Dios aquellos que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14).
Pertenecen realmente a la comunidad de Jesús (son ovejas de su rebaño) los que
escuchan su palabra que les impulsa a ser como él buscando en todo momento no
hacer la voluntad propia, sino agradar al Padre y colaborar en su proyecto (cf.
Jn 8,29).
Jesús nos invita a estar siempre animados por el amor: “Ésta es mi consigna:
amaos los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34), amor que supone
perdón, comprensión, espíritu de servicio (Col 3,12-1 5), lucha por la justicia
a favor del oprimido (Mt 5,10), ser sal, fermento y luz en medio de los demás
para que crezca la nueva humanidad. Nos invita, en definitiva, a estar animados
por sus mismos sentimientos, apasionados por sus mismos valores, su misma
visión y sentido de la vida. “Mis ovejas escuchan mi voz”, ponen el oído atento
para escuchar mis consignas y saber lo que han de hacer.
Son realmente de la comunidad de Jesús los que, mediante la escucha de la
Palabra y la oración, el discernimiento de los signos de los tiempos, las
interpelaciones de otros creyentes o personas de buena voluntad, el consejo de
personas animadas por el Espíritu, las invitaciones de quienes trabajan por el
Reino y las necesidades de los demás, se esfuerzan por cumplir la voluntad de
Dios. El Señor nos advierte con toda claridad que para ser de “los suyos” no
basta con decirle ardientemente: “Señor, Señor”, sino que es imprescindible
realizar la voluntad del Padre (Mt 7,21). Sólo ellos aceptan “la vida
abundante” que Jesús ofrece a todos.
REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO JN 10, 22-30 ¿TAN DIFÍCIL ERA
DESCUBRIR ESTA UNIDAD A TRAVÉS DE LAS OBRAS DE JESÚS?
El suspense duraba demasiado. Había
llegado el momento de plantearle a Jesús de cara, y con la máxima claridad
posible, el interrogante definitivo: ¿Eres el Mesías? Si la palabra era
entendida rectamente, Jesús era el Mesías. Pero podía ser mal entendida. De ahí
nació el llamado «secreto mesiánico» en el evangelio de Marcos: Jesús impone
silencio a todos aquéllos que de una manera directa o indirecta podían afirmar,
por las acciones de Jesús, que era el Mesías.
Jesús contesta esta vez diciendo que el interrogante está suficientemente
contestado. Se lo ha dicho claramente, tanto a través de sus palabras como de
sus obras, que es un lenguaje mucho más elocuente. Pero el problema no está en
sus declaraciones o en lo que él puede decir de sí mismo. El verdadero problema
está en ellos, que no quieren creer. Y no quieren creer porque no le
pertenecen, porque no son de los suyos, de sus ovejas. No han sido traídos por
el Padre hacia él (ver el comentario a 6, 44).
Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me conocen a mí. Nadie puede
comprender a una persona sin una elemental simpatía hacia ella. Es una verdad
que el cuarto evangelio pone constantemente de relieve. Aquéllos que intentan
con plena sinceridad y verdad un conocimiento de Jesús y una adhesión a sus
palabras y obras, terminarán por crear, por tener el verdadero testimonio en sí
mismos (1Jn 5, 10); un testimonio no deducible de puras premisas de lógica
humana, pero un testimonio tan seguro como es la misma palabra de Dios.
Esto es cierto. Pero Jesús quiere, y así lo afirma en esta sección, que el
hombre haga un análisis detallado y pormenorizado de sus obras. Las obras de
Jesús como exponente de su unidad con el Padre (vv. 25. 30). Si los «judíos»
quisiesen aceptar esto, no tendrían inconveniente en creer en él, en aceptar lo
que dice y lo que pretende ser. Pero como se acercan a él con prejuicios y
presupuestos excluyentes de la realidad escondida en Jesús, no pueden
aceptarlo; los testimonios que él ofreció nunca los convencieron, porque no
satisfacían las exigencias de un «racionalismo religioso», como es el que
determina, en el fondo, su actitud.
La unidad del Hijo con el Padre es unidad de amor y de obediencia. ¿Tan difícil
era descubrir esta unidad a través de las obras de Jesús? El don que el Padre
ha hecho al Hijo comprende dos cosas: el rebaño, las ovejas, que ahora le
pertenecen (recuérdese que, siguiendo la imagen del pastor y el rebaño, hay que
llegar al Antiguo Testamento, dónde Yavé era el verdadero pastor) y el poder
que él Padre le ha dado para salvarlas, poner la vida por ellas, la autoridad
de Salvador. Y esta unidad es la que asegura al creyente que la obra de Cristo
tiende esencialmente a garantizar su seguridad y salvación. Porque el creyente
cree que Dios está en Cristo para la reconciliación del hombre con Dios. Es la
formulación que hace el apóstol Pablo (2Cor 5, 19).
REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO JN 10, 22-30. «TÚ NECESITAS UN DIOS»
"El Dios oculto en la cultura
literaria de hoy" es el título de un artículo que acaba de aparecer en la
revista Razón y Fe. El balance que presenta su autor, Cristóbal Sarrias, es
preocupante: «Dios no es siquiera un pretexto, ni un elemento clave de la mayor
parte de la creación novelística. Ha desaparecido de un horizonte que daba
sentido o que atormentaba. Está lejos la época de Bernanos o de Mauriac y aun
el último Graham Greene». Cita el diagnóstico de un teólogo, J. L. Ruiz de la
Peña: «Quienes ahora hacen cultura en España y la dictan al gran público no son
cristianos o, si lo son, no se les nota mucho, al menos en líneas generales y
salvando siempre las consabidas excepciones. Son poscristianos confesos, peri o
paracristianos declarados, o incluso anticristianos férvidamente militantes».
C. Sarrias finaliza con esta conclusión: «En la cultura actual se ha arrinconado
la explicitación del Dios que vive en Jesucristo, porque muchos cristianos han
desertado del mundo de la confesionalidad explícita, cuando se han asomado a la
cultura». «Se ha arrinconado la explicitación del Dios que vive en Jesucristo»:
este es el balance negativo desde el que podemos acercarnos al evangelio de
hoy. Si los domingos pasados hemos ido hablando de figuras de la resurrección,
hoy el evangelio nos pone delante al que es el centro absoluto de esa
resurrección: a ese Resucitado, manifestado a los testigos de ese hecho y que,
enseguida, va a ser confesado como «Señor», llevando a plenitud «la cosa que
empezó en Galilea».
En los tres ciclos del año litúrgico, el cuarto domingo de pascua es el del
buen Pastor o, como traduce la Nueva Biblia española, el «modelo de pastor».
Detrás de esa alegoría del buen Pastor hay como una síntesis del Dios, a quien
nadie había visto jamás y al que Jesús nos ha dado a conocer. Esta imagen de
Jesús debió impactar mucho a las primeras comunidades creyentes y, por ello, no
es casualidad que las primeras muestras del arte cristiano en las catacumbas lo
hayan representado así.
La verdadera imagen del buen Pastor no está reflejada por las estampas
acarameladas del pasado pietismo y el oficio de pastor, en los tiempos bíblicos,
no era un oficio que desempeñaba el que no tenía capacidad para hacer otra
cosa. Precisamente porque se trataba de un trabajo que exigía cualidades de
valentía, iniciativa, liderazgo..., en los pueblos antiguos los reyes y los
jefes eran calificados como «pastores».
También es importante subrayar que la alegoría del evangelio de Juan tiene como
trasfondo la durísima crítica del profeta Ezequiel contra los líderes de su
pueblo: «¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos! No fortalecéis a las
débiles ni curáis a las enfermas ni vendáis a las heridas; no recogéis las
descarriadas ni buscáis a las perdidas». "Vosotros nada de eso",
había dicho Jesús a propósito de los jefes de las naciones que oprimen y
esclavizan a los pueblos en relación con aquellos a quienes Jesús llama y le
siguen.
FIESTA-JUDIA: Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy fueron
pronunciadas la última vez que el maestro estuvo en el templo. Se trataba de la
fiesta judía de la Dedicación, Hanuka, que conmemoraba un acontecimiento,
sucedido doscientos años antes, cuando Judas Macabeo había purificado el templo
que había sido profanado por los helenistas idólatras. Puede decirse que el
texto de hoy es un resumen de la alegoría del buen Pastor, que Jesús había
presentado unos versículos antes del mismo capítulo 10. En cuatro brochazos se
nos presenta a Jesús, la figura central de la resurrección:
1) «Mis ovejas obedecen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen». Jesús
no es un asalariado, al que los suyos le son indiferentes. Jesús llama a su
seguimiento, pero no es un seguimiento frío e impersonal; no se trata, de
ninguna manera, de una relación como la que puede existir en un ejército,
basada en la autoridad y la disciplina. San Ignacio expresa esta vivencia de fe
en una de sus meditaciones más características de los Ejercicios: «Quien
quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y
vestir..., asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche».
Jesús ofrece su amistad en la misión; entrar en la dialéctica de conocerle y
ser conocido por él, porque "el corazón de la amistad es crecer en el
encuentro". (R. Ma Rilke).
2) «Yo les doy vida eterna y no se perderán jamás»: Jesús no es, de
ninguna manera, como aquellos pastores condenados por Ezequiel: «os coméis su
enjundia, os vestís con su lana, matáis las gordas». Jesús no fue nada de eso:
él ha venido para darnos vida y vida en abundancia.
«El pastor bueno se desprende de su vida por las ovejas»: es otro resumen de la
vida de aquel que fue «el hombre para los demás», que no vino a ser servido
sino a servir... Jesús da vida eterna o, como decía el texto del Apocalipsis,
«será su pastor y les conducirá hacia fuentes de aguas vivas»: Jesús promete la
vida eterna que no se acaba, pero que se inicia ya aquí abajo, que va creciendo
en nosotros y nos da ilusión y sentido en nuestra existencia, quizá lo que
falta en una cultura que ha arrinconado a Dios.
3) «No se perderán jamás, nadie me las arrebatará de la mano»: aquí está
resonando todo lo que Jesús dice sobre las «ovejas que no son de este redil» y
a las que también llama y quiere conducir a las fuentes de aguas vivas. Jesús
no crea un cenáculo intimista, un gueto de creyentes, que viven ajenos a los
problemas de los de afuera y no se hacen presentes en la cultura ni se asoman a
los ámbitos en los que se desarrolla la vida de los hombres. ¿No resuena aquí
lo que Juan Pablo II dijo, precisamente en la Universidad Complutense: «Una fe
que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada,
no fielmente vivida»?
4) Y, finalmente, como punto culminante de la alegoría, Jesús afirma:
«Yo y el Padre somos uno», que ya se había anticipado cuando decía: «Mi Padre
me conoce y yo conozco al Padre». Jesús es la manifestación del Dios a quien
nadie ha visto nunca; en Jesús se nos manifiesta la bondad de un Dios, que es
también el modelo de pastor y del que, por eso, no hay otra palabra que mejor
balbucee su misterio que la palabra «amor». ·Rosales-LUIS afirmaba: «Creo en
Jesucristo. El Dios en que creo no es un Dios necesario, ni un Dios creador,
sino que me atrae más el Dios que se hizo hombre para compartir con nosotros
muerte y vida, nuestras tristezas y nuestras miserias».
Se pueden dar muchas razones de ese arrinconamiento de Dios en nuestra cultura.
Quizá nos ha sucedido también lo que le aconteció a Pablo en el Areópago
ateniense, cuando quiso predicar el Dios desconocido, el Dios de los filósofos.
Años después, tras aquel fracaso, dirá que no quiere predicar otra cosa sino a Jesucristo
y a este crucificado, que es la misma imagen del buen Pastor que nos trasmite
Juan.
¿No nos ha acontecido a nosotros lo mismo, embarcados en discusiones y debates
sobre el Dios necesario y el Dios creador, y un tanto olvidados de la
experiencia de fe de ese Dios que vive manifestado y explicitado en Jesús?
El artículo al que me he referido acaba con una cita de Bertolt ·Brecht-B:
«Alguien preguntó al señor Kreuner si Dios existe. Y él respondió: "Yo te
aconsejo que pienses si tu comportamiento cambiaría según la respuesta que
diésemos a esta cuestión. Si no cambiase, podemos prescindir de la pregunta.
Pero si cambiase, entonces yo puedo por lo menos ayudarte diciendo que tú mismo
te has respondido: tú necesitas un Dios"». Sin duda es preocupante el
arrinconamiento de Dios en nuestra cultura, pero no lo es menos su
arrinconamiento en la vida. No es sólo en la cultura, es en la vida, donde
debemos decir que no se nos nota mucho que somos seguidores de aquel buen
Pastor, en el que vive y se nos ha explicitado el misterio de Dios. Ahí
también, en la vida y no sólo en la cultura, tenemos que cambiar.
ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA
He aquí, hermanos, un gran misterio
que hace pensar. El sonido de nuestras palabras impacta en nuestros oídos, pero
el verdadero Maestro está dentro de vosotros. Que nadie piense que puede
aprender algo de un hombre. La enseñanza exterior es sólo una ayuda, un
reclamo. El que enseña a los corazones tiene su cátedra en el cielo. Que sea,
pues, él quien hable dentro de vosotros, allí donde ningún hombre puede
penetrar, puesto que, aunque alguien pueda estar a tu lado, nadie puede estar
en tu corazón.
Y que no haya nadie en tu corazón: que en él esté Cristo, su unción, a fin de
que tu corazón no permanezca sediento en el desierto, sin una fuente donde
calmar su sed. En consecuencia, es interior el Maestro que enseña. Es Cristo
quien enseña con sus inspiraciones. Cuando nos faltan sus inspiraciones y su
unción, en vano alborotan las palabras de fuera.
REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA EL DÍA
Leer significa a menudo recoger información, adquirir nuevas perspectivas
y nuevos conocimientos y dominar un nuevo campo del saber. Puede conducirnos a
una licenciatura, a un título, a un certificado. La lectura espiritual, sin
embargo, es diferente. No significa simplemente leer cosas espirituales;
significa también leer las cosas espirituales de modo espiritual. Esto requiere
disponibilidad no sólo para leer, sino también para ser leídos; no sólo para
dominar las palabras, sino para ser dominados.
Mientras leamos la Biblia o un libro espiritual simplemente para adquirir
conocimiento, nuestra lectura no nos ayudará en nuestra vida espiritual.
Podemos llegar a ser grandes expertos en cuestiones espirituales, sin llegar a
ser de verdad personas espirituales. Al leer las cosas espirituales de modo
espiritual, abrimos el corazón a la voz de Dios. Debemos estar dispuestos a
dejar aparte el libro que estamos leyendo y escuchar simplemente lo que Dios
nos dice a través de sus palabras.
EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL
MAGISTERIO DE LA SANTA MADRE IGLESIA:
Antioquía capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa
principal en la expansión de la Iglesia. El Espíritu empuja a los apóstoles
hacia los centros vitales, los centros de influencia del mundo de entonces.
Los que no se habían dispersado por la persecución llegaron hasta Fenicia,
Chipre y Antioquía.
La Iglesia encuentra su camino dejándose guiar por los acontecimientos, y por
el Espíritu Santo. Perseguidos en Jerusalén, expulsados de su villa natal,
fundan comunidades nuevas allá donde se encuentra dispersos. Ciertamente los
perseguidores no buscaban conseguir ese efecto cuando mataron a Esteban y a
otros cristianos.
¿Tengo confianza en la Iglesia? ¿Tengo la íntima convicción que Dios no la
abandonará en sus dificultades actuales y que su expansión misionera será
todavía mayor? Señor, creo que Tú diriges la historia. Trato de contemplarte
actuando en la historia contemporánea, hoy. En lo que está pasando a “favor” o
en «contra» de tu Iglesia. Ayúdame a superar las apariencias.
Y predicaban la Palabra sólo a los judíos... Pero entre ellos algunos
Chipriotas y Cirenenses llegados también a Antioquía la predicaron también a
los Griegos...
En este episodio encontramos un problema típico de la Iglesia de todos los
tiempos: el respeto a las diversas vocaciones. Algunos se dirigen
prioritariamente «a los judíos», es decir, a los que ya vivían de la Palabra de
Dios en el Antiguo Testamento... para ayudarles a ir más lejos y a descubrir a
Jesucristo. Otros se dirigen prioritariamente a los «griegos», es decir, a los
paganos que tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos.
Sostén, Señor, las iniciativas misioneras de aquellos de tus hijos que han
descubierto mejor ese aspecto de tu mensaje.
Ayuda a todos los que están «en contacto con los paganos», y haz que todos,
cristianos de tradición, y cristianos nuevos, cristianos de tal parroquia y
cristianos de tal otra, cristianos de tal nación y cristianos de tal otra... no
se opongan unos a los otros y respeten sus diversas vocaciones.
Esta noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a
Antioquía.
No se contentan con «crear» nuevas Iglesias locales. Cuidan de incorporarlas a
la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y
Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a
Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de
Antioquía...
Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a
las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto, un círculo cerrado, un club
reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la
Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
Cuando llegó y vio la gracia que Dios acordaba a los paganos, se alegró, y
exhortó a todos a permanecer fieles al Señor, porque era un hombre bueno, lleno
del Espíritu Santo y de Fe.
Por la Fe «reconocemos» la acción de Dios en el mundo. ¡Y «damos gracias» por
ello! Bernabé no había trabajado en esa comunidad: sin embargo reconoce
lealmente la obra de Dios en ella. Es el mismo Espíritu Santo el que trabaja en
todas partes en la Iglesia.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de
cristianos.
«Cristianos» es decir, «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva.
Un nombre lleno de exigencias . ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un
cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. O bien, se
trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti!+
Copyright © Reflexiones Católicas
No hay comentarios:
Publicar un comentario