Hech. 12, 24-13, 5. Si
nuestras oraciones, si nuestros ayunos no tienen como fruto un
apostolado más comprometido, tendríamos que ver si cuando damos culto al
Señor sólo nos buscamos a nosotros mismos, si sólo queremos sentirnos
como en una especie de romanticismo espiritual, pero no deseamos vivir
totalmente comprometidos con Cristo y su Evangelio. Dios nos ha
reservado para Él y nos ha comunicado su Espíritu Santo, y nos ha
enviado para que anunciemos su Palabra al mundo entero.
¿Queremos
que esta misión sólo la cumplan los ministros de la Iglesia? ¿Sentimos
nuestro compromiso con el Señor y su Evangelio tanto los Ministros
ordenados, como los de la Vida Consagrada, así como los Laicos? Ojalá y
estemos dispuestos a ir y proclamar el Evangelio a todos aquellos que
necesitan de la Luz que viene de lo alto, y que quiere iluminar nuestros
caminos para que avancemos en el amor fraterno, pudiendo así
encaminarnos hacia el encuentro definitivo de Dios como nuestro Padre,
lleno de amor y de ternura por los suyos. Dios nos quiere, por tanto,
como apóstoles siempre en camino para dar testimonio de la Verdad y para
que la salvación llegue a todos. ¿Estamos cumpliendo con amor esta
encomienda de Cristo? ¿Lo hacemos en plena unión con su Iglesia?
Sal. 67 (66). El
Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su
propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con
el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua
alabanza de su Santo Nombre. Si queremos que el mundo entero vuelva al
Señor y bendiga su Nombre y le rinda honor, debemos anunciarlo desde una
vida que se convierta en testimonio creíble de la eficacia de la
salvación que Dios ofrece a todos, pues si vivimos sujetos a la maldad
¿cómo creerá el mundo que el Dios que les ofrecemos en verdad los
librará del pecado y los llevará sanos y salvos a su Reino celestial?
Jn. 12, 44-50.
Sólo el Hijo unigénito del Padre lo conoce a Él. Y el Padre Dios le ha
confiado una misión al Hijo: salvarnos por medio del amor hasta el
extremo, que se convierte en la entrega de la propia vida. Así, a través
de Cristo conocemos a Dios y el amor que nos tiene. Eso es lo que el
Padre Dios le confió a su Hijo para que nos lo revelara. Quien rechace a
Cristo estará rechazando al Padre Dios, que lo envió, y se estará
cerrando a la salvación. Cuando seamos juzgados en el amor nosotros
mismos seremos salvados conforme a la aceptación de ese amor que Dios
nos ha tenido y que nos ha manifestado en su Hijo hecho uno de nosotros.
Ojalá y no nos cerremos al amor de Dios, pues entonces el amor se
convertiría en juicio de condenación por no haber creído en ese amor.
En
esta celebración del Memorial de la Pascua de Cristo el Señor se
convierte para nosotros en Luz que ilumina nuestro camino con su
Palabra. Hemos venido a escuchar al Señor para comprometernos con Él en
trabajar a favor de su Reino. Pero el Señor se convierte también para
nosotros en alimento de vida que nos hace ser un signo de la Vida de
Dios para el mundo. Nosotros entramos en comunión de vida con Él y con
la Misión que el Padre Dios le confió. Desde Él conocemos el amor que el
Padre Dios nos tiene, y desde Él escuchamos al Padre que no sólo nos
concede el perdón y nos da palabras de aliento, sino que también nos
envía, en su Nombre, para que proclamemos la Buena Nueva del amor que
nos ha manifestado en su propio Hijo. Puesto que Jesús se ha
comprometido en concedernos todo lo que le pidamos, no nos quedemos en
peticiones de cosas meramente temporales; roguémosle que nos conceda en
abundancia su Vida y su Espíritu, para que seamos fieles testigos de su
amor en el mundo.
Jesús
vino como Salvador de la humanidad entera. En Él conocemos el Rostro
amoroso y misericordioso de Dios. Por eso podemos decir que quien ve a
Jesús está viendo al Padre Dios, que se ha hecho cercanía a nosotros
para perdonarnos, para darnos su vida y para concedernos todo aquello
que le pidamos en Nombre de Jesús, su Hijo, para salvación nuestra. Y
Jesús se ha desposado con su Iglesia y le ha confiado la misión, no de
condenar, sino de salvar a través del tiempo. En el cumplimiento de esa
vocación estamos involucrados todos. Por eso podemos decir que quien
contemple a la Iglesia estará contemplando y experimentando desde ella
el amor que el Padre Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús. No
podemos, por tanto, vivir condenando a los demás, sino que hemos de
buscar al pecador para procurar, en Nombre de Cristo, de salvar todo lo
que se había perdido. Dios nos quiere apóstoles suyos, sin importar lo
que haya sido nuestra vida pasada, pues Él sólo tiene en cuenta nuestro
retorno a Él para revestirnos de su propio Hijo, y para calzarnos con
sandalias nuevas y enviarnos a dar testimonio de lo misericordioso que
ha sido Dios para con nosotros, de tal forma que todos cobren confianza
de encontrar a Dios como Padre Misericordioso y no como a un juez
implacable.
Roguémosle
a Dios que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, la gracia de saber ser discípulos fieles de Jesús para
que su Palabra sea sembrada en nuestros corazones, y, como en un buen
terreno, produzca abundantes frutos de salvación que hagan que nosotros
mismos seamos como un alimento que fortalezca a quienes hemos de
conducir por el camino del bien, hasta que, juntos, logremos la
salvación eterna. Amén.
Homiliacatolica.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario