LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 14, 19-28. Contaron a la Iglesia lo que Dios Había hecho por medio de
ellos.
Salmo 144. R/ Que tus fieles, Señor, proclamen la Gloria de tu reinado.
Jn 14,27-31a. Mi paz os doy.
Dar la paz, desear la paz, era un saludo corriente en los tiempos de Jesús.
Pero en esta oportunidad este saludo no es de ordinario. Jesús está anticipando
su vuelta al Padre, lugar-hogar de origen de su vida y Su causa. Volver al
Padre no es una tragedia, es un gozo, pero las circunstancias que mediarán su
ida pondrán en crisis a la comunidad. Los discípulos tendrán la tentación de
quedarse mirando “hacia arriba” esperando ayuda celestial. Jesús quiere
ayudarlos a asumir “su hora”: el tiempo de continuar con el anuncio y la praxis
del Reino en misión compartida. El saludo de paz asume aquí un lugar muy
significativo de serenidad frente a la ausencia física de Jesús y de valor y
ánimo en el anuncio misionero y profético.
La muerte de Jesús no será obra de los poderosos del mundo sino causa de su
fidelidad radical al sueño del Padre. La paz que deja Jesús actúa eficazmente
en sus amigos, los tranquiliza, los reconforta y los fortalece para emprender
la tarea. Y cuando lo anticipado esté cumplido redoblará su fe, su confianza y
su compromiso.
REFLEXIÓN DE LA PRIMERA LECTURA: HECHOS DE LOS APÓSTOLES 14,19-28 CONTARON A LA IGLESIA LO QUE DIOS HABÍA HECHO POR MEDIO DE ELLOS
El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del "primer viaje
misionero" de san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el
itinerario que acaban de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese
viaje ha durado tres años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre
los años 45 y 48. Solamente quince años después de la muerte y resurrección de
Jesús, y fue ya una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra
pagana
En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe...
Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y
Antioquía.
-Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De
Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en
varias provincias del Imperio romano -en Asia-.
Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas
ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene
que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en
grupos humanos.
La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una
vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es
consciente de ello. Retoma hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la
fe.
-Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en
el Reino de Dios.»
Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción.
La fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a
todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un
«paso», un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad
total junto a Dios. Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién
convertidos.
¿Considero yo así también mis propios sufrimientos?
-Designaron presbíteros en cada Iglesia.
Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un segundo
tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan comunidades
estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El término
«anciano» traduce el término griego "presbitre" del que vino más
tarde la palabra francesa «pretre (y la del antiguo castellano
"preste"). La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es
necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas?
o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo de
la vida de la comunidad local?
El sacerdote designado para presidir una comunidad de fieles, representa a
Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico: símbolo de la unidad, constructor
de unidad y aquél por el cual se hacen "las junturas y los ligamentos,
para que el Cuerpo crezca y se desarrolle" (Col 2, 19).
En la pasión de Jesús tiene lugar el destronamiento de Satán como
"príncipe de este mundo", de tal modo que en la persona de Jesucristo
el mundo obtiene su nuevo Señor.
Juan entiende el hecho redentor como un cambio cósmico de señorío, que
introduce una nueva situación mundial como un cambio de eón. Esa nueva
situación está definida por la voluntad salvífica de Dios; en la cruz y
resurrección de Cristo se impone definitivamente la voluntad amorosa de Dios.
Desde ese trasfondo ideológico debe entenderse el texto. Según el versículo 30
en la hora del episodio de la cruz tiene lugar el ataque decisivo de Satán
contra Jesús. Pero Satán no encuentra en Jesús nada, sobre lo que pudiera
esgrimir una pretensión, que pertenezca a su esfera de dominio, es decir, a la
muerte, el pecado, la mentira, el odio, etc.
Entre Jesús y Satán no hay planos comunes de contacto, ni siquiera parentesco
satánico sobre Jesús. En esta batalla Jesús aparece de antemano como el
vencedor. El versículo 31 da la razón de por qué en Jesús se quiebra el poder
del maligno: "Pero el mundo tiene que saber que yo amo al Padre, y que,
conforme el Padre me ordenó, así actúo." Es la plena vinculación de Jesús
a Dios su Padre, el "amor perfecto" que separan radical y
esencialmente a Jesús del maligno. "Mi alimento es cumplir la voluntad del
que me envió y llevar a término su obra" (4,34). Con ello se cierra el
círculo. A través de su camino hacia la cruz en obediencia a la voluntad
divina, Jesús se convierte ahora definitivamente en el revelador del amor
divino. Así ha entendido Juan la muerte de Jesús. Y eso es precisamente lo que
el "mundo" debe entender de Jesús.
REFLEXIÓN DEL SALMO 144 QUE TUS FIELES, SEÑOR, PROCLAMEN LA GLORIA
DE TU REINADO
Israel recuerda, agradecido, las victorias que Yavé ha realizado por su medio
en sus combates contra sus enemigos. El presente salmo canta estas hazañas y
puntualiza con insistencia que Yavé ha sido quien ha dado vigor y destreza a su
brazo en todas sus batallas. Es tan palpable la ayuda que han recibido de Dios
que siente la necesidad de alabarlo y bendecirlo. Proclaman que Él es su
aliado, su alcázar, su escudo, su liberador, etc. «Bendito sea el Señor, mi
roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis dedos para la guerra. Mi
bienhechor, mi alcázar, mi baluarte y mi libertador, mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos».
Victorias y prosperidad van de la mano, de ahí la plasmación de toda una serie
de imágenes poéticas que describen el crecimiento y desarrollo de Israel como
pueblo elegido y bendecido por Dios: «Sean nuestros hijos como plantas,
crecidos desde su adolescencia. Nuestras hijas sean columnas talladas, estructuras
de un templo. Que nuestros graneros estén repletos de frutos de toda especie.
Que nuestros rebaños, a millares, se multipliquen en nuestros campos».
El pueblo, que tan festivamente canta las bendiciones que Dios ha prodigado
sobre él, deja una puerta abierta a todos los pueblos de la tierra. Todos ellos
serán también bendecidos en la medida en que sean santos, es decir, en la
medida en que su Dios sea Yavé: « ¡Dichoso el pueblo en el que esto sucede!
¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!».
La intuición profética del salmista llega a su cumplimiento con Jesucristo. Él,
mirando a lo lejos, no ve una multitud de pueblos fieles a Dios, sino un enorme
y universal pueblo de multitudes.
Así nos lo hace ver al alabar la fe del centurión, quien le dijo que no era
necesario que fuese hasta su casa para curar a su criado enfermo, Le hizo saber
que creía en el poder absoluto de su Palabra, que era suficiente que sus labios
pronunciasen la curación sobre su criado y esta se realizaría. Fue entonces
cuando Jesús expresó su admiración, ensalzó la fe de este hombre y le anunció
el futuro nuevo pueblo santo establecido a lo largo de todos los confines de la
tierra: «Al oír esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: os
aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande, Y os digo
que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán,
Isaac y Jacob en el Reino de los cielos» (Mt 8,10-11).
Pueblo santo, pueblo universal, llamado a ser tal como fruto de la misión llevada
a cabo por Jesús, el Buen Pastor. En Él, el pueblo cristiano es congregado y
vive la experiencia de participar de «un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en
todos» (Ef. 4,5-6).
El apóstol Pedro anuncia la elección de la Iglesia como nación santa, rescatada
y, al mismo tiempo, dispersa en medio de todos los pueblos de la tierra. Es un
pueblo bendecido que canta la grandeza de su Dios. Cada discípulo del Señor
Jesús proclama su acción de gracias que nace de su experiencia salvífica. Sabe
que, por Jesucristo, ha vencido en sus combates, alcanzando así la fe, y ha
sido trasladado de las tinieblas a la luz: «Vosotros sois linaje elegido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de
Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1Pe 2,9).
San Agustín nos ofrece un texto bellísimo acerca del combate que todo discípulo
del Señor Jesús debe enfrentar contra el príncipe del mal, y que es absolutamente
necesario para su crecimiento y maduración en la fe, en su amor a Dios: “Pues
nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya
que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación; y nadie
se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido,
ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y tentaciones”.
Todo discípulo sabe y es consciente de que sus victorias contra el Tentador no
surgen de sí mismo, de sus fuerzas sino que son un don de Jesucristo: su
Maestro y vencedor. Por eso, bendice y da gloria a Dios con las mismas
alabanzas que hemos oído entonar al salmista: Bendito seas, Señor y Dios mío,
porque has adiestrado mis manos para el combate, has llenado de vigor mi brazo,
has fortalecido mi alma; tú has sido mi escudo y mí alcázar en mis
desfallecimientos. ¡Bendito seas, mi Dios! ¡Bendito seas Señor Jesús!
REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,27-31A. MI
PAZ OS DOY
Este pasaje, con el que concluye el primer coloquio de Jesús con los suyos, es
un fragmento compuesto, y contiene palabras de despedida y de consuelo por
parte del Maestro, que deja su comunidad y vuelve al Padre. Jesús, al
despedirse de los suyos, les desea la «paz», el shalóm, que es el conjunto de
los bienes mesiánicos, un don que viene de Dios y que Jesús posee. El motivo
del consuelo debe prevalecer sobre el temor y la inquietud: él, Jesús, es la paz.
Por eso añade Jesús una exhortación a la alegría. Aunque estén tristes por el
alejamiento y el temor de quedarse solos, la separación de los discípulos
respecto a Jesús es el paso hacia un bien mejor. Jesús va al Padre «porque el
Padre es mayor» que él, es la plenitud de su gloria (v. 28). Ahora bien, la
vuelta del Hijo al Padre está unida de manera inseparable al escándalo de la
cruz. Jesús, con las predicciones que les ha hecho sobre su próxima muerte, no
sólo pretende sostener la fe de los discípulos en el momento de la pasión, sino
que quiere mostrar que los hechos que van a tener lugar forman parte del
proyecto de Dios. En consecuencia, los suyos no deberán desanimarse: la fe será
su fuerza y su único consuelo.
El tiempo terreno del Maestro está ahora a punto de concluir, le quedan pocos
momentos para conversar aún con sus discípulos, «porque se acerca el príncipe
de este mundo» (v. 30). Aunque se acerca Satanás, no tiene ningún poder sobre
Jesús. Este no tiene pecado y Satanás no tiene posibilidad de atacarle. La vida
de Jesús está bajo el signo de la voluntad del Padre y se entrega libremente a
la muerte en la cruz para que el hombre conozca la verdad.
El Señor ha derramado la paz en tu corazón: él está presente dentro de ti, con
el Padre y el Espíritu Santo. Eso no puede más que darte un sentido de
seguridad y de fuerza: si Dios está contigo, ¿quién estará en contra de ti?
Sin embargo, a menudo estás inquieto y atemorizado: el mundo se presenta
amenazante, los pasiones no dan tregua, todo parece desarrollarse” como si Dios
no existiera”, y Dios calla dentro de ti, juega a esconderse, no responde.
Entonces tu corazón se espanta, te asalta la duda y tu paz queda asediada,
cuando no se volatiliza. Ahora es cuando debes recordar que Dios está presente
en la luz oscura de la fe, que has de ejercitar la fe en estos momentos para
oír aquello que no oyes, para ver aquello que no ves, para aferrarte a un
agarradero que has de buscar en la niebla. Es, en efecto, la fe lo que está en
la base de la paz, que, de hecho, procede de la comunión con Dios. Fe en el
Dios ya presente, pero no poseído aún en plenitud; fe que se madura en el
tiempo de la ausencia del Esposo; fe que se perfecciona en la búsqueda del
Esposo; fe que se purifica a través de los acontecimientos más duros y atroces.
La paz procede de una mirada de fe sobre la realidad de un Dios presente,
aunque buscado con todo el ardor de un corazón herido por el sentimiento de su
ausencia. La paz viene cuando se comprende y se acepta el misterio de la ausencia
de Dios también en su presencia, en su silencio, en el sufrimiento y el
misterio de la cruz como momento más elevado del amor de Dios y del testimonio
de tu amor por él.
REFLEXIÓN SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,27-31A. LA PAZ.
Seguimos en el contexto general que se presupone en este capítulo y en toda
esta sección: la partida de Jesús. La pequeña sección que ahora comentamos
comienza el anuncio de la paz. Así empalma directamente con el comienzo del
cap. 14: «No se turbe vuestro corazón...» Y es que la partida de Jesús no
debería provocar turbación o miedo sino paz y alegría. Al fin y al cabo, él
parte, se libera de la humillación de su ministerio terreno y camina al
encuentro de la gloria del Padre.
Los pueblos semitas se deseaban, se daban la paz en los saludos y despedidas.
La despedida de Jesús no es la de un hombre cualquiera que se va. Jesús ha
anunciado ya que volverá a estar entre ellos. Y les deja la paz. La paz es la
propiedad que surge del favor divino. Por eso dice Jesús «mi paz». En primer
lugar porque él la ha logrado, o la logrará, a través de la muerte. Además, porque
es don y regalo, no premio que ellos hayan merecido (ver Rom 6, 23).
Una paz propia, específica, característica de Jesús, no como la da el mundo.
Esta paz o prosperidad del mundo surge como retribución por los servicios
prestados o como un soborno por los que se esperan para el futuro. Jesús la da
teniendo como motivación última el amor.
Me voy y vuelvo a vosotros. Dos afirmaciones unidas que parecen
contradictorias. No lo son, porque se refieren, en realidad, al mismo
acontecimiento la muerte y la glorificación de Jesús, que son consideradas como
formando una unidad. Este acontecimiento crea también una nueva situación para
los discípulos. El creyente, es decir, el que ama a Jesús, debe alegrarse por
este acontecimiento, porque esta ida de Jesús al Padre es la que le proporciona
todos los beneficios de la nueva vida precisamente en cuanto discípulo.
Termina el tiempo del ministerio terreno de Jesús, porque “el príncipe de este
mundo se acerca”; lo hizo a través de Judas (ver 13, 27). Su venida produce el
cambio entre el hablar, como lo ha estado haciendo Jesús, y la acción.
Jesús quiere dejar claro que, aunque se acerca su final —precipitado por la
acción del príncipe de este mundo a través de Judas—, el diablo no tiene poder
alguno sobre él. Sencillamente porque el poder de Satanás sobre el hombre
depende de sus pecados; ahora bien, Jesús está sin pecado y, por ello, inmune
al poder de Satanás.
Por otra parte, el mundo debe saber que Jesús ama al Padre. Lo ama y obedece.
Cumple el mandamiento que ha recibido de él y por eso entrega la vida. Esto
debe ser un argumento para que el mundo crea que Jesús ama al Padre.
REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,27-31A “LA PAZ OS DEJO, MI
PAZ OS DOY”.
¿Guerra o paz? Juan, testigo de los hechos y dichos del Señor, los ofrece por
escrito a los miembros de sus comunidades para alentarlas en tiempos de
persecución. Con su presencia e inhabitación Jesús promete su paz. Él no está
en nosotros como mero espectador, sino con el dinamismo del Espíritu. “Por
tanto, no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. Parecería como si Jesús se
contradijese al prometer su paz. ¿No había dicho: No he venido a traer la paz
sino la guerra, guerra incluso entre familiares? (Mt 10,34-35).
¿Se contradice Jesús? Sólo aparentemente. Afirma que apostar por él significa
ponerse en contradicción con los que no piensan ni actúan según su Espíritu, y
esto, naturalmente, provocará conflictos externos, pero no quitará la paz
profunda del corazón que él infunde en los que le siguen: la paz profunda de
quien se siente reconciliado con su conciencia, con Dios y con los demás, que
no puede quitarla nadie y es conciliable con los conflictos externos. El viento
que alborota la superficie no altera la calma de las aguas profundas.
Santa Teresa describe magistralmente esta situación psicológica con la imagen
de la tormenta en la montaña. Dice que hay veces en que la tormenta se
desarrolla en la cumbre de la montaña a pesar de haber claros en la falda de la
misma. Y otras veces ocurre que la tormenta se desencadena en la falda de la
montaña, mientras la cumbre está bañada de sol. Así, dice ella, hay personas
que parece que gozan de paz externamente porque no tienen contradicciones, pero
lo más alto de su espíritu está envuelto en la tormenta de la insatisfacción,
del desentendimiento consigo mismo, con los demás y con Dios. A pesar de la
calma exterior, hay guerra intestina, inconsciente a veces. Y hay otras a las
que les sucede exactamente lo contrario. Están externamente envueltas en
persecuciones y adversidades, pero lo más alto de su espíritu está bañado por
la paz del Señor. Es la doble experiencia de los santos antes y después de su
conversión.
“Mi paz os doy” Jesús promete a los suyos, al mismo tiempo, guerra y paz. “Mi
paz os dejo, mi paz os doy”, les dice por una parte; y por otra les anuncia:
“Os perseguirán, os llevarán a los tribunales” (Mt 10,23). Ahí está si no el
ejemplo de Pedro y Juan, que, al igual que Pablo, afirman una aparente
contradicción: “Desbordo de gozo en toda tribulación” (2 Co 7,4; Hch 5,41).
Jesús esclarece esta aparente contradicción con el ejemplo de la parturienta
que vive una experiencia en la que se mezclan el sufrimiento y la alegría, Por
una parte siente tristeza porque le viene el dolor; por otra goza porque le
viene el hijo que tanto añora (Jn 16,21).
¿Quién no conoce a creyentes con una vivencia profunda de fe, cargados de
conflictos y que, con todo, gozan de una paz asombrosa? Estos cristianos viven
aquel “nada te turbe; nada te espante” de santa Teresa.
Es Jesús quien regala a los discípulos de todos los tiempos el don de su paz.
Él está en el corazón del hombre, como en la barca de Pedro, poniendo calma,
regalando paz a los que ponen su confianza en él. La paz, fruto de la justicia,
es un bien mesiánico anunciado por los profetas. Pero la paz que Jesús ofrece a
los suyos no es la de los mundanos, ni la paz externa y superficial; es la paz
honda del que duerme con la conciencia tranquila. Tampoco es la paz de los
cementerios, ni la de los toques de queda, ni la de la injusticia. “Una paz sin
justicia, dijo certeramente el rey, es una guerra silenciosa”. No es la paz del
pasota (¡dejadme en paz y no me metáis en líos, no me compliquéis la vida!). Es
la paz de la honradez, de quien ha encontrado el centro y el sentido de su
vida. Es la paz sabrosa, fruto de una fraternidad realmente vivida.
Dichosos los que trabajan por la paz. Hay que decir que quien con sus palabras,
actitudes o gestos siembra división, recelos o desunión, hace el oficio de
diablo, de anticristo. Por eso a lo largo de todo el Nuevo Testamento se leen
conminaciones a los sembradores de la discordia (1 Co 1,10-16; 4,21; Hb 12,15).
La paz, regalo del Señor, hay que compartirla como el pan de cada día y hay que
construirla minuto a minuto. “Haznos, Señor, instrumentos de tu paz”, pedía
tercamente Francisco de Asís. Jesús proclama solemnemente: “Dichosos los que
trabajan por la paz” (Mt 5,9). Sólo podremos gozar de la verdadera paz, si
trabajamos por ella. Hemos de aspirar a decir con verdad como M. Luther King en
su gran discurso testamentario: “Después de mi muerte, decid, si queréis, que
ha muerto un heraldo de la paz”.
San Agustín da testimonio emocionado de la acción pacificadora de su madre y lo
agradece. Es la paz prometida por Jesús y que ofrece cuando invita a los
agobiados a acudir a él (Mt 11,28).
REFLEXIÓN CUARTA DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 14,27-31A. -OS DEJO LA PAZ. OS
DOY MI PAZ.
Estamos en jueves santo, víspera de su muerte.
Jesús habla de "su" paz, quiere darla a sus amigos, que están
angustiados, perturbados por el anuncio de la traición de Judas y de la
negación de Pedro que acaban de serles dadas a conocer.
"Yo os doy mi paz." La tuya, Señor, la que tenías en tu propio
corazón. Tú eras un hombre apacible, un hombre de paz Trato de imaginarme esta
paz que irradiaba de tu rostro, de tu conducta, y de tus modos de hablar. ¿En
qué tono de voz decías Tú esto?: "Yo os doy mi paz".
Señor Jesús, danos tu Paz... dala también al mundo.
-No como el mundo la da os la doy Yo.
No es pues una paz semejante a la que procede de los hombres. El evangelio no
aporta un método concreto para realizar la paz de Ios hombres, no es una
receta.
Es una paz que viene de más lejos.
-No se turbe vuestro corazón ni se intimide.
El clima reinante es de turbación y miedo. Un complot se está tramando.
Pero en todo tiempo esto es verdad: el creyente, privado de la presencia
visible de su
Señor, tiene siempre el riesgo de estar "turbado".
-Habéis oído que os dije: Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais os
alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo.
Jesús trata de animar, a sus amigos. Son palabras de consuelo para
reconfortarles.
Yo me Voy... "Y vengo..." Palabras misteriosas que anuncian
directamente la muerte y luego la resurrección. Pero las podemos también
referir a esa misteriosa "ausencia-presencia" de Jesús a través de
los tiempos.
Y además sobre todo, esta convicción de Jesús de que su muerte es una subida
hacia el Padre... de la cual los apóstoles debían "regocijarse".
¿Sé alegrarme de que Jesús esté "junto al Padre"?
-Os lo he dicho ahora antes que suceda para que cuando suceda creáis.
Delicadeza. Amistad. Jesús simpatiza, sufre con sus amigos:
¡Como quisiera ayudarles!
-Ya no hablaré mucho más con vosotros; porque viene el "príncipe de este
mundo", y nada en mí le pertenece.
La paz de Jesús, es una paz conquistada con gran esfuerzo.
No es una paz bonachona, de tranquilidad, de falta de lucha...
¡El experimenta tener a alguien contra El! Un enfrentamiento se prepara con el
"príncipe de este mundo".
Pronto veremos -el próximo sábado- que Jesús anuncia a sus amigos este mismo
enfrentamiento entre ellos y Satán:
"Me han perseguido, se os perseguirá." La paz era uno de los
beneficios mesiánicos anunciados: Is 9, 15; Ez 34, 25; Mi 5, 4; Za 9, 10; Sal
29, 11. Evidentemente, esta paz de Dios no tiene ningún parecido con la paz del
mundo. Hay que buscarla en el fondo de sí mismo, en pleno ambiente de
tempestades y combates.
-Pero conviene que el mundo conozca que Yo amo al Padre y que según el mandato
que me dio el Padre, así hago yo.
Esta es la fuente interior de la paz de Jesús.
ELEVACIÓN ESPIRITUAL PARA EL DÍA.
Cuando el Señor precisa: «Os doy mi paz, no como la da el mundo», ¿qué debemos entender,
sino que él no nos da la paz del mismo modo como la dan los que aman el mundo?
Ésos, en efecto, se ponen de acuerdo para hacer la paz entre ellos, con el fin
de gozar no de Dios, sino de los placeres que da el mundo a sus amigos, ha
cubierto de toda lid y de toda guerra. Y si también conceden paz a los justos,
en el sentido de que dejan de perseguirlos, no se trata aún de la verdadera
paz, en cuanto no es una concordia real, porque están desunidos los corazones.
Del mismo modo que se dice consorte a quien une su suerte a la tuya, sólo
cuando los corazones están unidos se puede hablar de concordia.
REFLEXIÓN ESPIRITUAL PARA ESTE DÍA.
Te encuentras siempre ante la alternativa de dejar hablar a Dios o dejar gritar
a tu «yo» herido. Aunque debo haber un lugar donde puedas dejar que la parte
herida de ti obtenga la atención que necesita, tu vocación es hablar del lugar
donde Dios habito en ti. Cuando permites que tu «yo» herido se exprese en forma
de justificaciones, disputas o lamentos, sólo consigues frustrarte aún más y te
sentirás cada vez más rechazado. Reclama a Dios en ti y deja que Dios pronuncie
palabras de perdón, de curación y de reconciliación, palabras que llamen a la
obediencia, al compromiso radical y al servicio. Se requiere mucho tiempo y
mucha paciencia para distinguir entre la voz de tu «yo» herido y la voz de
Dios, pero en la medida en que vayas siendo más fiel a tu vocación se volverá
más fácil. No desesperes: has de prepararte para una misión que será difícil,
pero fecunda.
EL ROSTRO DE LOS PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA Y EL MAGISTERIO DE LA SANTA IGLESIA: PRIMER VIAJE MISIONERO DE PABLO.
El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del “primer viaje misionero” de
san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el itinerario que acaban
de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese viaje ha durado tres
años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre los años 45 y 48.
Solamente quince años después de la muerte y resurrección de Jesús, y fue ya
una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra pagana.
En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe...
Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y
Antioquía.
Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De
Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en
varias provincias del Imperio romano —en Asia—.
Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas
ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene
que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en grupos
humanos.
La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una
vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es
consciente de ello. Retorna hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la
fe.
Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el
Reino de Dios.» Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción. La
fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a todo
ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un «paso»,
un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto
a Dios.
Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos.
¿Considero yo así también mis propios sufrimientos? Designaron presbíteros en
cada Iglesia. Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un
segundo tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan
comunidades estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El
término «anciano» traduce el término griego «presbitre» del que vino más tarde
la palabra francesa «petre. La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es
necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas?
o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo
de la vida de la comunidad local? El sacerdote designado para presidir una
comunidad de fieles, representa a Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico:
símbolo de la unidad, constructor de unidad y aquél por el cual se hacen «las
junturas y los ligamentos, para que el Cuerpo crezca y se desarrolle»
(Colosenses 2,19) +
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