En la Sagrada Eucaristía está realmente Cristo,
en cuerpo, en alma, en divinidad, todo su ser está presente en el pan y vino
consagrados, transubstanciados. Es Él mismo. El mismo Dios que siempre ha
existido en la segunda persona de la Trinidad Santísima, el mismo que hace más
de veinte siglos se hizo carne en el vientre de María, el mismo que nos redimió
en la Cruz, el mismo que resucitó de entre los muertos. Si tomásemos un poco de
consciencia de esta realidad, qué fructíferas serían nuestras visitas al
sagrario, nuestra participación en la Misa, qué sublime el momento de comulgar,
qué acompañados y amados nos sentiríamos, qué gran Amigo habríamos encontrado,
qué necesidad de buscarlo, tratarlo y adorarlo tendríamos. Decimos que creemos
que es Él, pero nos falta fe, convencimiento, certidumbre.
Pidamos a Cristo
sacramentado que aumente nuestra fe en su presencia real en la Sagrada Hostia y
que aumente nuestra piedad eucarística.
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