Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

23 de noviembre de 2012

LECTURAS DEL DÍA 23-11-2012


VIERNES DE LA XXXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. 23 de Noviembre del 2012. 1º semana del Salterio. (Ciclo B) TIEMPO ORDINARIO. SAN CLEMENTE I pp mr, O SAN COLUMBANO abad. Memoria libre. MES DEDICADO A LAS ALMAS DEL PURGATORIO. SS. Clemente I pp, Columbano ab, Lucrecia mr. Beato Miguel A. Pro  pb mr. Santoral Latinoamericano. SS. Clemente

LITURGIA DE LA PALABRA.
Ap 10,8-11: Cogí el librito y me lo comí.
Salmo responsorial 118: ¡Qué dulce al paladar tu promesa!. 
Lc 19,45-48: Habéis convertido la casa de Dios en una cueva de Bandidos.

Con la purificación del Templo se acarreó Jesús la hostilidad de las autoridades religiosas del judaísmo. Los sumos sacerdotes y la aristocracia sacerdotal no estaban al margen del tráfico que se practicaba en la plaza del Templo. El sumo sacerdote en funciones es presidente del consejo supremo o sanedrín, suprema autoridad del judaísmo. El sanedrín está constituido por la aristocracia sacerdotal, los doctores de la ley y los seglares conspicuos. Los dirigentes judíos traman la muerte de Jesús; también después de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles continuarán sus manejos para impedir que se vaya formando la Iglesia. El pueblo, sin embargo, sigue adherido a Jesús, está pendiente de sus labios. La gran masa está de su lado; escucha su palabra. Cuando los apóstoles comiencen a edificar la Iglesia sucederá lo mismo. El pueblo acudía junto a Pedro y Juan (Hch 3,11). Estos hablan al pueblo (4,1) el que tenía en gran estima a la Iglesia naciente (5,13). En este pueblo se diseña el verdadero pueblo de Dios de Israel, que está pronto aceptar el mensaje de Dios anunciado por Jesús. Por temor al pueblo no osa el sanedrín proceder abiertamente y con violencia contra Jesús. En éste, su Señor, ve la Iglesia naciente su propio destino.

PRIMERA LECTURA.
Apocalipsis 10, 8-11. 
Cogí el librito y me lo comí.

Yo, Juan, oí cómo la voz del cielo que había escuchado antes se puso a hablarme de nuevo, diciendo: "Ve a coger el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra." Me acerqué al ángel y le dije: "Dame el librito." Él me contestó: "Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor."
Cogí el librito de mano del ángel y me lo comí; en la boca sabía dulce como la miel, pero, cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago.
Entonces me dijeron: "Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes."
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 118. 
R/.¡Qué dulce al paladar tu promesa!.

Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas. R.
Tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros. R.
Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata. R.
¡Qué dulce al paladar tu promesa: más que miel en la boca! R.
Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. R.
Abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos. R.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 19, 45-48. 
Habéis convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos.

En aquel tiempo entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Escrito está: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de bandidos"". Todos los días enseñaba en el templo.
Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Palabra del Señor

Reflexión de la Primera Lectura: Apocalipsis 10,8-11. Cogí el librito y me lo comí.
El autor del libro del Apocalipsis está implicado personalmente en el acontecimiento profético. Oye, en efecto, una voz del cielo que le invita tomar el libro y devorarlo (v.10). Sigue la orden con prontitud y, apenas lo ha engullido, siente al mismo tiempo dulzura y amargura (v 10). Tenemos aquí un símbolo muy claro de la misión profética a la que está llamado no sólo Juan, sino cualquier miembro ele] pueblo de Dios. La Palabra, que, aunque esté sellada en el gran libro, quiere convertirse en una voz que llega a cada uno de nosotros, nos interpela y nos responsabiliza en nuestra tarea de oyentes y de testigos de la misma. A nadie le es lícito desatenderla o desconocerla: el bautismo fundamenta en cada uno de nosotros el derecho y deber al apostolado entendido como «servicio» a la Palabra.
Dulzura en la boca y amargura en las vísceras: en este contraste advertimos el drama de quien, en relación con la Palabra, siente no sólo el derecho a la escucha, sino también el deber del testimonio. En efecto, el verdadero profeta no puede dejar de compartir el destino de la Palabra. Un destino pascual, como bien sabemos, es decir, abierto al sufrimiento y a la alegría, a las tinieblas y a la luz, a la muerte y a la vida. El mandamiento final: “Tienes aún que profetizar” (v. 11), tiene la función de atestiguar que la misión profética para el creyente no es algo opcional, sino al contrario objeto de un camino divino y la expresión más genuina de su ser.

Reflexión del Salmo 118. ¡Qué dulce al paladar tu promesa!.
Nos encontramos ante el salmo más extenso del salterio. Reúne un total de veintidós estrofas que corresponden a las veintidós letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa se compone de ocho versículos en los que se ensalza la palabra de Dios como única fuente de santidad, entendida esta no en el sentido de perfeccionismo sino como vínculo de la comunión del hombre con Dios. El autor, inspirado por el Espíritu Santo, nos presenta la palabra bajo distintas acepciones: camino, ley, promesa, etc., que cobran todo su significado salvífico a partir de la encarnación del Hijo de Dios. Podemos decir que el presente himno nos ofrece el monumento más elevado de la espiritualidad de Israel respecto a la palabra de Dios.
En Jesucristo, la Palabra se hace carne. El actúa como la espada de Yavé, rompiendo el velo que cubre toda ley, precepto, norma, etc., y deja al descubierto para el hombre todas las riquezas propias de Dios; es más, las pone a su servicio. Más aún, es por medio de la palabra como Dios imprime en el ser del hombre sus mismos atributos: su bondad, su misericordia, su eternidad, etc.
Blaise Pascal, comentando la riqueza de este salmo, decía que encontraba en él tantas cosas admirables que sentía un enorme y renovado gozo cada vez que lo rezaba y, cuando conversaba con sus amigos sobre su belleza, quedaba como transportado y se elevaba junto con él.
Vamos a introducirnos en los primeros versículos que ya nos muestran el sello de las impresionantes riquezas del salmo: « ¡Dichosos los de camino intachable, los que andan según la voluntad del Señor! ¡Dichosos los que guardan sus preceptos, buscándolo de todo corazón, los que recorren su camino sin practicar la injusticia!».
Acabamos de leer dichosos, bienaventurados los que van por el camino perfecto. Indudablemente, como llamada de Dios que resuena en nuestro interior, es reconfortante; pero, ¿está en el hombre el poder escoger y decidir este camino que culmina en Dios?
Veamos la historia de Israel. Una vez que el pueblo alcanza la tierra prometida, ante la tentación de olvidarse, de dejar poco a poco de lado a Yavé, único artífice de su liberación, este le previene de tal desviación que no es otra que la de seguir su propio camino al margen del camino de Dios: «Cuidad, pues, de proceder como Yavé vuestro Dios os ha mandado. No os desviéis ni a derecha ni a izquierda. Seguid, en todo, el camino que Yavé vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión» (Dt 5,32-33).
Tengamos presente que el desviarse del camino es fruto de cerrar el oído al Dios que le habla, tener el oído extraño a su palabra cuando esta es la única luz que puede guiar sus pasos. Hay una relación entre el desvío de los pies que caminan y el del corazón que ya no escucha a Dios: «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yavé tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yavé tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas vivirás y te multiplicarás... Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio...» (Dt30, 15-18).
El hecho es que Israel, una vez acomodado y seguro en su prosperidad, deja de escuchar a Yavé. Cuando alguien no escucha a Dios no tiene hambre de Él. Poco a poco no es más que una figura decorativa o folclórica en su vida, alguien irrelevante, innecesario, de quien se puede prescindir. Llegamos así a un tipo de hombre dueño de todo menos de su trascendencia. Al seguir su propio camino, tarde o temprano este se convierte en un callejón sin salida. Es el fracaso del absurdo.
Israel representa este fracaso del hombre. Desde su orgullosa prepotencia se ve reducido al servilismo del destierro. Los profetas analizan el porqué de la decadencia del pueblo elegido, y concluyen que el pueblo no escuchó, no siguió el camino de Yavé: « ¿Quién entregó al pillaje a Jacob, y a Israel a los saqueadores? ¿No ha sido Yavé contra quien pecamos, rehusamos andar por sus caminos, y no escuchamos sus instrucciones?» (Is 42,24). Junto con esta denuncia, los profetas exhortan al pueblo a volverse a Dios. Pero, ¿cómo se puede hacer esta vuelta si el corazón ha llegado a ser una dura piedra de tanto escucharse a sí mismo y no a Él?
Ya que los hombres no podemos volvernos a Dios, será El mismo quien se vuelva a nosotros, Se encarna en Jesús de Nazaret, el cual entra en la muerte, anula toda su destrucción y nos ofrece el Evangelio, la palabra de vida, que provoca en sus buscadores la auténtica hambre de Dios al mismo tiempo que les sacia. El Señor Jesús, en cuanto Hijo de Dios, tiene poder para decirnos: «Yo soy el Camino, la Verdad y las Vida. Nadie va al Padre sino por mí» Un 14,6), La buena noticia del Señor Jesús consiste en que, en Él y por Él, llegamos al Padre.

Reflexión primera del Santo Evangelio: Lc 19,45-48. Habéis convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos.
Esta perícopa evangélica está subdivida claramente en dos partes: en primer lugar aparecen unas palabras de Jesús contra los vendedores del templo; en segundo lugar, un apunte recopilador con el que el evangelista san Lucas quiere caracterizar la vida terrena de Jesús.
“Está escrito: Mi casa ha de ser casa de oración” (v. 45). Sabemos bien que, para Jesús, el templo de Jerusalén no es el único lugar en el que se puede orar; más aún, en algunas ocasiones ha expresado una valoración crítica con respecto a una concepción demasiado materialista de las instituciones religiosas. Ahora bien, sabemos asimismo que el templo, en cuanto casa de Dios, no puede ser degradado ni destinado a otras funciones que no sean las litúrgicas. Está prohibido, por tanto, para cualquier intercambio comercial, que transformaría la casa de Dios en una «casa de ladrones» (v. 46; cf. Is.56,7; Jr. 7,11).
«Está escrito»: esta frase indica en labios de Jesús que las profecías no determinen su comportamiento, sino que con él se da pleno cumplimiento a las profecías. Para Jesús, la luz plena, que ilumina sus gestos y nos permite reconocerlo por lo que es, proviene ciertamente del mensaje profético, pero sobre todo de su conciencia mesiánica.
La noticia final de Lucas (vv. 47ss) viene a confirmar un hecho bien conocido: los que ejercen el poder siguen estando ciegos ante Jesús y ante la claridad de sus palabras, mientras que el pueblo en su sencillez, reconociendo que tiene necesidad de un Salvador y de un Maestro, está pendiente de sus labios.
Podemos detectar un profundo vínculo entre la misión profética de la que habla la primera lectura y la «casa de oración» de la que habla Jesús en el evangelio. La Palabra de Dios, en efecto, es al mismo tiempo don del que tienen que participar los otros mediante la profecía y don que se ha de asimilar; en íntimo diálogo con Dios, el donante. Se trata de dos aspectos de una misma experiencia espiritual, de dos momentos de un único misterio. Quien acoge la misión profética con plena con ciencia intuye que ésta debe madurar en la oración; por otro lado, quien aprende a orar no puede dejar de sentir la necesidad de evangelizar. La liturgia de la Palabra supone cada día una nueva invitación a no separar lo que en el proyecto de Dios debe seguir estando profundamente unido.
“Casa de oración y no cueva de ladrones”: esto es verdad dicho sobre el templo en el que Jesús entró más veces durante su vida terrena, pero también es verdad, hoy, dicho de todo lugar elegido y destinado para el culto. Existe siempre, en efecto, el peligro -más aún, la tentación- de convertir en instrumentos los lugares de oración, para transformarlos en lugares de interés personal.
Se requiere una marcada delicadeza de ánimo para no desnaturalizar el don de Dios y desviarlo de sus funciones originarlas. No es, por consiguiente, el templo en sí mismo, sino lo que éste significa lo que cuenta para Dios y para nosotros. No resulta agradable a Dios quien dice: «¡El templo del Señor, el templo del Señor!» (Jr 7,4), sino quien cumple su voluntad. No complace a Dios quien piensa en sus propios intereses y sólo en apariencia cultiva los intereses de Dios, sino quien ha unido en su vida la acción y la contemplación. Jesús presentó el templo a la gente de su tiempo como casa de oración y como «casa de enseñanza» (Eclo 51,23): también para nosotros puede y debe convertirse la Iglesia —toda iglesia— en lugar para meditar y para aprender la Palabra de Dios.
Se oye decir: “No es tarea mía leer la Escritura. Eso les corresponde a los que han renunciado a este mundo”. Pues bien, yo os digo que vosotros tenéis más necesidad de la Escritura que los monjes. En cuanto a ellos, lo que les salva es su tipo de vida; vosotros, por el contrario, estáis en medio de la refriega, estáis expuestos a nuevas heridas sin tregua.
Por eso tenéis necesidad de la Escritura: una necesidad continúa para alcanzar la fuerza. Muchos me dirán:” ¿Los negocios... y el trabajo?”. ¡Bello pretexto, de verdad! Vosotros discutís con vuestros amigos, vais a los espectáculos, asistís a los encuentros deportivos… ¿Entonces? ¿Pensáis que cuando se trata de la vida espiritual es algo sin importancia? ¡Ah se me olvidaba! Hay otra excusa “Nosotros no tenemos libros”. Este pretexto sólo merece una buena carcajada.

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Lc 19,45-48.  Mi casa es casa de oración.
Mi casa es casa de oración. La subida de Jesús a Jerusalén culmina en el templo al que en la escena de la infancia (2, 49) se ha llamado casa o el lugar del Padre. Del templo había surgido la palabra de Dios, que, unión con la vieja tradición de Israel, había colocado la historia de los hombres en camino hacia su meta (cfr.1,5ss). Al templo llevaron a Jesús de niño, para presentarlo ante su Padre (2, 22) y en el templo había resonado el gesto de gozo y de promesa del anciano Simeón (2, 25-38). Allí había comenzado la actividad de Jesús, dialogando con los doctores de su pueblo (2,41-52) allí termina ahora su camino (l9,45-48).
Esta venida de Jesús al templo se realiza en forma de «purificación». Los judíos han convertido la casa de Dios en lugar de comercio en que se cambian las monedas necesarias para el tributo sagrado y se compran o venden los diversos animales para los sacrificios. Desde una perspectiva ritualista este comercio es necesario. Sin embargo, ante Jesús, que ha concebido el templo como lugar de Dios, lugar de oración y del encuentro con el Padre, este comercio es inmoral. Por eso purifica el templo aunque su gesto suscitó la oposición de la autoridad correspondiente (sacerdotes y juristas).
Esta oposición se añade a la que habíamos anotado al tratar de la entrada triunfal del día de los ramos (19, 39-40). Entonces eran los fariseos los que rechazaban el apelativo de “el que viene en nombre del Señor”. Ahora son los sacerdotes y letrados los que se oponen a su forma de actuar respecto del antiguo templo. Frente a los unos y frente a los otros Jesús se queda solo. Desde este momento su historia será la historia de una lucha que se encuentra perdida de antemano y que termina con la muerte del profeta. Pero a la vez será la historia del triunfo decisivo (ascenso al Padre). La verdad del viejo templo de la tierra queda superada desde el momento en que Jesús sube a los cielos (24, 51; He 1, 9-11). Es allí, a la derecha del Padre, donde se encuentra su plenitud y el verdadero lugar de salvación para los hombres (cfr He 7, 54-60; Lc 22, 68-69).
Por eso, aunque el templo comienza siendo el centro de reunión de la primera Iglesia (cfr. He 5,12), su importancia ha terminado. Los creyentes tienen desde ahora dos hogares: Su hogar es, por un lado, el mundo hacia el que deben caminar con el mensaje salvador del evangelio; su hogar final hacia el que tiende todo su camino es el misterio de Jesús, que está exaltado a la derecha de su Padre. Así culmina la verdad del viejo templo de Israel para la Iglesia.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Lc 19,45-48.  Ya no importa el corazón del hombre, sino las cosas que, sacralizadas, el hombre pueda ofrecer a Dios. De ahí el origen de los mercaderes del Templo a quienes Jesús fustiga en el evangelio.
Judas es el héroe de las batallas. Matatías, jefe de la dinastía asmonea, comenzó la lucha contra Antíoco Epífanes quien pretendía que el pueblo de Israel adorara falsos dioses. Cuando Matatías muere deja a sus hijos un testamento que es una inflamada exhortación a luchar hasta morir por el pueblo y por la Ley. Judas, siguiendo las consignas de Matatías, continúa la lucha y anima a sus tropas con un impulso irresistible por la llama religiosa que brilla en sus exhortaciones y también en sus oraciones antes del combate.
Habiendo por fin derrotado a los ejércitos sirios, entra victoriosamente en Jerusalén. Piensan los vencedores que lo que más urge después de la victoria es purificar el Templo, el lugar santo, el lugar del encuentro de Dios con los hombres: «Subamos, pues, a purificar el Lugar Santo y a celebrar su dedicación». De este gesto de Judas arranca la fiesta de la Dedicación que los antiguos hebreos celebran en una época que corresponde a nuestras actuales fiestas navideñas.
Pero, poco a poco, el encuentro del hombre con Dios, encuentro personal y sincero, se ha ido mediatizando hasta caer en un ritualismo extremado. Ya no importa el corazón del hombre, sino las cosas que, sacralizadas, el hombre pueda ofrecer a Dios. De ahí el origen de los mercaderes del Templo a quienes Jesús fustiga en el evangelio. Puesto que para la práctica religiosa eran indispensables «cosas», se necesitaba quien proveyera de ellas. «Habéis convertido mi Casa en cueva de ladrones». Con estas palabras Jesús está condenando cualquier forma de acercamiento a la divinidad que no se base en la sinceridad y en la entrega de la propia persona.
Él inaugurará un nuevo culto, el cristiano, cuyo origen arranca de la entrega que el mismo Jesús hizo de su persona, ofreciendo hasta la última gota de su sangre a todos los hombres de todos los tiempos, enseñándonos que desde él, ya no cabe concebir una actitud religiosa, sino sobre la base de un diálogo personal con el Padre, cuyo mediador y único sacerdote es Jesucristo, y de una entrega de la propia vida a nuestros hermanos los hombres. Todo cuanto se aleje de esto se acerca a convertir la actitud religiosa en «cueva de ladrones».
No hemos de extrañar que el evangelio de hoy, en el que hallamos a Jesús expulsando a los mercaderes del Templo, fuera interpretado por las primitivas comunidades cristianas como un signo de la caducidad del judaísmo. Bien sabemos que esta cuestión fue causa de numerosas tensiones entre los primeros cristianos.
Jesús se halla en línea de los antiguos profetas de Israel quienes constantemente anunciaron la necesidad de la conversión y el cambio interior. Frente a esta línea, el culto de Israel fue degradándose para basarse en cosas en vez de en personas. Cristo instaura un culto en donde lo esencial no es la entrega de «algo» sino la entrega del propio ser.
Hay culto cristiano, pues, donde hay relación y comunión con la persona de Cristo, el Señor, muerto y resucitado por todos y para todos. Hay culto cristiano allí donde alguien —por el seguimiento de Cristo— se encuentra sufriendo y sometido a su cruz para posibilitar a otros la libertad y la vida. Precisamente porque el culto cristiano es el signo de la religación a la existencia de Cristo, y la existencia de Cristo fue una existencia para los demás, por eso nuestro culto no puede ni debe tener otro sentido que el de ser signo también de existencia para el mundo, para los débiles del mundo, para la liberación de los oprimidos en el mundo. No hay alternativa: sólo puede celebrar la Eucaristía quien está dispuesto en su vida a realizar el encargo de Jesucristo. Toda degradación del signo en rito, del compromiso en ceremonia, es equivalente a convertir el Templo de Dios en cueva de ladrones.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Lc 19,45-48. 

Lucas simplifica sensiblemente el relato de la purificación del templo (vv. 45-46), sin duda debido a que sus lectores griegos no debían interesarse demasiado por unos detalles ininteligibles para ellos. Pero añade dos versículos propios acerca de la enseñanza de Cristo sobre el templo (vv. 47-48). 

El relato de la purificación del templo se resume, para San Lucas, en dos palabras proféticas que la tradición sinóptica pone en labios de Cristo con este motivo (Jer 7, 11 e Is 56, 7). Ellas condenan el templo por su particularismo y su formalismo: la primera impide la apertura del templo a las naciones, la segunda prohíbe la entrada a los pobres y a los pequeños. 

Pero Lucas opone, sobre todo, el Templo a la Palabra: basta con recurrir brevemente a la Palabra de Dios para ridiculizar el templo y su culto (vv. 45-46); basta con que Cristo restablezca la palabra en el corazón del templo (vv. 47-48) para que aparezca un nuevo tipo de liturgia basado en la Palabra (cf. 1 Cor 12, 27-30; Ef 5, 26) y en la obediencia a ella. Así, el episodio de los vendedores del templo es dejado casi totalmente aparte en favor de la entrada solemne del Señor en el templo, es lugar privilegiado en donde Él podrá concluir de manera sorprendente su ministerio de enseñanza. 

El culto cristiano concede primacía a la Palabra, protegiéndose de esta forma contra el formalismo del templo. El hace de la obediencia el contenido esencial del sacrificio de Cristo y el campo ofrecido a cada uno para unirse a el y participar de El. 

Pero el peligro que corre no es menor que el que infectó al culto judío. La Palabra puede ser proclamada muy dignamente, inclusive cantada; puede alimentar homilías bien estructuradas; la Palabra de Dios proclamada en las lecturas no es una palabra cualquiera, ni la del celebrante en su homilía, ni las palabras de la consagración de la Eucaristía. ¿Para qué sirven si son pronunciadas por un simple especialista del "Libro"?, ¿a qué se debe el que no sea escuchada la Palabra en los acontecimientos, que no se pueda descubrir la presencia de Dios en el mundo? Es cierto que las palabras proclamadas o pronunciadas en la liturgia son, por dos razones, palabra de Dios. Pero ¿qué eco encuentran ellas en las conciencia de los laicos? ¿Por qué parecen tan esotéricas a muchos de ellos que no saben cómo prestarles obediencia ni descubren en ellas el Dios que a veces encuentran y con el que dialogan en la simplicidad de su corazón? Es que la Palabra de Dios, aunque sea palabra inspirada y, sobre todo, la palabra de la predicación, no son palabras absolutas, pues no son más que el contenido y la interpretación de una palabra más profunda que es la manifestación en el acontecimiento mismo. Los relatos de la resurrección de Cristo son palabras divinas, los sermones de Pascua también, a otro nivel, pero la verdadera Palabra es la resurrección de Cristo, el acontecimiento que teje la vida de los hombres y mediante el cual Dios ha hablado. 

Así, todas las tradiciones bíblicas del Éxodo no valen, en cuanto Palabra de Dios, como los acontecimientos de Pascua o de la estancia en el desierto, acontecimientos de la existencia humana en la que Dios ha hablado. 

La Palabra de Dios, está, pues, fundamentalmente ligada a los acontecimientos; escapa a todo formalismo en la medida en que está continuamente tentada de caer en él. La obediencia se convierte entonces en la comunión con el Dios presente en la vida y en la historia. 

-Jesús entró en el Templo... 

Tal era el objetivo de esa «subida a Jerusalén». 

Toda la gloria de Jerusalén se encontraba allí, en ese Templo, signo de la Presencia inefable e invisible. 

Contemplo a Jesús que con plena conciencia de quien es penetra en el Templo de Dios, como se entra en casa. 

Unos veinte años antes, cumplidos los doce años, ya había dicho a su madre que le buscaba en ese mismo templo: «¿No sabíais que Yo debía estar en los asuntos de mi Padre?» (Lucas 2, 49) 

-Y se puso a echar a los vendedores... 

En cuanto entró en «su casa», Jesús ejerció allí su autoridad: purificó el lugar, como habían anunciado los profetas (Malaquías 3, 14). 

-Diciéndoles: «Escrito está: Mi casa será una casa de oración... 

Jesús cita a Isaías 56, 7. En el contexto Isaías reprochaba a los judíos su particularismo: Dios mismo intervenía para abrir «su casa» a todos los excluidos, los extranjeros, los eunucos: «porque mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos.» 

Efectivamente ésta era la vocación universal de Israel, que Jesús venía a reafirmar. 

¡Y una casa de «oración»! 

-...Y vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos.» 

Jesús cita a Jeremías 7, 11. En el contexto Jeremías reprochaba a los judíos su formalismo. Dios no quería más gestos de culto si éstos no correspondían al talante de la vida ordinaria. La opresión de los débiles, el robo, la mentira, eran cosas que Dios ya no podía soportar más. 

Y Jesús venía a restaurar el culto de Dios en lugar del culto al dinero que poco a poco se había instalado. 

Ha habido épocas en las que algunos textos de ese género -anuncio de la destrucción de Jerusalén, condenas violentas- mantuvieron un cierto antisemitismo en numerosos cristianos; si bien el horror de los campos de exterminio nazis contribuyó a cambiar la opinión. En todo caso queda claro que Jesús nunca ha tenido en cuenta de modo particular, a una raza, la suya. La incomprensión que Jesús encontró en muchos de sus conciudadanos es un fenómeno universal. 

En ese sentido, también nosotros en el DÍA de HOY, merecemos los reproches de Jesús: ¿es nuestra Iglesia una casa de oración? ¿No tiene también algunos compromisos con el dinero? 

-Todos los días enseñaba en el Templo. 

El culto litúrgico cristiano tiene en gran estima la Palabra. 

Toda la primera parte de la misa es una «enseñanza» de Jesús. El fue quien inauguró ese culto nuevo en el que la Palabra es prioritaria a los ritos, y lo hizo en el lugar mismo en que los ritos tenían la primacía. 

Jesús, en el Templo, no ejercía un sacerdocio levítico: enseñaba. 

-Y todo el pueblo lo escuchaba, pendiente de sus labios. 

Antes de que el Templo fuera destruido, Jesús conoce su fin: ¡el Mesías toma allí la Palabra! Jesús termina en ese lugar privilegiado su ministerio de enseñanza del evangelio. 

Repitámoslo, el verdadero culto que Dios espera de nosotros es la obediencia a su Palabra: «Escuchad mi voz, entonces yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.» (Jeremías 7, 23). Y ese culto se cumple no en un santuario, sino en la vida de cada día. 

-Los sumos sacerdotes y los escribas intentaban matarlo, y lo mismo los notables del pueblo, pero no encontraban una oportunidad... 

Purificando el Templo e inaugurando un nuevo estilo de culto, Jesús se ganó enemigos entre todos los que defendían sus puestos allí. 

Elevación Espiritual para este día.

La fiesta de Guadalupe ha vuelto a poner en evidencia el infinito amor que mana de los corazones mexicanos hacia su morenita del Tepeyac. Hoy las Iglesias se ven llenas de flores y cantos, y no hay imagen mariana en el país que se quede sin escuchar las mañanitas. El pueblo mexicano representado hace 471 años por la figura de San Juan Diego, vuelve a ponerse una vez más bajo los pies y la tierna mirada de su madre celestial, para agradecerle las gracias recibidas durante el año, y para encomendarse a su protección.
Este es el día en que la virgen repite nuevamente su milagro; hoy florecen nuevas rosas en tierra mexicana. En medio de un invierno materialista y egoísta, de un ambiente lleno de indiferencia y azotado por el pecado, la virgen vuelve a hacer florecer en cada uno de sus hijos mexicanos la semilla que sembró en sus corazones hace ya tantos años. Cada hombre representa una rosa distinta, fresca, brillante. Unos son rosas pintados con los colores de la fe, otros con los de la oración, algunos en cambio con los del amor. A todos ellos la virgen les baña con el agua amorosa de su mirada y les refresca con su sonrisa.
Así como San Juan Diego se presentó al obispo Zumárraga en 1531 para hablarle del mensaje y del cariño de la morenita, del mismo modo este día 12 de diciembre cada uno de los mexicanos se presenta en las Iglesias para ponerse bajo el manto estrellado y amoroso de su madrecita del Tepeyac. Cada persona expresa ese cariño filial hacia la virgen como mejor puede: Unos lo hacen con el mariachi, otros con el rezo del rosario, algunos con el ayuno o la peregrinación; Pero todos llevan el mismo mensaje de amor.
La fiesta del 12 de diciembre es una celebración que expresa alegría y gratitud. Son muchas las personas que hoy se acercan a una imagen mariana para felicitarle . Los adultos y los jóvenes le dicen: gracias virgencita. Mientras que los niños con esa gran sencillez que les caracteriza le susurran: gracias mamita. Esta es la manera de cómo el pueblo mexicano se dirige hoy hacia su patrona y reina. Las calles se visten de gala y en la ciudad se percibe un aroma de rosas. Una vez más se vuelve a escuchar el corazón de cada mexicano aquellas dulces y tiernas palabras que quedarán gravadas por la eternidad: "No estoy yo aquí que soy tu madre..."

Reflexión Espiritual para el día.
Porque, Sócrates, me parece a mí, y tal vez también a ti, que tener un conocimiento seguro de estas cosas en esta vida es o imposible o extremadamente difícil; pero, por otra parte, no poner a prueba por todos los caminos lo que se dice de ellas, sin desistir de ellas, sin haber hecho antes todo lo posible por examinarlas desde todos los puntos de vista, es cosas de hombres de ánimo extremadamente flojo.
Y es que me parece que en semejantes temas se debe conseguir uno de estos dos fines: o aprender de otros cómo son o encontrarlo por nosotros mismos; o bien, donde no sea posible, ateniéndose, si no hay otra cosa, al mejor o al más inexpugnable de los razonamientos humanos, y confiándose a él como a una balsa, arriesgarnos nosotros mismos a navegar a través de la vida, cuando no sea posible realizar este viaje con mayor seguridad y menor peligro en una nave más sólida, es decir, sobre alguna palabra divina.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y el Magisterio de la Santa Iglesia: Juan coge el libro y se lo come.
Juan imagina su investidura como las de Ezequiel (Ez 2, 8-3, 3) y de Jeremías (Jer 1, 10).
El libro que le es entregado contiene las profecías del Antiguo Testamento y recibe como misión el revelar su sentido a la luz del Nuevo. En efecto, la segunda parte del Apocalipsis puede ser considerada como la explicación del contenido profético de este libro.
El hecho de que Juan tenga que digerir el pequeño libro de las profecías del Antiguo Testamento para comprender la significación del tiempo presente revela que él alimenta sus visiones sobre la realidad misteriosa de los acontecimientos de la fe en Dios único, guía de la Historia. Dios es el autor de la Historia y Él la marca reflejando en ella su unicidad. Lo cual no significa que haya introducido en ella una especie de fatalidad semejante a aquella con la que carga la naturaleza. La Historia es el producto del encuentro de dos libertades: la de Dios y la del hombre, pero Dios tiene unas perspectivas acerca de este encuentro, sobre todo desde que Jesucristo pronunció el "sí" de esta alianza. Los acontecimientos tampoco podrán poner en tela de juicio la victoria adquirida por el Señor sobre el mal y sobre la muerte. Juan se encuentra lleno de amargura después de haber tragado el libro, pero el sabor es por fin un sabor de dulzura y de paz (Ap 21-22). A este respecto, las Escrituras consuelan, efectivamente, no porque ellas descubrieran de antemano la evolución de los acontecimientos previstos por Dios, sino porque ayudan a revelar el sentido profundo de la presencia de Dios en los acontecimientos que viven los hombres.
La página de hoy tiene su clave de interpretación en Ezequiel 2, 8; Jeremías 1, 10. ¡San Juan recibe la orden de comer un libro! El símbolo es bastante claro: se trata de «alimentarse de la palabra y del pensamiento que contiene».
Toma y come el libro.
El profeta es ante todo un mensajero y un intérprete de la Palabra divina. Se trata pues, para él, de estar completamente lleno de la Escritura, para descubrir en ella el misterio del plan de Dios sobre el mundo, a fin de ser capaz de hacer nuevas aplicaciones en función de la presente coyuntura. Es lo que hace san Juan. Vuelve a tomar pasajes del Antiguo Testamento, se nutre de ellos, los asimila y aclara con ellos las cuestiones contemporáneas. ¿Es también ésta mi preocupación?
-El libro fue en mi boca dulce como la miel.
Es normal que el alimento divino sea dulce: nos revela el amor de Dios por nosotros. La meditación de la Palabra de Dios, debería ser para nosotros, de modo habitual, un reconfortante, un tiempo «fuerte», un momento feliz; aunque a veces sucede lo contrario. Saborear la Palabra de Dios, gustarla.
Repetir, incansablemente, una Palabra divina que es para nosotros hermosa y dulce.
Pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas.
¿Cómo interpretar este símbolo?
La Palabra de Dios, contenida en el Libro, tiene aspectos difíciles, coriáceos, exigentes. Es amarga en el sentido que nos revela también nuestros pecados, nuestras insuficiencias, que sacude nuestras tibiezas y nuestras cobardías. 
Además, aunque la Palabra de Dios nos da el sentido de nuestros sufrimientos y el de la muerte, no nos dispensa de ellos: el cristiano no es un ser preservado.

Señor, ayúdame a no ceder jamás ante las dificultades de la meditación, o de la oración.
Que sepa vencer todas esas excusas que solemos darnos para faltar a ella.
Aun cuando a veces... a menudo... me sienta totalmente seco, vacío y amargado, ante Ti, ayúdame a perseverar. 
"¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna".

Entonces se me dijo: "Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes".
Una de las misiones de los profetas ha sido siempre recordar a los pueblos y a los reyes, a los responsables y a los simples individuos, las exigencias de Dios respecto a las personas o las colectividades. Esta es la razón por la que tantos profetas han tenido una influencia política considerable.
Todavía hoy, los cristianos han de interpretar la historia y los acontecimientos, como un «leer los signos de los tiempos»....
En la Escritura no hay que buscar el hilo conductor de lo que «va a suceder». Es una curiosidad ilusoria. Pero, de otra parte, estamos seguros de la presencia de Dios en el acontecer de la historia. Y la meditación asidua de la Biblia, a la vez que nos familiariza con el modo de pensar y de actuar de Dios, puede darnos una mayor habilidad para detectar
Hoy «lo que Dios está haciendo ahora», en nuestro tiempo.
Entonces nosotros, con otros cristianos podemos "buscar" y, a la vez, podemos ser conducidos a «profetizar», a decir una palabra divina.
Cuando parece que todo está a punto para la séptima y última trompeta, señal de la venida del reino de Dios, Juan -que generalmente encuadra las visiones dentro del marco de septenarios (siete sellos, siete trompetas)- inserta en este momento un largo paréntesis.
Una serie de episodios rompe el ritmo in crescendo de la narración.
Una lectura continuada del Apocalipsis nos pondría de manifiesto que el libro está dividido en una introducción (cc. 1-3) y dos grandes secciones (cc. 4-11 y 12-22). Por este motivo estructural es por lo que el autor, antes de acabar la primera parte, intercala las visiones que han quedado sueltas.
La misión del ángel consiste en revelar que se acerca el toque de la séptima trompeta, ya que «se ha terminado el tiempo» (v 6). El término del tiempo actual, del mundo presente, supone el comienzo del tiempo definitivo, de la nueva dimensión expresada por la fórmula «un cielo nuevo y una tierra nueva» (21,1). El misterio de Dios, es decir, la obra final de salvación, que la voluntad divina ha decidido realizar sobre la historia. Sin embargo, el cómo de este designio es todavía secreto y por eso el vidente no puede hacer públicas las palabras del Señor. Pero una cosa es cierta: estamos a las puertas de la consumación del reino de Dios (¡el grano de mostaza es ya un árbol frondoso en que habitan los pájaros!).
«El que vive por los siglos de los siglos» viene para reinar eternamente. El fin de la historia es el cumplimiento definitivo del evangelio (v 7).
El estilo del texto es solemne. El ángel que desciende del cielo es el más majestuoso de todo el libro, tanto en su aspecto como en su vestido. Después de pregonar su anuncio al universo entero -con un pie en la tierra y otro en el mar-, proclama la eficacia absoluta de la Palabra de Dios, haciendo su juramento ante el Señor de todas las cosas creadas. Su poder es experimentado especialmente por el profeta. Juan come el librito, asimila lo que el Señor le permite profetizar. (La asimilación de la palabra es siempre un acto previo a la predicación). La palabra, sin embargo, que le penetra hasta lo más profundo y lo convierte en un servidor del mensaje, es como una espada de dos filos: como en el caso de Ezequiel (c. 2), es dulce y amarga, le trae a la vez consuelo y tribulación, sufrimientos y alegría. Pase lo que pase, el Señor conoce y sostiene a su escogido: "Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar" (Jr 1,10). + 

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