Con frecuencia oímos decir: “Perdono, pero no olvido”. Quien esto dice, en
realidad no perdona, porque guarda rencor. De ahí que se diga que no se
perdona de verdad cuando, en el fondo, no se está dispuesto a olvidar.
Perdonar, ¿es olvidar? ¿Producen ambos el mismo efecto? Se trata de una
cuestión de gran importancia, pues el perdón es esencial para una vida feliz
y equilibrada: “El que es incapaz de perdonar es incapaz de amar” (Martin
Luther King). Me parece que hay que distinguir “olvidar”, cuando quiere decir
“resentimiento”, y “olvidar” como “desaparecer de la memoria”. Me referiré al
primer sentido: hay que olvidar; “no escatimes el perdón: es imposible
caminar con tantas heriditas abiertas… perdona todas las viejas heridas y
cicatriza con resinas de amor” (Zenaida Bacardí de Argamasilla). Es no querer
mal, no hay otro camino. “Perdón es una palabra que no es nada, pero que
lleva dentro semillas de milagros” (Alejandro Casona), semillas sembradas en
nuestros corazones por el mismo Jesús, que se alimentan incluso de las
ofensas, sí: cada ofensa recibida es una oportunidad de mejorar nuestra
capacidad de perdonar, porque, en lugar de generar resentimientos, es abono
para esa cosa divina llamada perdón. El paraíso está detrás de la puerta, se
dice, pero muchos han perdido la llave, una llave que se llama misericordia…
Todos estamos necesitados de amor, de atención, así como de poder dar nuestro
amor a los demás. Por eso siempre hay que pedir perdón: por las ocasiones
perdidas, por la plenitud no vivida de cada relación, por las palabras no
pronunciadas.
Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un
determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro.
Éste, profundamente ofendido, sin decir nada, escribió en la arena: –Hoy, mi
mejor amigo me ha pegado una bofetada en la cara. Siguieron adelante y
divisaron un oasis. Torturados por la sed, ambos echaron a correr y el
primero que llegó se tiró al agua de bruces sin pensarlo y, de pronto,
comenzó a ahogarse. El otro amigo se tiró al agua enseguida para salvarlo. Al
recuperarse, tomó un cuchillo y escribió en una piedra: –Hoy, mi mejor amigo
me ha salvado la vida. Intrigado, el amigo le preguntó: – ¿Por qué después de
haberte hecho daño, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro le respondió: – Cuando un gran amigo nos ofende, debemos
escribir en la arena, porque el viento del olvido se lo lleva; en cambio,
cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria
del corazón, donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo.
El error de muchos es pensar que el perdón debe surgir de sus corazones, que
es algo que debemos sentir, que debe “nacernos”, en cierto modo. Pero “el
perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no
sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando
tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió” (Madre Teresa de
Calcuta). El perdón es lo mejor, no sólo individualmente sino también para
cada una de nuestras sociedades y para el mundo en general: “La espiral de la
violencia sólo la frena el milagro del perdón” (Juan Pablo II). En cierto modo,
todos somos co-responsables de las acciones y omisiones de cada uno, y es la
gotita de cada día la que crea la revolución del amor: “Lo mejor que puedes
dar a tu enemigo es el perdón; a un oponente, tolerancia; a un hijo, un buen
ejemplo; a tu padre, deferencia; a tu madre, una conducta de la cual se
enorgullezca; a ti mismo, respeto; a todos los hombres, caridad” (John
Balfour). Cuando alguien es perdonado se convierte en una persona distinta,
aunque tarde en reaccionar: “Nada envalentona tanto al pecador como el
perdón” (William Shakespeare). El motivo es que se siente querido, y valorado
en mucho, porque las personas siempre están por encima de sus errores (Jutta
Burggraf). Y al crecer la conciencia de su valía se porta en consecuencia, se
porta mejor. Por otra parte, crece también el que perdona, pues “nada nos
asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar” (San Juan
Crisóstomo).
Perdonar y no olvidar
¿Hay que olvidar las ofensas que nos hacen, o no? Sí, en el sentido de no
guardar rencor, primero porque es perjudicial para uno mismo, y segundo
porque el perdón es transformar la ofensa en compasión. Sin embargo, no
podemos olvidar haciendo desaparecer de la memoria aquello. Además, no
olvidar es creativo... y la memoria constituye nuestra identidad… y cada
recuerdo es un escalón más hacia la madurez. Perdonar es superar la ofensa y
poder recordar sin rencor. El perdón no requiere olvido. Además, no se puede
controlar la memoria con la inteligencia, es una facultad espiritual distinta
que obra independientemente de nuestra voluntad y de la inteligencia. La
prueba es que, de hecho, a veces uno quisiera recordar algo y no puede; y
otras veces desearía olvidar ciertas cosas y no lo logra. Se trata, como
hemos dicho, de recordar un suceso sin faltar al amor: al recordar lo que nos
dolió, recordemos al mismo tiempo cómo Jesús reacciona ante las ofensas, y
oremos con él como en la cruz.
Además, hay que procurar establecer puentes mientras hay vida –que no la
tendremos siempre: lo trágico es que, en el trance final antes de la muerte,
haya enemistades pendientes. Es mejor que aquí y ahora hagamos las paces,
pues no sabemos si luego habrá una ocasión de perdonar… En cualquier caso,
hay que amar ahora que hay tiempo, la muerte nos podría quitar esa
oportunidad. Recordar la ofensa puede convertirse en crecimiento interior
para el ofendido: es humildad que cura la soberbia, caridad que elimina toda
envidia... y se deja de sentir dolor. Si perdono vivo feliz y, si recuerdo,
el recuerdo no me duele, no me afecta porque pude perdonar y los recuerdos
vienen a mi memoria sin dolor, sin perturbación, sin sufrir el desgaste
interior propio de quien guarda un doloroso rencor. “Perdonar no sólo tiene
como beneficio el crecimiento interior, sino que también trae consigo una
gran paz en quien lo practica. Perdonar es un ejercicio de las virtudes,
porque para perdonar se necesita de caridad, humildad, paciencia, prudencia,
fortaleza, amor… Perdonar es la manifestación de un corazón puro como
consecuencia de una vida virtuosa. El perdón es una decisión, no un
sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos
más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que
te ofendió” (Madre Teresa de Calcuta).
Olvidar es un método erróneo de conseguir paz de espíritu. Cuando se hace
bien, es como la amnesia. Lo que ocurre es que, lo que olvidamos, no
necesariamente desaparece. Si entierras algo en el patio trasero, lo único
que consigues es que no se vea. Las cosas que olvidamos quedan enterradas
bajo el consciente, pero viven bajo la superficie y se manifiestan en
nuestros sentimientos y actividades. Aparecen en los sueños y en los dibujos
que hacemos y siguen formando parte de nuestras vidas.
El perdón conlleva dar amor. Es una manera de decir: «Voy a prescindir de tus
malas acciones, no voy a amargarme y voy a seguir queriéndote de todos
modos». Me dijo un amigo, cuando le pedí perdón por una cosa de hacía mucho
tiempo, por una injusticia en la que veía que yo también fallé: “¿te das
cuenta de que acabas de cambiar la historia?” Me hizo pensar, es como un
volver a escribir aquello de una forma mejor. Recuerda que el perdón no sólo
tiene que darse en la relación con los demás sino también en la relación con
uno mismo.
Además, “a perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos
necesitado que nos perdonen mucho” (Jacinto Benavente). Menos mal que “Dios
me perdonará, es su oficio” (Heinrich Heine).
¡Hacer el bien
siempre, dar Amor hasta que duela!
http://vidasobrenatural.blogspot.com.es
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