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Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

20 de octubre de 2014

San Lucas 12, 13-21. MAESTRO, DILE A MI HERMANO QUE COMPARTA CONMIGO LA HERENCIA

“Eviten toda clase de avaricia, porque el alma del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.
San Lucas 12, 13-21

1.      MAESTRO, DILE A MI HERMANO QUE COMPARTA CONMIGO LA HERENCIA
En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. En este relato, Lucas pone una introducción histórica, que le da motivo para insertar luego la parábola sobre la avaricia. Es el único evangelista que la trae. Esta persona le pide, basado en el prestigio que tenía, más que como un simple rabí, que intervenga en un asunto familiar.
En la Ley se decía que el hermano mayor, cuando eran dos, llevaría dos partes de la hacienda, y el menor una (Dt 21:17). Pero, cuando eran más hermanos, los rabinos resolvían la cuestión de maneras distintas. En la Mishna hay una sección para las herencias, y que era orientadora para las consultas que les hacían a los rabinos. Nada se dice aquí si el mayor retenía injustamente la parte del menor o si, siendo varios, a éste no le satisfacía la solución aceptada según el criterio rabínico. En todo caso, siempre era un asunto enojoso la intromisión en partición de herencias, y, sobre todo, Cristo le hace ver que su misión es otra, no la de arreglar cuestiones materiales. “No quiere aparentar que aprueba una actitud de absorción por los bienes de este mundo”

2.      UN HOMBRE RICO TUVO UNA GRAN COSECHA Y SE PUSO A PENSAR
Lucas relata la parábola de Jesús contra la avaricia. Lo que sugiere en el hermano antes citado una retención injusta de la hacienda.
Jesús nos ilustra con esta parábola de un rico que sólo se dedica a atesorar riquezas, pensando disfrutar largos años de buena vida con ellas. Pero la muerte le sobrevino: la avaricia le hizo no poder disfrutarlas. La palabra “alma” está por vida. Se le llama “insensato” que en A.T. (Sal 14) se aplica al que, en la práctica, niega a Dios; aquí absorbido por las riquezas de la vida. Y termina con esta sentencia: “Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios.”
Este versículo añade un elemento nuevo a la parábola. Esta hace ver la inutilidad del atesorar para prolongar la existencia, pero aquí se añade un pensamiento nuevo: la riqueza en función de la vida eterna. Por eso algunos la tienen por un elemento “adventicio” a la parábola, aunque tomado de otra sentencia del Señor.
3.      “EVITEN TODA CLASE DE AVARICIA”
Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque el alma del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.
La avaricia es uno de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento. (CIC 2514, 2534). Es importante en la vida del cristiano saber se este mal, para no caer en la insensatez.
Recordemos que el Señor nos también nos dice: El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío (Lc 14,33) y en el Catecismo Católico, (2536) se dice que el décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:
Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37) (1 Co 6,10). "No robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los avaros...ni los rapaces heredarán el Reino de Dios"  (CC 2450)
4.      EL ANSIA O DESEO DESORDENADO Y EXCESIVO POR LA RIQUEZA.
La avaricia es el afán excesivo de poseer y de adquirir riquezas para atesorarlas o la Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones.
“La avaricia (del latín "avarus", "codicioso", "ansiar") es el ansia o deseo desordenado y excesivo por la riqueza. Su especial malicia, ampliamente hablando, consiste en conseguir y mantener dinero, propiedades, y demás, con el solo propósito de vivir para eso”.
Dice Santo Tomás: Cuando el amor desordenado de sí mismo se convierte en deseo de los ojos, la avaricia no puede ser retenida. El hombre quiere poseerlo todo para tener la impresión de que se pertenece a sí mismo de una manera absoluta. La avaricia es un pecado contra la caridad y la justicia. Es la raíz de muchas otras actitudes: perfidia, fraude, perjurio, endurecimiento del corazón.
El instinto de conservación, se manifiesta en esa perversión que no hace más que exagerar el instinto de economía y ahorro.
La avaricia sobrepasa la precaución y la prudencia; es un vicio espiritual, puesto que ha dado lugar a la precaución de la precaución, y ambiciona no carecer de nada. La avaricia es la enfermedad del ahorro. A veces, este pecado es considerado como una virtud en razón de la modestia de vida del avaro y de su lógica ante el porvenir.
Teólogos y científicos han observado la psicología del avaro y han comprendido la perversión moral y psicológica de tal hombre. El avaro se aparta de los demás, se encierra en sí mismo y se impone una austeridad que va incluso en contra de sus necesidades vitales. Como menos de lo necesario, pierde horas de sueño (para velar su fortuna), vive en la obsesión del robo o del incendio.
5.      ¿PARA QUIÉN SERÁN TODOS TUS BIENES?’
El Evangelio (Mt, 6,24) dice “Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero”
De acuerdo  este relato, el personaje de la parábola es un rico que, tras haber obtenido una abundante cosecha, decide almacenarla en unos nuevos y grandiosos graneros, saboreando ya el placer tanto de poseer muchos bienes como de disponer de muchos años para gozarlos alegremente. Sin embargo, Dios le despierta de su estupidez haciéndole consciente de que no es él el dueño de su vida y de que, de un momento a otro (siempre muy pronto), será llamado a entregarla al Señor.
El Señor nos quiere hacer ver que quien piensa en acumular bienes para enriquecerse en vistas a un interés sólo personal es un insensato, porque es ante Dios, realizando el precepto del amor, como se enriquece el hombre. En efecto, sólo dando es como nos enriquecemos del amor de Dios y de su premio eterno.
Jesús nos ha recomendado que no acumulemos tesoros en la tierra, sino en el cielo, y nos ha hecho conscientes de que allí donde consideremos que está nuestro tesoro, allí estará constantemente nuestro corazón (cf. Mt 6,19ss). En consecuencia, es importante que, especialmente en las profundidades del corazón, nos mantengamos libres de los “apetitos de la carne” que nos llevan a este desordenado instinto de la ambición.
QUE NO ACUMULEMOS TESOROS EN LA TIERRA, SINO EN EL CIELO
No sólo para los israelitas y los paganos convertidos de Efeso, sino también para mí, que vivo en una sociedad que ha vuelto a ser pagana, es importante que el camino de crecimiento espiritual se desarrolle sobre todo bajo la enseña de la vigilancia. Sólo si vigilo los «deseos» y los «apetitos de la carne» (siempre dispuestos a levantarse desde la raíz amarga de la codicia que anida en los rincones de mi corazón) podré ser un hombre libre, una mujer libre. Sólo si, a la luz del Espíritu Santo, me ejército en discernir en mí entre los deseos buenos y los deseos malos, entre la voluntad buena y la voluntad mala, sabré administrar los dones de Dios -tanto materiales como espirituales-: no en virtud de la avidez egoísta o del orgullo espiritual, sino en virtud del Reino de Dios y de su justicia que es santidad.
Jesús nos ha recomendado que no acumulemos tesoros en la tierra, sino en el cielo, y nos ha hecho conscientes de que allí donde consideremos que está nuestro tesoro, allí estará constantemente nuestro corazón (cf. Mt 6,19ss). En consecuencia, es importante que, especialmente en las profundidades del corazón, nos mantengamos libres de los «apetitos de la carne», aprendiendo a comprender -como decía Isaac de Nínive- «cuánta amargura hay escondida en la dulzura del mundo» (Cent. I,35). Entonces, revigorizados por el Espíritu, nos será posible «crecer» en la vida espiritual, que consiste en «hacerse rico ante Dios», es decir, en aprender el arte de vivir amando, en la entrega generosa y alegre de nosotros mismos.
ORACIÓN
Señor, te ruego que limpies con tu Espíritu Santo mi corazón. Haz que no habiten en él «los apetitos de la carne», sino sólo los del Espíritu. Recuérdame que mi vida pasa como la flor de la hierba (cf. 1 Pe 1,24) y que la codicia es una gran estupidez.
Concédeme, oh Señor, un corazón libre del apego y de la avidez del «tener», para dedicarme a «ser» tal como tú me has creado, «a imagen y semejanza» de ti, que eres amor.
El Señor les Bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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