Is 61,1-3ª.6ª.8b-9. El Señor me ha ungido y me ha enviado a dar
la buena noticia a los que sufren y derramar sobre ellos perfume de fiesta.
Salmo 88. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Ap 1, 5-8. Nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios Padre.
Lc 4,16-21. El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Homilía de monseñor Francisco Polti, obispo de Santiago del Estero, en la Misa
Crismal (Catedral-Basílica Nuestra Señora del Carmen, 7 de abril de 2009)
Jesucristo, Nuestro Redentor,
nos es necesario”
La Mesa de la Palabra y de la Eucaristía nos convoca una vez más, en la Iglesia
Catedral de Santiago del Estero. En esta oportunidad nos reunimos para la
concelebración de la Misa Crismal en la que serán bendecidos los santos óleos
de los enfermos y catecúmenos, y será consagrado el Santo Crisma.
“Con el santo crisma consagrado por el Obispo, son ungidos los nuevos
bautizados y son signados los que son confirmados. Con el óleo de los catecúmenos
se prepara y se dispone a éstos para el bautismo. Finalmente, con el óleo de
los enfermos, éstos son aliviados en su enfermedad”.
Asimismo, después de esta homilía y como signo de comunión que existe entre los
presbíteros y el obispo, los sacerdotes de la Diócesis renovarán ante mí y toda
la Iglesia sus promesas sacerdotales que emitieran el día de su ordenación como
presbíteros.
Durante este tiempo de cuaresma, nuestro Dios de Bondad y misericordia, nos
ofreció, a cada uno de nosotros, miembros de su Pueblo que peregrina en
Santiago del Estero, un tiempo de gracia y reconciliación, alentado por Cristo,
para volver a Él, y obedeciendo más plenamente al Espíritu Santo, nos
entreguemos al servicio de todos los hombres.
En esta homilía me quiero detener en la necesidad que, tanto laicos como
ministros ordenados, tenemos de Jesucristo. Sí, Jesucristo nos es necesario. En
El lo tenemos todo. San Ambrosio de Milán exclama: “Cristo es todo para
nosotros. Si tú quieres curar tus heridas, él es médico; si estás ardiendo de
fiebre, él es fuente refrescante; si estás oprimido por la iniquidad, él es
justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es vigor; si temes la muerte, él es
vida; si deseas el cielo, él es el camino; si huyes de las tinieblas, él es la
luz; si buscas comida, él es el alimento”.
El Papa Benedicto XVI, expresará esta misma idea, pero con otras palabras, en
la Eucaristía del inicio de su Pontificado: ¿Acaso no tenemos todos de algún
modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos
abrimos totalmente a Él-, miedo de que El pueda quitarnos algo de nuestra vida?
¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más
bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos
privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! Quien deja entrar
a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada- de lo que hace la vida
libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la
vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de
la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y nos
libera.
Esa necesidad que tenemos de Él, como discípulos y misioneros suyos, como de
comunicarlo a los demás –no podemos callar lo que hemos visto y oído- nos
llevará ante todo a redescubrir, a diario, la persona de Jesucristo,
especialmente en los Evangelios.
Es allí, como dice la Novo Milenio Ineunte, donde emerge el rostro del
Nazareno. El rostro humano de Dios y el rostro divino de los hombres. En la
lectura asidua de la Palabra de Dios, personal y comunitaria, no sólo conocemos
más a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, sino también nos sentimos
impulsados a identificarnos más con Él.
Era costumbre de Jesús, nos recuerda Lucas en el Evangelio de la Misa, entrar
en la sinagoga y acercarse a la palabra de Dios, leerla, meditarla y anunciarla
a los demás. Todos, laicos y sacerdotes, debemos esforzarnos en hacer nuestras,
a través de la lectura meditada y de la oración personal, las palabras y las
obras de Jesucristo, “el Alfa y la Omega…, el que es, el que era y el que
viene, el Todopoderoso”.
Ustedes queridos hermanos en el sacerdocio y yo, “somos ministros de la Palabra
de Dios, para evangelizar y formar evangelizadores, para despertar, enseñar y
alimentar la fe -la fe de la Iglesia-, para invitar a los hombres a la
conversión y a la santidad”. El Sínodo de la Palabra de Dios realizado en Roma
y todo este año paulino ha sido una constante invitación a poner, hoy más que
nunca, en el centro de toda la tarea pastoral de la Iglesia, la Buena Noticia
del Evangelio.
También en la recitación cotidiana de la Liturgia de las Horas, donde junto con
los Padres de la Iglesia y la Tradición milenaria de la Iglesia, el sacerdote
no sólo “alaba al Señor e intercede por todo” -como dice el Concilio Vaticano
II-, sino que también se aproxima a la persona, palabras y obras, de
Jesucristo, el Señor de la Historia.
Asimismo, ustedes como guías de la comunidad encomendada, deberán acompañar a los
fieles laicos, en la difícil misión de llevar a todos los rincones e iluminar
todas sus acciones, con la Buena Noticia del Evangelio. En la primera lectura
de la Misa escuchábamos cómo el profeta Isaías relata su vocación y su misión
que le encarga el Señor de “llevar la Buena Noticia a los pobres”.
Les recuerdo y me recuerdo, que la nueva Misión Bíblica Familiar está convocada
desde el 25 de julio de 2008, y espero que dé abundantes frutos espirituales
para toda nuestra querida Diócesis de Santiago del Estero, como lo fue hace ya
veinte años atrás.
No menos importante es redescubrir el rostro de Cristo que se esconde detrás
del pan y del vino. En cada Eucaristía, centro y raíz de la vida cristiana,
Jesucristo se parte y reparte entre nosotros, como alimento necesario para
nuestro peregrinar hacia la Casa del Padre.
Cada sacerdote es, ante todo, para la Eucaristía, y vive de la Eucaristía.
Nosotros -sacerdotes- nos podemos encontrar personalmente con Cristo, cada
jornada, en la Santa Misa. Podemos comulgar con Jesús, verdadero y real, y
podemos distribuirlo a nuestros hermanos. La Eucaristía como centro propulsor
del día y encuentro íntimo con Jesús transformará nuestra vida de discípulos y
misioneros de Él.
Nuestra actividad pastoral exige que estemos cerca de cada hombre y cada mujer
y de sus problemas, tanto personales y familiares como sociales, pero exige
también que estemos cerca de estos problemas como sacerdotes y descubriendo a
Cristo en cada hermano, ya que cada uno de nosotros, de cualquier raza y
condición social, valemos la sangre de Cristo derramada en la Cruz.
El Papa Juan Pablo II, que hace pocos días recordábamos en el cuarto
aniversario de su partida a la Casa del Padre, nos exhortaba a “buscar con gran
perspicacia junto con todos los hombres, la verdad y la justicia, cuya
dimensión verdadera y definitiva sólo la podemos encontrar en el Evangelio, más
aún, en Cristo mismo”. Hoy más que nunca debemos recordar a todos que, para
realizar una nación argentina y un Santiago del Estero más justo y más
fraterno, Cristo es necesario; y que para superar las crisis que cíclicamente
se repiten en nuestra sociedad debemos reconstruir el tejido social que se ha
roto, dejando nuestra condición de simples habitantes pasando a ser verdaderos
ciudadanos comprometidos y constructores de una patria mejor.
No puedo terminar esta homilía sin acudir a la Virgen María, Madre de los
sacerdotes.
**************
Jueves después de la hora nona. COMIENZA EL TRIDUO PASCUAL. Jueves santo en la
cena del señor
-Jesús celebra la Última Cena con los Apóstoles.
-Institución de la Sagrada Eucaristía y del sacerdocio ministerial.
-El Mandamiento Nuevo del Señor.
Este Jueves Santo nos trae el
recuerdo de aquella Última Cena del Señor con los Apóstoles. Como en años
anteriores, Jesús celebrará la Pascua rodeado de los suyos. Pero esta vez
tendrá características muy singulares, por ser la última Pascua del Señor antes
de su tránsito al Padre y por los acontecimientos que en ella tendrán lugar.
Todos los momentos de esta Última Cena reflejan la Majestad de Jesús, que sabe
que morirá al día siguiente, y su gran amor y ternura por los hombres.
La Pascua era la principal de las fiestas judías y fue instituida para
conmemorar la liberación del pueblo judío de la servidumbre de Egipto. Este día
será para vosotros memorable, y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé,
de generación en generación. Será una fiesta a perpetuidad. Todos los judíos
están obligados a celebrar esta fiesta para mantener vivo el recuerdo de su
nacimiento como pueblo de Dios.
Jesús encomendó la disposición de lo necesario a sus discípulos predilectos:
Pedro y Juan. Los dos Apóstoles hacen con todo cuidado los preparativos.
Llevaron el cordero al Templo y lo inmolaron, luego vuelven para asarlo en la
casa donde tendrá lugar la cena. Preparan también el agua para las abluciones,
las «hierbas amargas» (que representan la amargura de la esclavitud), los «panes
ácimos» (en recuerdo de los que tuvieron que dejar de cocer sus antepasados en
la precipitada salida de Egipto), el vino, etc. Pusieron un especial empeño en
que todo estuviera perfectamente dispuesto.
Estos preparativos nos recuerdan a nosotros la esmerada preparación que hemos
de realizar en nosotros mismos cada vez que participamos en la Santa Misa. Se
renueva el mismo Sacrificio de Cristo, que se entregó por nosotros, y nosotros
somos también sus discípulos, que ocupamos el lugar de Pedro y Juan.
La Última Cena comienza a la puesta del sol. Jesús recita los salmos con voz
firme y con un particular acento. San Juan nos ha transmitido que Jesús deseó
ardientemente comer esta cena con sus discípulos.
En aquellas horas sucedieron cosas singulares que los Evangelios nos han dejado
consignadas: la rivalidad entre los Apóstoles, que comenzaron a discutir quién
sería el mayor; el ejemplo sorprendente de humildad y de servicio al realizar
Jesús el oficio reservado al ínfimo de los siervos: se puso a lavarles los
pies; Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos: Hijitos míos...,
llega a decirles. «El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de
significado, tal riqueza de recuerdo, tal conmoción de palabras y de
sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de
meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e
inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas
divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos
presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga
enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente
dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la
muerte».
Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de
San Juan: los amó hasta el fin. Hoy es un día particularmente apropiado para
meditar en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos
correspondiendo: en el trato asiduo con Él, en el amor a la Iglesia, en los
actos de desagravio y de reparación, en la caridad con los demás, en la
preparación y acción de gracias de la Sagrada Comunión, en nuestro afán de
corredimir con Él, en el hambre y sed de justicia...
II. Y ahora, mientras estaban comiendo, muy probablemente al final, Jesús toma
esa actitud trascendente y a la vez sencilla que los Apóstoles conocen bien,
guarda silencio unos momentos y realiza la institución de la Eucaristía.
El Señor anticipa de forma sacramental —«mi Cuerpo entregado, mi Sangre
derramada»— el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario.
Hasta ahora la Alianza de Dios con su pueblo estaba representada en el cordero
pascual sacrificado en el altar de los holocaustos, en el banquete de toda la
familia en la cena pascual. Ahora, el Cordero inmolado es el mismo Cristo: Esta
es la nueva alianza en mi Sangre... El Cuerpo de Cristo es el nuevo banquete
que congrega a todos los hermanos: Tomad y comed...
El Señor anticipó sacramentalmente en el Cenáculo lo que al día siguiente
realizaría en la cumbre del Calvario: la inmolación y ofrenda de Sí mismo
—Cuerpo y Sangre— al Padre, como Cordero sacrificado que inaugura la nueva y
definitiva Alianza entre Dios y los hombres, y que redime a todos de la
esclavitud del pecado y de la muerte eterna.
Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar
nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. A las puertas de su Pasión y
Muerte, ordenó las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del
mundo. Porque Jesús, aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus
sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta
el final de los tiempos: Haced esto en memoria mía. Junto con la Sagrada Eucaristía,
que ha de durar hasta que el Señor venga, instituye el sacerdocio ministerial.
Jesús se queda con nosotros para siempre en la Sagrada Eucaristía, con una
presencia real, verdadera y sustancial. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en
el Sagrario. En aquella noche los discípulos gozaron de la presencia sensible
de Jesús, que se entregaba a ellos y a todos los hombres. También nosotros,
esta tarde, cuando vayamos a adorarle públicamente en el Monumento, nos
encontraremos de nuevo con Él; nos ve y nos reconoce. Podemos hablarle como
hacían los Apóstoles y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa, y darle
gracias por estar con nosotros, y acompañarle recordando su entrega amorosa.
Siempre nos espera Jesús en el Sagrario.
III. La señal por la que conocerán que sois mis discípulos será que os amáis lo
unos a los otros.
Jesús habla a los Apóstoles de su inminente partida. Él se marcha para
prepararles un, lugar en el Cielo, pero, mientras, quedan unidos a Él por la fe
y la oración.
Es entonces cuanto enuncia el Mandamiento Nuevo, proclamado, por otra parte, en
cada página del Evangelio: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los
otros como yo os he amado. Desde entonces sabemos que «la caridad es la vía
para seguir a Dios más de cerca» y para encontrarlo con más prontitud. El alma
entiende mejor a Dios cuando vive con más finura la caridad, porque Dios es
Amor, y se ennoblece más y más en la medida en que crece en esta virtud
teologal.
El modo de tratar a quienes nos rodean es el distintivo por el que nos
conocerán como sus discípulos. Nuestro grado de unión con Él se manifestará en
la comprensión con los demás, en el modo de tratarles y de servirles. «No dice
el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino esta: que os
améis unos a otros»14. «Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando
señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no
engaña nunca es la caridad fraterna (...). Es también la medida del estado de
nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración».
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis... Es un mandato nuevo porque son
nuevos sus motivos: el prójimo es una sola cosa con Cristo, el prójimo es
objeto de un especial amor del Padre. Es nuevo porque es siempre actual el
Modelo, porque establece entre los hombres nuevas relaciones. Porque el modo de
cumplirlo será nuevo: como yo os he amado; porque va dirigido a un pueblo
nuevo, porque requiere corazones nuevos; porque pone los cimientos de un orden
distinto y desconocido hasta ahora. Es nuevo porque siempre resultará una
novedad para los hombres, acostumbra dos a sus egoísmos y a sus rutinas.
En este día de Jueves Santo podemos preguntar nos, al terminar este rato de
oración, si en los lugares donde discurre la mayor parte de nuestra vida
conocen que somos discípulos de Cristo por la forma amable, comprensiva y
acogedora con que tratamos a los demás. Si procuramos no faltar jamás a la
caridad de pensamiento, de palabra o de obra; si sabemos reparar cuando hemos
tratado mal a alguien; si tenemos muchas muestras de caridad con quienes nos
rodean: cordialidad, aprecio, unas palabras de aliento, la corrección fraterna
cuando sea necesaria, la sonrisa habitual y el buen humor, detalles de
servicio, preocupación verdadera por sus problemas, pequeñas ayudas que pasan
inadvertidas... «Esta caridad no hay que buscarla únicamente en los
acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria».
Cuando está ya tan próxima la Pasión del Señor recordamos la entrega de María
al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. «La inmensa
caridad de María por la humanidad hace que se cumpla, también en Ella, la
afirmación de Cristo: nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus
amigos (Jn 15, 13)»1
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COMENTARIOS
DE LA LECTURAS CORRESPONDIENTES AL JUEVES SANTO HASTA LA HORA NONA
REFLEXIÓN PRIMERA LECTURA: IS 61,1-3ª.6ª.8B-9. EL SEÑOR ME HA UNGIDO Y ME HA
ENVIADO A DAR LA BUENA NOTICIA A LOS QUE SUFREN Y DERRAMAR SOBRE ELLOS PERFUME
DE FIESTA.
En este momento de gran
responsabilidad, escuchamos con particular atención cuanto el Señor nos dice
con sus mismas palabras. De las tres lecturas quisiera escoger solo algunos
aspectos, que nos atañen directamente en un momento como este.
La primera lectura ofrece un retrato profético de la figura del Mesías- un
retrato que recibe todo su significado desde el momento en el que Jesús lee
este texto en la sinagoga de Nazareth, cuando dice: “Hoy se ha cumplido esta
escritura” (Lc 4, 21). Al centro del texto profético encontramos una palabra
que- al menos a primera vista- parece contradictoria. El Mesías, hablando de
sí, dice ser enviado “a promulgar el año de la misericordia del Señor, un día
de venganza para nuestro Dios.” (Is 61, 2). Escuchamos, con gozo, el anuncio
del año de misericordia: la misericordia divina pone un límite al mal- nos ha
dicho el Santo Padre. Jesucristo es la misericordia divina en persona:
encontrar a Cristo significa encontrar la misericordia de Dios. El mandato de
Cristo se ha convertido en mandato nuestro a través de la unción sacerdotal;
somos llamados a promulgar- no solo con palabras sino con la vida, y con los
signos eficaces de los sacramentos, “el año de misericordia del Señor”. Pero
¿qué quiere decir Isaías cuando anuncia “el día de la venganza para nuestro
Dios”? Jesús, en Nazareth, en su lectura del texto profético, no ha pronunciado
estas palabras- ha concluido anunciado el año de la misericordia. ¿Ha sido tal
vez este el motivo del escándalo que se dio después de su prédica? No lo
sabemos. En todo caso el Señor ha ofrecido su comentario auténtico a estas
palabras con la muerte de cruz. “Él cargó con nuestros pecados en su cuerpo
sobre el leño de la cruz...”, dice San Pedro (1 Pe 2, 24). Y San Pablo escribe
a los Gálatas: “Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose a
sí mismo maldición por nosotros, como está escrito: Maldito quien pende del
leño, para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham pase a las gentes y
nosotros nos revistamos de la promesa del Espíritu mediante la fe” (Gal 3,
13s).
La misericordia de Cristo no es una gracia a buen mercado, no supone la
banalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y sobre el alma todo el peso
del mal, toda su fuerza destructiva. Él quema y transforma el mal en el
sufrimiento, en el fuego de su amor sufriente. El día de la venganza y el año
de la misericordia coinciden en el misterio pascual, en el Cristo muerto y
resucitado. Esta es la venganza de Dios: él mismo, en la persona del Hijo,
sufre por nosotros. Cuanto más somos tocados por la misericordia del Señor,
tanto más entramos en solidaridad con su sufrimiento- nos hacemos disponibles
para completar en nuestra carne “aquello que falta a los sufrimientos de
Cristo” (Col 1, 24).
REFLEXIÓN SALMO 88. CANTARÉ ETERNAMENTE LAS MISERICORDIAS DEL SEÑOR.
Este salmo más que cualquier otro,
debe orarse en tres tiempos inseparables, sin embargo, el uno del otro. Su
carácter de oración escrita "por Israel" brilla en cada una de sus
líneas. La situación humana evocada es la de una "entronización real"
en la dinastía de David rey de Jerusalén. El cuadro de fondo del salmo, es el
dramático fin de la realeza bajo los golpes de Nabucodonosor. El decorado es la
geografía de la tierra de Palestina: se nombran los montes del Tabor y Hermón,
las fronteras al occidente están marcadas por el Mar Mediterráneo y al oriente
por los ríos Tigris y Eufrates. Cuando se desea éxito al rey en sus campañas,
se hace decir a Dios: "Extenderé su poder sobre el mar y su dominio hasta
el Gran río". El fondo cultural y religioso de este salmo es el de Israel,
basado en "la Alianza" entre Dios y el pueblo elegido...
* He aquí un "salmo real", cuyo fondo es la ceremonia de entronización
de un nuevo rey: el trono, los atavíos reales, la corte, el palacio, los
guardias, la campaña para vencer a los enemigos.
Pero estamos en Israel, sabemos que el régimen político de este pueblo tenía un
carácter muy particular: el verdadero "rey" era Dios. De ahí que el
comienzo del poema es un "himno" que canta el poder real de Yahveh.
Observemos la letanía de alabanza que exalta el poder cósmico del creador:
-Tú dominas la soberbia del mar...
-Tú amansas la hinchazón del oleaje.
-Tú traspasaste y despojaste a Rahab
(monstruo marino, potencia infernal).
-Tu brazo potente desbarató al enemigo.
-Tú cimientas el orbe y cuanto contiene.
-Tú creas el norte y el mediodía...
-Tú tienes un brazo vigoroso...
Pero para Israel, la maravilla de las maravillas, más aún que la
"Creación", es "LA ALIANZA": "Bienaventurado el pueblo
que sabe aclamar, que camina a la luz de Tu rostro... Danza de alegría todo el
día. Tú eres nuestra fuerza, Tú acrecientas nuestro vigor". Sí, Israel tiene
conciencia de ser amado, elegido, mimado, por Dios. Dos palabras que forman una
especie de pareja se repiten siete veces (no es mera coincidencia, pues el
número siete es la cifra de la perfección): "¡AMOR" y
"FIDELIDAD!". La unión de estas dos palabras, hace énfasis en la
estabilidad, en la perennidad del amor, ideas que se refuerzan aún más mediante
la repetición por siete veces de las palabras "sin fin", "para
siempre".
"La Alianza" con el conjunto del pueblo está simbolizada mediante la
"Alianza" con el "Rey". David es el modelo. Toda la segunda
parte del salmo es un recorderis del famoso Oráculo-Profecía de Natán, que
anunciaba la estabilidad de la Dinastía de David hasta el fin de los tiempos (2
Samuel 7 - I Crónicas 17,1-15 - Jeremías 33,14-26).
Pero las dos primeras partes (Himno-Oráculo) no son sino la introducción de la
tercera, que es una Lamentación por el desastre del fin de la realeza de
Jerusalén. Viene a la memoria en particular el pequeño rey Joaquim, llevado
cautivo a la edad de 18 años por Nabucodonosor... O Sedecías, el último rey,
cuyos hijos fueron degollados ante su vista, antes que a él mismo le arrancaran
los ojos... Entonces la audacia de la oración llega a invertir completamente la
"letanía hímnica" para convertirla en una "letanía de reproches":
en vez de "Eres tú", "Eres tú", repetidos insistentemente
vienen ahora los "Tú has", "Tú has"... Dios, echado de
lado, como si hubiera sido infiel a sus promesas y a su poder.
-"Has roto la Alianza y profanado su corona"...
-"Has derribado sus murallas, y reducido a escombros sus
fortalezas"...
-"Has acrecentado el poder del adversario y alegrado a sus enemigos...
-"Has quebrado su cetro glorioso y has derribado su trono"...
-"Has acortado los días de su juventud y lo has cubierto de
ignominia"...
REFLEXIÓN SEGUNDA LECTURA: AP 1, 5-8. NOS HA CONVERTIDO EN UN REINO Y HECHO
SACERDOTES DE DIOS PADRE.
El libro va dedicado a las siete
iglesias de Asia, localizadas alrededor de Éfeso. Probablemente, también a las
iglesias cristianas de todos los tiempos, ya que la cifra siete es el símbolo
de la plenitud. El saludo une dos deseos profundos: la gracia (griego) y la paz
(hebreo). Los dos son dones de Dios, llamado aquí "el que es, era y
viene". Los "siete espíritus" designan al espíritu perfecto, el
Espíritu Santo. Jesucristo es la tercera persona nombrada. Es presentado como
"testigo fiel" de los misterios de Dios; el resucitado, el rey
todopoderoso. Sigue una alabanza a la obra redentora de Cristo y una confesión
de la venida en gloria del traspasado. Una proclamación solemne cierra este
saludo de parte de Dios Padre, del Espíritu y de Cristo. Está puesta en boca de
Dios mismo, que, por Cristo, en el Espíritu, es el alfa y la omega, el
principio y el fin de la historia, el que es, era y ha de venir, el soberano de
todo.
El Apocalipsis va dirigido a cristianos que empiezan a sufrir por su fe, y les
muestra a Cristo como modelo que están imitando. Cristo es "el servidor y
el testigo de Dios y del Padre". No hay que olvidar que mártir significa
testigo.
EUCARISTÍA
El Apocalipsis (o Revelación) es una "epístola" o carta
"encíclica" (esto es, circular) dirigida a las cuatro iglesias de la
provincia romana del Asia Menor. Comienza invocando sobre estas iglesias el
nombre de Dios (el Padre), el Espíritu y Jesucristo. Tres títulos, que
recuerdan la fórmula del símbolo apostólico ("murió, resucitó y está
sentado a la diestra del Padre"), acompañan al nombre de Jesucristo:
"Testigo fiel", pues Jesucristo selló con su sangre el evangelio que
había predicado; "primogénito", o primer nacido de entre los muertos
(1 Cor 15,20; Col 1,18), que resucita para no volver a morir (Rm 6,9), y
"Príncipe" (Rey de reyes) que está sentado a la diestra del Padre y
vendrá a juzgar sobre las nubes.
Este último título es equivalente a "Señor".
El autor señala seguidamente, y en correlación con los tres títulos
mencionados, otros tantos dones que nos vienen de Dios por Jesucristo: el amor
que se ha manifestado en Jesucristo a todos los hombres (cfr. Gàl 2,20), la
redención en la que el amor llega a su plenitud (5,9; Gál 3,13; #f 1,7; Tf
2,14; etc.) y la gran dignidad de reyes y sacerdotes que concede a los que ha
redimido. Ya Israel había sido llamado para constituir un pueblo de reyes y
sacerdotes (Ex 19,6), pero es por obra y gracia de Jesucristo como se cumple
esta vocación en el nuevo pueblo de Dios (5,10; 20,6; 22,5; 1 Pe 2,5.9). Como todos
estos dones vienen en definitiva de Dios, el autor concluye con una doxología
al Padre.
La memoria de la obra salvadora de Dios en Jesucristo levanta la esperanza y
abre los ojos hacia la venturosa venida del Señor al fin de los tiempos. De
esta manera se introduce ya el auténtico tema del Apocalipsis. El Vidente, que
describe su visión con palabras tomadas de Daniel (7,13) y Zacarías (12,10),
nos invita a contemplar la venida del Hijo del Hombre sobre las nubes y a
observar la reacción que produce en los pueblos este acontecimiento. También el
mismo Jesús anunció su venida aludiendo a las palabras de Daniel (cfr. Mc
14,62). La alusión a Zacarías tiene, por su parte, esta significación: El que
fue asesinado por los hombres, Jesús de Nazaret, se manifestará como Juez y
Señor y sus propios enemigos lo verán y se lamentarán sin remedio (cfr. Mt
24,30). Para unos habrá un juicio de condenación, para otros de salvación.
Nadie condenará a la comunidad de los creyentes.
DIOS-SENTIDO: Tenemos aquí dos afirmaciones consecutivas. La Primera confirma
la promesa de Dios, la segunda es la respuesta confiada de la comunidad a esta
promesa (cfr. 22,20). "Alfa" y "omega" son la primera y la
última letra del alfabeto griego. Dios es el primero y el último, "el que
era" y "el que viene". Dios es, por lo tanto, el sentido de la
historia. Cuando triunfe definitivamente el "Testigo fiel" y venga
con poder y majestad, se manifestará en Jesucristo, Señor, el misterio de Dios
y todo quedará patente y descifrado. Entonces veremos que Dios es todo en
todos.
EUCARISTÍA
Las raíces del Apocalipsis de Juan se hallan en el género apocalíptico
judío (cf. 1.lectura de hoy y la del domingo anterior) y su pretensión es la
misma: a través de visiones simbólicas y cargadas de imaginería esotérica,
quiere reforzar la fe de los lectores en medio de la persecución, asegurándoles
la victoria final. Pero a pesar de estas raíces y de esta pretensión similar,
una cosa lo diferencia radicalmente: aquí no se trata de elucubrar con sueños
de los que nunca se explica directamente el significado, sino que ya desde el
principio aparece explícito el sentido final de todo, porque el objetivo de la
historia se ha revelado ya con la muerte y resurrección de JC. La victoria
final más allá de cualquier persecución es, por tanto, la victoria que ya ha
conseguido JC, convertido en Señor de la historia por su misterio pascual.
Este es, por tanto, el tema de estos primeros versículos del Apocalipsis que
leemos hoy, la victoria final sobre la persecución (tanto la de los judíos que
"le traspasaron" como la de "todos los pueblos de la
tierra", las naciones paganas que ahora persiguen a la Iglesia) se
fundamenta en JC, que es "el Príncipe de los reyes de la tierra" y
aquél que cumple la profecía de Dan 7 (cf.1 lectura) y "viene en las
nubes".
Pero esta soberanía no se ha obtenido por medio de exhibición de poder, sino a
través del amor a los hombres y de la sangre de su cruz. JC, en efecto, se ha
convertido en Señor de la historia porque ha sido fiel al proyecto de amor de
Dios sobre la historia. Por eso es el "Testigo fiel", porque con su
vida y con su muerte ha revelado totalmente quién es el Padre, convirtiéndose
así en "el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de
la tierra".
REFLEXIÓN PRIMERA DEL SANTO EVANGELIO: LC 4,16-21. EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ, PORQUE ÉL ME HA UNGIDO.
Texto. La primera parte es una
declaración de intenciones por parte del autor. Nos dice por qué escribe y para
qué escribe, a la vez que da cuenta de su metodología de trabajo. todo ello con
el gusto retórico, a veces exagerado, de la época. Por ejemplo, en el uso de
"muchos", identificando variedad y multiplicidad.
Desconocemos la identidad de Teófilo, a quien Lucas dedica sus dos obras
(Evangelio y Hechos). Probablemente se trata de un recién incorporado al
cristianismo, a quien el autor quiere proporcionar una sólida garantía de la
instrucción rudimentaria que ha recibido. Tras una investigación exhaustiva de
las tradiciones recibidas, Lucas hace una presentación sistemática de los
acontecimientos, ofreciendo un conjunto literario articulado.
La segunda parte del texto nos traslada a los comienzos de la actividad de
Jesús, que Lucas resume como actividad docente en las sinagogas de Galilea,
guiado todo por la fuerza del Espíritu.
A continuación presenta un caso concreto de docencia en una sinagoga concreta.
Una sinagoga significativa por hallarse en el lugar donde Jesús se crió. El
relato de Lucas da por supuesto el conocimiento del funcionamiento litúrgico
sinagogal de los sábados con sus cantos, recitaciones, orden y modalidad de las
lecturas, bendición final.
Probablemente Jesús ha sido invitado por el presidente de la sinagoga a leer y
comentar la segunda lectura, tomada del profeta Isaías. ¿Lectura ya
reglamentada o de libre elección por el lector? No podemos saberlo a ciencia
cierta, aunque el giro de la expresión "encontró un pasaje" parece
significar más bien que el propio Jesús busca expresamente el pasaje. Hagamos
también nosotros la prueba y busquemos el pasaje en el comienzo del capítulo 61
de Isaías. Constataremos que Jesús termina la lectura en el v.2a, suprimiendo
el aspecto negativo del mensaje proclamado por Isaías. El pasaje habla de
proclamar el año de gracia del Señor, el día de desquite de nuestro Dios. Jesús
lee lo del año de gracia y omite lo del día de desquite. ¿Omisión deliberada?
El relato de Lucas continúa con escueto grafismo: Jesús cerró el libro
(enrolló, los libros eran tiras largas de pergamino), lo devolvió al ayudante y
se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. La reacción es de
expectación, motivada sin duda por algo chocante y que les ha llamado la
atención, aparte de la fama de su paisano. ¿Eso chocante no será precisamente
la omisión de la frase referente al desquite? La reacción de los presentes es
de expectación y de prevención contra Jesús, y no de estima y de confianza
hacia él, como a menudo se dice.
El comentario de Jesús al pasaje leído es breve y enfático: "Hoy se cumple
este pasaje que acabáis de oír". Resalta la posición enfática del
adverbio. Lo proclamado por el profeta quinientos años atrás en medio de los
desastres de la guerra (pobreza, dolor, encarcelamientos) tiene su cumplimiento
ahora. Jesús hace suyo aquel mensaje, lo depura de toda connotación negativa y
le da cumplimiento cabal. La omisión de la frase referente al desquite de
nuestro Dios ha sido intencionada. Jesús no sabe nada de venganzas y de
desquites de Dios.
Resumiendo: Lucas, un autor con una metodología de trabajo rigurosa, quiere
completar y garantizar la instrucción cristiana básica y rudimentaria de los
recién bautizados. En esta línea empieza presentando la enseñanza de Jesús como
una enseñanza que da cumplimiento al mensaje de gracia acumulado a lo largo del
Antiguo Testamento, relectura que puede desencadenar una prevención contra él.
Comentario. El Evangelio de Lucas es una larga catequesis con vistas a
profundizar en la fe recibida.
A la hora de profundizar debemos estar dispuestos a dejarnos cuestionar por la
enseñanza de Jesús. Es muy posible que existan en nosotros, aun sin ser
conscientes de ello, adherencias y esquemas incorrecta o falsamente religiosos.
Jesús es el hoy de tantas esperanzas de tanta gente marginada y maltratada que,
al igual que Dios, nada sabe de venganza y de desquite.
¡Cuántas veces parecen inevitables e insuperables la venganza y el desquite!
Jesús nos invita a superar esa fase, por difícil y costosa que nos parezca.
REFLEXIÓN SEGUNDA
DEL SANTO EVANGELIO: LC 4,16-21. EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ, PORQUE ÉL
ME HA UNGIDO.
Comentario. Lucas es el único evangelista que antepone a su obra una declaración
de intenciones. La dedica a un ilustre personaje para que conozca la solidez de
las enseñanzas que ha recibido.
Esta solidez es resultado de la aplicación de un método, cuyos componentes son
la comprobación exacta de todo desde un comienzo.
Nos hallamos, pues, ante una obra con garantías críticas. El género literario
de la misma lo precisa también su autor: relato.
No es, pues, el simple enumerar sin argumento. Es descripción de hechos y
acontecimientos elaboradamente; un relatar relacionada, según un argumento,
según un orden.
La segunda parte del texto de hoy comienza con una indicación sobre la fama,
docencia y aceptación de Jesús en las sinagogas de Galilea. Este resumen
inicial, con un Jesús impulsado po el Espíritu, ambienta y sirve de telón de
fondo. Lo concreto nos lo aporta un lugar familiar para Jesús: Nazaret.
Servicio religioso de los sábados en la sinagoga, con sus plegarias, lecturas e
invocaciones. Lucas se fija en la segunda de las lecturas que se hacían, la
tomada de los profetas. Cualquier asistente varón podía hacerla, por iniciativa
propia o por invitación del jefe de la sinagoga. ¿Existía en tiempo de Jesús un
ciclo de lecturas fijo y obligatorio? No lo sabemos con certeza. Lucas parece
suponer un cierto ordenamiento: a Jesús se le entrega el rollo de un profeta
concreto. Lo que sí parece cierto es que, tratándose de la segunda lectura, el
lector gozaba de cierta libertad para leer más o menos cantidad de texto.
Jesús lee más bien poco: no llega a un versículo y medio. Se trata de Isaías
61, 1-2. Lo lee puesto en pie, como era preceptivo. Devuelve después el rollo
al chazán o maestro de ceremonias y se sienta para explicar la lectura. También
cualquier asistente podía tener la homilía. Toda la sinagoga tenía los ojos
fijos en él. Desde que Jesús se pone en pie para leer hasta que da comienzo a
su homilía la descripción de Lucas es minuciosa. Los gestos, las palabras, los
movimientos: todo queda consignado en su más mínimo detalle. Todo parece
pensado para realzar el momento, para marcar su importancia. Y en efecto, las
palabras de Jesús resuenan impresionantes: Hoy habéis escuchado el cumplimiento
de este pasaje de la Escritura.
Interpretación y cumplimiento. Pasado gravitando en el presente.
Aquí, ahora, en Jesús. ¿De qué habla el texto de Isaías? Del final del período
587-537 a. de C.: cincuenta años de vejaciones, horrores y sufrimientos; del
año de gracia que pone fin a todo esto. Este es el hoy, esto es Jesús. La
minuciosidad descriptiva de Lucas tenía su razón de ser. ¡Lo que Jesús
significa es demasiado importante!
REFLEXIÓN TERCERA DEL SANTO EVANGELIO: LC 4,16-21. EL ESPÍRITU DEL
SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ, PORQUE ÉL ME HA UNGIDO.
Lucas es el único autor de
evangelio que da razón de su obra. En el mejor estilo de la historiografía
griega (Herodoto, Tucídides, Polibio), nos da a conocer sus motivaciones,
metodología y finalidad. En la configuración del texto litúrgico de este
domingo, Lc. 1, 1-4 juega un papel secundario. Sin embargo, en la perspectiva
global de la literatura evangélica, estos versículos son de valor científico
incalculable.
El centro de interés del texto litúrgico está en Lc. 4, 14-21.
Estos versículos constituyen el comienzo de una unidad programática que abarca
desde el v. 14 al v. 44. El hilo conductor de esta unidad es la fama de Jesús.
En torno a Jesús se agolpa un gran gentío. El les enseña dentro del marco
habitual judío de enseñanza: la sinagoga, en sábado.
El culto sinagogal de la mañana consta de una primera parte litúrgica
(recitación del credo israelítico o Shemá y de la gran plegaria de las
dieciocho súplicas) y de una segunda doctrinal (lectura de la Ley y de los
Profetas, seguidas de una explicación u homilía). La lectura de la Ley se hacía
de acuerdo a un riguroso orden en un ciclo sucesivo de tres años. Sólo podían
hacerla lectores "profesionales" y no les estaba permitido omitir o
añadir nada (debían leer unos diez versículos). La lectura profética, en
cambio, podía correr a cargo de cualquiera de los varones presentes. En tiempos
de Jesús no estaba sujeta a un orden fijo; podía, pues, elegirse libremente y
no existían un mínimo o un máximo obligatorios, aunque solía leerse un mínimo
de tres versículos. La explicación u homilía subsiguiente podía también correr
a cargo de uno de los varones presentes.
Lc. 4, 16-21 presupone toda esta reglamentación. Haciendo uso de su derecho, Jesús
proclama la lectura profética y tiene la homilía. El texto leído por Jesús es
Is. 61, 1-2. (La cita de Lucas es algo libre, tal vez intencionadamente.) Lo
significativo de la lectura de Jesús es lo que deja de leer. Is. 61, 2 dice
así: "para proclamar el año de gracia del Señor, el día de venganza de
nuestro Dios". Jesús lee el primer miembro y termina.
Aunque sólo fuera por ritmo (tan cuidado por Jesús en otras ocasiones como
técnica oral), debía haber leído el segundo miembro. Pero no lo lee. Y sí, en
cambio, se dispone a iniciar la homilía. La primera reacción del auditorio es
de prevención (v. 20b). Jesús comienza su homilía: Hoy, en vuestra presencia,
se ha cumplido este pasaje. En el contexto, estas palabras adquieren un doble
significado: Jesús es el ungido por el Espíritu para proclamar la buena
noticia; los oyentes son los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos.
REFLEXIONES-COMENTARIOS DE LA LECTURAS DE LA MISA ANTERIOR VÍSPERA PASCUAL
REFLEXIÓN-COMENTARIO DE LA PRIMERA LECTURA: ÉXODO 12,1-8.11-14 PRESCRIPCIONES
SOBRE LA CENA PASCUAL.
El presente texto tiene un carácter
prescriptivo: el acontecimiento histórico de la última cena de los hebreos en
Egipto, en espera del paso del Señor que libera de la esclavitud, aparece aquí
en clave litúrgica para convertirse en “un rito perpetuo “. La memoria se hace
memorial (zikkarôn, v. 14), y, en él, la eficacia salvífica de cuanto Yavé ha
ejecutado de una vez por todas se actualiza para cada generación en y mediante
la liturgia; de ahí la preocupación por dar normas concretas y detalladas para
la celebración (vv. 3-8.1 1). El rito hebraico funde elementos originariamente
distintos y los historifica. El sacrificio anual del cordero, con la aspersión
de la sangre —la pascua (pesaj, fiesta primaveral de los pastores nómadas) —,
se convierte para los israelitas en signo de la protección del Señor (vv.
7.12s). La ofrenda de las primicias —los ázimos (fiesta agrícola vinculada al
ciclo de las estaciones) —, puesta en referencia con la liberación de Egipto,
recuerda ahora, de generación en generación, la rápida huida de aquel país de
esclavitud.
En un momento preciso de la historia de un pueblo oprimido, Dios interviene con
su poder: aquel momento no pertenece sólo a fluir de los tiempos, sino a la
dimensión de Dios. Por eso es un “hoy” ofrecido siempre al que quiera entrar en
aquella historia de salvación mediante la celebración del memorial.
REFLEXIÓN-COMENTARIO DEL SALMO 115. EL CÁLIZ DE LA BENDICIÓN ES COMUNIÓN CON
LA SANGRE DE CRISTO.
Es un salmo de acción de gracias
individual. Una persona se encontraba en peligro de muerte, clamó al Señor, fue
escuchada y ahora da gracias delante de todo el pueblo.
Existen diferentes propuestas. Presentamos una de ellas, según la cual este
salmo constaría de introducción (1-2), cuerpo (3- 11) y conclusión (12-19).
En la introducción (1-2), el salmista declara su amor por el Señor, exponiendo
a continuación el motivo: Dios escucha su voz suplicante e inclina su oído
hacia él el día en que lo invoca. Aparece aquí por vez primera el verbo
invocar. En la introducción, todos los verbos están en presente.
En el cuerpo (3-11) encontramos referencia al pasado, al presente y al futuro.
El pasado caracteriza la situación que dio origen a la invocación: «Lazos de
muerte me rodeaban...» (3), «invoqué el nombre del Señor...» (4; Esta es la
segunda vez en que aparece el verbo invocar), «yo desfallecía» (6b), «yo tenía
fe» (10a), «yo decía...» (11a). También caracteriza la intervención del Señor:
«ha sido bueno» (7b), «libró» (8a). Las afirmaciones en presente expresan el
convencimiento que esta persona tiene, ahora, acerca del Señor: «El Señor es
justo y clemente y compasivo (5), «protege a los sencillos» (6). También pone
de manifiesto el estado de ánimo del salmista, muy distinto del de antes:
«Recobra la calma, alma mía» (7 a). Las afirmaciones referidas al futuro hablan
de la disposición de este individuo después de haber sido liberado: «Caminaré
en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9).
En la conclusión (12-19), se habla una vez del pasado “rompiste mis cadenas”,
(16b), dos del presente (15-16), pero se pone toda la atención en el futuro:
«pagaré» (12), «levantaré» (13), «cumpliré» (14.18), «te ofreceré» (17). La
conclusión se caracteriza principalmente por la promesa de un sacrificio de
alabanza, típica de muchos salmos de acción de gracias individual. En esta
parte, encontramos el verbo invocar dos veces más (13b.17b).
Este salmo nos habla de la superación de un peligro mortal. Encontramos varias
afirmaciones que aluden a él: «Lazos de muerte me rodeaban, eran redes
mortales, caí en la angustia y la aflicción» (3) «Libró mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas, mis pies le la caída» (8), «Caminaré en la presencia
del Señor en la tierra de los vivos» (9). Todo parece indicar que se trata de
una enfermedad mortal. La imagen empleada es enérgica: el salmista se vio
afectado por sorpresa, como un animal o un pájaro que cae en las redes del
cazador. Pero tenemos también otra referencia que nos lleva a pensar en la
esclavitud: «Rompiste mis cadenas» (16b). Este individuo tenía fe (10a), a
pesar de que su situación fuera dramática también desde el punto de vista
psicológico: vivía en medio de la angustia y de la aflicción (3), en medio de
lágrimas (8), estaba totalmente devastado (10b) y pasando apuros (ha). Desde el
punto de vista económico, el salmista se sitúa entre la gente sencilla (6a) y,
desde el punto de vista religioso, se considera un fiel y siervo del Señor,
cuya madre exhibe las mismas características (15-16), como se suele decir, «ha
salido a su madre».
El conflicto no parece ser sólo personal, pues, en el momento de la angustia,
esta persona se desahoga así: “¡Todos los hombres son unos mentirosos!” (11b).
Tenía la sensación de estar viviendo en una sociedad en la que nadie puede
confiar en nadie. Tal vez haya sido víctima de una calumnia. Además, el
salmista afirma haber sido librado de la caída (8b). ¿Se referirá aquí al
posible abandono de la fe en el Señor que escucha su clamor? Asociando la idea
de los «mentirosos» a la de una posible «caída», detectamos indicios de un
conflicto social.
La persona curada se encuentra en Jerusalén, en los atrios del templo («la casa
del Señor», 19), rodeada de gente (14.18) que aprende de su testimonio; va a
ofrecer un sacrificio de acción de gracias (17), en cumplimiento de las
promesas que había hecho en el momento del peligro (14). El gesto de «levantar
la copa de la salvación» (13a) no resulta claro del todo. Puede referirse a una
porción de vino, agua o aceite que se derramara sobre la víctima ofrecida en
sacrificio al Señor; o bien puede referirse a un cáliz de vino que pasaría de
mano en mano (y de boca en boca) entre los compañeros que celebraban con el
salmista su liberación.
“¡Todos los hombres son unos mentirosos!”, pero, en el Señor, se puede confiar,
pues escucha a la gente cuando lo invoca (nótese la insistencia con que se
habla del Señor en este salmo). ¿Por qué se puede confiar en él? Porque escucha
la voz suplicante (2), inclina el oído (2), salva (6) y libra (8). Tenemos aquí
el mismo esquema del éxodo. Y el Dios de este salmo es el mismo Dios que el del
éxodo y el de la alianza. El salmista afirma que «El Señor es justo y clemente,
nuestro Dios es compasivo. El Señor protege a los sencillos»
(5-6ª).
Hay un detalle que explica todo esto a la perfección. Lo tenemos en esta
afirmación: «Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles» (15). A la luz
de todo lo que hemos dicho, podemos entender el significado de esta expresión.
Con otras palabras, es tanto como decir que el Señor no aprueba este tipo de
muerte de sus fieles, pues con ella estaría perdiendo a uno de sus aliados y a
un testigo en medio de esta tierra de «mentirosos». Dios no se resigna a
aceptar que la vida de sus fieles desaparezca de forma prematura. Él Señor
sufre cuando uno de sus siervos muere de una enfermedad fatal, Él Dios de este
salmo siente que le roban y se debilita cuando la enfermedad acaba con la vida
de uno de sus siervos. Porque él es el Dios de la vida.
Por eso Jesús curó a todos los enfermos que se cruzaron en su camino,
derrotando incluso a la misma muerte. Muchos llegaron, por ello, a amar al
Señor y a Jesús.
Es un salmo que podemos rezar cuando nos sentimos liberados de peligros
mortales; después de superar conflictos personales (físicos o psíquicos) o
sociales; cuando tenemos la experiencia de que Dios ha escuchado nuestro
clamor, ha roto nuestras cadenas y nos ha salvado...
REFLEXIÓN- COMENTARIO DE LA SEGUNDA LECTURA: 1 CORINTIOS 11,23-26 CADA VEZ QUE COMÉIS Y BEBÉIS, PROCLAMÁIS LA MUERTE DEL SEÑOR.
En la última cena en esta tierra de destierro, Jesús sustituye el memorial de
la liberación de la esclavitud de Egipto con su memorial. Cumplimiento de la
Ley y los profetas, lleva a plenitud el antiguo rito con su sacrificio de amor.
“Por nosotros” se dejó entregar a la muerte (en el v. 23, el término “entregar”
hace alusión a todo el misterio pascual, no sólo a la entrega). “Nueva”: así es
la alianza con Dios, sancionada con la sangre del verdadero Cordero, que con su
inmolación nos libera de la esclavitud del mal y, consumada en la comunión del
Pan de la ofrenda que, roto en la muerte, nos da la vida. También debería ser
nueva la conducta del cristiano: cada vez que come de este pan y bebe de este
cáliz, graba en su propia existencia la extraordinaria riqueza de la pascua de
Cristo, testimoniándolo en el tiempo hasta el día de la venida gloriosa del
Señor (v. 26).
REFLEXIÓN-COMENTARIO
PRIMERO DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 13,1-15., LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO.
“Llevó su amor hasta el fin “: también Juan, como los sinópticos, quiere
evidenciar en la narración de la última cena la total entrega del amor por
parte de Jesús, que anticipa para “los suyos” el sacrificio de la cruz; pero en
vez de describir la institución de la eucaristía, ya presente en los otros
evangelios y en la tradición oral (cf. 1 Cor 11,23), Juan expresa el
significado del acontecimiento por medio del episodio del lavatorio de los
pies. El fragmento pone en evidencia el lúcido conocimiento de Jesús (vv.1-3:
“sabía”). Se abraza libremente con el designio de Dios, reconociendo como
inminente esa “hora” hacia la cual se dirigían todos sus días terrenos: la hora
del verdadero paso (Ex 12,12s), de la nueva pascua, del amor que llega a su
plenitud definitiva (v. 1).
Esta cumbre del amor se manifiesta concretamente en el más profundo
abatimiento: si el v. 3b alude a la encarnación, primer paso decisivo de la
kénosis del Hijo eterno, los versículos siguientes muestran hasta qué punto ha
asumido la condición de siervo (cf. Flp 2,7s), ya que la tarea de lavar los
pies se reservaba a los esclavos e incluso un rabbí no podía exigírselo a un
esclavo hebreo. Y Jesús nos pide a nosotros esta misma humildad, este espíritu
de servicio recíproco que sólo puede inspirar el amor (vv.12-15). Acoger el
escándalo de la humillación del Hijo de Dios y dejarnos purificar por su
caridad (v. 8) nos implica en el dinamismo de la oblación divina, nos impone
seguir el ejemplo de Cristo: ésta es la condición indispensable para participar
en su memorial, para celebrar la pascua con él.
El discurso de Jesús en la última cena fue una conversación en un clima de
amistad, de confianza y, a la vez, el último adiós, que nos da abriendo su
corazón. ¡Cómo debió de esperar Jesús esta hora! Era la hora para la cual había
venido, la hora de darse a los discípulos, a la humanidad, a la Iglesia. Las
palabras del Evangelio rebosan una energía vital que nos supera. El memorial de
Jesús —el recuerdo de su cena pascual— no se repite en el tiempo, sino que se
renueva, se nos hace presente. Lo que Jesús hizo aquel día, en aquella hora, es
lo que él todavía, aquí presente, hace para nosotros. Por eso no dudamos en
sentirnos de verdad en aquella única hora en la que Jesús se entregó a sí mismo
por todos, como don y testimonio del amor del Padre.
Nosotros, por consiguiente, debemos aprender de Jesús, que nos dice: “Os he
dado ejemplo...” Debemos aprender de él a decir siempre “gracias” y a celebrar
la eucaristía en la vida entrando en la dinámica del amor que se ofrece y
sacrifica a sí mismo para hacer vivir al otro. El rito del lavatorio de los
pies tiene como finalidad recordarnos que el mandamiento del Señor debe
llevarse a la práctica en el día a día: servirnos mutuamente con humildad. La
caridad no es un sentimiento vago, no es una experiencia de la que podemos
esperar gratificaciones psicológicas, sino que es la voluntad de sacrificarse a
sí mismo con Cristo por los demás, sin cálculos. El amor verdadero siempre es
gratuito y siempre está disponible: se da pronta y totalmente.
REFLEXIÓN-COMENTARIO SEGUNDA DEL SANTO EVANGELIO: JN 13, 1-15. COMUNIÓN
CON JESÚS.
La hora de la despedida se caracteriza por la fiesta de la Pascua y por el
conocimiento y el amor de Jesús. Él sabe que es inminente su pasión y su
muerte. Para Jesús no es la hora que se echa ciegamente sobre él, sino la hora
que Dios ha establecido para él (cf. 12,27-28). Entre los muchos elementos que
la distinguen, dos son aquí puestos de relieve. En primer lugar, es la hora en
que Jesús vuelve a la casa del Padre. Jesús conoce con total seguridad su
camino y su meta. La muerte no es para él el final, sino el paso hacia el
Padre. Y, en segundo lugar, es también la hora en la que él ofrece la máxima
prueba de su amor y en la que su amor encuentra cumplimiento, llegando hasta su
punto culminante. Todo cuanto Jesús dice y hace está sostenido por este
conocimiento y por este amor y tiene lugar en el trasfondo de la fiesta judía
de la Pascua. Israel festeja con gratitud los beneficios de Dios, que le ha
liberado de la esclavitud y le ha convertido en su pueblo. Jesús lleva a
cumplimiento esta liberación, sustrayéndonos de la esclavitud del pecado y de la
muerte y dándonos la plena comunión con Dios. Jesús muestra el significado de
la entrega de su vida y el valor ejemplar de la misma con el gesto simbólico
del lavatorio de los pies.
El marco en el que se lleva a cabo este gesto es señalado a propósito: tiene
lugar durante el banquete, en el que queda simbolizada y encuentra su
cumplimiento la comunión de vida. Sobre esta cena pesa la sombra de la
traición, que rompe la amistad y la transforma en enemistad. Lo que hace Jesús
viene de su unión con Dios; el traidor, sin embargo, se deja arrastrar por el
demonio. Jesús es conocedor de su mandato y de su misión, como también de su
dignidad. En estas circunstancias lava los pies a sus discípulos, prestándoles
este humilde servicio de esclavo.
Durante su vida pública, mediante sus acciones de poder y de las declaraciones
que comienzan con las palabras «Yo soy», él ha dado a conocer su identidad, lo
que ha venido a traer y nuestra necesidad de recurrir a él. El lavatorio de los
pies, que es comprendido en su verdadero significado (cf. 13,7), posee un
carácter simbólico similar. Con él quiere poner de manifiesto el significado
que tiene la entrega de su vida, tal como explica él mismo en el coloquio con
Pedro (13,6-11).
Jesús debe comenzar por vencer la resistencia de Pedro y por frenar, después,
su celo excesivo. Pedro le reconoce como el Señor y no quiere aceptar su
servicio de esclavo. Jesús le hace comprender que lo debe aceptar: quien no lo
acepta, no tiene comunión con él, no tiene parte en su destino, en su plenitud
de vida con el Padre. Sólo dirigiendo con fe los ojos hacia el Señor clavado en
la cruz obtenemos la vida eterna (3,14-15); sólo el Señor elevado en la cruz es
el que nos comunica la plenitud del Espíritu (7,38-39). Entregando la vida,
Jesús lleva a cumplimiento su amor y su obra; sólo si nos dejamos servir por
él, obtenemos la vida eterna.
Pedro da gran valor al hecho de estar unido a Jesús, pero todavía no ha
comprendido a Jesús. Por eso no se conforma con aceptar el gesto simbólico;
quiere que le sean lavadas también la cabeza y las manos. Jesús hace referencia
a la praxis y a la experiencia común, aduciendo así el motivo por el que lava a
los discípulos sólo los pies. Su gesto tiene significado simbólico. Pero no es
un mero gesto, sino que corresponde a la costumbre y a la necesidad. Cuando uno
vuelve a casa del baño, tiene necesidad de lavarse sólo los pies, que se han
manchado con el polvo del camino (se acostumbraba entonces a andar descalzos).
Jesús hace a sus discípulos este servicio práctico que, como la curación del
ciego, está lleno de significado en sí mismo, siendo al mismo tiempo un signo.
La purificación externa significa que sólo él, con el don de la propia vida,
hace puros a los discípulos, es decir, les capacita y dispone para la unión
perfecta con Dios.
El lavatorio de los pies expresa también otra realidad: simboliza el servicio
insustituible que Jesús nos ofrece y muestra a la vez cómo debemos comportarnos
los unos con los otros. Jesús nos obliga a seguir su ejemplo. Servicio y ejemplo
de Jesús quedan unidos en igual medida a cuanto él dice: «Pues el Hijo del
hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida en
rescate por muchos» (Mc 10,45). Aquí explica Jesús el significado y la eficacia
de su muerte, al mismo tiempo que da un fundamento esencial al deber que sus
discípulos tienen de servir (Mc 10,43-44). Al don de la vida que él nos ha
hecho es al que nosotros debemos nuestra plena comunión con él y, a través de
él, con Dios. Esta unión no podemos dárnosla nunca nosotros mismos; es puro
don. Pero no es una unión pasiva, basada sobre un estado nuestro de inercia,
dejándonos servir. Precisamente la comunión con Jesús nos hace participar en su
servicio. Quien rechaza este servicio se excluye de la comunión. Todo cuanto el
Señor y el Maestro hace, muestra al que es siervo y criado lo que debe hacer
también él. Al evangelista le gusta mirar continuamente más allá de los
acontecimientos externos, tender su mirada hacia el interior, reconocer los
valores decisivos y las fuerzas dominantes. También nosotros debemos contemplar
estos valores y fuerzas, intentando percibir toda su importancia y su
significado. Sólo así podremos llegar a comprender el sentido de la misión y de
las palabras de Jesús. Estos valores son la vinculación de Jesús con el Padre,
de donde él viene y a donde él vuelve; el amor que él muestra por los suyos,
entregando la propia vida y haciendo así posible la plena participación en su
destino; su ejemplo, que compromete al servicio también a sus seguidores.
REFEXIÓN-COMENTARIO
TERCERO DEL SANTO EVANGELIO: JUAN 13,1-15, “IN CENA DOMINI”
La Iglesia conmemora en este día la Última Cena de Jesús, cena que se
hace presente en la Eucaristía.
Según los Sinópticos, la Última Cena tuvo lugar con ocasión de la Pascua judía.
Por eso, la primera lectura de hoy refiere las disposiciones dadas por Dios al
pueblo judío para la Pascua, antes de la salida de Egipto. La segunda lectura
es el relato que hace Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, de la cena
del Señor en la noche en que iba a ser entregado. El evangelio refiere otro
episodio de esa misma noche: Jesús, en actitud de servicio, lava los pies a sus
discípulos.
La Pascua ha sido un momento decisivo en la vida del pueblo judío. El pueblo se
encuentra en Egipto, esclavo, sufriendo una opresión que se volvía cada vez más
pesada y mortífera porque, además de las medidas de represión adoptadas por el
faraón, estaba también la muerte de los niños judíos varones.
El Señor interviene y ordena a Moisés y Aarón preparar la Pascua. Los judíos
deben procurarse un cordero por familia; después, a la noche, deben matarlo y
untar con su sangre las jambas y el dintel de las puertas de las casas donde
habitan.
El Señor anuncia: «Esa noche atravesaré todo el territorio egipcio dando muerte
a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos
los dioses de Egipto. Yo soy el Señor». De este modo, gracias a esta
intervención decisiva del Señor, se pondrá fin a la opresión.
«La sangre será vuestra contraseña en las casas donde estéis: cuando vea la
sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora cuando yo pase
hiriendo a Egipto.» La sangre será la señal para que el flagelo pase de largo.
La palabra «Pascua» significa, en efecto, «pasar de largo».
Así empieza la historia del pueblo judío, la historia del Éxodo, del camino
hacia la tierra prometida. Y cada año se conmemora este acontecimiento con el
rito de la Pascua en toda familia judía.
Jesús debe celebrar su Pascua durante esta fiesta judía, y la hace preparar con
gran cuidado.
Pablo refiere en la segunda lectura: «El Señor, la noche que era entregado,
tomó pan, dando gracias lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo, después de cenar, tomó la copa y
dijo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto cada vez
que la bebéis en memoria mía».
Ésta es la Pascua cristiana: un paso extraordinariamente dramático y positivo.
En efecto, Jesús transforma toda la situación con estos gestos sencillos y con
estas palabras inesperadas.
Sabe que va a ser entregado; sabe que será procesado, condenado, maltratado,
ajusticiado con el suplicio de los esclavos, la cruz. Ya se lo había dicho a
los apóstoles. Pero en la noche del Jueves Santo toma por anticipado todos
estos acontecimientos, los hace presentes en el pan partido y en el vino, y
transforma todos estos acontecimientos en ocasión de la entrega más generosa,
más completa, de sí mismo por nuestra salvación.
No es posible imaginar una transformación del acontecimiento más radical que
ésta: unos acontecimientos crueles se convierten en ocasión de una entrega de
amor, de una fundación de alianza.
Toda nuestra vida cristiana se basa en esta transformación de la muerte de
Jesús en acontecimiento de alianza, en virtud de la generosidad de corazón que
Jesús manifiesta la noche de la Última Cena.
Deberíamos reflexionar a menudo sobre este suceso extraordinario y darnos
cuenta de la generosidad de corazón que Jesús mostró en tales circunstancias.
Jesús ha invertido el sentido de la muerte: ésta, que de por sí es un
acontecimiento de ruptura, se ha convertido, gracias a él, en un acontecimiento
de alianza.
El evangelio de Juan no refiere este episodio de la Última Cena. El evangelista
ya ha hablado de él en el discurso del Pan de Vida (cf. Juan 6), en el que
Jesús había dicho: «El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne» (Juan
6,51); «si no coméis la carne y bebéis la sangre de este Hombre, no tenéis vida
en vosotros» (6,53); «Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en
él» (6,56). Es preciso recibir la Eucaristía para estar verdaderamente llenos
de amor.
Juan, en vez de la Última Cena de Jesús, refiere otro episodio, muy
significativo y que, en cierto sentido, es de más utilidad para nuestra vida
cristiana, en cuanto modelo de comportamiento. Jesús dice, en efecto, al final
del episodio: «Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho».
Dar la propia vida por los otros es un acto que no realiza todo el mundo: es un
acto raro. No es algo que pase cada día, no es algo que hagan muchas personas.
Sin embargo, servir a los otros sí es algo que podemos y debemos hacer cada
día. Toda nuestra vida cristiana debe ser un servicio. Y Jesús lo ha querido
indicar de una manera muy expresiva con el episodio del lavatorio de los pies.
Jesús, Maestro y Señor, se quita el manto, coge una toalla, se la ciñe a la
cintura, echa agua en una jofaina y empieza a prestar el servicio del esclavo.
En efecto, lavar los pies de los invitados era tarea del esclavo. Jesús quiso
hacerlo.
Simón Pedro no quiere aceptar este servicio. Le parece que el Señor renuncia de
este modo a su dignidad. Y así es de hecho; el Señor renuncia a su propia
dignidad para servir humildemente: se humilla ante sus discípulos. Jesús le
dice entonces a Pedro: «Si no te lavo, no tienes que ver conmigo».
Todos debemos aceptar que el Señor nos lave los pies, que nos libere de
nuestros pecados, para poder tener parte con él. Debemos aceptar, en
particular, que nos purifique con el sacramento de la reconciliación, a fin de
poder participar en la Eucaristía.
Después de oír estas palabras de Jesús, Pedro acepta. Todavía no ha comprendido
bien, pero comprenderá más tarde.
Jesús nos brinda así una enseñanza fundamental, expresa el sentido de todo su
misterio pascual. Ya había dicho: «Pues el Hijo del hombre no vino a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos» (Mc 10,45).
La pasión de Jesús es un servicio llevado al extremo, un servicio en el que
todo el ser humano de Jesús se consuma, por así decirlo, por nosotros.
Esto nos hace comprender que la Eucaristía es Jesús que se pone a nuestro
servicio. El se hace nuestro alimento, nuestra bebida. No es posible ponerse al
servicio de otra persona de una manera más completa, más perfecta que ésta.
Jesús desea mostrarnos precisamente con toda claridad este sentido en el
servicio, porque es esencial para la vida cristiana. Los cristianos no están
hechos para ser servidos, sino para servir y para vivir en el amor de una
manera efectiva.
Nuestra vocación es una vocación al amor. Dios nos ha creado para comunicarnos
su amor y para hacernos capaces de vivir en el amor. Ahora bien, el amor sin el
servicio es un amor vacío, no es un amor auténtico. Y, por otra parte, el
servicio sin amor es una esclavitud y, en consecuencia, no es digno del ser
humano. Es preciso mantener estrechamente la unión de estos dos elementos: el
servicio y el amor. Esta es la gran enseñanza que nos brinda Jesús en la Última
Cena.
REFEXIÓN-COMENTARIO CUARTO DEL SANTO EVANGELIO:
JUAN 13,1-15, “IN CENA DOMINI”
Texto. Se suceden narración,
diálogo y reflexión. Pero lo narrativo adquiere peso específico en este texto.
A los graves y opacos participios del comienzo (sabiendo, habiendo amado,
estando cenando, sabiendo de nuevo) sigue la descripción minuciosa y viva en
presente (se levanta, se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua). Tras
la ausencia de espacio y la majestuosidad de los tres primeros versículos, el
lector se encuentra de golpe en los versículos 4-5 presenciando una sucesión de
acciones. El autor ha conseguido hacer del actor un espectador asombrado de la
escena, la narración conjuga solemnidad y viveza, misterio y sencillez, todo
ello a base de un ritmo narrativo lento, muy pausado.
El diálogo posterior, por contraste, tiene un ritmo rápido, con frases rotundas
y de período corto. Pedro y Jesús en posturas enfrentadas-confrontadas-aceptadas,
aunque la comprensión por parte de Pedro quede abierta a un más adelante, que
no llegará hasta el capítulo 21, último del evangelio.
Una breve intervención descriptiva del narrador, devolviendo a Jesús su puesto
de comensal, sirve de pórtico al comentario final, centrado en la invitación a
desvelar el significado de la acción simbólica de lavar los pies. Ruego al
lector leer ahora de nuevo el texto de Juan.
Comentario. Lo indecible articulado en acciones. Lo indecible es la experiencia
de Dios desde la que Juan describe a Jesús en los vs. 1-3. Esta experiencia
impide a Juan presentar a Jesús como alguien que está para morir, a pesar de la
inminencia de su muerte, que el autor también señala al mencionar a Judas.
Gracias a la experiencia de Dios, puede Juan hablar de Jesús como de viajero
retornando al hogar y del viaje como de tarea de amor. No hay tragedia. No hay
patetismo. Experiencia es mucho más que estado afectivo o sentimiento.
Experimentar es presenciar, conocer, sentir. De ahí la formulación conceptual
"sabiendo" empleada por el autor.
Este mundo indecible, por hondo, de la experiencia de Dios se expresa a través
de acciones tales como levantarse de la mesa, quitarse la ropa, ceñirse una
toalla, echar agua en una jofaina, lavar los pies de los discípulos,
secárselos. ¡Esto es todo cuando la persona más grande de la tierra está para
morir! ¡Increíbles realmente los parámetros de magnitud que aquí se manejan! Y,
por último, la invitación a descubrir el potencial significativo que estas acciones
encierran. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? La acción culminante de
lavar los pies está destinada a suscitar una imagen, una idea, una concepción
de la vida dentro de la comunidad cristiana, una actitud. Y como consecuencia,
una actuación, un comportamiento. "Os he dado ejemplo para que lo que he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis".
EL ROSTRO DE LOS
PERSONAJES, PASAJES Y NARRACIONES DE LA SAGRADA BIBLIA. Y DEL MAGISTERIO DE LA
SANTA MADRE LA IGLESIA
Descripción del ceremonial judío de la comida pascual.
Este análisis proviene de los medios sacerdotales, así como de las últimas
disposiciones legislativas de la Escritura, en las que se subraya un interés
especial porque el judío instalado en la Tierra Prometida adopte de nuevo la
actitud de disponibilidad que caracterizó a sus antepasados el día de su
liberación de Egipto.
Cuando come de pie, ceñida la cintura y de prisa, el israelita pone de
manifiesto que la Pascua le concierne personalmente y opera su propia
liberación. Que el rito de la comida sea un calco, en este ceremonial, de los
antiguos ritos de inmolación del cordero y de la aspersión de las puertas, es
significativo.
El cordero no sólo es inmolado, sino también comido, comprometiendo aún más a
los comensales en el misterio de la fiesta.
Los redactores sacerdotales de este ritual lo incluyen en el calendario
perpetuo en uso dentro de ciertas capas de la población. Según este nuevo
cómputo, el mes de la Pascua (marzo-abril) es el primero del año, mientras que
la fiesta del Año Nuevo coincidía hasta entonces con la de los Tabernáculos
(septiembre). Una prescripción de esta clase preludia a la era cristiana, en
que la fiesta de los Tebernáculos será asimilada totalmente a la de Pascua.
Por otra parte, el ritual de los panes sin levadura proviene de una costumbre
campesina relacionada con la cosecha de la cebada. Estaba prohibido mezclar
levadura añeja con la harina nueva: era, pues, preciso esperar a que la nueva
harina formase su propia levadura, lo que implicaba que durante cierto tiempo
se comiese pan sin levadura. Pero los judíos han incorporado este rito de
origen campesino en la perspectivas nómadas de su religión y han visto en esto
panes ázimos el signo de la prisa con que los hebreos han huido de Egipto (Ex.
12, 33-34). Esta "prisa" ha quedado ligada al ritual de la comida
pascual judía.
El elemento esencial del rito pascual, costumbre nómada en su origen, consistía
en la inmolación de un cordero, cuya sangre era considerada como una
salvaguarda contra epidemias y enfermedades (Ex. 12, 21-22; 22, 14-17; Lev. 23,
10-12). Es posible que la práctica de tal rito haya coincidido algún día con
una preservación efectiva de la plagas de Egipto: el cordero inmolado deviene
entonces, a los ojos del pueblo hebreo dejado en libertad, el signo de su
liberación y de su constitución como pueblo libre (Ex. 12, 23-29).
El ceremonial de esta fiesta se amplía al paso de los siglos: se extiende a
siete días durante los cuales estaba prohibido toda clase de trabajos y se
fundió, finalmente, con la fiesta agrícola de los ázimos (Dt. 16, 1-8; 2 Re.
23, 21-23). Pero el elemento más original de esta institución es el resultado
de la reflexión de los primeros profetas y del Deuteronomio: el padre de
familia se veía obligado a explicar el rito celebrado durante la comida.
Gracias a esta catequesis añadida al rito, los comensales se sentían
auténticamente concernidos e impulsados a renovar por sí mismos el rito
liberador (Ex. 12, 25-27; 13, 7-8; Dt. 16, 1-8: precisamente tú, que has salido
de Egipto). Al insistir en la manducación del cordero, más incluso que en su
inmolación o la aspersión de su sangre, el Antiguo Testamento hacia resaltar
este carácter de liberación personal (Dt. 16, 6-7; Ex. 12, 1-12).
Más que un rito que se limita a evocar un hecho antiguo, el ritual del cordero
era un signo que concernía directamente a los que tomaban parte en la comida y
contribuía a su propia liberación.+
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