LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 13,44-52: “Sepan que nos dedicamos a los gentiles”
Sal 97: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios..
Jn 14, 7-14: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”
Jesús enfatiza a los discípulos que ya conocen al Padre porque lo han visto y conocido a él. Esta afirmación provoca la intervención de Felipe: “muéstranos al Padre”. Sabemos que se trata de un recurso pedagógico empleado por el autor del cuarto evangelio para profundizar un tema teológico dándole la relevancia necesaria. Jesús interpela a Felipe con el mismo tema que en pasajes anteriores ha venido trabajando: él y su Padre son una misma realidad. Entre ellos existe una comunión tan íntima, tan profunda, hasta el punto que quien ve a Jesús -el Hijo- ve al Padre. Pero el asunto es todavía más profundo: creer en Jesús es creer en las obras que él realiza como provenientes del Padre. Pero, a su vez, quien cree en Jesús está llamado a realizar sus mismas obras, e incluso mayores. De tal forma que la fe en Jesús no es una simple adhesión, sino que implica un modo de obrar según el obrar del Padre revelado en la persona de Jesús. ¿Tenemos nuestra mirada del corazón fija en el actuar de Jesús, para que realicemos las obras del Padre? ¿Actuamos en nombre del Padre, o pretendemos hacer nuestro propio capricho utilizando el nombre de Dios?
REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: HECHOS DE LOS APÓSTOLES 13,44-52 SABED QUE NOS DEDICAMOS A LOS GENTILES
Pablo y Bernabé llevan adelante sus tareas evangelizadoras en Antíoquía de
Pisidia (13,44-51) y en Iconio (14,1-7). En ambas ciudades, tras la inicial
acogida positiva, seguida de numerosas conversiones de judíos y gentiles
temerosos de Dios, la predicación de Pablo se torna en seguida en signo de
violenta contradicción. Como habían hecho anteriormente en Chipre (13,5) y era
una constante táctica misionera de Pablo (16,13; 17, 2.10.17; 18,4.19;
19,&; 28,17), los misioneros se dirigen primero a los judíos en sus
sinagogas (13,14; 14,1). Aunque el anuncio de la salvación ofrecida en
Jesucristo a los judíos y a los gentiles se apoya en la misma Escritura, los
judíos reaccionan desfavorablemente y promueven incesantes persecuciones en
todas partes. Nutridos de una pedagogía que casi idolatraba la justicia de la
ley, considerarían una blasfemia frases como ésta: «De todo aquello que no
pudisteis justificaros por la ley de Moisés, se justifica, gracias a él, todo
el que cree» ( 13, 38-39). Su atávico segregacionismo religioso se llena de
celos ante la generosa acogida que otorgan los gentiles a la nueva fe. Ya se
había manifestado entre los «creyentes de la circuncisión» cuando Pedro acogió
a Cornelio (11,3), estalló con furia en los judíos incrédulos de Antioquía
(13,45) e inspiró movimientos insidiosos y persecutorios tanto en Iconio como
en Listra (14,2.19).
La prioridad otorgada a Israel en el anuncio del evangelio, atestiguada
constantemente en el NT, parece tener un sólido fundamento histórico. Motivos a
la vez prácticos y teológicos lo aconsejaban así. También resulta comprensible
que un rechazo frecuente, acompañado de obstinada incredulidad, les impulsara
con fuerza hacia la misión entre los gentiles. Sin embargo, la presentación que
se hace a través de la obra de Lucas, y especialmente en los Hechos, parece
indicar rasgos muy claros de una teología redaccional. El episodio de Jesús en
la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30), que abre su ministerio público en el
tercer Evangelio, ya es como el paradigma de una línea teológica inherente a
toda la obra. Jesús ofrece el evangelio primero a su pueblo, que lo rechaza
debido a su carácter universal.
La experiencia de Pablo en Antioquía (Hch 13,14-52) constituye un paralelo
impresionante. También Pablo anuncia primero la buena nueva a su pueblo, cuyo
entusiasmo inicial se transforma pronto en celosa persecución al ver cómo los
gentiles se abren al evangelio. Lucas quiere resaltar cómo la Iglesia abierta a
los gentiles, y no el judaísmo incrédulo es la verdadera continuadora del
pasado de Israel. Una presentación de la fe muy sensible a las exigencias de
aquella época. Hacer un anuncio del mensaje adecuado a los signos de los
tiempos es una fidelidad a la misión.
Seguimos meditando los textos de la segunda gran sección de los Hechos de los
Apóstoles (6, 1 - 15, 35). Dijimos que esta sección tiene como eje los Hechos
de los Helenistas, donde también se insertan, en función de los Hechos de los
Helenistas, algunos Hechos de Pablo y Pedro.
Lucas agrupó los Hechos de los Helenistas en cuatro secciones:
(1) Constitución del grupo de los Helenistas: 6, 1 - 8, 40
(2) Fundación de la Comunidad de Antioquía por los Helenistas: 11, 19-30
(3) La gran misión de la Comunidad de Antioquía: 13, 1 - 14, 28
(4)Asamblea de Jerusalén para legitimar la misión de Antioquía: 15, 1-35
Desde el 24 de Abril hasta el 14 de Mayo estamos meditando los textos de estos
Hechos de los Helenistas, lo que muestra la importancia de éstos en este tiempo
pascual.
Los textos de los Hch de la liturgia de este Domingo nos presentan el momento
más importante de la misión de la Iglesia de Antioquía, llevada adelante por
Pablo y Bernabé. Más adelante veremos la estructura global de esta misión. Por
el momento meditemos en los texto de hoy. El evento aquí narrado sucede en
Antioquía de Pisidia, que no hay que confundir con Antioquía en Siria, de la
cual se habla a lo largo de toda la sección capítulos 11 a 15 de Hch. Se trata
aquí del momento crucial y paradigmático de la apertura de la misión cristiana
a los gentiles. Veamos el detalle.
Los misioneros enviados por la Iglesia de Antioquía, Pablo y Bernabé, llegan a
Antioquía de Pisidia y el sábado van directamente a la sinagoga. Lucas presenta
esta visita en forma muy semejante a la visita de Jesús a la sinagoga de
Nazaret, que también tiene un carácter programático (Lc. 4, 16-30). Jesús
fracasa en su visita a Nazaret. Pablo, por el contrario, tiene un éxito enorme
en Antioquía.
El discurso de Jesús en Nazaret tiene un talante liberador y universalista. En
la sinagoga escuchan a Pablo tanto judíos como gentiles temerosos de Dios. El
sábado siguiente "se congregó casi toda la ciudad para escuchar la Palabra
de Dios" (14, 44). Este éxito de Pablo, posiblemente entre los gentiles
temerosos de Dios, provoca la envidia de los judíos (de los dirigentes de la
sinagoga), que empiezan a contradecir con blasfemias cuanto Pablo decía. Este
es el momento cumbre de todo el viaje, cuando Pablo y Bernabé, en forma
valiente y solemne, hacen una declaración con carácter programático sobre el
sentido de la misión:
"Era necesario anunciarles a Uds. en primer lugar la Palabra de Dios, pero
ya que la rechazan...nos volvemos a los gentiles.
Pues así nos lo ha ordenado el Señor
:
Te he puesto como luz de los gentiles,
para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra" (vv.46-47).
La estrategia misionera normal de Pablo y Bernabé es predicar primero a los
judíos para conseguir su conversión. La misión a los gentiles viene después y
está subordinada a esta conversión primera de Israel. Pablo se vuelve ahora
momentáneamente a los gentiles, únicamente porque los judíos han rechazado la
salvación que Pablo les ofrece.
Si se hubiera iniciado un movimiento significativo de conversión de los judíos,
Pablo no se hubiera dirigido inmediata y directamente a los gentiles. Pablo
justifica ahora su vuelco hacia los gentiles, interpretando su conversión y
elección por parte del Espíritu, a la luz de la Palabra de Dios en Is.49, 6 que
ahora Pablo atribuye a Cristo.
Esta decisión de Pablo de dirigirse ahora a los gentiles no significa, sin
embargo, que Pablo abandone su estrategia de ir primero a los judíos y de cómo
él entiende su vocación. En la próxima ciudad adonde van, Iconio, Pablo y
Bernabé entran del mismo modo (es decir: como de costumbre) en la sinagoga de
los judíos (14, 1). Pablo sigue buscando la conversión de Israel. Si su
estrategia fracasa, no es porque sea errónea, sino por culpa de los dirigentes
judíos o de algunos judíos incrédulos que la hacen fracasar. La gran novedad
que Lucas nos presenta en Antioquía de Pisidia, no es un cambio en la
estrategia de Pablo, sino su vuelco hacia los gentiles, después que los judíos
rechazan el Evangelio. Pablo, manteniendo su estrategia original, se vuelve
ahora a los gentiles con plena conciencia, seguridad y valentía.
Lucas subraya con fuerza lo positivo de este vuelco hacia los gentiles:
"los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra de
Señor.....y la Palabra del Señor se difundía por toda la región" (v.
48-49). A pesar de la expulsión de los misioneros: "los discípulos
quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo" (v. 52).
Esta expulsión fue organizada por un grupo de mujeres distinguidas que adoraban
a Dios junto con los principales de la ciudad, ambos incitados por los judíos.
Es curioso que esta persecución sea realizada por la élite poderosa de la
ciudad. Esto nos hace pensar que la predicación de la Palabra del Señor a los
gentiles tuvo una connotación social de opción por los más despreciados dentro
de la ciudad. Esta presentación tan positiva del vuelco hacia los gentiles
revela la intención de Lucas. Posiblemente Lucas no está de acuerdo con la
estrategia de Pablo y se alegra que lo hechos están empujando la misión
directamente hacia los gentiles.
La misión directa a los gentiles, sin subordinarla a la conversión de los
judíos, es para Lucas la voluntad del Espíritu Santo, es la obra para la cual
Pablo y Bernabé fueron elegidos. Se tiene también la impresión que Bernabé, en
contra de Pablo, también piensa como Lucas. Quizás Juan Marcos, quien está más
en sintonía con Bernabé que con Pablo y que se volvió a Jerusalén, cuando Pablo
desplazó a Bernabé en la conducción de la misión (véase Hch 13, 13).
REFLEXIÓN DEL SALMO 97 LOS CONFINES DE LA TIERRA HAN CONTEMPLADO LA VICTORIA DE
NUESTRO DIOS
Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará
el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.
Tiene dos partes (lb-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos
divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la
conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La
primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al
Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo
el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se
enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido
la victoria con su diestra y con su santo brazo (ib), porque ha dado a conocer
su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su
amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres
ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.
Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga
(4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado
para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los
montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el
arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo
del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada
elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es
una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo
con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor
es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno
sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está
caracterizado por la justicia y la rectitud.
Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere,
podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la
victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con
Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra,
el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la
justicia y la rectitud.
Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por
un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la
fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las
naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines
de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del
Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo
el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y
exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos
que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y,
en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad
reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa
de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas
maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata,
probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a
saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones,
acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).
La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá.
También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos,
convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los
pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos
a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la
justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre
las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey
universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto,
merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de
todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna
con justicia y con rectitud.
El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios
que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones
del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la
victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de
su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos
hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última
señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es
la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que
liberó en los tiempos pasados (cf el éxodo). La expresión «amor y fidelidad»
(3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha sellado la Alianza.
Pero también es el aliado de todos los pueblos y de todo el universo en lo que
respecta a la justicia y la rectitud. Es un Dios ligado a la historia y
comprometido con la justicia. Su gobierno hará que se instaure el Reino.
En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino
(Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en
que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los
doctores de la Ley (Mt 1,15; 5,20; 6,33).
A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del
Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una
nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en
cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la
rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el
trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su
justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la
tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que
se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).
Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las
victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que
toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando
queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y
sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama
«justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.
REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14 QUIEN
ME HA VISTO A MÍ HA VISTO AL PADRE
El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El
evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al
Padre, responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con
Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona:
él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre
Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al
conocimiento del Padre (v. 7).
El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe
pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a
través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la
presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para
ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y
el Hijo.
Sólo mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre.
De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza
ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza
en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado
en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de «las obras que hago»
(v. 11).
La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo.
Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras
semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de
animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la
evangelización y en su misma misión.
Felipe quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los
ojos la realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos,
mucho más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver»
para indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria
del Verbo o realidad sobrenatural.
¿Y tú qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad
sensible, el signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno
plantearse una pregunta como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa
más que de la realidad visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a
continuación, a correr detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico
o pseudorreligioso. El discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y
la superstición, aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la
fe, que nos permite ver la acción —o la «gloria»— de Dios en los
acontecimientos humanos, a menudo intrincados, siempre misteriosos, nunca
absurdos.
El Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores
que las que él ha hecho:
la grandeza ha de ser medida en el orden de los valores proclamados por él
mismo, esto es, con el signo por excelencia que es la cruz. Se trata del signo
del martirio, de la entrega, del amor que se da, de consumir nuestra propia
vida por el prójimo: lo que exige ver y apreciar otro orden de valores
distintos a los apreciados por el mundo, un orden de valores que, al final,
atrae todos a él.
REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14 IMAGEN
DEL PADRE.
Escritura: su verdadero autor es el Espíritu Santo, pero el Espíritu utiliza
una pluma viva: Moisés, Jeremías, Mateo, Pablo... el Espíritu está en ellos y
ellos están con Él, y la Escritura es, a la vez, obra divina y humana. Es como
si Dios quisiera estar siempre con nosotros y nos pidiera que todo 19 que
hagamos sea una obra en común, hecha en sinergia entre Él y nosotros.
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. El séptimo Concilio ecuménico de
Nicea (a. 787) fue precedido por feroces discusiones con los iconoclastas. El
problema era el siguiente: ¿es posible venerar las imágenes de Cristo, de la
Madre de Dios, de los santos, cuando el Antiguo Testamento lo prohíbe
expresamente? Está escrito: «Guardaos de olvidar la alianza que el Señor,
vuestro Dios, ha establecido con vosotros y de haceros alguna imagen o
escultura de cualquier cosa...» (Dt 4,23).
La respuesta de los Padres fue clara. Se podría ser un idólatra si se adorara
una piedra, una madera o los colores, pero no es esto lo que hace el cristiano.
Su mirada va más allá de la imagen, y se fija en la persona que la pintura
representa. El ejemplo más eficaz es el de la actitud ante la imagen por
excelencia, la de Cristo:
El mismo nos pide que veamos en El al Padre. Pero también se puede ver a Dios
Padre en la Madre de Dios y en todos los santos. Todo lo que es puro y hermoso
se hace transparente, y deja entrever a Dios.
Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Hay quien compara los iconos
con el cristal de las ventanas. Cuando el cristal está muy limpio y
transparente, ya no se ve el cristal, sino sólo el jardín que está al otro lado
de él. El cristal sólo se nota si está sucio, porque la suciedad impide la
transparencia.
Cristo es la ventana transparente entre el cielo y la tierra. Dios está en El y
El abre los ojos al Padre. Pero el Padre, fuente de vida, utiliza para nosotros
imágenes vivas, humanas. Es un misterio que podemos contemplar, por ejemplo, en
la Sagrada.
El Padre que está en mí es el que realiza las obras. En el pasado se dieron
discusiones apasionadas entre teólogos sobre cómo se debía representar la
colaboración divina y humana. Toda obra buena, en efecto, se atribuye a la
gracia de Dios y es igualmente obra nuestra. Todos están de acuerdo en decir
que esta colaboración no se puede comparar con un carro tirado por dos
caballos, En este caso la obra sería mitad nuestra y mitad de Dios, cuando, en
cambio, es toda nuestra y toda de Dios, del mismo modo que Cristo es hombre y
Dios al mismo tiempo.
Los apóstoles constataban esto cuando seguían a Jesús: predicaba, curaba,
soportaba toda suerte de fatigas; era Jesús de Nazaret. Después, El empieza a
introducirles en el misterio: el Padre está presente en todo lo que hace. A
continuación, el misterio de la fusión entre lo divino y lo humano se amplía:
los apóstoles irán por todo el mundo, predicarán, curarán, soportarán toda
suerte de fatigas, pero en ellos estará el Espíritu Santo y con él el Hijo y el
Padre.
La actividad de la Iglesia y de todos los cristianos, para tener un sentido y
alcanzar su objetivo, debe ser a la vez obra humana y divina.
REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14. JESÚS
Y EL PADRE.
Muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús habla frecuentemente en el cuarto
evangelio de su relación con el Padre, de su unión con él, de ser el enviado
del Padre... Los discípulos, representados ahora por Felipe, querrían algo más
inmediato: una visión directa del Padre.
La petición de Felipe es contraria a la afirmación establecida ya en el prólogo
de este evangelio: A Dios nadie lo vio jamás. El deseo natural de ver a Dios,
de entrar en contacto directo con él, cara a cara, mediante una visión
semejante a aquéllas con que vemos a otras personas u objetos es contrario al
modo que Dios ha elegido para su presentación al hombre. Su visión es indirecta
y llega al hombre a través de su palabra.
En el entorno en el que se mueve el cuarto evangelio era natural, por otra
parte, el deseo de la visión de Dios. Algunas religiones, las influenciadas por
la gnosis, hablaban de ella.
Para centrar esta cuestión es de vital importancia recordar que, en el cuarto
evangelio, ver, conocer y creer es prácticamente sinónimo. Por eso la petición
de Felipe estaba fuera de lugar.
Pedía una visión de Dios. Ahora bien, esta visión de Dios se logra mediante el
conocimiento. Y este conocimiento, el más perfecto, se obtiene a través de
Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, completamente obediente al Padre, realizando
en su vida el programa que Dios le encomendó, reflejando en su misión el plan
de amor que tiene sobre el hombre para comunicarle la vidas Consecuencia: en la
medida en que aumente el conocimiento de Jesús, aumentará el conocimiento y la
visión de Dios. Por eso, la petición de Felipe estaba fuera de lugar, porque
indicaba que no había comprendido la relación existente entre Jesús y el Padre.
El evangelista utiliza la fórmula de la inmanencia: Yo estoy en el Padre y el
Padre en mí. Esta fórmula de la inmanencia, lo mismo que el lenguaje del
conocimiento (ser camino, ir hacia...), se sitúa también en el terreno
metafórico. ¿Cómo puede una persona estar en otra? Por el amor, por la
identificación, por el mismo pensar, sentir y obrar. Jesús está en el Padre en
este sentido. Identificado con él por una obediencia absoluta a la misión que
le había sido encomendada, por el amor, por el cumplimiento de su voluntad. El
Padre está en Jesús porque él y a través de él realiza su obra de salvación
para él hombre, se le da a conocer, se le manifiesta, se comunica.
Esta mutua inmanencia del Padre en el Hijo y viceversa es visible o asequible
sino a la fe. Precisamente por eso, la respuesta de Jesús comienza con estas palabras:
“¿no crees...?» Y un poco más abajo dice «creedme». Palabras que iluminan el
comienzo de este capítulo 14: “Creéis en Dios, creed en mí». Los discípulos no
son preguntados si creen dos afirmaciones o doctrinas, una en torno a Dios, y
otra en torno a Jesús, sino sólo una: el Padre en el Hijo y el Hijo en el
Padre.
Lo que se ha afirmado de Jesús debe aplicarse igualmente a los cristianos. Por
su fe en Cristo deben estar muy próximos a Dios. Como el Padre está en el Hijo,
así debe estar también en el creyente (recuérdese cómo una persona debe estar
en otra). Si el Padre está en el creyente, puede entonces obrar también a
través de él, como ha obrado en Cristo. Incluso puede hacer obras mayores.
¿Cómo y por qué? Sencillamente porque Jesús se vio limitado en el tiempo en su
actuación salvífica: me voy al Padre. La labor de los creyentes, de la Iglesia,
será llevar otros hombres a Dios.
Estas obras serán realizadas principalmente a través de la oración. Estas obras
«mayores» del creyente probablemente deban ser entendidas como la misma obra
salvadora del Padre, hecha como respuesta a la petición de los creyentes.
REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,7-14. YO SOY EL CAMINO,
LA VERDAD Y LA VIDA; NADIE SE ACERCA AL PADRE SINO POR MÍ.
v. 6-7: Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se
acerca al Padre sino por mí. El camino supone una meta; la verdad, un
contenido, que es la vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la
posee en plenitud y puede comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la
verdad total, es decir, puede conocerse y formularse como la plena realidad
del hombre y de Dios. Es el único camino, porque sólo su vida y su muerte
muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse.
Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe. Esta nueva vida
experimentada y consciente es la verdad; esta verdad entendida como camino
supone una asimilación progresiva a Jesús y da un carácter dinámico de
crecimiento a la vida y a la verdad. El Padre no está materialmente lejano, el
acercamiento a él es el de la semejanza.
v. 7-8: Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque
ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. Felipe le dijo: -Señor, haz
que veamos al Padre, y nos basta.
El Padre está presente en Jesús. La petición de Felipe (v. 8) denota su falta de
comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía deducirse de la Ley y
los Profetas (1,43-45), pero no había comprendido que Jesús no es la
realización de la Ley, sino del amor y la lealtad de Dios (1,14.17). En el
episodio de los panes (6,5-7) Felipe no comprendía la alternativa de Jesús,
por eso a la pregunta de éste: ¿con qué podríamos comprar pan para que coman
estos? Felipe contestó: Doscientos denarios de plata no bastarían para que a
cada uno le tocase un pedazo. Para Felipe no había alternativa, seguía en las
categorías de la antigua alianza. Felipe ahora ve en Jesús al enviado de Dios,
pero no la presencia de Dios en el mundo.
vv. 9-11: Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has
llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo
dices tú: «Haz que veamos al Padre»? ¿No crees que yo estoy identificado con el
Padre y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como
cosa mía: es el Padre, quien, viviendo en mí, realiza sus obras. Creedme: yo
estoy identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las
obras mismas.
Jesús le contesta con una queja: "Tanto tiempo como llevo con vosotros y
¿no has llegado a conocerme? (v. 9). La convivencia con él, ya prolongada, no
ha ampliado su horizonte.
Felipe no sabe que la presencia del Padre en Jesús es dinámica ("quien me
ve a mí está viendo al Padre", v.10); a través de Jesús, el padre ejerce
su actividad.
Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y
lo acrecientan; por eso comunican Espíritu y vida y hacen presente a Dios
mismo, que es Espíritu, formulan la acción del Padre en Jesús y, por su medio
con los hombres Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía (v. 11). El
último criterio para detectar esta sintonía son las obras
vv. 12-14: Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las
mías y aun mayores; porque yo me voy con el Padre, y cualquier cosa que pidáis
en unión conmigo, la haré; así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo.
Lo que pidáis unidos a mí (= invocando mi nombre), yo lo haré.
La obra de Jesús ha sido solo un comienzo; el futuro reserva una labor más
extensa: "Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun
mayores" (v.12) Las señales hechas por Jesús no son pues irrepetibles por
lo extraordinarias, son obras que liberan al hombre ofreciéndole vida. Con este
dicho da ánimos a los suyos para el futuro trabajo; la liberación ha de ir
adelante. Jesús cambia el rumbo de la historia; toca a los suyos continuar en
la dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en
su camino Jesús seguirá actuando con ellos. A través de Jesús el amor del Padre
(su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión
(v. 13). La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v. 14); se
hace desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para
realizar su obra.
En esta fiesta de dos santos apóstoles, la 1ª lectura, tomada de la 1ª carta de
Pablo a los corintios, nos recuerda el núcleo fundamental, esencial, de la fe
cristiana; aquello sin lo cual seríamos cualquier otra cosa, menos discípulos
de Jesús y miembros de su Iglesia. Es el llamado “kerygma” o proclamación. Lo
que los apóstoles seguramente predicaron, adaptándolo a las diversas
circunstancias y auditorios. San Pablo lo recuerda a los corintios entre los
cuales algunos se atreven a negar la realidad de la resurrección, o mejor, se
atreven a afirmar que la resurrección es algo completamente espiritual,
místico, que no afecta para nada nuestro cuerpo ni tiene repercusiones en
nuestra existencia mortal.
Pablo recuerda a los corintios nada menos que “el evangelio que les prediqué”.
No una ideología, una doctrina filosófica o teológica. Tampoco un código moral.
Sino la certeza de los acontecimientos salvadores de los cuales los apóstoles
fueron testigos y autorizados mensajeros. Se trata de la muerte salvífica de
Jesús en la cruz, en cumplimiento del plan divino de salvación para toda la
humanidad. De su sepultura, garantía de la realidad mortal que experimentó
Jesús, y de su resurrección gloriosa, irrupción definitiva de Dios en nuestra
pobre historia humana y cumplimiento en Cristo de todas las promesas y
expectativa de la humanidad. Este es el Evangelio, la buena noticia. El
fundamento y principio de nuestra fe. Lo que nos define como cristianos. Es
decir, la misma persona de Jesús: su vida y su muerte. La garantía de que ante
Dios todos tenemos un lugar, de que El nos hará justicia a cada uno, y llevará
a la plenitud nuestra efímera existencia, como llevó a su plenitud la
existencia de Jesús.
El pasaje de la carta de Pablo, insiste al final en las apariciones del Señor
resucitado, y presenta una lista de testigos autorizados, anotando incluso que
muchos están todavía vivos en el momento en que se escribe la carta. Llama la
atención que está lista no coincida con los testigos señalados en los relatos
de apariciones del final de los cuatro evangelios. Faltan, por ejemplo, las mujeres,
que vieron a Jesús resucitado al pie del sepulcro (Mt 28, 9-10; Mc 16, 9-11; Jn
20, 11-18). Pero no es cuestión de una absoluta coincidencia que resultaría más
sospechosa como testimonio. Los primeros cristianos estaban seguros, y Pablo se
hace eco de ello, de que el Resucitado se había hecho ver por diversas
personas, en ocasiones distintas, de maneras diferentes. Lo que Pablo subraya
es que el testimonio de la resurrección depende de experiencias ciertas tenidas
especialmente por apóstoles: Cefas, que es el mismo Pedro, los Doce como grupo
que representa a la comunidad de salvación, la Iglesia, Santiago, en este caso
el llamado “hermano del Señor”, o “el menor”, para diferenciarlo del hijo de
Zebedeo, hermano de Juan, del grupo de los doce apóstoles. Este Santiago el
menor es el que estamos conmemorando en este día.
La lectura del pasaje del evangelio de san Juan ha sido escogida, seguramente,
porque en ella se menciona al apóstol Felipe, cuya fiesta, junto con Santiago
el menor, se celebra hoy. Con seguridad hay que diferenciarlo del Felipe
protagonista de varios relatos del libro de los Hechos de los Apóstoles, uno de
los siete varones escogidos como administradores de la comunidad por los
apóstoles (Hch 6, 1-6), el evangelizador de Samaria (Hch 8, 4-8) y del eunuco
etíope (Hch 8, 26-40); a no ser que las tradiciones sobre personajes distintos
que llevaban el mismo nombre hallan terminado confundiéndose.
En el pasaje evangélico el apóstol Felipe hace a Jesús una petición audaz e
inusitada: “muéstranos al Padre y eso nos basta”. Nada menos, como si a Dios se
le pudiera mostrar aquí o allá, como se muestra a una persona o a una cosa
cualquiera. Como si Dios pudiera ser contemplado con nuestros ojos mortales,
cuando en el AT es constante la afirmación de que quien vea a Dios
necesariamente morirá (véase por ejemplo Ex 33, 20; Is 6, 5). Pero con su
audacia el apóstol Felipe ha hecho que Jesús nos revele el verdadero rostro de
Dios: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Conocer a Jesús, escuchar sus
palabras, vivir sus mandamientos, equivale a conocer plenamente a Dios, a
contemplar su rostro amoroso reflejado en la bondad de Jesucristo, en su
misericordia y amor hacia los pobres y sencillos.
De Santiago el menor sabemos que llegó a ser líder de la comunidad cristiana de
Jerusalén hasta los calamitosos años anteriores a la guerra judía contra Roma.
El historiador Flavio Josefo, contemporáneo de los acontecimientos, nos ha
dejado un testimonio vívido y honroso del apóstol en una de sus obras (Antigüedades
judías 20.9.1). Representaba Santiago el menor el cristianismo judaizante de
los primerísimos tiempos, apegado todavía al culto del templo, a la reunión
sinagogal, la guarda del sábado y demás tradiciones judías. Flavio Josefo nos
dice que gozaba del respeto y veneración, no solo de los cristianos, sino
también de los mismos judíos piadosos que lo llamaba “el justo”. El mismo autor
narra dramáticamente su muerte a manos de judíos fanáticos. De Felipe casi no
sabemos nada. La memoria litúrgica de la Iglesia los unió cuando en el siglo VI
fue inaugurada la basílica de los doce apóstoles en la ciudad de Roma, y se
depositaron en su altar principal supuestas reliquias de estos dos personajes.
ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.
En medio de las tinieblas de la vida presente, la Escritura se ha vuelto la luz
para nuestro camino. Por eso dice Pedro: «Hacéis bien en prestar [le] atención,
como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez, dice el
salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Sal
118,105).
Sabemos, sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la
Verdad no la hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: «Tú,
Señor, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas» (Sal 18,29). ¿De qué
sirve una luz que arde y no da luz? Pero la luz creada no brilla para nosotros
si no es iluminada por la luz increada. Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha
creado las palabras de ambos Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el
intérprete.
REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.
Te revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te
haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada
confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.
Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición
humana. Socorre a los hilos de los hombres: ellos te veneran en figuras
diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te
desean, Bien único, oh Inefable y sin Nombre.
No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: así seremos salvos. Responde a
nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en
la diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de
nosotros, frágiles criaturas.
EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL MAGISTERIO DE LA SANTA IGLESIA: PABLO EN LISTRA.
La narración de la curación realizada por Pablo nos es presentada siguiendo el
esquema paralelo entre el evangelio y los Hechos. Jesús (Lc 5, 18ss), Pedro (3,
1ss) y Pablo (9, 32ss) curan a un paralítico. Nada de particular que el esquema
elegido para la presentación del hecho sea el mismo. Pero el hecho se halla al
servicio de una idea teológica: las obras de Jesús continúan reproduciéndose, a
través de los apóstoles, como proclamación del evangelio para los judíos en
Jerusalén (milagro de Pedro) y para los paganos en su propio mundo (milagro de
Pablo).
Este mundo pagano manifiesta su mentalidad en la reacción de las gentes que
presenciaron el milagro: los dioses han tomado forma humana. Y llamaban a
Bernabé Júpiter y a Pablo, Hermes. Los judíos les hubiesen considerado como
hombres dotados por Dios de especiales poderes milagrosos. La reacción pagana,
más crédula y supersticiosa, vio en ellos a verdaderos dioses actuando en la
tierra. Una creencia muy divulgada por los mitos paganos. La identificación
obedece, probablemente, a que Bernabé era mayor, tenía barba y no hablaba:
por eso creen que es Júpiter (el nombre romano dé Zeus). Su actitud evocaba el
silencio y la impasibilidad de la divinidad suprema. A Pablo lo identifican con
Hermes, por ser más joven, sin barba, y era el que hablaba. Hermes era
considerado como el mensajero de los dioses, su portavoz, el comunicador de la
revelación divina. El horror de Pablo y Bernabé al darse cuenta de que querían
ofrecerles sacrificios, como si fuesen verdaderos dioses, e manifiesta en
rasgar sus vestidos. Así se expresa el horror judío ante el culto de los
ídolos. El gesto era uno
de los más expresivos en todo el mundo antiguo y recurrían a él los judíos
cuando oían o veían que se profanaba, el nombre de Dios.
La preocupación máxima de Pablo y Bernabé fue detener aquel acto idolátrico,
cuyo centro lo constituían ellos mismos. Para evitarlo expone Pablo el célebre,
aunque breve, discurso de Listra. Sus palabras son la primera predicación del
evangelio a los paganos y pueden ser consideradas como «el preludio del
discurso del Areópago» (el verdaderamente representativo del estilo de
precaución cristiana ante destinatarios paganos). En este discurso como es
lógico, falta toda alusión a la Escritura y no se menciona para nada la
historia salvífica (sencillamente porque los paganos no la conocían); ni
siquiera es mencionado el nombre de Jesús.
Comienza Pablo por afirmar la igualdad de los apóstoles con la gente que les
estaba escuchando (lo mismo que había hecho Pedro, 3, 1ss). Expone a
continuación un artículo fundamental de la fe judía: Dios es el creador de todo
y puede ser conocido a través del mundo visible.
Era el argumento más frecuente que los judíos esgrimían contra las religiones
paganas. Y aquí empalma la iniciativa a volverse o convertirse de las vanidades
(del mundo de los ídolos, que son nada, Rom 1, 21, Ef 4, 17, 3cr 10, 3, al Dios
vivo, que, por ser tal, es también el dador de la vida, 17, 25, Jn 6, 57; 10,
10). De este Dios se anuncian dos cosas importantes: ha permitido que los
paganos hayan caminado por sus propios caminos, teniendo en cuenta la excusa de
su ignorancia. No obstante, se ha manifestado suficientemente a ellos a través
de los fenómenos de la naturaleza. Así se ha dado a conocer como bienhechor del
hombre a través de la lluvia, de la que depende la fecundidad de la tierra, y
de los alimentos y bebida que alegran al hombre y que tampoco podrían tenerse
sin las bendiciones divinas.
Resulta sorprendente que las palabras de Pablo no mencionen, ni siquiera de
paso, a Jesús. Esperaríamos que, al hablar de los beneficios divinos, fuese
mencionado, como él mayor de todos, el evangelio de Jesucristo. Pero lo que
pretendía Lucas en esta ocasión era ofrecernos una imagen del paganismo para
contraponerla con la del Dios bíblico. La invitación a la conversión al Dios verdadero
había sido desde siempre el tema profético. El complemento de la misma,
conversión al evangelio, se halla implícitamente aludida en él v. 15: «Os
evangelizamos...»
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