A. EN LA ENCARNACIÓN
16. Dios Padre entregó su Unigénito al mundo solamente por medio de María. Por
más suspiros que hayan exhalado los patriarcas, por más ruegos que hayan
elevado los profetas y santos de la antigua ley durante 4,000 años a fin de
obtener dicho tesoro, solamente María lo ha merecido y ha hallado gracia
delante de Dios por la fuerza de su plegaria y la elevación de sus virtudes. El
mundo era indigno dice San Agustín de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de
manos al Padre.
Quien lo entregó a María para que el mundo lo recibiera por medio de Ella.
Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María.
Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido
consentimiento por medio de los primeros ministros de su corte.
B. EN LOS MISTERIO DE LA REDENCIÓN.
17. Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura creatura era
capaz de recibirla para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros
de su Cuerpo Místico.
18. Dios Hijo descendió al seno virginal de María como nuevo Adán a su paraíso
terrestre, para complacerse y realizar allí secretamente maravillas de gracia.
· Este Dios hombre encontró su libertad en dejarse aprisionar en su seno.
· Manifestó su poder dejándose llevar por esta jovencita;
· Cifró su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las
creaturas de la tierra, para no revelarlos sino a María.
· Glorificó su propia independencia y majestad, sometiéndose a esta Virgen
amable en la concepción, nacimiento, presentación en el templo, vida oculta de
treinta años, hasta la muerte, a la que Ella debía asistir, para ofrecer con
Ella un solo sacrifico y ser inmolado por su consentimiento al Padre eterno,
como en otro tiempo Isaac por la obediencia de Abraham a la voluntad de Dios.
Ella le amamantó, alimentó, cuidó, educó y sacrificó por nosotros.
¡Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios! Para mostrarnos su
precio y gloria infinita, el Espíritu Santo no pudo pasarla en silencio en el
Evangelio, a pesar de habernos ocultado casi todas las cosas admirables que la
Sabiduría encarnada realizó durante su vida oculta. Jesucristo dio mayor gloria
a Dios, su Padre, por su sumisión a María durante treinta años que la que le
hubiera dado convirtiendo al mundo entero con los milagros más portentosos.
¡Oh! ¡Cuán altamente glorificamos a Dios, cuando para agradarle nos sometemos a
María, a ejemplo de Jesucristo, nuestro único modelo!
19. Si examinamos de cerca el resto de la vida de Jesucristo, veremos que ha
querido inaugurar sus milagros por medio de María.
Por la palabra de Ella santificó a San Juan en el seno de Santa Isabel, su
madre, habló María, y Juan quedó santificado. Este fue su primero y mayor
milagro en el orden de la gracia.
Ante la humilde plegaria de María, convirtió el agua en vino en las bodas de
Caná. Era su primer milagro en el orden de la naturaleza. Comenzó y continuó
sus milagros por medio de María y por medio de Ella los continuará hasta el fin
de los siglos.
20. Dios Espíritu Santo, que es estéril en Dios es decir, no produce otra
persona divina en la Divinidad se hizo fecundo por María, su Esposa. Con Ella,
en Ella y de Ella produjo su obra maestra, que es un Dios hecho hombre, y
produce todos los días hasta el fin del mundo a los predestinados y miembros de
esta Cabeza adorable.
Por ello, cuanto más encuentra a María, su querida e indisoluble Esposa, en una
alma, tanto más poderoso y dinámico se muestra para producir a Jesucristo en
esa alma y a ésta en Jesucristo.
21. No quiero decir con esto que la Santísima. Virgen dé al Espíritu Santo la
fecundidad, como si El no la tuviese, ya que siendo El Dios, posee la
fecundidad o capacidad de producir tanto como el Padre y el Hijo, aunque no la
reduce al acto al no producirá otra persona divina. Quiero decir solamente que
el Espíritu Santo, por intermedio de la Santísima. Virgen de quien ha tenido a
bien servirse, aunque absolutamente no necesita de Ella reduce al acto su
propia fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a Jesucristo y a sus
miembros. ¡Misterio de la gracia desconocido aún por los más sabios y
espirituales entre los cristianos!
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