Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,43b-45)
En aquel
tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus
discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a
entregar en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían este lenguaje; les
resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle
sobre el asunto.
Palabra del
Señor
Comentario al Evangelio
del sábado, 27 de septiembre de 2014
El Hijo del hombre va
a ser entregado en manos de los hombres
Hoy, más de dos mil
años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el
Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a
darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que
fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón
de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de
ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de
empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la
inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos
pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al
fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía;
les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de
este asunto» (Lc 9,45).
Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y
pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado
y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros.
Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues
el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no
puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.
Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza
y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra
pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día
que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos
como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día
puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario