Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

10 de enero de 2011

Lecturas del día 10-01-2011

Día 10 de Enero  2011. (Ciclo A). Comienza el Tiempo Ordinario. "Liturgia de la Horas" Tomo III. Feria. 1ª semana del tiempo ordinario. 1ª semana del Salterio. Mes dedicado a la infancia de Jesús. SS. Gregorio de Niza ob, Miltiades pp, Guillermo ob. Beatos Ana de los Ángeles vg, Gonzalo, pb. Santoral latinoamericano. Santos: Ald, Gonzalo

La Palabra entonces no es una elucubración o una lección. Es un acontecimiento, un parto, una encarnación nueva. Así que la palabra no se dice, sino que se hace; no sólo se proclama, sino que se realiza; no sólo se estudia, sino que se vive. La palabra es un sacramento.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hb 1,1-6: “Dios nos ha hablado por el Hijo”.
Sal 96: “Adoren a Dios, todos sus ángeles”.
Mc 1,14-20: “Conviértanse y crean en el Evangelio”.
Hay que subrayar en primer término el contexto humano de la vocación de los discípulos: son hermanos, conciudadanos, relacionados entre sí por la vocación de ser pescadores y originarios de la misma región que Jesús: Galilea. La vocación no es tan sólo sobrenatural; el llamamiento de Dios se puede leer también en el ámbito terrestre. Pero no por eso la vocación deja de ser fundamentalmente iniciativa del Maestro: los pescadores serán los mensajeros del juicio de Dios. Jesús los hará pescadores de hombres, y para que le colaboraren en la ardua misión que tiene por el bien de la humanidad. Este seguimiento no será fácil, porque implica dejar todo (redes y barcas), incluso la propia vida, para optar por el proyecto del reino de Dios.

En realidad, los discípulos estuvieron mucho tiempo titubeando y no abandonaron definitivamente su profesión hasta después de la Resurrección. La forma en que Jesús llama es característica del “nuevo estilo” que el joven rabí (maestro) quiere imponer a los suyos. Jesús se presenta como un caminante en marcha incesante para ir al más pobre y al más alejado, y exige a sus discípulos no tanto oídos deseosos y miradas entusiastas, sino más bien aliento para andar y fuerza para encontrarse con el otro. Es desde ese encuentro con el “otro” donde se llega al totalmente “Otro”, al que llamamos Dios. Que el Señor nos ayude en la misión que tenemos como seguidores de Cristo, y que aumente nuestra fe para poder seguirle en libertad y con pasión.

PRIMERA LECTURA.
Hebreos 1,1-6.
Dios nos ha hablado por el Hijo.
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado", o: "Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo"? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los ángeles de Dios."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 96.
R/. Adorad a Dios, todos sus ángeles.
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Justicia y derecho sostienen su trono. R.

Los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. Ante él se postran todos los dioses. R.

Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses. R.


SANTO EVANGELIO
Marcos 1,14-20.
Convertíos y creed en el Evangelio.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio."

Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres." Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: Hebreos 1,1-6. “Dios nos ha hablado por el Hijo”.
Este texto alude a la historia de la Palabra de Dios en la antigua alianza, pero se centra en la glorificación de Jesús. Él nos ha traído el mensaje de la salvación y nos ha abierto el camino para llegar a Dios. En el Hijo, en Jesús, se compendian y se complementan todas las intervenciones salvíficas precedentes.

Jesús es superior a los ángeles que eran para los judíos los mediadores de la revelación. Dios interviene en el mundo por medio de la palabra. Por medio de ella crea el cielo (Gn 1.) y se revela a los hombres (Hb 1.). Si el hombre es palabra, comunicación, es porque primero Dios es Palabra. Si el hombre existe es porque esta Palabra lo ha llamado y lo mantiene en la existencia.

Palabra de Dios fue también la Alianza. En el Sinaí Dios se revela pero permanece inaccesible. La revelación del Sinaí, en forma de palabra, será el tipo de todo encuentro del hombre con Dios. Dios es "esta Palabra" (Dt 4. 12) que resuena en el monte y que Israel escucha. Es la palabra que resuena en todo momento.

Toda la teología del Dt tiende a poner de relieve los rasgos fundamentales de la Palabra y a explicar desde ella las situaciones nuevas de la historia de Israel.

La encarnación es una nueva revelación de la Palabra, superior a las precedentes. La palabra creadora y salvadora tiene en Cristo su centro. Creación e historia encuentran sentido en él. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación y redención.

Esta lectura, además de ser un magnífico complemento del evangelio del día, merece por sí misma una atención especial puesto que, en pocos versículos, nos presenta un esquema completo de la historia de la salvación a la luz de la actual presencia de Cristo, que luego el autor irá desarrollando y aplicando en los diferentes capítulos de esta carta.

La plenitud de los tiempos: "Antiguamente... Ahora, en esta etapa final" (vv. 1a. 2a.). De la contraposición de los diferentes momentos salvíficos de la historia (=Kairoi) se pasa a una valoración escatológica del tiempo. El "ahora" no es exactamente el fin, pero sí es el tiempo definitivo y, por esta razón, el tiempo "final" después del cual no debe esperarse ningún otro. Toda la carta se mueve dentro de esta perspectiva: la etapa definitiva de la historia de la salvación ya ha llegado. (Cf. el evangelio de hoy: Jn 1, 1-2. 15).

-La plenitud de la revelación: "De muchas maneras habló Dios a nuestros padres por los Profetas... (pero a nosotros) nos ha hablado por el Hijo" (vv. 1b. 2b). En todo momento es Dios el que habla; él es quien tiene la iniciativa de la revelación. Pero también aquí, la contraposición acaba mostrando que la actual realizada a "nosotros" es la definitiva revelación que Dios hará a los hombres. Una cosa es hablar sirviéndose de palabras y otra muy distinta es hablar mediante una persona: una cosa son los "profetas" y otra muy distinta es el "Hijo". (Cf. el evangelio de hoy: Jn 1, 1.5-9. 14. 18).

La plenitud de la creación: "(Cristo es) heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo" (v. 2c).

Hacia él queda finalizada aquella misma realidad que con él y en él tuvo origen. La génesis de la creación no fue un acto puntual y estático de Dios, sino que encuentra todo su sentido en el dinamismo que le sigue impulsando hacia su creador. (Cf. el evangelio de hoy; Jn 1, 3-4. 10).

-La plenitud de las Escrituras: de modo especial los vv. 5 y 6 nos muestran como desde la fe cristiana hay una posibilidad de re-interpretación del Antiguo Testamento. Lo que allí se dice del Mesías está siempre en un nivel de promesa y de anuncio; pero ahora aquello mismo, en Jesús, es realidad y acontecimiento. (Cf. el evangelio de hoy: Jn 1, 16-17).

La exhortación a los "Hebreos" comienza con una solemne afirmación: el Dios de nuestros padres ha hablado. Dios se manifiesta, se da a conocer por su palabra. El soplo de Dios, su Espíritu, se hace sonido. Antaño, en la voz de los profetas.

Ahora, en esta etapa final, en la encarnación, muerte y exaltación de su Hijo. Esta es la palabra eterna del Padre, hecha hombre, la manifestación luminosa de la gloria del Padre y la impronta de su ser.

Las distintas manera con que Dios se reveló antes se han unificado en Cristo, han llegado a plenitud en la venida de quien es mayor que cualquier profeta. Quien ve a Jesús ve a Dios.

Cristo nos revela el misterio de Dios. Por eso, la entrada del Hijo en la historia de los hombres lleva los tiempos a "su plenitud".

El Hijo, la suprema y definitiva manifestación de Dios al mundo, es Jesús de Nazaret. La afirmación de que él ha heredado un "nombre" superior a los ángeles introduce el tema de la primera parte de esta carta: Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres.

Comentario del Salmo 96. Adorad a Dios, todos sus ángeles. La gloria del Señor en el juicio
La luz, la alegría y la paz, que en el tiempo pascual inundan a la comunidad de los discípulos de Cristo y se difunden en la creación entera, impregnan este encuentro nuestro, que tiene lugar en el clima intenso de la octava de Pascua. En estos días celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Con su muerte y resurrección se instaura definitivamente el reino de justicia y amor querido por Dios.

Precisamente en torno al tema del reino de Dios gira esta catequesis, dedicada a la reflexión sobre el salmo 96. El Salmo comienza con una solemne proclamación: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables" y se puede definir una celebración del Rey divino, Señor del cosmos y de la historia. Así pues, podríamos decir que nos encontramos en presencia de un salmo "pascual".

Sabemos la importancia que tenía en la predicación de Jesús el anuncio del reino de Dios. No sólo es el reconocimiento de la dependencia del ser creado con respecto al Creador; también es la convicción de que dentro de la historia se insertan un proyecto, un designio, una trama de armonías y de bienes queridos por Dios. Todo ello se realizó plenamente en la Pascua de la muerte y la resurrección de Jesús.

Recorramos ahora el texto de este salmo, que la liturgia nos propone en la celebración de las Laudes. Inmediatamente después de la aclamación al Señor rey, que resuena como un toque de trompeta, se presenta ante el orante una grandiosa epifanía divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones a otros pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaías, el salmista describe cómo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes cósmicos: las nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos.

Además de estos, otra serie de ministros personifica su acción histórica: la justicia, el derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca toda la creación. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las islas, consideradas como el área más remota (cf. Sal 96, 1). El mundo entero es iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto (cf. v. 4). Los montes, que encarnan las realidades más antiguas y sólidas según la cosmología bíblica, se derriten como cera (cf. v. 5), como ya cantaba el profeta Miqueas: "He aquí que el Señor sale de su morada (...). Debajo de él los montes se derriten, y los valles se hienden, como la cera al fuego" (Mi 1, 3-4). En los cielos resuenan himnos angélicos que exaltan la justicia, es decir, la obra de salvación realizada por el Señor en favor de los justos. Por último, la humanidad entera contempla la manifestación de la gloria divina, o sea, de la realidad misteriosa de Dios (cf. Sal 96, 6), mientras los "enemigos", es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la fuerza irresistible del juicio del Señor (cf. v. 3).

Después de la teofanía del Señor del universo, este salmo describe dos tipos de reacción ante el gran Rey y su entrada en la historia. Por un lado, los idólatras y los ídolos caen por tierra, confundidos y derrotados; y, por otro, los fieles, reunidos en Sión para la celebración litúrgica en honor del Señor, cantan alegres un himno de alabanza. La escena de "los que adoran estatuas" (cf. vv. 7-9) es esencial: los ídolos se postran ante el único Dios y sus seguidores se cubren de vergüenza. Los justos asisten jubilosos al juicio divino que elimina la mentira y la falsa religiosidad, fuentes de miseria moral y de esclavitud. Entonan una profesión de fe luminosa: "tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses" (v. 9).

Al cuadro que describe la victoria sobre los ídolos y sus adoradores se opone una escena que podríamos llamar la espléndida jornada de los fieles (cf. vv. 10-12). En efecto, se habla de una luz que amanece para el justo (cf. v. 11): es como si despuntara una aurora de alegría, de fiesta, de esperanza, entre otras razones porque, como se sabe, la luz es símbolo de Dios (cf. 1 Jn 1, 5).

El profeta Malaquías declaraba: "Para vosotros, los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia" (Ml 3, 20). A la luz se asocia la felicidad: "Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre" (Sal 96, 11-12).

El reino de Dios es fuente de paz y de serenidad, y destruye el imperio de las tinieblas. Una comunidad judía contemporánea de Jesús cantaba: "La impiedad retrocede ante la justicia, como las tinieblas retroceden ante la luz; la impiedad se disipará para siempre, y la justicia, como el sol, se manifestará principio de orden del mundo" (Libro de los misterios de Qumrân: 1 Q 27, I, 5-7).

Antes de dejar el salmo 96, es importante volver a encontrar en él, además del rostro del Señor rey, también el del fiel. Está descrito con siete rasgos, signo de perfección y plenitud. Los que esperan la venida del gran Rey divino aborrecen el mal, aman al Señor, son los hasîdîm, es decir, los fieles (cf. v. 10), caminan por la senda de la justicia, son rectos de corazón (cf. v. 11), se alegran ante las obras de Dios y dan gracias al santo nombre del Señor (cf. v. 12). Pidamos al Señor que estos rasgos espirituales brillen también en nuestro rostro.

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 1,14-20. Convertíos y creed en el Evangelio.
La liturgia del tiempo ordinario nos pone en camino con Jesús, «detrás» de él (v. 17), a fin de ir descubriendo, de una manera progresiva, su misterio y nuestra auténtica identidad. El fragmento de hoy recoge en síntesis el comienzo de su ministerio público. Jesús se inserta en el surco preparado desde los profetas hasta Juan el Bautista, precursor de Cristo incluso en el desenlace de su misión (v. 14, literalmente: «entregado»). Sin embargo, su novedad es absoluta, porque Jesús no anuncia ya lo que Dios quiere llevar a cabo, sino que realiza el cumplimiento de las promesas divinas y de las expectativas humanas: el Reino de Dios y la salvación se vuelven una realidad presente con él. Su misma persona es el Reino, es el Evangelio (1,1); él inaugura el tiempo favorable (kairós) en el que Dios somete a las fuerzas que disminuyen la vida del hombre (v. 1 Sa).

Se trata de un mensaje espléndido y, al mismo tiempo, comprometedor, puesto que la obra de Dios solicita nuestra respuesta, una respuesta que se compone de conversión (cambiar de mentalidad y de orientación nuestros propios pasos) y de adhesión de fe a la alegre noticia. La vocación de los primeros discípulos nos ofrece un ejemplo práctico. A diferencia de la costumbre judía, en la que eran los discípulos quienes escogían a su «rabí», ahora la iniciativa corresponde, significativamente, a Jesús: es él quien llama a algunos para que le sigan, para que sean discípulos suyos. Jesús pasa por la vida cotidiana de los hombres, ve con una intensa mirada de amor y de conocimiento, invita y promete una condición nueva.

Esta llamada se repite: es una invitación que se extiende, una alegría que se multiplica, un acontecimiento que también nos llega a nosotros, hoy. El que cree en el mensaje de Jesús cambia de estilo de vida, deja el pasado, las seguridades, los afectos: «Se ha cumplido el plazo», es preciso aprovechar la ocasión de gracia. «Está llegando el Reino de Dios»: a nosotros nos corresponde elegir si entramos en él. «Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron» (vv. 18.20b).

Un encuentro, una invitación. Una mirada que ha penetrado hasta el alma, y, desde entonces, la mirada del corazón quisiera posarse para siempre sobre ti. ¿Quién eres, Jesús? Tú nos llamas para que te sigamos, y nosotros apenas te conocemos... Los profetas de los tiempos antiguos nos han anunciado las cosas de Dios, pero hoy es por medio de ti como nos habla el Padre. Y la Palabra poderosa, creadora, eres tú. El Dios al que nadie había visto lo revelas tú en ti mismo: eres su imagen perfecta, el resplandor de su gloria, su Hijo amado. Tú nos llamas para que te sigamos, pero nosotros nos sentimos muy inadecuados, lejanos... Con todo, por eso has venido a nosotros: para purificarnos de los pecados, ofreciéndote a ti mismo, y preparar así a cada hombre—hermano tuyo— un lugar junto al Padre. Nosotros, como los primeros cristianos, advertimos tu mirada sobre nuestro presente y comprendemos: si nos dejamos aferrar por la fascinación de tu persona, nos sentiremos libres de cualquier otra cosa.

«Se ha cumplido el plazo»: queremos seguirte. «Está llegando el Reino de Dios»: para que reine en nosotros únicamente tu amor, ayúdanos a abandonar todo lo que se opone a él. Hoy, detrás de ti, comienza un camino que puede llevarnos lejos, un camino que atraviesa las calles del hombre y conduce a la diestra de Dios.

Comentario del Santo Evangelio:  Mc 1, 14-20, paralelo: Mt 4, 18-22, para nuestros Mayores. Las perspectivas generales dentro de las cuales hay que leer toda la historia de Jesús.
Ya sabemos que Marcos, 1, 2-20, tiene que ser considerado como un prólogo de todo el evangelio. Su finalidad no es la de indicarnos cuáles fueron los primeros episodios de Jesús, sino la de señalarnos las perspectivas generales dentro de las cuales hay que leer toda la historia de Jesús. ¿Cuáles son los elementos fundamentales de esta perspectiva? Aunque simplifiquemos un poco las cosas, podemos reducirlos a tres.

Primero: con Jesús ha llegado el Reino de Dios; hay que tomar conciencia de ello y convertirse. Este motivo comienza con el anuncio de Juan y se concreta en el anuncio de Jesús en Galilea; es éste, sobre todo, el tema del trozo que vamos a comentar.

Segundo: el Mesías no se coloca fuera de la historia de los hombres; se hace solidario de los hombres y la asume. Entra, por ejemplo, en el movimiento penitencial de su pueblo (bautismo). Se deja envolver por la lucha entre el bien y el mal que caracteriza a la historia humana (tentación). "Entrando en el dinamismo de nuestra historia, se hace solidario de nuestra humanidad" (Duquoc. Cristología 1: El hombre Jesús. Sígueme. Salamanca 1971). Esta solidaridad encuentra su cima en la muerte de cruz, pero es la ley de toda la existencia de Cristo, ya desde el principio. La historia que comienza en el bautismo es una historia que no constituye sólo un viaje hacia la cruz-resurrección, sino que saca de la cruz-resurrección toda la lógica de su desarrollo.

Tercero: entre Cristo y Satán, entre el reino de Dios y el reino del mundo, existe un contraste irreductible. El Mesías es solidario con la historia, pero no con la lógica de Satanás que con frecuencia le sirve de guía: precisamente, puesto que está de parte del hombre, no acepta el pecado. Así el Mesías aparece al mismo tiempo SOLIDARIO y SEPARADO. Siempre es difícil para el cristiano encontrar la medida justa en su manera de situarse dentro de la historia. Para ello hay dos modos muy fáciles (por eso mismo su facilidad y claridad se convierten en tentaciones): el conformismo y la fuga. Pero la historia del Hijo de Dios no permite ni una cosa ni la otra: el discípulo no puede aceptar el conformismo (de esa manera ya no sería el portador de la "novedad" del reino), y tampoco puede salvar su diversidad en la fuga, evitando el conflicto (no sería ya signo de la "solidaridad" de Dios), más bien debe manifestarse a sí mismo en un esfuerzo -bastante incómodo- de "participación crítica". (...)

¿Qué es lo que significa convertirse? La conversión nace ante todo como respuesta a un acontecimiento (supone por tanto la fe), a esa alegre noticia que debería ensancharnos el corazón: en Jesús ha aparecido, en toda su profundidad, el amor increíble y sorprendente de Dios al hombre, a cada uno de los hombres, a todos nosotros. Ese es el acontecimiento que tengo que aceptar, del que tengo que fiarme, y por el que tengo que dejarme modelar ("creed en la buena nueva"): eso es la conversión. No se trata de un cambio parcial, sino de una verdadera y auténtica transformación total, de un paso (sin calcular sus consecuencias) del egoísmo al amor, de la defensa de mis privilegios a la solidaridad más radical. Es un cambio que es imposible contener en las viejas extructuras (personales, mentales, sociales); las rompe. Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de Dios y para otra visión del hombre.

El seguimiento La breve narración que Marcos pone detrás del anuncio del Reino -la llamada de los primeros discípulos (1, 16-20)- quiere ser un ejemplo concreto de conversión. No se trata de una conversión que se les proponga a los especialistas del Reino de Dios, sino simplemente de la conversión necesaria para ser cristianos. Se señalan enseguida unas cuantas estructuras fundamentales -las estructuras que definen el seguimiento- y que se pueden observar como elementos constantes en todos los textos siguientes relativos al seguimiento de Jesús.

La iniciativa parte de Jesús: en su invitación gratuita e inesperada, resuena la llamada de Dios frente a la que no es posible vacilar: tienes que decidirte. La existencia cristiana, más que decisión, es una respuesta. Este concepto de gratuidad no está sólo en el término "llamar" ni en la narración en sí misma, sino que aparece todavía con mayor claridad si pensamos en el contexto ambiental. Los rabinos de la época -como todos los profesores ilustres- no iban en busca de discípulos; eran los discípulos los que buscaban al maestro. En tiempos de Jesús había algunos grupos -por ejemplo, los monjes esenios- que se reunían y se alejaban del mundo para aguardar al Mesías y estar dispuestos a recibirlo; Jesús, por el contrario, llama sólo a una gente que vivía y trabajaba como los demás. La llamada de Cristo tiene una nota de urgencia: es la llamada del tiempo favorable (el "kairós"), el tiempo de la salvación, el plazo final. A la llamada hay que contestar enseguida; es la gran ocasión que hay que saber aprovechar.

La llamada de Cristo exige una separación; este tema se irá concretando sucesivamente. De todas formas se ve ya que se trata de una separación radical. No se trata de dejar las redes o un trabajo, sino más a fondo -como irá aclarando luego el evangelio- se trata de dejar las riquezas (Mc 10, 21), de abandonar el camino del dominio y del poder, de desmantelar esa idea que nos hemos forjado nosotros mismos de Dios para defender nuestros privilegios (Mc 8, 34). Pero la llamada de Cristo, más bien que a una separación, se dirige a un seguimiento. Esa es la razón de la separación: una libertad para un nuevo proyecto que se presenta como un proyecto a "compartir".

Y esto es lo que importa: seguir significa recorrer el camino del maestro, realizar sus gestos preferidos (preferir a quienes los hombres marginan, pero a los que Dios ama: preferirlos no porque importen sólo ellos, sino precisamente porque los hemos marginado nosotros). Podría parecer éste un proyecto de muerte, pero es de vida, es el ciento por uno. Podría parecer un proyecto imposible, pero todo es posible para el milagro de Dios (10, 27). Podría parecer un proyecto para unos pocos, para gente selecta, pero es para todos, para justos y para pecadores: Jesús no se encuentra con el hombre (para dirigirle su invitación) en una esfera particularmente religiosa o privilegiada de algún modo, sino en la orilla del lago, en donde vive verdaderamente el hombre, en la vida cotidiana.

Y sobre todo quedará claro que seguir significa "servir", dar la vida "en rendición", lo mismo que el Hijo de Dios, que se solidariza con los hombres y asume todas nuestras responsabilidades. No tomó distancia frente a nosotros, sino que se sintió afectado por todo lo nuestro, como el pariente que paga la fianza para obtener la libertad de sus hermanos. Así pues, es el término "seguir" el que caracteriza al discípulo, no el término "aprender".

Esto es significativo: en primer plano no está la doctrina, sino una persona y un proyecto de existencia. Podremos captar con más precisión esta originalidad del seguimiento evangélico si comparamos al alumnado de Jesús con el alumnado de los rabinos. En el seguimiento evangélico el hecho esencial es la persona de Jesús; únicamente él es el que da forma y contenido a la relación con los discípulos. En el alumnado rabínico es la doctrina lo que ocupa el primer puesto: el discípulo se une al rabino porque busca su doctrina, quiere posesionarse de ella y convertirse también él en maestro: renuncia a muchas cosas para hacer vida común con el rabino, pero en último análisis es siempre para aprender la ley. El discípulo evangélico, por su parte, renuncia para seguir a Jesús y compartir su destino; ser discípulo es una condición permanente.

En conclusión: el tema del seguimiento nos lleva al centro de la fe cristiana (así al menos lo pensaban las primeras comunidades) y esto nos invita a una comprobación.

Hay quienes creen en Dios y en una doctrina religiosa, pero muchas veces no se trata, en substancia, del Dios que se ha revelado en Jesucristo; puede incluso tratarse de un Dios mágico, construido para que resuelva nuestros conflictos y nuestras ansiedades. De todas formas es una fe que no se mide en concreto según el proyecto mesiánico del evangelio; también los fariseos eran creyentes y adoraban a Dios, pero rechazaron el camino de Jesús; se imaginaban que Dios iba por caminos distintos.

Hay quienes viven en la lógica de la cruz sin ver en ella el rostro de Dios. No son aún los hombres del seguimiento. Hoy se habla de discípulos "anónimos". Esto es verdad, pero a Marcos le gustaría que se llegara más allá.

Finalmente, hay quienes viven la lógica de la cruz y descubren en ella el rostro de Dios. Esos son los hombres del seguimiento de Jesús.

Comentario del Santo Evangelio: (Mc 1,14-20), de Joven para Joven. El tiempo se ha cumplido.
v. 14. Después que entregaron a Juan llegó Jesús a Galilea y se puso a procla­mar la buena noticia de parte de Dios.

Jesús llega detrás de Juan (1,7), una vez terminada por la violencia de ciertos agentes la misión de éste. Se sitúa en la provincia del norte, Gali­lea, alejada del centro religioso y político del país y abierta al mundo pagano. Se presenta como profeta, transmitiendo de parte de Dios «la buena noticia».

v. 15. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios. Enmen­daos y tened fe en esta buena noticia.

Al existir el Hombre en su plenitud, Jesús, comprometido por amor a los hombres a llevar su misión salvadora hasta la muerte, se ha produci­do el cambio de época y comienza la etapa definitiva de la historia (se ha cumplido el plazo); lo anterior queda superado de modo irreversible.

La buena noticia (cf. 1,1) anuncia que se abre la posibilidad de una sociedad nueva y justa, digna del hombre, la alternativa que Dios propo­ne a la humanidad (aspecto social del reinado de Dios, la nueva tierra prometida); exige como condición de parte del hombre la renuncia a la injusticia (punto de partida) (enmendaos) y la confianza en que esa meta (punto de llegada) puede alcanzarse (tened fe).

v. 16. Yendo de paso junto al mar de Galilea vio a cierto Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban redes de mano en el mar, pues eran pescadores.

El mar de Galilea (no se llama «lago», para aludir al éxodo) es fronte­ra y, al mismo tiempo, conexión con el mundo pagano. Ante la perspec­tiva del reinado de Dios, Jesús invita a colaborar con él en primer lugar a los círculos inquietos de Israel; de hecho, la insistencia del texto en la actividad y oficio de «pescadores» muestra que la pesca, además de su sentido real, tiene un sentido metafórico, que en los profetas es ordina­riamente el de conquista militar (Am 4,2; Jr 16,16). De este modo insinúa Mc que el ideal que mueve a estos hombres es la restauración y la hege­monía de Israel.

Los llamados por Jesús están representados por dos parejas de her­manos. La doble mención de «su hermano» (16.19) alude a Ez 47,13s, que señala de este modo la igualdad de los israelitas en el reparto de la tie­rra. Todos están llamados por igual al reinado de Dios que se anuncia. No hay privilegios.

vv. 17-18. Jesús les dijo: «Veníos detrás de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Veníos detrás de mí recuerda la llamada de Elías a Eliseo (1 Re 19,20s) y alude aquí a la comunicación del Espíritu de Jesús a sus seguidores (1,8). La expresión pescadores de hombres insinúa una misión universal, no limitada al pueblo judío (cf. Ez 47,8s). Ante la invitación de Jesús, Simón y Andrés abandonan su forma de vida anterior: la esperanza de un cam­bio suscita en ellos una respuesta favorable, aunque la calidad de su seguimiento se irá manifestando en su conducta.

vv. 19-20. Un poco más adelante vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su her­mano, que estaban en la barca poniendo a punto las redes, e inmediatamente los llamó. Dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los asalariados y se marcha­ron con él.

Cada pareja de hermanos representa un sector diferente de la socie­dad galilea: en la primera pareja, formada por Simón y Andrés, la rela­ción es de igualdad, no de subordinación (hermanos), no se menciona patronímico y sus nombres son griegos, mostrando menor apego a la tradición; es un grupo activo (echaban una red), de condición humilde (pescadores sin barca propia).

Los que forman la segunda pareja, Santiago y Juan, llevan nombres hebreos, indicando pertenecer a un sector más conservador, en el que, además hay relaciones de desigualdad: Santiago y Juan están, por una parte, sometidos al padre, figura de autoridad y representante de la tradi­ción; por otra, gozan de una situación privilegiada respecto a los asalaria­dos (sociedad jerárquica). Los dos hermanos no son aún activos, pero están deseosos de actividad (poniendo a punto las redes) y tienen, respecto a los dos primeros, un nivel económico más alto (barca propia, asalariados).

Ante la invitación de Jesús, Simón y Andrés abandonan su actividad; Santiago y Juan se desvinculan de la tradición (el padre) y de su ambien­te social.

Los primeros discípulos de Jesús no pertenecían a la clase sacerdotal que controlaba el templo, ni al grupo de los fariseos o letrados (devotos de turno o teólogos juristas), ni a los saduceos, que conforma­ban la aristocracia terrateniente. Provenían de Galilea, una región mal vista por la ortodoxia judía («Galilea de los gentiles» o de los paganos, la llamaban), llena de gente descreída y propensa a revoluciones desestabilizadoras del «orden establecido». A la «gente de bien» de entonces no les parecería el lugar más adecuado para elegir a los futuros «pescadores de per­sonas».

Jesús comienza llamando a dos parejas de hermanos, pues el reino de Dios o comunidad cristiana será una comunidad de iguales. Y los invita a seguirlo, para entregarles su Espíritu, como Elías invitó a Elíseo en el libro primero de los Reyes (Re 19,20s).

Cuando reciban el Espíritu (el amor universal de Dios) quedarán capacitados para ser «pescadores de seres humanos», o lo que es igual, para llamar a to­dos, sin distinción de personas, a formar parte de la comunidad cristiana, que -hoy como ayer- debe ser una alternativa de sociedad o una sociedad alternati­va dentro de este viejo mundo que tiene por Dios al dinero.

Elevación Espiritual para este día.
En la raíz de nuestra vocación cristiana se encuentra el hecho de que Cristo nos dio su vida en la cruz. La vida que él nos ha dado es una vida que ha pasado a través de la muerte y la ha vencido; es la vida resucitada; es la vida eterna. Esta vida es la misma que mana de Cristo para salvarnos, del mismo modo que brota de una manera incesante para continuar creándonos. Esta vida es imparable. Inundados por ella, debemos salvarnos por medio de ella, en ella, con ella. Ahora bien, cuando el Reino de los Cielos quiere traspasar el mundo, cuando el amor de Dios quiere buscar a alguien que está perdido, cuando este alguien es una multitud, importa mucho más quién se es que lo que se es; importa mucho más cómo se hace que lo que se hace.

Se puede ser vendedor de pescado, farmacéutico o empleado de banca; se puede ser hermanito de Foucauld o hermanita de la Asunción; se puede ser scout o miembro de la Acción Católica... A cada uno le corresponde su puesto. Sin embargo, hay un puesto que no se puede dejar de ocupar, un puesto que está destinado a cada uno de nosotros, sin excepción: amar al Señor antes que nada como a un Dios que rige el mundo; amar al Señor por encima de todo como a un Dios que ama a los hombres; amar a cada ser humano hasta el fondo; amar a todos los hombres, amarlos porque el Señor los ama y como él los ama.

El cristiano está destinado a sufrir sabiendo por qué sufre. El sufrimiento no es injusto para él: es su fatiga. El sufrimiento de Cristo y la redención de Cristo son inseparables para el cristiano. Este sabe que la redención de Cristo no ha eliminado el pecado, y por consiguiente el mal, del mundo, sabe que la redención de Cristo no ha vuelto a los hombres inocentes, sino que los ha convertido en perdonados en potencia.

Reflexión Espiritual para el día.
He aquí la magnífica prerrogativa del sacerdocio de Cristo y de sus ministros: ofrecer a la Trinidad, en nombre de la humanidad y del universo, un cántico de alabanza agradable a Dios; asegurar, esencialmente, el retorno integral de la criatura al Señor de todas las cosas.

El Padre engendra al Hijo y, desde toda la eternidad, le comunica el don supremo: la vida y las perfecciones de la divinidad, haciéndole partícipe de todo lo que es él mismo. El Verbo, imagen perfecta y sustancial, es «resplandor de la gloria del Padre». Como nacido de la fuente de toda luz, él mismo es luz, y refluye como un cántico sin fin hacia aquél de quien emana: «Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17,10).

El sacerdocio es un don del Padre a la humanidad de Cristo, puesto que, en cuanto el Verbo se hizo carne, el Padre celestial contempló a su Hijo con una complacencia infinita; le reconoció como único mediador entre el cielo y la tierra, como pontífice para siempre. Jesús, como hombre-Dios, tendrá la prerrogativa de concentrar en sí mismo a toda la humanidad para purificarla, santificarla y reconducirla al abrazo de la divinidad, rindiéndole así, por medio del Señor, una gloria perfecta en el tiempo y en la eternidad.

El Hijo recibió desde el primer instante de la encarnación esta misión de mediador y de pontífice. El consummatum est pronunciado por Cristo al morir era, al mismo tiempo, el último suspiro de amor de la víctima que ha expiado todo y el solemne testimonio del pontífice que consuma la acción suprema de su sacerdocio.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada  Biblia: Separación de intermediarios.
La carta a los Hebreos se abre, sin saludo de ninguna clase, presentando el gran drama de la historia de la salvación. El drama de la revelación de Dios en la historia humana y cuyo centro es el Hijo. La manifestación de Dios al hombre fue paulatina y progresiva. Antes de la venida del Hijo, Dios se había manifestado en multitud de pequeños o grandes acontecimientos; de múltiples formas: mediante sueños, visiones, experiencias epifanías en la naturaleza o en el corazón del hombre; sirviéndose de muchos intermediarios: los profetas. Entre ellos deben considerarse, sin duda alguna, también a hombres como Moisés y Abraham.

Todos estos modos, formas e intermediarios constituyen una gran riqueza. Pero todo ello habla bien elocuentemente de la insuficiencia de dichas manifestaciones. Nos habla de una revelación parcial y fragmentaria.

La venida de Cristo inaugura una nueva época. Según la concepción judía, el mundo presente sería sustituido por una nueva y gloriosa. Cuando los cristianos descubrieron en el acontecimiento de Cristo toda la importancia salvífica que tenía, no dudaron en utilizar aquella creencia judía. Cristo es quien verdaderamente inaugura esa era nueva. ¿Por qué? Sencillamente porque Cristo nos habla de Dios. Pero nos habla de Dios por alguien que tiene la categoría de Hijo de Dios y que, por tanto, es capaz de transmitirnos una revelación plena y completa.

El Hijo puede comunicar la plenitud de Dios porque «el esplendor de su gloria y la imagen de su sustancia». Tiene que haber una identidad —al mismo tiempo una distinción entre el Hijo y el Padre, para que el Hijo pueda darnos totalmente al Padre. Para describirlo son utilizadas dos imágenes: según la primera el Hijo se relaciona con el Padre como el rayo de luz con la luz de que procede; Según la segunda, se trata de una figura que únicamente puede lograrse por la impresión directa mediante algún objeto para grabar.

Una vez que ha dado la razón última por la cual Cristo puede ser en verdad la plenitud de la revelación, el autor nos introduce en lo que va a ser el tema central de la carta: después de haber hecho la purificación de los pecados. La obra de Cristo es descrita sirviéndose de un patrón sacerdotal. Pero debe quedar claro que quien ha llevado a cabo esta obra no es una idea sino una figura histórica. El Hijo no pertenece al mundo de las ideas emanadas de Dios (al estilo como habla Filón); más bien, el Hijo sostiene el mundo con su poder creador.

El esquema en que nos es presentada la obra de Cristo coincide con el de Pablo Sólo que, en lugar de hablar de la resurrección inmediatamente después de la muerte, nos informa de su exaltación (al estilo de la fórmula utilizada por Pablo en Flp 2, 8-9).

La entronización de Cristo a la derecha, de Dios se halla en la línea más pura de la primitiva predicación cristiana (He 2, 35ss; Rom 8, 34). Estuvo motivada por la reflexión sobre él Sal 110, 1, palabras dirigidas al rey davídico y que se cumplieron en Jesús. Aquí la entronización de Cristo tiene la importancia de poner de relieve la calidad perfecta e irrepetible de su sacrificio a favor del pueblo. Otra prueba más de estar en el tiempo último, de no tener que esperar nada mejor.

La importancia de acentuar la superioridad de Cristo sobre los ángeles debe verse en lo siguiente: algunos lectores de la carta podían pensar que los ángeles, por su alta categoría entre los seres celestes, podían entrar en competencia con Cristo. Otra razón la tenemos en que al autor le interesa demostrar la superioridad del evangelio sobre la ley. ¿Cómo lo hace? Afirmando que la Ley fue dada por medio de los ángeles (2, 3-4), mientras que el evangelio nos fue dado por el Hijo. Ahora bien, los ángeles son inferiores al Hijo como lo demuestra la misma Escritura: a ninguno de ellos se le dijo: tú eres mi Hijo. Las palabras con que Dios se dirige a los ángeles no son comparables con las que dirige al Hijo. Ello prueba la superioridad de Cristo. +

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