Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

27 de abril de 2024

SÁBADO DE LA IV SEMANA DE PASCUA. . 4º semana del Salterio. (Ciclo B) TIEMPO DE PASCUA.

 


LITURGIA DE LA PALABRA. 

 

Hch 13,44-52: “Sepan que nos dedicamos a los gentiles” 

Sal 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.. 

Jn 14, 7-14: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” 

 

Jesús enfatiza a los discípulos que ya conocen al Padre porque lo han visto y conocido a él. Esta afirmación provoca la intervención de Felipe: “muéstranos al Padre”. Sabemos que se trata de un recurso pedagógico empleado por el autor del cuarto evangelio para profundizar un tema teológico dándole la relevancia necesaria. Jesús interpela a Felipe con el mismo tema que en pasajes anteriores ha venido trabajando: él y su Padre son una misma realidad. Entre ellos existe una comunión tan íntima, tan profunda, hasta el punto que quien ve a Jesús -el Hijo- ve al Padre. Pero el asunto es todavía más profundo: creer en Jesús es creer en las obras que él realiza como provenientes del Padre. Pero, a su vez, quien cree en Jesús está llamado a realizar sus mismas obras, e incluso mayores. De tal forma que la fe en Jesús no es una simple adhesión, sino que implica un modo de obrar según el obrar del Padre revelado en la persona de Jesús. ¿Tenemos nuestra mirada del corazón fija en el actuar de Jesús, para que realicemos las obras del Padre? ¿Actuamos en nombre del Padre, o pretendemos hacer nuestro propio capricho utilizando el nombre de Dios? 

 

REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: HECHOS DE LOS APÓSTOLES 13,44-52 SABED QUE NOS DEDICAMOS A LOS GENTILES



Pablo y Bernabé llevan adelante sus tareas evangelizadoras en Antíoquía de Pisidia (13,44-51) y en Iconio (14,1-7). En ambas ciudades, tras la inicial acogida positiva, seguida de numerosas conversiones de judíos y gentiles temerosos de Dios, la predicación de Pablo se torna en seguida en signo de violenta contradicción. Como habían hecho anteriormente en Chipre (13,5) y era una constante táctica misionera de Pablo (16,13; 17, 2.10.17; 18,4.19; 19,&; 28,17), los misioneros se dirigen primero a los judíos en sus sinagogas (13,14; 14,1). Aunque el anuncio de la salvación ofrecida en Jesucristo a los judíos y a los gentiles se apoya en la misma Escritura, los judíos reaccionan desfavorablemente y promueven incesantes persecuciones en todas partes. Nutridos de una pedagogía que casi idolatraba la justicia de la ley, considerarían una blasfemia frases como ésta: «De todo aquello que no pudisteis justificaros por la ley de Moisés, se justifica, gracias a él, todo el que cree» ( 13, 38-39). Su atávico segregacionismo religioso se llena de celos ante la generosa acogida que otorgan los gentiles a la nueva fe. Ya se había manifestado entre los «creyentes de la circuncisión» cuando Pedro acogió a Cornelio (11,3), estalló con furia en los judíos incrédulos de Antioquía (13,45) e inspiró movimientos insidiosos y persecutorios tanto en Iconio como en Listra (14,2.19).

La prioridad otorgada a Israel en el anuncio del evangelio, atestiguada constantemente en el NT, parece tener un sólido fundamento histórico. Motivos a la vez prácticos y teológicos lo aconsejaban así. También resulta comprensible que un rechazo frecuente, acompañado de obstinada incredulidad, les impulsara con fuerza hacia la misión entre los gentiles. Sin embargo, la presentación que se hace a través de la obra de Lucas, y especialmente en los Hechos, parece indicar rasgos muy claros de una teología redaccional. El episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30), que abre su ministerio público en el tercer Evangelio, ya es como el paradigma de una línea teológica inherente a toda la obra. Jesús ofrece el evangelio primero a su pueblo, que lo rechaza debido a su carácter universal.

La experiencia de Pablo en Antioquía (Hch 13,14-52) constituye un paralelo impresionante. También Pablo anuncia primero la buena nueva a su pueblo, cuyo entusiasmo inicial se transforma pronto en celosa persecución al ver cómo los gentiles se abren al evangelio. Lucas quiere resaltar cómo la Iglesia abierta a los gentiles, y no el judaísmo incrédulo es la verdadera continuadora del pasado de Israel. Una presentación de la fe muy sensible a las exigencias de aquella época. Hacer un anuncio del mensaje adecuado a los signos de los tiempos es una fidelidad a la misión.

Seguimos meditando los textos de la segunda gran sección de los Hechos de los Apóstoles (6, 1 - 15, 35). Dijimos que esta sección tiene como eje los Hechos de los Helenistas, donde también se insertan, en función de los Hechos de los Helenistas, algunos Hechos de Pablo y Pedro.

Lucas agrupó los Hechos de los Helenistas en cuatro secciones:

(1) Constitución del grupo de los Helenistas: 6, 1 - 8, 40

(2) Fundación de la Comunidad de Antioquía por los Helenistas: 11, 19-30

(3) La gran misión de la Comunidad de Antioquía: 13, 1 - 14, 28

(4)Asamblea de Jerusalén para legitimar la misión de Antioquía: 15, 1-35

Desde el 24 de Abril hasta el 14 de Mayo estamos meditando los textos de estos Hechos de los Helenistas, lo que muestra la importancia de éstos en este tiempo pascual.

Los textos de los Hch de la liturgia de este Domingo nos presentan el momento más importante de la misión de la Iglesia de Antioquía, llevada adelante por Pablo y Bernabé. Más adelante veremos la estructura global de esta misión. Por el momento meditemos en los texto de hoy. El evento aquí narrado sucede en Antioquía de Pisidia, que no hay que confundir con Antioquía en Siria, de la cual se habla a lo largo de toda la sección capítulos 11 a 15 de Hch. Se trata aquí del momento crucial y paradigmático de la apertura de la misión cristiana a los gentiles. Veamos el detalle.

Los misioneros enviados por la Iglesia de Antioquía, Pablo y Bernabé, llegan a Antioquía de Pisidia y el sábado van directamente a la sinagoga. Lucas presenta esta visita en forma muy semejante a la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret, que también tiene un carácter programático (Lc. 4, 16-30). Jesús fracasa en su visita a Nazaret. Pablo, por el contrario, tiene un éxito enorme en Antioquía.

El discurso de Jesús en Nazaret tiene un talante liberador y universalista. En la sinagoga escuchan a Pablo tanto judíos como gentiles temerosos de Dios. El sábado siguiente "se congregó casi toda la ciudad para escuchar la Palabra de Dios" (14, 44). Este éxito de Pablo, posiblemente entre los gentiles temerosos de Dios, provoca la envidia de los judíos (de los dirigentes de la sinagoga), que empiezan a contradecir con blasfemias cuanto Pablo decía. Este es el momento cumbre de todo el viaje, cuando Pablo y Bernabé, en forma valiente y solemne, hacen una declaración con carácter programático sobre el sentido de la misión:

"Era necesario anunciarles a Uds. en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan...nos volvemos a los gentiles.

Pues así nos lo ha ordenado el Señor
:
Te he puesto como luz de los gentiles,

para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra" (vv.46-47).

La estrategia misionera normal de Pablo y Bernabé es predicar primero a los judíos para conseguir su conversión. La misión a los gentiles viene después y está subordinada a esta conversión primera de Israel. Pablo se vuelve ahora momentáneamente a los gentiles, únicamente porque los judíos han rechazado la salvación que Pablo les ofrece.

Si se hubiera iniciado un movimiento significativo de conversión de los judíos, Pablo no se hubiera dirigido inmediata y directamente a los gentiles. Pablo justifica ahora su vuelco hacia los gentiles, interpretando su conversión y elección por parte del Espíritu, a la luz de la Palabra de Dios en Is.49, 6 que ahora Pablo atribuye a Cristo.

Esta decisión de Pablo de dirigirse ahora a los gentiles no significa, sin embargo, que Pablo abandone su estrategia de ir primero a los judíos y de cómo él entiende su vocación. En la próxima ciudad adonde van, Iconio, Pablo y Bernabé entran del mismo modo (es decir: como de costumbre) en la sinagoga de los judíos (14, 1). Pablo sigue buscando la conversión de Israel. Si su estrategia fracasa, no es porque sea errónea, sino por culpa de los dirigentes judíos o de algunos judíos incrédulos que la hacen fracasar. La gran novedad que Lucas nos presenta en Antioquía de Pisidia, no es un cambio en la estrategia de Pablo, sino su vuelco hacia los gentiles, después que los judíos rechazan el Evangelio. Pablo, manteniendo su estrategia original, se vuelve ahora a los gentiles con plena conciencia, seguridad y valentía.

Lucas subraya con fuerza lo positivo de este vuelco hacia los gentiles: "los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra de Señor.....y la Palabra del Señor se difundía por toda la región" (v. 48-49). A pesar de la expulsión de los misioneros: "los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo" (v. 52).

Esta expulsión fue organizada por un grupo de mujeres distinguidas que adoraban a Dios junto con los principales de la ciudad, ambos incitados por los judíos. Es curioso que esta persecución sea realizada por la élite poderosa de la ciudad. Esto nos hace pensar que la predicación de la Palabra del Señor a los gentiles tuvo una connotación social de opción por los más despreciados dentro de la ciudad. Esta presentación tan positiva del vuelco hacia los gentiles revela la intención de Lucas. Posiblemente Lucas no está de acuerdo con la estrategia de Pablo y se alegra que lo hechos están empujando la misión directamente hacia los gentiles.

La misión directa a los gentiles, sin subordinarla a la conversión de los judíos, es para Lucas la voluntad del Espíritu Santo, es la obra para la cual Pablo y Bernabé fueron elegidos. Se tiene también la impresión que Bernabé, en contra de Pablo, también piensa como Lucas. Quizás Juan Marcos, quien está más en sintonía con Bernabé que con Pablo y que se volvió a Jerusalén, cuando Pablo desplazó a Bernabé en la conducción de la misión (véase Hch 13, 13).



REFLEXIÓN DEL SALMO 97 LOS CONFINES DE LA TIERRA HAN CONTEMPLADO LA VICTORIA DE NUESTRO DIOS



Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.

Tiene dos partes (lb-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido la victoria con su diestra y con su santo brazo (ib), porque ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.

Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga (4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está caracterizado por la justicia y la rectitud.

Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere, podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra, el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la justicia y la rectitud.

Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y, en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata, probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones, acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).

La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá. También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos, convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto, merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna con justicia y con rectitud.

El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que liberó en los tiempos pasados (cf el éxodo). La expresión «amor y fidelidad» (3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha sellado la Alianza. Pero también es el aliado de todos los pueblos y de todo el universo en lo que respecta a la justicia y la rectitud. Es un Dios ligado a la historia y comprometido con la justicia. Su gobierno hará que se instaure el Reino.

En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino (Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los doctores de la Ley (Mt 1,15; 5,20; 6,33).

A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).

Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama «justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.



REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14 QUIEN ME HA VISTO A MÍ HA VISTO AL PADRE



El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al Padre, responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v. 7).

El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.

Sólo mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago» (v. 11).

La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.

Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver» para indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria del Verbo o realidad sobrenatural.

¿Y tú qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la fe, que nos permite ver la acción —o la «gloria»— de Dios en los acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos, nunca absurdos.

El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores que las que él ha hecho:
la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él mismo, esto es, con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que, al final, atrae todos a él.



REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14  IMAGEN DEL PADRE.



Escritura: su verdadero autor es el Espíritu Santo, pero el Espíritu utiliza una pluma viva: Moisés, Jeremías, Mateo, Pablo... el Espíritu está en ellos y ellos están con Él, y la Escritura es, a la vez, obra divina y humana. Es como si Dios quisiera estar siempre con nosotros y nos pidiera que todo 19 que hagamos sea una obra en común, hecha en sinergia entre Él y nosotros.

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. El séptimo Concilio ecuménico de Nicea (a. 787) fue precedido por feroces discusiones con los iconoclastas. El problema era el siguiente: ¿es posible venerar las imágenes de Cristo, de la Madre de Dios, de los santos, cuando el Antiguo Testamento lo prohíbe expresamente? Está escrito: «Guardaos de olvidar la alianza que el Señor, vuestro Dios, ha establecido con vosotros y de haceros alguna imagen o escultura de cualquier cosa...» (Dt 4,23).

La respuesta de los Padres fue clara. Se podría ser un idólatra si se adorara una piedra, una madera o los colores, pero no es esto lo que hace el cristiano. Su mirada va más allá de la imagen, y se fija en la persona que la pintura representa. El ejemplo más eficaz es el de la actitud ante la imagen por excelencia, la de Cristo:
El mismo nos pide que veamos en El al Padre. Pero también se puede ver a Dios Padre en la Madre de Dios y en todos los santos. Todo lo que es puro y hermoso se hace transparente, y deja entrever a Dios.

Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.  Hay quien compara los iconos con el cristal de las ventanas. Cuando el cristal está muy limpio y transparente, ya no se ve el cristal, sino sólo el jardín que está al otro lado de él. El cristal sólo se nota si está sucio, porque la suciedad impide la transparencia.

Cristo es la ventana transparente entre el cielo y la tierra. Dios está en El y El abre los ojos al Padre. Pero el Padre, fuente de vida, utiliza para nosotros imágenes vivas, humanas. Es un misterio que podemos contemplar, por ejemplo, en la Sagrada.

El Padre que está en mí es el que realiza las obras. En el pasado se dieron discusiones apasionadas entre teólogos sobre cómo se debía representar la colaboración divina y humana. Toda obra buena, en efecto, se atribuye a la gracia de Dios y es igualmente obra nuestra. Todos están de acuerdo en decir que esta colaboración no se puede comparar con un carro tirado por dos caballos, En este caso la obra sería mitad nuestra y mitad de Dios, cuando, en cambio, es toda nuestra y toda de Dios, del mismo modo que Cristo es hombre y Dios al mismo tiempo.

Los apóstoles constataban esto cuando seguían a Jesús: predicaba, curaba, soportaba toda suerte de fatigas; era Jesús de Nazaret. Después, El empieza a introducirles en el misterio: el Padre está presente en todo lo que hace. A continuación, el misterio de la fusión entre lo divino y lo humano se amplía: los apóstoles irán por todo el mundo, predicarán, curarán, soportarán toda suerte de fatigas, pero en ellos estará el Espíritu Santo y con él el Hijo y el Padre.

La actividad de la Iglesia y de todos los cristianos, para tener un sentido y alcanzar su objetivo, debe ser a la vez obra humana y divina.



REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14JESÚS Y EL PADRE.



Muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús habla frecuentemente en el cuarto evangelio de su relación con el Padre, de su unión con él, de ser el enviado del Padre... Los discípulos, representados ahora por Felipe, querrían algo más inmediato: una visión directa del Padre.

La petición de Felipe es contraria a la afirmación establecida ya en el prólogo de este evangelio: A Dios nadie lo vio jamás. El deseo natural de ver a Dios, de entrar en contacto directo con él, cara a cara, mediante una visión semejante a aquéllas con que vemos a otras personas u objetos es contrario al modo que Dios ha elegido para su presentación al hombre. Su visión es indirecta y llega al hombre a través de su palabra.
En el entorno en el que se mueve el cuarto evangelio era natural, por otra parte, el deseo de la visión de Dios. Algunas religiones, las influenciadas por la gnosis, hablaban de ella.

Para centrar esta cuestión es de vital importancia recordar que, en el cuarto evangelio, ver, conocer y creer es prácticamente sinónimo. Por eso la petición de Felipe estaba fuera de lugar.

Pedía una visión de Dios. Ahora bien, esta visión de Dios se logra mediante el conocimiento. Y este conocimiento, el más perfecto, se obtiene a través de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, completamente obediente al Padre, realizando en su vida el programa que Dios le encomendó, reflejando en su misión el plan de amor que tiene sobre el hombre para comunicarle la vidas Consecuencia: en la medida en que aumente el conocimiento de Jesús, aumentará el conocimiento y la visión de Dios. Por eso, la petición de Felipe estaba fuera de lugar, porque indicaba que no había comprendido la relación existente entre Jesús y el Padre.

El evangelista utiliza la fórmula de la inmanencia: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Esta fórmula de la inmanencia, lo mismo que el lenguaje del conocimiento (ser camino, ir hacia...), se sitúa también en el terreno metafórico. ¿Cómo puede una persona estar en otra? Por el amor, por la identificación, por el mismo pensar, sentir y obrar. Jesús está en el Padre en este sentido. Identificado con él por una obediencia absoluta a la misión que le había sido encomendada, por el amor, por el cumplimiento de su voluntad. El Padre está en Jesús porque él y a través de él realiza su obra de salvación para él hombre, se le da a conocer, se le manifiesta, se comunica.

Esta mutua inmanencia del Padre en el Hijo y viceversa es visible o asequible sino a la fe. Precisamente por eso, la respuesta de Jesús comienza con estas palabras: “¿no crees...?» Y un poco más abajo dice «creedme». Palabras que iluminan el comienzo de este capítulo 14: “Creéis en Dios, creed en mí». Los discípulos no son preguntados si creen dos afirmaciones o doctrinas, una en torno a Dios, y otra en torno a Jesús, sino sólo una: el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre.

Lo que se ha afirmado de Jesús debe aplicarse igualmente a los cristianos. Por su fe en Cristo deben estar muy próximos a Dios. Como el Padre está en el Hijo, así debe estar también en el creyente (recuérdese cómo una persona debe estar en otra). Si el Padre está en el creyente, puede entonces obrar también a través de él, como ha obrado en Cristo. Incluso puede hacer obras mayores. ¿Cómo y por qué? Sencillamente porque Jesús se vio limitado en el tiempo en su actuación salvífica: me voy al Padre. La labor de los creyentes, de la Iglesia, será llevar otros hombres a Dios.

Estas obras serán realizadas principalmente a través de la oración. Estas obras «mayores» del creyente probablemente deban ser entendidas como la misma obra salvadora del Padre, hecha como respuesta a la petición de los creyentes.



REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14. YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA; NADIE SE ACERCA AL PADRE SINO POR MÍ.



v. 6-7: Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al Padre sino por mí. El camino supone una meta; la verdad, un contenido, que es la vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y for­mularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único ca­mino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse.

Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe. Esta nueva vida experimentada y consciente es la verdad; esta verdad entendida como camino supone una asimilación progresiva a Jesús y da un carácter dinámico de crecimiento a la vida y a la verdad. El Padre no está materialmente lejano, el acercamiento a él es el de la semejanza.


v. 7-8: Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. Felipe le dijo: -Señor, haz que veamos al Padre, y nos basta.


El Padre está presente en Jesús. La petición de Felipe (v. 8) denota su falta de comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía de­ducirse de la Ley y los Profetas (1,43-45), pero no había comprendido que Jesús no es la realización de la Ley, sino del amor y la lealtad de Dios (1,14.17). En el episodio de los panes (6,5-7) Felipe no comprendía la alterna­tiva de Jesús, por eso a la pregunta de éste: ¿con qué podríamos comprar pan para que coman estos? Felipe contestó: Doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. Para Felipe no había alternativa, seguía en las categorías de la antigua alianza. Felipe ahora ve en Jesús al enviado de Dios, pero no la presencia de Dios en el mundo.


vv. 9-11: Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has lle­gado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo dices tú: «Haz que veamos al Padre»? ¿No crees que yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa mía: es el Padre, quien, viviendo en mí, realiza sus obras. Creedme: yo estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras mismas.

Jesús le contesta con una queja: "Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme? (v. 9). La convivencia con él, ya pro­longada, no ha ampliado su horizonte.

Felipe no sabe que la presencia del Padre en Jesús es dinámica ("quien me ve a mí está viendo al Padre", v.10); a través de Jesús, el padre ejerce su actividad.

Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y lo acrecientan; por eso comunican Espíritu y vida y hacen presente a Dios mismo, que es Espíritu, formulan la acción del Padre en Jesús y, por su medio con los hombres Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía (v. 11). El último criterio para detectar esta sintonía son las obras

vv. 12-14: Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores; porque yo me voy con el Padre, y cualquier cosa que pidáis en unión con­migo, la haré; así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo. Lo que pidáis unidos a mí (= invocando mi nombre), yo lo haré.

La obra de Jesús ha sido solo un comienzo; el futuro reserva una labor más extensa: "Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores" (v.12) Las señales hechas por Jesús no son pues irrepe­tibles por lo extraordinarias, son obras que liberan al hombre ofreciéndole vida. Con este dicho da ánimos a los suyos para el futuro trabajo; la liberación ha de ir adelante. Jesús cambia el rumbo de la historia; toca a los suyos continuar en la dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino Jesús seguirá actuando con ellos. A través de Jesús el amor del Padre (su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión (v. 13). La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v. 14); se hace desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para realizar su obra.

En esta fiesta de dos santos apóstoles, la 1ª lectura, tomada de la 1ª carta de Pablo a los corintios, nos recuerda el núcleo fundamental, esencial, de la fe cristiana; aquello sin lo cual seríamos cualquier otra cosa, menos discípulos de Jesús y miembros de su Iglesia. Es el llamado “kerygma” o proclamación. Lo que los apóstoles seguramente predicaron, adaptándolo a las diversas circunstancias y auditorios. San Pablo lo recuerda a los corintios entre los cuales algunos se atreven a negar la realidad de la resurrección, o mejor, se atreven a afirmar que la resurrección es algo completamente espiritual, místico, que no afecta para nada nuestro cuerpo ni tiene repercusiones en nuestra existencia mortal.

Pablo recuerda a los corintios nada menos que “el evangelio que les prediqué”. No una ideología, una doctrina filosófica o teológica. Tampoco un código moral. Sino la certeza de los acontecimientos salvadores de los cuales los apóstoles fueron testigos y autorizados mensajeros. Se trata de la muerte salvífica de Jesús en la cruz, en cumplimiento del plan divino de salvación para toda la humanidad. De su sepultura, garantía de la realidad mortal que experimentó Jesús, y de su resurrección gloriosa, irrupción definitiva de Dios en nuestra pobre historia humana y cumplimiento en Cristo de todas las promesas y expectativa de la humanidad. Este es el Evangelio, la buena noticia. El fundamento y principio de nuestra fe. Lo que nos define como cristianos. Es decir, la misma persona de Jesús: su vida y su muerte. La garantía de que ante Dios todos tenemos un lugar, de que El nos hará justicia a cada uno, y llevará a la plenitud nuestra efímera existencia, como llevó a su plenitud la existencia de Jesús.

El pasaje de la carta de Pablo, insiste al final en las apariciones del Señor resucitado, y presenta una lista de testigos autorizados, anotando incluso que muchos están todavía vivos en el momento en que se escribe la carta. Llama la atención que está lista no coincida con los testigos señalados en los relatos de apariciones del final de los cuatro evangelios. Faltan, por ejemplo, las mujeres, que vieron a Jesús resucitado al pie del sepulcro (Mt 28, 9-10; Mc 16, 9-11; Jn 20, 11-18). Pero no es cuestión de una absoluta coincidencia que resultaría más sospechosa como testimonio. Los primeros cristianos estaban seguros, y Pablo se hace eco de ello, de que el Resucitado se había hecho ver por diversas personas, en ocasiones distintas, de maneras diferentes. Lo que Pablo subraya es que el testimonio de la resurrección depende de experiencias ciertas tenidas especialmente por apóstoles: Cefas, que es el mismo Pedro, los Doce como grupo que representa a la comunidad de salvación, la Iglesia, Santiago, en este caso el llamado “hermano del Señor”, o “el menor”, para diferenciarlo del hijo de Zebedeo, hermano de Juan, del grupo de los doce apóstoles. Este Santiago el menor es el que estamos conmemorando en este día.

La lectura del pasaje del evangelio de san Juan ha sido escogida, seguramente, porque en ella se menciona al apóstol Felipe, cuya fiesta, junto con Santiago el menor, se celebra hoy. Con seguridad hay que diferenciarlo del Felipe protagonista de varios relatos del libro de los Hechos de los Apóstoles, uno de los siete varones escogidos como administradores de la comunidad por los apóstoles (Hch 6, 1-6), el evangelizador de Samaria (Hch 8, 4-8) y del eunuco etíope (Hch 8, 26-40); a no ser que las tradiciones sobre personajes distintos que llevaban el mismo nombre hallan terminado confundiéndose.

En el pasaje evangélico el apóstol Felipe hace a Jesús una petición audaz e inusitada: “muéstranos al Padre y eso nos basta”. Nada menos, como si a Dios se le pudiera mostrar aquí o allá, como se muestra a una persona o a una cosa cualquiera. Como si Dios pudiera ser contemplado con nuestros ojos mortales, cuando en el AT es constante la afirmación de que quien vea a Dios necesariamente morirá (véase por ejemplo Ex 33, 20; Is 6, 5). Pero con su audacia el apóstol Felipe ha hecho que Jesús nos revele el verdadero rostro de Dios: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Conocer a Jesús, escuchar sus palabras, vivir sus mandamientos, equivale a conocer plenamente a Dios, a contemplar su rostro amoroso reflejado en la bondad de Jesucristo, en su misericordia y amor hacia los pobres y sencillos.

De Santiago el menor sabemos que llegó a ser líder de la comunidad cristiana de Jerusalén hasta los calamitosos años anteriores a la guerra judía contra Roma. El historiador Flavio Josefo, contemporáneo de los acontecimientos, nos ha dejado un testimonio vívido y honroso del apóstol en una de sus obras (Antigüedades judías 20.9.1). Representaba Santiago el menor el cristianismo judaizante de los primerísimos tiempos, apegado todavía al culto del templo, a la reunión sinagogal, la guarda del sábado y demás tradiciones judías. Flavio Josefo nos dice que gozaba del respeto y veneración, no solo de los cristianos, sino también de los mismos judíos piadosos que lo llamaba “el justo”. El mismo autor narra dramáticamente su muerte a manos de judíos fanáticos. De Felipe casi no sabemos nada. La memoria litúrgica de la Iglesia los unió cuando en el siglo VI fue inaugurada la basílica de los doce apóstoles en la ciudad de Roma, y se depositaron en su altar principal supuestas reliquias de estos dos personajes.



ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.



En medio de las tinieblas de la vida presente, la Escritura se ha vuelto la luz para nuestro camino. Por eso dice Pedro: «Hacéis bien en prestar [le] atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez, dice el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105).

Sabemos, sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: «Tú, Señor, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas» (Sal 18,29). ¿De qué sirve una luz que arde y no da luz? Pero la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete.



REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.



Te revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.
Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hilos de los hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y sin Nombre.

No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: así seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas.

 

EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL MAGISTERIO DE LA SANTA IGLESIA:  PABLO EN LISTRA.



La narración de la curación realizada por Pablo nos es presentada siguiendo el esquema paralelo entre el evangelio y los Hechos. Jesús (Lc 5, 18ss), Pedro (3, 1ss) y Pablo (9, 32ss) curan a un paralítico. Nada de particular que el esquema elegido para la presentación del hecho sea el mismo. Pero el hecho se halla al servicio de una idea teológica: las obras de Jesús continúan reproduciéndose, a través de los apóstoles, como proclamación del evangelio para los judíos en Jerusalén (milagro de Pedro) y para los paganos en su propio mundo (milagro de Pablo).

Este mundo pagano manifiesta su mentalidad en la reacción de las gentes que presenciaron el milagro: los dioses han tomado forma humana. Y llamaban a Bernabé Júpiter y a Pablo, Hermes. Los judíos les hubiesen considerado como hombres dotados por Dios de especiales poderes milagrosos. La reacción pagana, más crédula y supersticiosa, vio en ellos a verdaderos dioses actuando en la tierra. Una creencia muy divulgada por los mitos paganos. La identificación obedece, probablemente, a que Bernabé era mayor, tenía barba y no hablaba:

por eso creen que es Júpiter (el nombre romano dé Zeus). Su actitud evocaba el silencio y la impasibilidad de la divinidad suprema. A Pablo lo identifican con Hermes, por ser más joven, sin barba, y era el que hablaba. Hermes era considerado como el mensajero de los dioses, su portavoz, el comunicador de la revelación divina. El horror de Pablo y Bernabé al darse cuenta de que querían ofrecerles sacrificios, como si fuesen verdaderos dioses, e manifiesta en rasgar sus vestidos. Así se expresa el horror judío ante el culto de los ídolos. El gesto era uno
de los más expresivos en todo el mundo antiguo y recurrían a él los judíos cuando oían o veían que se profanaba, el nombre de Dios.

La preocupación máxima de Pablo y Bernabé fue detener aquel acto idolátrico, cuyo centro lo constituían ellos mismos. Para evitarlo expone Pablo el célebre, aunque breve, discurso de Listra. Sus palabras son la primera predicación del evangelio a los paganos y pueden ser consideradas como «el preludio del discurso del Areópago» (el verdaderamente representativo del estilo de precaución cristiana ante destinatarios paganos). En este discurso como es lógico, falta toda alusión a la Escritura y no se menciona para nada la historia salvífica (sencillamente porque los paganos no la conocían); ni siquiera es mencionado el nombre de Jesús.

Comienza Pablo por afirmar la igualdad de los apóstoles con la gente que les estaba escuchando (lo mismo que había hecho Pedro, 3, 1ss). Expone a continuación un artículo fundamental de la fe judía: Dios es el creador de todo y puede ser conocido a través del mundo visible.

Era el argumento más frecuente que los judíos esgrimían contra las religiones paganas. Y aquí empalma la iniciativa a volverse o convertirse de las vanidades (del mundo de los ídolos, que son nada, Rom 1, 21, Ef 4, 17, 3cr 10, 3, al Dios vivo, que, por ser tal, es también el dador de la vida, 17, 25, Jn 6, 57; 10, 10). De este Dios se anuncian dos cosas importantes: ha permitido que los paganos hayan caminado por sus propios caminos, teniendo en cuenta la excusa de su ignorancia. No obstante, se ha manifestado suficientemente a ellos a través de los fenómenos de la naturaleza. Así se ha dado a conocer como bienhechor del hombre a través de la lluvia, de la que depende la fecundidad de la tierra, y de los alimentos y bebida que alegran al hombre y que tampoco podrían tenerse sin las bendiciones divinas.

Resulta sorprendente que las palabras de Pablo no mencionen, ni siquiera de paso, a Jesús. Esperaríamos que, al hablar de los beneficios divinos, fuese mencionado, como él mayor de todos, el evangelio de Jesucristo. Pero lo que pretendía Lucas en esta ocasión era ofrecernos una imagen del paganismo para contraponerla con la del Dios bíblico. La invitación a la conversión al Dios verdadero había sido desde siempre el tema profético. El complemento de la misma, conversión al evangelio, se halla implícitamente aludida en él v. 15: «Os evangelizamos...»

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