El día 7 de diciembre del año 1.965 se
proclamó la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual titulada
“Gaudium et Spes”, en la que el Concilio Vaticano II dedica los números 47 al
52 a “La dignidad del Matrimonio y la Familia”. Quince años más tarde, en
septiembre y octubre de 1.980, se tuvo un Sínodo para estudiar de nuevo el tema
de La Familia, después de haberse tenido otros Sínodos sobre los temas de
Sacerdocio Ministerial y La Justicia en el Mundo Contemporáneo. Juan Pablo
II firmó la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” sobre nuestro tema el
día 22 de noviembre de 1.981, en respuesta al voto unánime de los Padre
Sinodales, manifestado al final de la Asamblea: “para que se hiciera
intérprete, ante la humanidad, de la viva solicitud de la Iglesia a favor de la
Familia”. Y dice el Papa en la introducción al Documento: “Queridos por
Dios con la creación misma, el Matrimonio y la Familia están internamente
ordenados a realizarse en Cristo, y tienen necesidad de su gracia
para ser curados de las heridas del pecado y para ser devueltos a su principio,
es decir, al conocimiento pleno y la realización integral del plan de Dios”. Y
añade que el tema es, sobre todo importante, “En un momento histórico en el que
la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla; y
la Iglesia, consciente de que el bien de la sociedad y de sí misma está
profundamente vinculado al bien de la familia, siente de manera más viva y
acuciante la misión suya de proclamar a todos el designio de Dios sobre el
Matrimonio y la Familia, asegurando su plena vitalidad, sí como su promoción
humana y cristiana, contribuyendo de este modo a la renovación de la sociedad y
del mismo Pueblo de Dios ”(FC 3)
1. Un matrimonio de santos: Beatos Luiggi Beltrame y
María Corsini
Con
motivo de los 20 años de la “Familiaris Consortio”, el domingo 21 de octubre
del año 2.001, en el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), El Papa Juan
Pablo II, en Roma, beatificó a dos esposos: Luiggi Beltrame y María Corsini. Unidos
en matrimonio con el Sacramento de la Iglesia en el año 1.905, tuvieron cuatro
hijos, de ellos dos sacerdotes y una Religiosa. La última, Enriqueta,
según los médicos nacería en un parto tan difícil que en él moriría la hija o
la madre. Ambos esposos decidieron heroicamente que, de todos
modos, viviera la hija; al final, en una operación riesgosa, se salvaron la
hija y la madre. Luiggi, Magistrado notable, murió en el año
1.951.María, Profesora, murió en el año1.965. Los dos hijos sacerdotes
y la Hija Religiosa estuvieron presentes en el acto de la beatificación de sus
padres santos.
En
la biografía que de ellos presenta L’Oservatore Romano, se resalta que, “desde
el primer momento, quisieron formar una familia fundada en el Sacramento que
santifica la unión de la pareja; y decidieron acoger a los hijos como regalo de
Dios, dispuestos a saber superar juntos, en todo momento, las dificultades de
la vida. Su relación afectiva se convirtió, cada vez más, en
comunión de espíritus, con un impulso generoso y alegre, a través de un
itinerario de fe realizado juntos, y tomando juntos una opción por la vida
familiar caracterizada por la sencillez, la penitencia, y la caridad, con el
firme propósito de apartar de sus vidas todo lo que pueda dañar a la virtud”.
El
Papa, en su Homilía de Beatificación, destaca, como medios que empleaban para
ello, la Misa diaria juntos, la Comunión Eucarística, la Confesión semanal como
sacramento de la Reconciliación y de Conversión a Cristo, así como la devoción
al Corazón de Jesús y a María, el rezo diario del Rosario en familia, y las
obras de caridad.Participando activamente en todas las Asociaciones en defensa
de la integridad de la familia; y acompañando a sus hijos en el aprendizaje de
“valorarlo todo de tejas arriba”, mirando hacia el cielo hacia el que
caminaban.
Sin
el Sacramento, la vida en pareja también tiene sus satisfacciones, pero muchas
dificultades a la vez; por lo que resulta una pesada carga, de la que cada uno
tratará de liberarse lo más posible viviendo en lo que puedan como si fuesen
solteros, siendo dos en lugar de ser de veras uno. El
Sacramento hace que el matrimonio se viva gozosamente como plan santo de Dios. “Cargar
con la familia”, cada uno como responsable de ella, y más cuando viene la carga
de los hijos, sin la fe en el sacramento y en su gracia resulta muy pesado,
aunque instintivamente se mantenga el amor en la pareja y a
los hijos.
Llegar
a descubrir el verdadero contenido y valor eficaz del Sacramento de Matrimonio,
que hace santa la vida en pareja, y que cambia el sentido del vivir haciendo
familia con los hijos como “regalo de Dios”, hace que el matrimonio deje de ser
“una carga”, con pesadas obligaciones que hay que afrontar, aunque sea con
amor, en la vida de pareja y con los hijos. Lograr ese
descubrimiento debe enfrentarlo cada pareja como un objetivo primordial. Y
los Pastores de cada Iglesia, han de tomarlo como prioritario en su programa de
pastoral; por encima de los desvelos por Grupos Juveniles en una etapa de la
vida que es como es, con la inmadurez y lo inestable de esa edad, con sus
problemas específicos en lo sentimental, en lo sexual, y hasta en la fe;
etapa, además, sencillamente transitoria.
Quienes
tienen la suerte de descubrir las exigencias del vivir en matrimonio, en un
Retiro como los Fines de Semana del Encuentro Matrimonial, asumen como valores
en la vida conyugal la sencillez, los sacrificios, la generosa entrega total
del uno al otro, y el vivir abiertos también a las necesidades de los demás y a
su servicio; frente al egoísmo innato de vivir sus personales apetencias cada
uno, y el deseo de aparentar bienestar en la posesión de bienes. Pero quienes
llegan a descubrir su matrimonio como Sacramento, en el que se unieron para
vivirlo a lo largo de sus días, no es que sean automáticamente “unos santos”,
sino que entienden el modo de serlo; su modo de vivir en pareja y en familia
cambia sorpresivamente hacia esa dirección. Tratan de ser un
matrimonio y una familia según el plan de Dios, sin cansarse por mantener el
empeño de “ser santos” tanto como puedan serlo; y evitan “todo lo que pueda
dañar a la virtud”, como serían los juicios precipitados, las críticas, los
chismes, las ofensas, las peleas, y todo género de egoísmo de ambos en el vivir
su relación y en su trato hacia los hijos.
Las
parejas cristianas que descubren su Sacramento necesitan, como Luiggi y María,
alimentarlo con la Misa incluso diaria: en la Eucaristía, comiendo juntos el
Cuerpo del Señor, sellaron la Alianza que los dos juntos hicieron con Dios al
unirse con el Cuerpo de Cristo en su matrimonio; cada vez que comulgan juntos,
renuevan aquella sagrada Alianza. También con la Confesión
frecuente: si después de bautizados pecamos, y también después de unidos por
Dios en el Cuerpo de Cristo, se necesita del Sacramento de la Reconciliación
con la Iglesia en una nueva Conversión a ser fieles al Señor.
También
el rezo del Rosario en Familia, como Luiggi y María lo hacían: “familia que
reza unida permanece necesariamente unida”; y más si lo hacen rezando, por
ejemplo, un denario del Rosario por la pareja, otro por los hijos, otro por los
familiares, otro por los amigos, y otro por los enemigos; otras veces será
pidiendo en cada denario por diversas intenciones igualmente importantes.
Las
obras de caridad en pareja y en familia son la expresión, el alimento y la
escuela de ese amor como nos ama Cristo, que no se ciñe a amarnos a nosotros,
sino que quiere amar a todos desde nosotros como Miembros de su Cuerpo. Del
mismo modo, la buena formación de los hijos, y el interés por todas las
Asociaciones que haya a favor de la Familia, son, sin duda alguna, otros
elementos indispensables para vivir la santidad en el matrimonio.
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com.es
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