«Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: No endurezcan su corazón».
Señor, ¡qué vergüenza siento al meditar en este verso!
Son tantos años, leyendo, escuchando, estudiando tu Palabra, ¡queriendo distinguir tu voz!; y me doy cuenta que, estoy aún, en pañales.
El problema no es tu Palabra, es mi corazón duro.
Endurecido, porque en mi se cumple lo que dice Jeremías: «ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; no me dieron la cara, sino la espalda».
Mi corazón soberbio, egoísta y autosuficiente; es un corazón dividido, partido, que tiende a seguir dividiendo y cree, que será feliz así.
Mi corazón terco sigue exigiéndote «señales», cuando debería de tener sólo gratitud, porque la gran señal es tu amor por mí, en una cruz.
Señor, quiero ser de los tuyos, no quiero «desparramar», desperdiciar tu Gracia, sino que quiero siempre, junto a Ti, «recoger» amor y servir amor.
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