Viví una experiencia inolvidable hace algún tiempo. En un encuentro donde estuve predicando, durante una misa mientras distribuía la comunión, percibí una alergia muy intensa en la mano de una persona que recibiría la Eucaristía. En el momento en que coloqué la hostia en su mano, la alergia desapareció. Después de ese episodio, quede preguntando: “Señor, ¿lo que vi fue real o una impresión mía? ¿Tú, Señor, has curado?
Después de la comunión, durante una oración de sanación, comencé a orar por los
presentes y tuve el coraje de anunciar aquella sanación. Hablé en voz alta:
“Donde te encuentres, manifiesta y muestra a las personas tu mano”. La
respuesta fue inmediata: con lágrimas en los ojos, la persona mostró a todos su
mano curada.
Recibimos aquí, en Canción Nueva, muchos testimonios de personas que fueron
curadas físicamente a través de la Eucaristía. El Señor ha realizado verdaderos
milagros.
La Eucaristía es como un remedio que tenemos que tomar constantemente, hasta
quedar curados, principalmente cuando nuestra lucha es contra un determinado
pecado que no conseguimos vencer.
Si frecuentemente recibimos el cuerpo del Señor, seremos vencedores en esa
lucha en busca de sanación y liberación.
¿Has visto a algún enfermo sentir vergüenza por tener que tomar el remedio que
ya tomó tantas veces y no fue curado? No hay motivo para avergonzarse. Lo que
el enfermo debe hacer es continuar tomando el remedio, hasta ser curado. Con la
Eucaristía sucede también así.
Muchas veces el enemigo insinúa que no podemos continuar comulgando, porque nos
confesamos y constantemente caemos en el mismo pecado. ¡Eso es tentación! El
sabe que el remedio es la Eucaristía. Eso no significa que puedes comulgar en
pecado. Comulga para vencer el pecado.
Muchas personas dicen: “Ya confesé muchas veces el mismo pecado, no quiero ser
avergonzado y estar confesando siempre lo mismo”. No digas eso, no es
vergonzoso tratar tu herida hasta que ella esté curada por completo. Eso es
artimaña del tentador.
Cuando estamos en tratamiento médico, mientras no somos curados, volvemos
varias veces al consultorio. Podemos cambiar de médico, pero continuamos
tomando remedio hasta curarnos completamente.
Con el pecado, que es enfermedad del alma, debemos actuar de la misma manera:
confesar cuantas veces fuese necesario y comulgar frecuentemente; porque la
sanación del pecado es más difícil que la cura de las enfermedades físicas.
Necesitamos de esos dos sacramentos: Eucaristía y Reconciliación. Confiesa y
comulga, aún cuando sientas fragilidad o tentación. Mientras no volvamos a
pecar gravemente, comulguemos sin miedo. Es el mismo proceso usado para el
tratamiento de una herida: limpiamos primero, después colocamos el remedio. Así
debe ser con la herida del alma: limpiarla por medio de la Confesión y en
seguida medicarla con la Eucaristía para curarla.
Santa Teresita, en una de sus cartas dirigidas a su hermana dice: “cuando el
demonio no puede entrar con el pecado en el santuario de un alma, quiere por lo
menos que ella quede vacía, sin dueño, apartada de la comunión”.
La propia Santa Teresita experimentó esta tentación y así lo expresó: “El
quiere que ella quede vacía, apartada de la comunión!”
Dios quiere sanar nuestras heridas, y para eso necesitamos estar dispuestos a
perdonar setenta veces siete, hasta que seamos curados.
Es por nuestra perseverancia que venceremos: Lucha! Jesús ya te dio el remedio
infalible: la Confesión y la Eucaristía. La victoria está en nuestras manos!
Jesús quiso darse totalmente en la Eucaristía para venir en nuestro auxilio y
curarnos de acuerdo con nuestras necesidades: en nuestra mente, nuestros ojos,
nuestros oídos, nuestros labios, nuestro cuerpo, nuestro corazón, nuestra
sexualidad. El viene personalmente, “cuerpo a cuerpo” para curarnos y darnos la
victoria sobre el pecado.
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Reza ahora agradeciendo a Jesús por ese gran presente que nos dejó:
Gracias, Señor, por la oportunidad
que tengo diariamente de recibirte en la comunión
y así recibir tantas gracias que estoy necesitando,
Especialmente la de vencer la tentación y el pecado.
Creo que saldré victorioso, usando ese poderoso remedio que es la Eucaristía.
Señor, gracias por todo esclarecimiento que recibí al respecto de la
eucaristía.
Dame, Señor, de ese Pan, para que yo pueda ser curado y resucitado,
Conforme a la promesa que está en tu Palabra:
“Quien se alimenta con mi carne y bebe mi sangre
Tiene vida eterna, y yo lo resucitaré”
(cfr. Jn 6, 54-56)
Resucítame, Señor Jesús.
Amén!
Mons. Jonas Abib
“Eucaristia nosso Tesouro”
Ed. Canção Nova.
Adaptación del original en português
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