Hech. 14, 5-18.
Cuando anunciamos a Cristo, ¿Nos anunciamos a nosotros mismos? ¿Somos
conscientes de que sólo somos intermediarios entre Dios y los demás; y
esto no por iniciativa propia, sino por nuestra unión a Cristo, el único
mediador entre Dios y los hombres?
Después
de que haber hecho lo que se nos había mandado, y lo hayamos hecho tal
vez de un modo brillante, de tal forma que hayan se levantado muchos
comentarios y alabanzas a favor nuestro, ¿fuimos capaces de decir: Somos
siervos inútiles; sólo hicimos lo que teníamos que hacer?
¿Cuando
hacemos el Bien y llevamos a término la Obra salvadora de Dios, los
demás glorifican al Padre Dios, que está en los cielos y vuelven a Él
sus pasos, o se quedan extasiados ante nosotros, quemándonos incienso, y
quedándose vacíos del Señor y de su salvación?
El
anuncio del Evangelio debe llevar a todos los pueblos a apartarse de
los ídolos (de nosotros, los primeros que podemos ser convertidos en
ídolos), y a adorar al Dios verdadero.
Dios
jamás ha abandonado a alguna persona, ni a nación alguna; siempre ha
salido al encuentro de todos, como nos dice el profeta: Me he hecho
encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de
quienes no me buscaban. Dije: "Aquí estoy, aquí estoy" a gente que no
invocaba mi Nombre.
Que
nuestra labor evangelizadora esté única y exclusivamente al servicio
del Evangelio para propiciar el encuentro de Dios con toda la humanidad.
Sal. 115 (113 b).
Dios no es un dios muerto; el Señor actúa siempre a favor de sus fieles
y los salva. Así manifiesta que no es como los dioses de los paganos,
hechos por artesanos y que, a pesar de tener ojos, no ven; oídos, no
oyen; manos y no tocan, pies y no caminan; boca y no hablan. Quienes
confían en ellos, no encontrarán la salvación, y serán igual que esos
falsos dioses.
En
cambio Dios, nuestro Dios, a través de toda la Historia de salvación y,
últimamente por medio de su Hijo Jesús, nos ha dado numerosas pruebas
de que está vivo.
Dios, a pesar de estar en el cielo, ha bajado a la tierra y se ha hecho cercanía del todos para colmarnos de bendiciones.
En Cristo hemos conocido a Dios y el amor que nos tiene.
Ojalá
y no sólo lo conozcamos, sino que sepamos escucharlo y poner en
práctica su Palabra, para que no denigremos, con nuestras malas
acciones, el Santo Nombre de Dios.
Jn. 14, 21-26.
La fidelidad a los mandatos de Cristo asegura, en el creyente, la
inhabitación divina. Dios quiere hacer su morada en cada uno de nosotros
y ser adorado en Espíritu y en Verdad.
En
el Evangelio de este día se nos habla de que la Obra y la Misión de
Jesús están tocando a su fin en la etapa temporal y visible; una vez
concluida esta, no habrá llegado aún a su final la etapa de la
Revelación. Se iniciará la novedad del Espíritu, actuando en la
Comunidad de creyentes: El Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi
Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les
he dicho.
El
Espíritu Santo acompaña a la Iglesia hasta la plena manifestación del
Hijo de Dios al final de la historia, donde nosotros nos manifestaremos,
juntamente con Él, como hijos de Dios.
Mientras
nos encaminamos a la plena posesión de Dios, hemos de vivir en
fidelidad amorosa a la voluntad del Señor, y al impulso e inspiración
del Espíritu Santo, manifestando así que en verdad lo hemos aceptado en
nuestra vida, y le somos fieles.
Aquel
que dice amar a Dios pero vive con los oídos y el corazón cerrados a su
Palabra, a sus mandatos y al impulso del Espíritu Santo, es un
mentiroso, la Verdad no está en Él.
En
esta Eucaristía el Señor nos ha dirigido su Palabra. Ojalá y no la
hayamos recibido de un modo frío y faltos de fe. Sólo el Espíritu Santo,
que es el Autor de esa Palabra, puede hacer que nuestros corazones
ardan mientras el Señor nos habla. Por eso escuchemos siempre con
atención lo que el Espíritu dice a la Iglesia.
Escuchar
con fe a Jesús significa que adquirimos el compromiso de hacer nuestras
sus enseñanzas y, por tanto, que estamos dispuestos a cumplirlas.
Mediante
la Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, Dios viene a hacer su
morada en nosotros. Él permanecerá en y con nosotros en la medida en que
seamos fieles a aquello que nos ha mandado; de lo contrario, tal vez
entre el Señor a nosotros, pero nuestras obras de maldad y de pecado le
estarán indicando que salga lo más pronto posible, pues estamos
dispuestos a rezarle, pero no a vivir comprometidos con Él.
Jesús
da su vida por nosotros porque nos ama; nos comunica su Espíritu Santo
para que nos guíe a través de la vida como sus Testigos fieles; No
tomemos a la Eucaristía como un juego de niños caprichosos, sino como el
compromiso de quien ha tomado la decisión de abandonar los falsos
dioses, que nos atan a lo pasajero y, con lealtad a Cristo, tomar
nuestra cruz de cada día y seguirlo.
¿Cómo
hablar de Dios a los hombres y mujeres de nuestros días? En tiempo de
Pablo eran válidos los argumento nacidos de la naturaleza, por medio de
los cuales Dios manifestaba su cercanía a todos los pueblos.
Jesús
mismo nos dice que Dios ama a todos sin distinción, y que podemos
conocer ese amor perfecto en cuanto a que hace salir su sol sobre buenos
y malos, y manda la lluvia sobre justos y pecadores.
Las
personas de hoy están más apegadas al lenguaje de las imágenes que al
lenguaje de las palabras. Se llega a decir que una imagen habla mucho
más que millones de palabras. En un momento conocemos y experimentamos
la realidad que sucede en el mundo, por medio de las imágenes
transmitidas vía Internet o por la televisión satelital. En un momento
nos ponemos a favor o en contra de alguien; y sentimos alegría o rabia
contra algunos personajes de nuestra historia actual, sin haberlos
visto, y mucho menos tratado jamás de modo personal.
¿Qué
imagen presentamos de Cristo los cristianos? No vamos a ponernos a
transmitir películas o imágenes bien pensadas y armadas sobre Cristo;
esto, finalmente, sería sólo una imaginación y no una realidad como lo
son los acontecimientos que mueven a favor o en contra los corazones de
los hombres y mujeres de nuestro mundo.
Somos
nosotros, lugar donde habita Dios con todo su amor, quienes lo hemos de
manifestar con nuestra propia vida. Si la Iglesia de Cristo no se
convierte en una Buena Noticia, fresca, acuciante, cuestionante,
salvadora, llena de esperanza para la gente de hoy, tendremos que
preguntarnos si en verdad hemos acogido al Señor en nosotros, no de un
modo romántico, sino con la fuerza de la fidelidad hasta sus últimas
consecuencias, y con la conciencia de que no somos nosotros, sino el
Espíritu de Dios quien, desde nosotros, sigue dando testimonio del
Señor, y continúa llevando a término la obra de Salvación y la
construcción del Reino de Dios entre nosotros.
Así
como Cristo es la imagen perfecta del Padre, así la Iglesia debe ser la
imagen perfecta de Cristo para las gentes de nuestro tiempo.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que, así como ella llevó en
su corazón y en su seno al Hijo de Dios hecho hombre, y lo entregó como
salvación para todos nosotros, así nosotros, siendo engendrados como
hijos de Dios en Cristo, cada vez más perfectos por la acción del
Espíritu Santo, podamos presentarnos ante nuestros hermanos como Luz y
no como tinieblas; como Verdad y no como error ni mentira; como Amor y
no como egoísmo, mucho menos como egolatría donde, al utilizar la
Palabra de Dios, en lugar de estar a su servicio, buscásemos nuestra
gloria y no la gloria de Dios. Que Dios nos conceda amarlo y serle
fieles para que seamos una digna morada de su presencia en nosotros, de
tal forma que algún día nosotros seamos recibidos en las moradas
eternas.
Amén.
Homiliacatolica.com
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