Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

31 de octubre de 2010

Lecturas del día 31-10-2010

31 de Octubre 2010. DOMINGO DE LA XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LAS MISIONES. SS. Alonso Rodríguez pf rl, Quintín mr, Jerónimo Hermosilla ob mr.
La primera lectura es una bella oración meditativa sobre Dios, que nos posibilita hacer unas reflexiones menos habituales.

Solemos hablar a y escuchar hablar sobre Dios como algo ya sabido, como algo que, por definición, no puede necesitar replanteamiento. Ello ha empezado a cambiar, a la altura de la crisis que atraviesan las religiones, ante la constatada «crisis de Dios» (Gotteskreise, Juan Bautista Metz), crisis que ya nadie considera coyuntural o pasajera, sino epocal. Algo muy profundo está cambiando en la cultura y en la conciencia humana, que hace que ese concepto central que ha brillado con luz propia en el centro del firmamento mental de la humanidad durante los últimos milenios, el de Dios, se opaque y entre en lo que ya Martín Buber llamó el «eclipse de Dios».

La lectura de hoy del libro de la Sabiduría habla muy correctamente a Dios, y no lo presenta con ninguno de los rasgos menos éticamente adecuados, de los que hemos tenido que purificar tantas veces la imagen de Dios. No; este texto presenta una bella e impecable imagen de Dios... sólo que sigue no deja de utilizar un lenguaje «teísta».
La palabra «Dios» viene del deus latino, que a su vez viene del theos griego. Aunque el concepto tiene orígenes más antiguos, para nuestra cultura occidental fueron ellos, los filósofos griegos, quienes lo configuraron definitivamente. Siempre que decimos dios estamos evocando el theos griego. No importa que a veces queramos matizar la palabra; la palabra está ocupada, y su concepto asociado está registrado en el subconsciente colectivo, como un tipo de divinidad que está «ahí afuera, ahí arriba», en una especie de segundo piso celestial, desde donde puede intervenir en nuestro mundo, para revelarse, para actuar, para reaccionar... en función de su manera de ser, concebida muy antropomórficamente (los dioses piensan, aman, deciden, se ofenden, se arrepienten, perdonan... como nosotros, que al fin y al cabo estaríamos hechos «a su imagen y semejanza» -¿y viceversa?-).

Concebir la razón y el misterio supremos de la Realidad en forma de theos (en sentido genérico), eso es lo que llamamos «teísmo». Es un «modelo» de representación del Misterio, el mismo que hemos llamado Dios. Con mucha frecuencia ese «modelo» conceptual nos ha resultado transparente, no hemos sido conscientes de su mediación. Nos parecía como que nuestro hablar de Dios evocaba automáticamente su descripción directa, en vez de caer en la cuenta de que simplemente utilizábamos un modelo (theos), y que al Misterio que denominábamos con ese nombre, se le puede concebir con otros modelos sumamente diferentes. Podríamos, en efecto, pensar -y amar- no teístamente... Hay religiones no teístas. El judeo-cristianismo ha tenido una expresión teísta constante en la historia, pero hoy sabemos que aunque el modelo teísta nos haya acompañado de modo permanente, no es esencial ni resulta inseparable.

Más aún. La evolución de la espiritualidad -sin descartar el influjo de otras religiones- hace sentir a muchos cristianos un no disimulado malestar ante el uso y abuso del teísmo en nuestra tradición. Son cada vez más los que abogan por colocar al teísmo en su sitio, en una consideración simplemente mediacional: es una mediación, con sus ventajas y sus dificultades. Las dificultades no son pocas, y son crecientes en nuestra sociedad de mentalidad crítica; no faltan teólogos que postulan su superación. La alternativa al teísmo no es el ateísmo, obviamente, sino el pos-teísmo: una consideración y una (no-)representación de la Divinidad más allá del modelo del teísmo...

El tema es profundo y desafiante. Merece la pena prestarle atención, para no quedarnos en «la fe del carbonero», la fe acrítica, repetitiva y fundamentalista. (John Shelby Spong es un obispo-teólogo anglicano -casi desconocido en el ámbito latino- que está escribiendo bastante sobre el tema; véase Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo,  dedicado este año al tema de la religión, aborda en varios artículos el tema del teísmo y la necesidad de renovar las imágenes de Dios).

En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña hoy que el Padre–Dios no deja de ser el mismo, siempre compasivo perdonador, amigo de la vida, siempre saliendo al encuentro de sus hijos y construyendo con ellos una relación nueva de amor. Las lecturas de este domingo son una preciosa descripción de este comportamiento de Dios con la persona humana. Nos dicen que Dios ama entrañablemente todo lo que existe, porque su aliento de vida está en todas las cosas.

El episodio de la conversión de Zaqueo se encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús por rescatar lo que está “perdido”. Este evangelio es una ocasión excelente para recordar que éstos son los temas que se destacan en el material particular de la tradición lucana y que resaltan la predilección de Jesús por los pobres, marginados y excluidos.

El relato nos muestra la pedagogía de Dios, en la persona de Jesús, hacia aquellos que actúan mal. Dios es paciente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia, corrige lentamente, respeta los ritmos y siempre busca la vida y la reconciliación. En este sentido, Dios es definido como “el amigo de la vida”, y buscando ésta, su auténtica gloria, sale hacia el pecador y lo corrige, le brinda su amor y lo salva.

Muy seguramente nosotros, por nuestra incapacidad de acoger y perdonar, no hubiéramos considerado a Zaqueo como un hijo bienaventurado de Dios, como no lo consideraron sus paisanos que murmuraron contra Jesús diciendo: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”. Decididamente, Jesús y sus coetáneos creían en un Dios diferente. Por eso pensaban también de forma diferente. Para el judaísmo de la época el perdón era cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano.

Por eso, la actitud de Jesús es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la conversión.

La actitud de Jesús es la que produce la conversión que se realiza en la libertad. Todo lo que le pasa a Zaqueo es fruto del amor de Dios que actúa en su hijo Jesús, es la manifestación de la misericordia y la compasión de Dios que perdona y da la fuerza para cambiar. De esta manera la vida se reconstruye y me puedo liberar de todas las ataduras que me esclavizan, puedo entregarlo todo, sin miedos y sin restricciones.

Con esta actitud, Zaqueo se constituye en prototipo de discípulo, porque nos muestra de qué manera la conversión influye en nuestra relación con los bienes materiales; y en segundo lugar nos recuerda las exigencias que conlleva seguir a Jesús hasta el final. Aquí la salvación que llega en la persona de Jesús opera un cambio radical de vida.

No dudemos que Jesús nos está llamando también a nosotros a la conversión, nos está invitando a que cambiemos radicalmente nuestra vida. No se lo neguemos, no se lo impidamos. El Señor nos propone unirnos a El, ser sus discípulos y a ejemplo de Zaqueo ser capaces de despojarnos de todo lo que no nos permite vivir auténticamente como cristianos. Esta misma experiencia es la de muchos otros testigos de Jesús que, mirados por El, se convirtieron, renació su dignidad, y recuperaron la vida. Aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que El se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa para que El pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón. No tengamos miedo, dejémonos seducir por el Señor, por el maestro, para confesar nuestras mentiras, arrepentirnos, expresar nuestra necesidad de ser justos, devolver lo que le hemos quitado al otro... No dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón. El Señor está con nosotros para que experimentemos su amor. El ya nos ha perdonado, por eso es posible la conversión.

El caso de Zaqueo puede ser iluminador para el tema de la opción por los pobres. En la polémica oficial contra esta opción que sacaron a la luz la teología y la espiritualidad latinoamericanas, se insistió mucho en que no podría tratarse sino de una opción «preferencial», no de una «opción por los pobres» sin más, porque sin aquel adjetivo podría entenderse como una opción «exclusiva o excluyente»... Pero el adjetivo «preferencial» rebaja y diluye la esencia de la opción por los pobres, porque quien opta por los pobres preferencialmente, se entiende que opta también por los ricos, aunque sea menos preferencialmente... Una opción preferencial es una opción que no acaba de optar, que no quiere definirse, que no toma partido, que «se queda encima del muro», como dice la expresión brasileña...

Jesús opta por los pobres, mira la vida desde su óptica, es uno de los pobres, y comparte con ellos su causa. Evidentemente, no excluye a las personas ricas, y ése es el caso de Zaqueo. Pero Jesús no es neutral en el tema de riqueza-pobreza. Su encuentro con Zaqueo no deja a éste indiferente: Jesús lo desafía a pronunciarse, incluso económicamente. Jesús no excluye a Zaqueo, ni a ninguna otra persona rica, pero «sí excluye el modo de vida de los ricos», exigiéndoles la justicia y el amor. La opción por los pobres no excluye a ninguna persona (¡al contrario, desearía alcanzar y cambiar a todos los que no asumen la causa de los pobres!). Lo que excluye es la forma de vida de los ricos, la opresión y la injusticia. Buen tema éste para enfocar la homilía sobre la opción por los pobres.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Sabiduría 11, 22-12,2. Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres.
Salmo responsorial: 144. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
2Tesalonicenses 1, 11-2, 2. Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él.
Lucas 19, 1-10. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

PRIMERA LECTURA.
Sabiduría 11, 22-12,2
Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres

Señor, el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible.

Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 144
R/.Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. R.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R.

El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. R.

SEGUNDA LECTURA.
2Tesalonicenses 1, 11-2, 2
Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él

Hermanos: Pedimos continuamente a Dios que os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; para que así Jesús, nuestro Señor, sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.

Os rogamos, hermanos, a propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 19, 1-10
El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa." Él bajo en seguida y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador." Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más." Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido."

Palabra del Señor.


Comentario a la Primera lectura: Sabiduría 11,22-12,2. Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres
.En el interior del primer díptico, que representa el Éxodo como historia de la salvación e historia de condena simultáneamente, el autor del libro de la Sabiduría encuentra un espacio para esbozar el rostro de Dios, «amigo de la vida» (11,26). Resulta sorprendente que este particular no haya sido insertado en la tabla del díptico que habla de la salvación de Israel, sino en la que representa la condena de los egipcios. Si éstos adoraban a los animales como dioses, Yavé, casi respetando la ley del contrapaso, ha enviado contra ellos pequeños bichos para que les piquen y les molesten (11,15ss; cf. Ex 8,1-2.13-14.20 y 10,12-15). El autor se pregunta la razón de que envíe estos pequeños animalitos y no leones, osos o dragones, que los hubieran devorado de un solo bocado (11,17-19). ¿Por qué Dios no ha acabado de inmediato la partida con Egipto? La respuesta es que a Dios le gusta perder tiempo con el pecador, ronda a su alrededor con su pedagogía, le hace sentir el escozor y la molestia del pecado, en vistas a engendrar en él el arrepentimiento y el deseo de emprender una vida más bella.

Para el sabio israelita, el hecho de que haya también otras naciones que siguen los pasos del pueblo elegido es síntoma de la bondad infinita de Dios. Hubiera podido barrerlas como granos de arena, pero Dios, «el señor de la fuerza, juzga con mansedumbre y gobierna con indulgencia» (12,18). Su verdadera justicia consiste en encontrar una estrategia que le permita al pecador seguir en vida, mientras sea posible. Por consiguiente, si los enemigos de Israel todavía subsisten, es porque Dios es demasiado bueno y tiene también compasión de ellos. La reflexión sapiencial sobre los hechos del Éxodo le permite a Israel salir de su particularismo y darse cuenta de que el amor de Dios se extiende a todas las criaturas. ¿Se puede criticar esta justicia divina?

Comentario al salmo 144. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
 
Israel recuerda, agradecido, las victorias que Yavé ha realizado por su medio en sus combates contra sus enemigos. El presente salmo canta estas hazañas y puntualiza con insistencia que Yavé ha sido quien ha dado vigor y destreza a su brazo en todas sus batallas. Es tan palpable la ayuda que han recibido de Dios que siente la necesidad de alabarlo y bendecirlo. Proclaman que Él es su aliado, su alcázar, su escudo, su liberador, etc. «Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis dedos para la guerra. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte y mi libertador, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos».

Victorias y prosperidad van de la mano, de ahí la plasmación de toda una serie de imágenes poéticas que describen el crecimiento y desarrollo de Israel como pueblo elegido y bendecido por Dios: «Sean nuestros hijos como plantas, crecidos desde su adolescencia. Nuestras hijas sean columnas talladas, estructuras de un templo. Que nuestros graneros estén repletos de frutos de toda especie. Que nuestros rebaños, a millares, se multipliquen en nuestros campos».

El pueblo, que tan festivamente canta las bendiciones que Dios ha prodigado sobre él, deja una puerta abierta a todos los pueblos de la tierra. Todos ellos serán también bendecidos en la medida en que sean santos, es decir, en la medida en que su Dios sea Yavé: « ¡Dichoso el pueblo en el que esto sucede! ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!».

La intuición profética del salmista llega a su cumplimiento con Jesucristo. Él, mirando a lo lejos, no ve una multitud de pueblos fieles a Dios, sino un enorme y universal pueblo de multitudes.

Así nos lo hace ver al alabar la fe del centurión, quien le dijo que no era necesario que fuese hasta su casa para curar a su criado enfermo, Le hizo saber que creía en el poder absoluto de su Palabra, que era suficiente que sus labios pronunciasen la curación sobre su criado y esta se realizaría. Fue entonces cuando Jesús expresó su admiración, ensalzó la fe de este hombre y le anunció el futuro nuevo pueblo santo establecido a lo largo de todos los confines de la tierra: «Al oír esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande, Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos» (Mt 8,10-11).

Pueblo santo, pueblo universal, llamado a ser tal como fruto de la misión llevada a cabo por Jesús, el Buen Pastor. En Él, el pueblo cristiano es congregado y vive la experiencia de participar de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4,5-6).

El apóstol Pedro anuncia la elección de la Iglesia como nación santa, rescatada y, al mismo tiempo, dispersa en medio de todos los pueblos de la tierra. Es un pueblo bendecido que canta la grandeza de su Dios. Cada discípulo del Señor Jesús proclama su acción de gracias que nace de su experiencia salvífica. Sabe que, por Jesucristo, ha vencido en sus combates, alcanzando así la fe, y ha sido trasladado de las tinieblas a la luz: «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1Pe 2,9).

San Agustín nos ofrece un texto bellísimo acerca del combate que todo discípulo del Señor Jesús debe enfrentar contra el príncipe del mal, y que es absolutamente necesario para su crecimiento y maduración en la fe, en su amor a Dios: “Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación; y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y tentaciones”.

Todo discípulo sabe y es consciente de que sus victorias contra el Tentador no surgen de sí mismo, de sus fuerzas sino que son un don de Jesucristo: su Maestro y vencedor. Por eso, bendice y da gloria a Dios con las mismas alabanzas que hemos oído entonar al salmista: Bendito seas, Señor y Dios mío, porque has adiestrado mis manos para el combate, has llenado de vigor mi brazo, has fortalecido mi alma; tú has sido mi escudo y mí alcázar en mis desfallecimientos. ¡Bendito seas, mi Dios! ¡Bendito seas Señor Jesús!

Comentario a la Segunda lectura: 2 Tesalonicenses 1,11-2,2. Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él
El fragmento contiene una oración (1,11ss) y un ruego dirigido a los tesalonicenses (2,1ss). La primera concluye la parte de la acción de gracias; la segunda abre la explicación del apóstol, contenida en la parte central de la carta.

Pablo ora para que, también en las fatigas y en las tribulaciones, pueda responder la Iglesia de Tesalónica a la llamada que le ha sido dirigida por medio de un apóstol y que Dios le renueva día a día. La comunidad está invitada a vivir en el orden concreto su pertenencia al señorío de Jesucristo y a traducir su fe en gestos animosos. Ya desde las primeras líneas de su carta, Pablo invita a los tesalonicenses a no huir de las fatigas del presente, por angosto y difícil que sea, y a no dejarse vencer por la tentación de evadirse fuera del tiempo, reclamando como inminente la venida del día del Señor. El nombre del Señor Jesús, que en el presente les procura molestias y penalizaciones, será glorificado sólo si el cristiano lo acepta como propio. La «glorificación del nombre» pasa por la cruz de la prueba y por tomar opciones de vida que cuestan.

En la oración pide que sea Dios el que favorezca la plena asimilación entre Cristo y el cristiano. Gracias a la complacencia de Dios, el deseo de bien que nace en el corazón del hombre produce frutos buenos, también gracias a Dios se traduce la fe en testimonio del Evangelio. El apóstol sabe bien que, sin la gracia de Dios, el camino de la comunidad de Tesalónica no llegará lejos.

Una comunidad tan joven, en la que Pablo sólo pudo pasar un breve tiempo, está expuesta además a la persecución y a las falsas doctrinas sobre el inminente retorno del Señor. La fuerza y la fascinación que ciertos discursos ejercen sobre los miembros de la comunidad son tan grandes que les hacen perder la cordura. Los instrumentos de persuasión son también múltiples: inspiración, discursos y cartas atribuidas falsamente a la autoridad del apóstol. Respecto a la parusía y a la reunión con Jesucristo, Pablo se ve obligado a repetir la enseñanza de la primera carta que envió a los cristianos de Tesalónica y a completarla a lo largo de esta segunda misiva.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 19,1-10. «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios»
El Salvador, llegado al final de su éxodo, obtiene la más sensacional de las victorias en la ciudad de Jericó, que es, desde siempre, símbolo de conquista prodigiosa, de victoria, puerta de acceso a la tierra prometida (cf. Jos 6,1-21).

Si Josué asistió a la caída de los muros de aquella ciudad, Jesús nos habla de lo difícil que resulta la entrada de un rico en el Reino: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios» (Lc 18,25). Esta página le sirve a Lucas para declarar ahora la derrota del imperio de Mammón (16,13), contra el cual lucha Jesús a lo largo de todo su evangelio, y de modo particular en la llamada «gran inclusión» (9,51—19,28). La victoria ha obtenido la salvación de un rico, le ha hecho hijo de Abrahán en nombre de la gratuidad, de la hospitalidad y de la acogida, que recuerdan las prerrogativas del patriarca (cf. Gn 18,1-15). En Jesús, Dios restituye al hombre la pureza del corazón (Zaqueo significa «puro»), cambia el corazón de piedra por un corazón de carne, hace surgir hijos de Abrahán hasta de las piedras (Lc 3,8).

Gracias a que ha visto a Jesús, el mal considerado Zaqueo verá también a todo Lázaro que esté tumbado en su puerta porque tiene hambre y sed (cf. 16,19-31); verá, a fin de cuentas, el camino concreto para restablecer la justicia (19,8). El jefe de los recaudadores de impuestos, acostumbrado a extorsionar hasta el último céntimo, ha sido rescatado por Jesús y, además, sin pagar nada por haber sido liberado de tantas desgracias (6,24ss). La gratuidad, la amistad, la comunión con el Salvador, le hacen feliz, alegre, abierto, como las puertas de su casa, a la fiesta del perdón. Sin embargo, Lucas repite una vez más el gran interrogante: ¿entrarán los otros, los justos, a celebrar la fiesta con Zaqueo? ¿Aceptarán comer con él los hermanos mayores, querrán estrecharle la mano para congratularse (cf. 15,28)? Si Jesús se sienta a la mesa con publicanos y pecadores, Lucas pide a sus lectores que hagan caer los muros de separación entre los que se consideran justos y los pecadores, entre judíos y paganos, para que se reconozca la universalidad de la salvación en el hoy del encuentro personal con Jesús.

Acogida. Ésta podría ser la palabra clave de la liturgia de este domingo. Zaqueo es su intérprete. Acoger a Jesús significa para él recibir la salvación de Dios, su amistad y su perdón. Junto con Zaqueo también son artífices de la acogida los tesalonicenses, que han dejado espacio y tiempo al anuncio del Evangelio y que están llamados a preparar el momento de su encuentro con Jesús a través de la fidelidad y la disponibilidad a realizar lo que está bien a los ojos de Dios en un tiempo difícil, en un tiempo en el que sería más conveniente no exponerse con el nombre de cristiano.

Acogida significa, para el libro de la Sabiduría, buscar los caminos para abrirse al diálogo con hombres de diferente origen y cultura, que forman parte de la creación y se encuentran bajo la mirada compasiva de Dios. Su existencia bajo el mismo cielo, querida por el Creador del universo, cancela la distinción entre puro e impuro, entre seres de primera y de segunda categoría, y trae consigo el reconocimiento de una fraternidad universal.

Acogida significa, para nosotros, anular las distancias que nos separan todavía de Jesús. Es demasiado fácil ser espectadores, sentados y sin ser molestados, ante el paso de Jesús. Es mejor bajar y permitir que Jesús nos conozca mejor, entre las paredes de nuestra casa, en las estancias del corazón. Es allí donde nace una relación de amistad y de amor con él, es allí donde nos encontraremos en condiciones de hablarle de nuestra vida. La acogida no es un adorno ni una cuestión de formalidad: es esencial para que nazca una relación cualitativamente diferente con Jesús y con las personas que encontremos. La familiaridad con Jesús nos permite, además, desprendernos de la sed del beneficio, del deseo de riquezas y de las preocupaciones que éstas suscitan (cf. Lc 8,14; 10,38-42): «Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (12,34).

Si estamos en condiciones de acoger a Jesús en nuestra vida cotidiana, con opciones concretas de conversión, podremos salirle al encuentro en la gloria, en el momento de su vuelta como Señor y Juez del universo.

Concédenos, Señor Jesús, la misma gloria que experimentó Zaqueo cuando te recibió en su casa.

Concédenos la alegría de tu perdón y de tu amistad.

Concédenos poder dar con alegría nuestras riquezas a los pobres, ser amigos suyos en el cielo y en la tierra.

Concédenos la alegría de acogerte en el pobre, en el extranjero, en el enfermo, en las personas que no conseguimos soportar.

Concédenos un corazón libre y puro, capaz de amar. Concédenos el tesoro de estar contigo en el Reino del Padre.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 19,1-10, para nuestros Mayores. El encuentro con la salvación.
El camino de Jesús llega en Jericó a su penúltima etapa. Aquí comienza la subida que, desde el valle del Jordán, conduce hacia Jerusalén a través del desierto. Toda la peregrinación de Jesús es definida por Pedro en estos términos: «Pasó por la región haciendo el bien» (He 10,38). Esto vale sobre todo para los últimos tramos de su camino. A su paso, cada etapa del camino se convierte en una etapa de ayuda y salvación. Al ciego que se encuentra sentado a la vera del camino y que le invoca confiado «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!», Jesús le otorga la vista, la capacidad de alabar a Dios y el valor para seguirle (18,35-43). A Zaqueo, subido a un árbol a la orilla del camino para verlo, le da la posibilidad de hospedarlo en su casa, la conversión y, consiguientemente, la salvación. La situación de estos dos hombres es muy diversa, como muy diverso es también su encuentro con Jesús. Pero ambos obtienen la ayuda de Dios en su necesidad a través de Jesús, que no pasa de largo, sino que se para junto a ellos.

Zaqueo es un hombre rico. Pero, en cuanto recaudador de impuestos, pertenece a la categoría de aquellos que, según la praxis judía, son socialmente despreciados. A causa de las continuas relaciones que, por motivos profesionales, tiene con personas de todo género, incluso paganas, es considerado impuro. Y puesto que a los publicanos se les atribuye generalmente avidez y comportamientos abusivos (cf. 3,12-13), él es odiado y despreciado. Un judío observante de la ley no ha de tener nada que ver con un publicano. Zaqueo está, pues, al margen de la comunidad. Es un hombre rico y tiene una buena posición, pero no es apreciado por cuantos tienen un peso determinante en la sociedad. Este conflicto pudo ser una de las razones de su gran interés por Jesús. No es uno de aquellos ricos que aspiran sólo a gozar de sus bienes, sin Otros intereses (cf. 12,16-2 1; 16,19-3 1). Sus aspiraciones van más allá.

Zaqueo tiene un profundo deseo de ver a Jesús. Este interés podía estar determinado en gran parte por la curiosidad. En cualquier caso, le pone en movimiento y le hace molestarse para conseguir ver a Jesús. Las numerosas personas que acompañan a Jesús y le rodean, impiden la visibilidad a este hombre bajo de estatura. Pero Zaqueo es ingenioso. Se pone a correr y adelanta al cortejo. Con el tiempo que de este modo ha ganado, se sube a un árbol y así encuentra por fin un puesto desde el que ciertamente puede lanzar una mirada sobre Jesús. No casa con la dignidad de un rico correr y subirse a un árbol. Es lo que hacen por lo general los niños. Zaqueo, que es bajo de estatura, acepta hacer el ridículo. ¡Tan grande es su deseo de ver a Jesús! La iniciativa de hacer todas estas cosas proviene de él.

Jesús concede a Zaqueo no sólo verlo, sino también poder conocerlo y recibir de él la salvación. Agarra la mano que Zaqueo le había tendido tímidamente, Tomando ahora él la iniciativa, pone a Zaqueo sobre un nuevo camino. Le hace descender de su escondite sobre el árbol y se hace hospedar en su casa. Ya con anterioridad se había preocupado Jesús de los publicanos y se había dejado invitar por ellos a la mesa (5,27-32; 15,2). Este comportamiento llega a su punto culminante aquí, cuando él toma la iniciativa y busca espontáneamente sentarse a la mesa con un publicano. Sabe que así cumple la voluntad de Dios: «Hoy tengo que hospedarme en tu casa». Dios no ha renunciado ni siquiera a los publicanos; no les ha rechazado. Mediante este banquete en común con Jesús, ellos son llamados a la comunión con Dios. Y precisamente en esto consiste la justificación y la salvación: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán». Jesús ha venido como salvador para todo el pueblo (2,10- 11). Contra toda crítica y de modo diáfano para todos, muestra que los publicanos no quedan excluidos de esta salvación. Muestra al mismo tiempo que rechaza un juicio generalizado sobre toda una categoría de personas. Con su comportamiento hace ver que Dios tiene un vivo interés por todos los hombres y que se acerca continuamente a ellos. Para todos se hace necesario convertirse, dirigirse a Dios, dejarse aferrar por él y acogerlo. Salvación significa permitir ser recuperado y volver a encontrar la comunión con Dios.

El comportamiento de Jesús es acogido de modo diverso. La multitud se siente indignada (cf. 5,30; 7,34; 15,2). Sabe lo que conviene y lo que no conviene. Tener que ver con un publicano significa sólo mancharse. El juicio de la muchedumbre es un juicio duro. Puesto que Jesús no se somete a él, se atrae la indignación de la muchedumbre. Ella ha aprobado la curación del ciego (18,43), pero desaprueba la misericordia para con el publicano. Con su comportamiento, Jesús rechaza esta dureza y muestra que la actitud de Dios es completamente diversa de la actitud de la muchedumbre.

En Zaqueo, por el contrario, el hecho de que Jesús se haya invitado espontáneamente a su casa suscita una gran alegría. Su deseo de ver a Jesús queda más que satisfecho, y él consiente con gozo a esta satisfacción. No se irrita porque Jesús le haya descubierto en su escondite ni por tener que descender del árbol a la vista de todos. No atiende a las habladurías de la gente, sino que se deja determinar sólo por la satisfacción de su propio deseo. Acoge a Jesús en su casa y llega a una conversión efectiva. De ningún otro rico refiere el evangelista una decisión como la de Zaqueo. Poco antes había dicho Jesús, tras haber sido rechazada su llamada: « ¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de los cielos!» (18,24). Y la gente había preguntado: «Entonces, ¿quién podrá ser salvado?» (18,26). Zaqueo recibe la salvación por medio de Jesús. El toma la decisión de hacer un generoso acto de beneficencia y de restablecer la justicia. No se conforma con ver a Jesús; actúa en conformidad con la voluntad de Jesús. Así, gracias a la benevolencia de Jesús, la casa de un hombre despreciado por la gente se convierte en la casa de la salvación. Jesús se ha encontrado con un hombre al que la gente marginaba y que tenía algunas transgresiones y comportamientos equivocados en su haber. Al final deja tras de sí a un hombre consciente y gozoso de haber sido perdonado por Dios, habiendo vuelto al camino recto. Zaqueo ha experimentado en este día una extraordinaria transformación.

Las palabras conclusivas de Jesús son capaces de estimular a todos. El no ha venido para condenar o para rechazar. El quiere buscar y salvar precisamente a los perdidos, a aquellos que se han equivocado y han terminado en un callejón sin salida; quiere hacerlos salir de su necesidad y del peligro. Zaqueo, por su parte, ha tratado de ver a Jesús. Por ello ha sido encontrado y salvado por Jesús.

Comentario del Santo Evangelio Lc 19,1-10, de Joven para Joven. Cristo salva lo perdido. Conversión de Zaqueo. La pequeña Figura de un gigante.
“Hoy ha sido la salvación de esta casa”. La escena evangélica de hoy sucede en Jericó, el oasis de las palmeras. Tan sólo 30 km. de desierto separan a Jesús de la meta de su camino: Jerusalén. El texto de Lucas es de una excelente narrativa: Atravesando Jesús la ciudad, la gente se agolpaba en torno a él. Eso hacía que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, no pudiera ver a Jesús por más que lo intentaba, pues era pequeño de estatura. Así que optó por subirse a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Al llegar Jesús a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. Eso no lo esperaba él. Bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pues por tales eran tenidos los abusivos publicanos o cobradores de impuestos para los romanos. No le importaron mucho tales comentarios a Jesús, que había venido a salvar precisamente lo que estaba perdido.

Ya en casa, Zaqueo le dice al Señor: “La mitad de mis bienes se la daré a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Según la ley mosaica estaba obligado a restituir el total substraído y un quinto más de la suma; si bien la ley romana imponía el cuádruplo. Pero además Zaqueo está dispuesto a repartir entre los pobres la mitad de su hacienda. Sin duda estaba haciendo el mejor negocio de su vida.

Las pruebas que Zaqueo aporta de su conversión radical al bien, a la justicia, a la fraternidad y a la solidaridad son fehacientes. Demuestra un cambio total de mentalidad y de conducta, es decir, una conversión auténtica. Su pequeña figura se agiganta gracias al amor que le hace crecer, liberándolo de su egoísmo explotador. Al renunciar al afán de acumular, optó por la alegría de compartir con los demás lo que poseía.

A todas luces, el encuentro de Zaqueo con Jesús fue un hecho liberador. Por eso Jesús no puede menos de comentar: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Aquí culmina el relato.

En este “hoy” que pronuncia Cristo casi al final de su camino hacia Jerusalén: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”, resuena otro “hoy” histórico que él proclamó al comienzo de su marcha en la sinagoga de Nazaret: “Hoy se cumple esta Escritura”, es decir, la salvación de lo que estaba perdido, la buena nueva de liberación para los pobres y pecadores. Así se hace efectiva la compasión amorosa del Dios amigo de la vida, que celebra el Sabio en la primera lectura.

Los frutos de la conversión al reino de Dios se orientan, como en el caso de Zaqueo, a la justicia y fraternidad que liberan al hermano. Porque la conversión que Dios nos pide es conversión a la justicia de su reino en sentido pleno, es decir, opción por la fidelidad a Dios y a los hombres. Esto es posible por la gracia del Señor, que es todo misericordia y amor, y que nos libera y nos hace hijos suyos por el Espíritu, para poder ser también nosotros liberadores, amando a nuestros hermanos.

Porque, de hecho, esa transformación interior del hombre ha de proyectarse exteriormente, como fruto de la nueva justicia, en una acción fraternal y liberadora sobre la comunidad humana en que el cristiano vive. Jesús realizó la salvación del hombre en el hoy del presente y no sólo para el más allá. Por tanto, la fe, la esperanza y la religión cristianas no son utopía o anestesia paralizante, ni opio y droga que adormece ante las punzadas de la realidad mundana, según la vieja acusación marxista.

El discípulo de Cristo no detesta al hombre y al mundo, sino la satisfacción por el momento y situación presentes. Es muy difícil, casi heroico, no conformarse a la realidad agresiva, desatada por el consumismo que hoy impera. Pero el cristiano verdadero sabe que ha de tener el corazón ligero de lastre para la marcha, porque debe ser mensajero, centinela y signo de esperanza al servicio de la liberación del hombre por Dios.

Un cristianismo próximo al hombre. Los frutos de la viña del reino de Dios en nuestras manos han de ser el bien y la verdad, y no los agrazones que producimos, como Zaqueo antes de su conversión. El culto al lucro ganancial y al poder social, con vistas a conseguir prácticamente el monopolio, no es evangélico ni humano. Porque excluye a los demás, fomenta el egoísmo y la insolidaridad, perpetúa la opresión de los más débiles, sobrealimenta la rivalidad y la competencia desleal, satura la agresividad y la violencia. La fraternidad no se casa con el egoísmo aprovechado, aunque sepa comportarse educadamente, sino que gratifica el amor al hermano y la solidaridad con el prójimo.

El verdadero seguidor de Cristo se aplica con pasión a la tarea de salvar lo perdido, mediante la fraternidad profunda entre los hombres. Esta empieza viviéndose a nivel cordial o afectivo, y se expresa necesariamente en el compartir con los demás las oportunidades de la vida y los bienes del mundo para saciar el hambre humana en todos sus niveles: físico, cultural, social y religioso. La señal de que hemos resucitado con Cristo a la vida de Dios será que amamos a los demás.

La liberación integral del hombre es el objetivo declarado de la fe en Cristo, y es el camino de amor y servicio propios del discípulo de Jesús que, en la eucaristía, tiene parte en su cuerpo entregado y en su sangre derramada para la salvación del mundo. Por eso los cristianos hemos de ofrecer al mundo el rostro nuevo de un cristianismo próximo al hombre. Para esto pidamos a Dios, con san Pablo, que nos haga dignos de nuestra vocación y con su fuerza nos ayude a cumplir la tarea de la fe.

Es justo alabarte, Dios de la ternura y de la misericordia,

porque, al provocar Jesús la conversión del publicano Zaqueo,

diste pruebas fehacientes de creer en el hombre a pesar de todo.

Nosotros somos muy dados a juzgar negativamente a los demás,

pero tú muestras una tolerancia y comprensión sin límites,

proclamando para hoy la salvación de los pobres y los pecadores.

En este día, Señor, tú nos invitas a cada uno de nosotros

a dar abundantes frutos de la nueva justicia de tu reino.

Concédenos imitar la pedagogía de Jesús para salvar lo perdido;

y haz que en el camino llevemos el corazón libre de lastre

para ser mensajeros alegres de tu liberación del hombre. Amén.

Elevación Espiritual para este día.

Es cierto que cada uno de nosotros hace bien a su propia alma cada vez que socorre con misericordia las necesidades de los otros. Nuestra beneficencia, por tanto, queridos hermanos, debe ser pronta y fácil, si creemos que cada uno de nosotros se da a sí mismo lo que otorga a los necesitados. Oculta su tesoro en el cielo el que alimenta a Cristo en el pobre. Reconoce en ello la benignidad y la economía de la divina piedad: ha querido que tú estés en la abundancia a fin de que por ti no esté el otro en necesidad y de que por el servicio de tu buena obra liberes al pobre de las necesidades y a ti mismo de la multitud de tus pecados. ¡Oh admirable providencia y bondad del Creador, que ha querido poner en un solo acto la ayuda para dos!

El domingo que viene, por tanto, tendrá lugar la colecta. Exhorto y amonesto a vuestra santidad que os acordéis todos de los pobres y de vosotros mismos y, según las posibilidades de vuestras fuerzas, veáis a Cristo en los necesitados; a Cristo, que tanto nos ha recomendado a los pobres, que nos ha dicho que en ellos vestimos, acogemos y le alimentamos a él mismo.

Reflexión Espiritual para el día.
Hoy os hablaré de la pobreza. Debemos permanecer fieles, de manera simultánea, al pensamiento mismo de Cristo y a la solicitud concreta de nuestro amor por los que sufren las injusticias y la miseria. Por consiguiente, es a la luz de una comprensión cada vez más profunda del Evangelio, que debemos redescubrir cada día, como debe ir formándose poco a poco en el fondo de nuestro corazón, en nuestros reflejos, en nuestros juicios —en una palabra, en todo nuestro comportamiento—, el verdadero pobrecito de Jesús, tal como él lo desea, tal como él lo quiere. Una pobreza así está llena de alegría y de amor, y debemos esmeramos en evitar oponer a esta pobreza, que es cosa delicada y divina, una falsificación humana que tal vez tuviera su apariencia, que tal vez pudiera hasta parecer a algunos más «materialmente» auténtica, pero correría el riesgo de resolverse en dureza, en juicios sumarios, en condenas, en desunión, en rupturas de la caridad. Seremos pobres porque el espíritu de Jesús estará en nosotros, porque sabemos que Dios es infinitamente sencillo y pobre de toda posesión y, sobre todo, porque queremos amar como él a los pobres y compartir su condición.

Recordad siempre que el amor consuma todo en Dios, que el amor condujo a Cristo a la tierra y que los hombres siempre tienen sed de amor. Si vuestra pobreza no es simplemente un rostro de amor, no es auténticamente divina. Las exigencias de la pobreza no pueden estar por encima de las exigencias de la caridad: desconfiad de las falsificaciones demasiado humanas de la pobreza. La tentación del pobre es la envidia, los celos, la aspereza del deseo, la condena de todos los que poseen más que él.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Zaqueo.
Es el protagonista del relato evangélico de Lucas (19,1-10) de este domingo. Su nombre en griego es Zakchaos y supone el hebreo Zakkay, que probablemente era una especie de diminutivo del nombre más común, Zacarías, que llevó un profeta veterotestamentario y el padre de Juan Bautista. Su título profesional es el de architelónes, es decir, el director general de los impuestos de Jericó, una ciudad especialmente próspera, porque aun cuando está situada en el panorama árido y casi lunar del valle del Jordán, más de trescientos metros bajo el nivel del mar, es como una esmeralda de árboles, plantaciones y fuentes.

Así es, porque se trata del oasis más importante de aquel territorio, centro de un asentamiento humano tan arcaico que se sitúa en los vértices cronológicos de las más antiguas ciudades del mundo, activa ya en el VIII milenio a.C. en la actualidad todavía se detienen los visitantes en una colina para contemplar las mastodónticas ruinas de aquel centro primordial, pero la vista también se dilata en el oasis de tres kilómetros de diámetro, en el Jericó más reciente que vio surgir el palacio de Herodes, pero también en el posterior y periférico palacio real de invierno de los Omeyas, la dinastía descendiente de Mahoma que había puesto su capital en Damasco.

La prosperidad de Jericó y su posición por la vía que descendía hasta Jerusalén desde el norte, costeando el Jordán, la habían convertido en un centro político y comercial significativo: así se justifica la presencia de oficinas y funcionarios del fisco, dirigidos precisamente por Zaqueo, hombre probablemente corrompido como lo eran (y lo serán frecuentemente) los burócratas, pero con una curiosidad en él, signo de una inquietud más profunda, la de ver en persona al rabí de Nazaret. Jesús había pasado más de una vez por Jericó cuando subía de Galilea a Jerusalén. Precisamente a las puertas de aquella ciudad había curado en una ocasión a un ciego llamado Bartimeo (Mc
10,46-52).

Ahora le toca a Zaqueo encontrarse con la figura de Jesús, no para obtener una curación física, sino una liberación interior. La historia de aquel encuentro es tan célebre que todavía en la actualidad casi la «escenifican» los peregrinos: se detienen bajo un sicomoro, árbol tropical que entonces era muy común en Tierra Santa (recordemos que el profeta Amós era recolector de los frutos de este árbol, semejante al higo, y hacía incisiones en la corteza para obtener una especie de jugo).

Así fue como Zaqueo, que era bajo de estatura, se había encaramado a un sicómoro para ver mejor a Jesús, y aquella curiosidad cambió su vida: Cristo se dará cuenta, se detendrá, le hará bajar y hará que lo invite a su casa. Y para Zaqueo será como volver a nacer: «Mira, Señor, doy hasta la mitad de mis bienes a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo el cuádruple» (mucho más del doble de lo que se debía pagar en reparación de un fraude según la ley hebrea, pero la pena que correspondía según el derecho romano para el ladrón cogido in fraganti). Y todo se ratifica con aquellas palabras finales de Cristo: «¡Hoy la salvación ha entrado a esta casa, porque también él es hijo de Abrahán!». +

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