Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

14 de junio de 2011

Mes del Sagrado Corazón. Día 14




* Por la señal de la Santa Cruz...


* ORACIÓN PREPARATORIA


Dios mio, me postro ante vuestra soberana presencia; yo os adoro en unión de vuestro Santísimo Hijo y deseo unir mi corazón al suyo, para ofreceros una oración pura y agradable o vuestros divinos ojos.
Y Vos, Virgen Santísima, Angel de mi guarda y santos de mi devoción, interceded por mi, a fin de que pueda meditar las excelencias del amor de Cristo.
Amén.



* OFRECIMIENTO DEL DÍA AL CORAZÓN DE JESÚS.


Divino Corazón de Jesús, te adoro con todas las potencias de mi alma. Te las consagro para siempre, juntamente con mis pensamientos, palabras y obras, sentimientos y sufrimientos de este día.


Dirige Tu, todas las acciones de mi alma y de mi cuerpo a lo largo de toda esta jornada; que las empiece, las continúe y las acabe, con el único fin de amarte y servirte , honrarte y alabarte.
Purifícalas, corrígelas, únelas a las tuyas y ofréceselas a Dios Padre, para alabanza y gloria de su Nombre.


Haz que sienta en mi corazón, todo el sufrimiento que Tu sentiste por mi en el tuyo, para que al ver lo mucho que me amas, esto me mueva a evitar todo aquello que pueda ofenderte y a acudir con una total confianza a tu misericordia, si llevada de mi debilidad lo hago; dame la perseverancia en tu gracia, hasta el último momento de mi vida; un desprecio de todo lo mundano, sobre todo de todo aquello que me pueda apartar de Ti,y un deseo ardiente de tu gloria.


Todos los días de mi vida son tuyos.
Se el reparador de mis defectos,
el protector de mi vida, mi refugio y amparo en la hora de mi muerte.


Corazón de Jesús , mi Salvador , yo confío en Ti, porque lo puedes todo.
Corazón de Jesús, mi Redentor, yo confío en Ti, porque lo sabes todo.
Corazón de Jesús, infinitamente misericordioso, yo confío en Ti, porque me amas a pesar de todo.
Jesús amigo fiel que nunca falla, yo confío en Ti.


Tú que eres todo amor, todo pureza y santidad, vence por mí y en mí cualquier tentación a la que me encuentre sometida en el día de hoy.


Líbrame de los lazos que me tienda el enemigo y dame fortaleza para huir de las ocasiones de pecar, para evitar todo el mal que prohibes, para practicar todo el bien que esperas de mí y para sufrir con paciencia todas las penas que permitas, que pase durante este día.


Tú sabes que sin Ti no puedo nada, ayúdame con el auxilio de tu gracia, para que sirviéndote con fidelidad en esta vida, merezca gozarte después de mi muerte, por toda la eternidad. Amén.


Jesús, manso y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al Tuyo.


* DEPRECACIONES


Oh, preciosa Herida, abierta en el Sagrado Corazón para dar paso a las llamas de su inmenso amor, haced que el incendio de la caridad purifique nuestros corazones de la inmundicia del pecado.
Padrenuestro, Avemaria y Gloria.


Oh, Corona de espinas que atormentasteis al Corazón Sacratisimno con las puntas crueles de nuestros pecados! Alcanzadnos un santo y sincero remordimiento de nuestras culpas.


Oh Cruz plantada en el Corazón de Cristo, árbol frondoso alimentado por la sangre divina, signo de vuestro ardiente deseo de ser crucificado! Concedednos una entera resignación a los designios de la Providencia.


Padrenuestro, Avemaria y Gloria.
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* MEDITACIÓN DIARIA


"EL CRISTIANISMO, LA RELIGIÓN DEL AMOR".


Mensaje de Juan Pablo II, Varsovia, en la fiesta del Sagrado Corazón, 11 de junio de 1999 en el Centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII


Amadísimos hermanos y hermanas:
1. La celebración del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, establecida para toda la Iglesia por mi predecesor León XIII con la carta encíclica Annum sacrum (25 de mayo de 1899: Leonis XIII P. M. Acta, XIX [1899] 71-80), y que tuvo lugar el 11 de junio de 1899, nos impulsa en primer lugar a dar gracias «al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre» (Ap 1,5-6). 



Esta feliz circunstancia es, además, muy oportuna para reflexionar en el significado y el valor de ese importante acto eclesial. Con la encíclica Annum sacrum, el Papa León XIII confirmó cuanto habían hecho sus predecesores para conservar religiosamente y dar mayor relieve al culto y a la espiritualidad del Sagrado Corazón.

Además, con la consagración quería conseguir «insignes frutos en primer lugar para la cristiandad, pero también para toda la sociedad humana» (ib., o.c., p.71). Al pedir que no sólo fueran consagrados los creyentes, sino también todos los hombres, imprimía una orientación y un sentido nuevos a la consagración que, desde hacía ya dos siglos, practicaban personas, grupos, diócesis y naciones. 



Por tanto, la consagración del género humano al Corazón de Jesús fue presentada por León XIII como «cima y coronación de todos los honores que se solían tributar al Sacratísimo Corazón» (ib., o.c., p.72). Como explica la encíclica, esa consagración se debe a Cristo Redentor del género humano, por lo que él es en sí y por cuanto ha hecho por todos los hombres.

El creyente, al encontrar en el Sagrado Corazón el símbolo y la imagen viva de la infinita caridad de Cristo, que por sí misma nos mueve a amarnos unos a otros, no puede menos de sentir la exigencia de participar personalmente en la obra de la salvación. 



Por eso, todo miembro de la Iglesia está invitado a ver en la consagración una entrega y una obligación con respecto a Jesucristo, Rey «de los hijos pródigos», Rey que llama a todos «al puerto de la verdad y a la unidad de la fe», y Rey de todos los que esperan ser introducidos «en la luz de Dios y en su reino» (Fórmula de consagración).

La consagración así entendida se ha de poner en relación con la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino, y unir cada vez más a la Iglesia en su ofrenda al Padre y en su ser para los demás.

La validez de cuanto tuvo lugar el 11 de junio de 1899 ha sido confirmada con autoridad en lo que han escrito mis predecesores, ofreciendo profundizaciones doctrinales acerca del culto al Sagrado Corazón y disponiendo la renovación periódica del acto de consagración.

Entre ellos, me complace recordar al santo sucesor de León XIII, el Papa Pío X, que en 1906 dispuso renovarla todos los años; al Papa Pío XI, de venerada memoria, que se refirió a ella en las encíclicas Quas primas, en el marco del Año santo 1925, y Miserentissimus Redemptor, y a su sucesor, el siervo Dios Pío XII, que trató de ella en las encíclicas Summi Pontificatus y Haurietis aquas. 



De igual modo, el siervo de Dios Pablo VI, a la luz del concilio Vaticano II, habló de ella en la carta apostólica Investigabiles divitias y en la carta Diserti interpretes, que dirigió el 25 de mayo de 1965 a los superiores mayores de los institutos dedicados al Corazón de Jesús.

También yo he invitado muchas veces a mis hermanos en el episcopado, a los presbíteros, a los religiosos y a los fieles a cultivar en su vida las formas más genuinas del culto al Corazón de Cristo. En este año dedicado a Dios Padre, recuerdo cuanto escribí en la encíclica Dives in misericordia: «La Iglesia parece profesar de manera particular la misericordia de Dios y venerarla dirigiéndose al Corazón de Cristo. 



En efecto, precisamente al acercarnos a Cristo en el misterio de su corazón nos permite detenernos en este punto -en cierto sentido central y al mismo tiempo accesible en el plano humano- de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del Hombre» (n. 13).

Con ocasión de la solemnidad del Sagrado Corazón y del mes de junio, he exhortado a menudo a los fieles a perseverar en la práctica de este culto, que «en nuestros días, cobra una actualidad extraordinaria», porque «precisamente del Corazón del Hijo de Dios, muerto en la cruz, ha brotado la fuente perenne de la vida que da esperanza a todo hombre. Del Corazón de Cristo crucificado nace la nueva humanidad, redimida del pecado.

El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a sí mismo; tiene necesidad de él para construir la civilización del amor». (Catequesis durante la audiencia general del miércoles 8 de junio de 1994, n.2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de junio de 1994, p.3).

La consagración del género humano realizada en el año 1899 constituye un paso extraordinario relieve en el camino de la Iglesia, y todavía hoy se puede renovar cada año en la fiesta del Sagrado Corazón. Esto vale también para el acto de reparación que se suele rezar en la fiesta de Cristo Rey. 



Siguen siendo actuales las palabras de León XIII: «Así pues, se debe recurrir a Aquel que es el camino, la verdad y la vida. Si nos hemos desviado: debemos volver al camino; si se han ofuscado las mentes, es preciso disipar la oscuridad con la luz de la verdad; y si la muerte ha prevalecido, hay que hacer que triunfe la vida» (Annum sacrum, o.c., p. 78).

¿No es éste el programa del concilio Vaticano II y el de mi pontificado?

2. En nuestra preparación para celebrar el gran jubileo del año 2000, este centenario nos ayuda a contemplar con esperanza nuestra humanidad y a vislumbrar el tercer milenio iluminado con la luz del misterio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6). Al constatar que «los desequilibrios que sufre el mundo moderno están relacionados con aquel otro desequilibrio más fundamental que tiene sus raíces en el corazón del hombre» (Gaudium et spes, 10), la fe descubre felizmente que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (ib., 22), puesto que «el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre.

Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre y amó con corazón de hombre» (ib.). Dios ha dispuesto que el bautizado, «asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo y fortalecido por la esperanza, llegue a la resurrección. Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo invisible» (ib.).

«Todos los hombres -como recuerda también el Concilio- están llamados a esta unión con Cristo, que es la luz del mundo. De él venimos, por él vivimos y hacia él caminamos» (Lumen gentium, 3). En la constitución dogmática sobre la Iglesia, se dice magistralmente que «los bautizados, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (cf. 1 P 2, 4-10).

Por tanto, todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios (cf. Hch 2, 42-47), han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1). Deben dar testimonio de Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a quienes se la pidan (cf. 1 P 3,15)» (ib., 10).

Frente a la tarea de la nueva evangelización, el cristiano que, contemplando el Corazón de Cristo, Señor del tiempo y de la historia, se consagra a él y  a la vez consagra a sus hermanos, se redescubre portador de su luz. Animado por su espíritu de servicio, contribuye a abrir a todos los seres humanos la perspectiva de ser elevados hacia su plenitud personal y comunitaria. 



«Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo» (Carta al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de octubre de 1986, p. 4).

Deseo expresar mi aprobación y mi aliento a cuantos, de cualquier manera, siguen cultivando, profundizando y promoviendo en la Iglesia el culto al Corazón de Cristo, con lenguaje y formas adecuados a nuestro tiempo, para poder transmitirlo a las generaciones futuras con el espíritu que siempre lo ha animado. 



Se trata aún hoy de guiar a los fieles para que contemplen con sentido de adoración el misterio de Cristo, Hombre-Dios, a fin de que lleguen a ser hombres y mujeres de vida interior, personas que sientan y vivan la llamada a la vida nueva, a la santidad y a la reparación, que es cooperación apostólica a la salvación del mundo; personas que se preparen para la nueva evangelización, reconociendo que el Corazón de Cristo es el corazón de la Iglesia: urge que el mundo comprenda que el cristianismo es la religión del amor.

El corazón del Salvador invita a remontarse al amor del Padre, que es el manantial de todo amor auténtico: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 10). Jesús recibe incesantemente del Padre, rico en misericordia y compasión, el amor que él prodiga a los hombres (cf. Ef 2, 4; St 5, 11). 



Su Corazón revela particularmente la generosidad de Dios con el pecador. Dios, reaccionando ante el pecado, no disminuye su amor, sino que lo ensancha en un movimiento de misericordia que se transforma en iniciativa de redención.

La contemplación del Corazón de Jesús en la Eucaristía impulsará a los fieles a buscar en este Corazón el misterio inagotable del sacerdocio de Cristo y de la Iglesia. Les hará gustar, en comunión con sus hermanos, la suavidad espiritual de la caridad en su misma fuente. Ayudando a cada uno a redescrubrir su bautismo, los hará más conscientes de su dimensión apostólica, que deben vivir difundiendo la caridad y cumpliendo la misión evangelizadora.

Cada uno se empeñará más en pedir al Dueño de la mies (cf. Mt 9, 38) que envíe a la Iglesia «pastores según su corazón» (Jr 3,15), los cuales, enamorados de Cristo, buen Pastor, modelen su propio corazón a imagen del suyo y estén dispuestos a ir por los senderos del mundo para proclamar a todos que él es camino, verdad y vida (cf. Pastores dabo vobis, 82). 



A esto se añadirá la acción concreta, para que también muchos jóvenes de hoy, dóciles a la voz del Espíritu Santo, aprendan a permitir que resuenen en la intimidad de su corazón las grandes expectativas de la Iglesia y de la humanidad, y respondan a la invitación de Cristo a consagrarse juntamente con él, entusiastas y alegres, «por la vida del mundo» (Jn 6, 51).

3. La coincidencia de este centenario con el último año de preparación para el gran jubileo del año 2000, que tiene la «función de ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de Cristo: la visión del “Padre celestial” (cf. Mt 5, 45)» (Tertio millennio adveniente, 49) constituye una ocasión oportuna para presentar el Corazón de Jesús, «hoguera ardiente de caridad, (...) símbolo e imagen expresiva del amor eterno con el que “Dios tanto amó el mundo que le dio su Hijo unigénito” (Jn 3, 16)» (Pablo VI, Investigabiles divitias, 5: AAS 57 [1965] 268). El Padre «es amor» (1 Jn 4, 8.16), y el Hijo unigénito, Cristo, manifiesta su misterio, al mismo tiempo que revela plenamente el hombre al hombre.

En el culto al Corazón de Jesús se ha cumplido la palabra profética a la que se refiere san Juan: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37; cf. Za 12, 10). Es una mirada contemplativa, que se esfuerza por penetrar en la intimidad de los sentimientos de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. 



En este culto el creyente confirma y profundiza la acogida del misterio de la Encarnación, en la que el Verbo se hizo solidario con los hombres y testigo de que Dios los busca. Esta búsqueda nace en la intimidad de Dios, que «ama» al hombre «eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo» (Tertio millennio adveniente, 7).

Al mismo tiempo, la devoción al Corazón de Jesús escruta el misterio de la Redención, para descubrir en él la dimensión de amor que animó su sacrificio de salvación. En el Corazón de Cristo es continua la acción del Espíritu Santo, a la que Jesús atribuyó la inspiración de su misión (cf. Lc 4, 18; Is 61, 1) y cuyo envío había prometido durante la última cena. Es el Espíritu el que ayuda a captar la riqueza del signo del costado traspasado de Cristo, del que nació la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium, 5). 



«En efecto -como escribió Pablo VI-, la Iglesia nació del Corazón abierto del Redentor y de ese Corazón se alimenta, ya que Cristo “se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra” (Ef 5, 25-26)» (Carta Diserti interpretes, a los superiores mayores de los institutos dedicados al Corazón de Jesús, 25 de mayo de 1965).

De igual modo, por medio del Espíritu Santo, el amor del Corazón de Jesús se derrama en los corazones de los hombres (cf. Rm 5, 5) y los impulsa a la adoración de su «inescrutable riqueza» (Ef 3, 8) y a la súplica filial y confiada al Padre (cf. Rm 8, 15-16), a través del Resucitado, «siempre vivo para interceder en su favor» (Hb 7, 25).

4. El culto al Corazón de Cristo, «sede universal de la comunión de Dios Padre (...), sede del Espíritu Santo» (Catequesis durante la audiencia general del miércoles 8 de junio de 1994, n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de junio de 1994, p. 3), tiende a reforzar nuestros vínculos con la santísima Trinidad.

Por tanto, la celebración del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón prepara a los fieles para el gran jubileo, no sólo por lo que se refiere a su objetivo de «glorificación de la Trinidad, de la que todo procede y a la que todo se dirige en el mundo y en la historia» (Tertio millennio adveniente, 55), sino también por lo que atañe a su orientación a la Eucaristía (cf. ib), en que la vida que Cristo vino a traer en abundancia (cf. Jn 10, 10) se comunica a quienes comerán de él para vivir de él (cf. Jn 6,57). 



Toda la devoción al Corazón de Jesús en sus diversas manifestaciones es profundamente eucarística: se expresa en ejercicios piadosos que estimulan a los fieles a vivir en sintonía con Cristo, «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29), y se profundiza en la adoración.

Está arraigada y encuentra su culminación en la participación en la santa misa, sobre todo en la dominical, en la que los creyentes, reunidos fraternalmente en la alegría y escuchando la palabra de Dios, aprenden a realizar con Cristo la entrega de sí y de toda su vida (cf. Sacrosanctum Concilium, 48), se alimentan del banquete pascual del Cuerpo y la Sangre del Redentor y, compartiendo plenamente el amor que palpita en su Corazón, se esfuerzan por ser cada vez más evangelizadores y testigos de solidaridad y esperanza.

Demos gracias a Dios, nuestro Padre, que nos ha revelado su amor en el Corazón de Cristo y nos ha consagrado con la unción del Espíritu Santo (cf. Lumen gentium, 10), de modo que, unidos a Cristo, adorándolo en todo lugar y actuando santamente, le consagremos el mundo (cf. ib., 34) y el nuevo milenio.

Conscientes del gran desafío que tenemos ante nosotros, invoquemos la ayuda de la santísima Virgen, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Que ella guíe al pueblo de Dios más allá del umbral del milenio que está a punto de comenzar; lo ilumine por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad; y, especialmente, ayude a todos los cristianos a vivir con generosa coherencia su consagración a Cristo, que tiene su fundamento en el sacramento del bautismo y que se confirma oportunamente en la consagración personal al Sacratísimo Corazón de Jesús, el único en quien la humanidad puede encontrar perdón y salvación.

L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1999.


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* Letanía del Sagrado Corazón de Jesús


Señor ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor ten misericordia de nosotros.
Cristo, óyenos...
Cristo, escuchanos...
Dios, Padre celestial, ten misericordia de nosotros...
Dios, Hijo Redentor del mundo...
Dios, Espíritu Santo...
Trinidad santa, que eres un solo Dios...
Corazón de Jesús, Hijo del Padre Eterno...
Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre...
Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo divino
Corazón de Jesús, de majestad infinita...
Corazón de Jesús, templo santo de Dios...
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo, ...
Corazón de Jesús, Casa de Dios y puerta del cielo...
Corazón de Jesus, horno ardiente de caridad...
Corazón de Jesús, receptáculo de justicia y amor...
Corazón de Jesus, lleno de bondad y amor...
Corazón de Jesus, abismo de todas las virtudes...
Corazón de Jesús dignísimo de toda alabanza...
Corazón de Jesus, Rey y centro de todos los corazones...
Corazón de Jesus, en quien están todos los tesoros de sabiduría y ciencia...
Corazón de Jesús, en quien habita toda la plenitud de la Divinidad...
Corazon de Jesús en quien el Padre se ha complacido...
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido...
Corazón de Jesús, deseo de los collados eternos.
Corazon de Jesús, paciente y de mucha misericordia.
Corazón de Jesús, rico para todos los que Te invocan..
Corazón de Jesús, fuente de vida y santidad....
Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados...
Corazón de Jesús, saturado de oprobios...
Corazón de Jesús, oprimido por nuestras maldades...
Corazón de Jesús, hecho obediente hasta la muerte.
Corazón de Jesús, traspasado por la lanza.
Corazón de Jesús, fuente de todo consuelo...
Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra...
Corazón de Jesús, paz y reconciliación nuestra...
Corazón de Jesús, victima de los pecadores...
Corazón de Jesus, salud de los que esperan en Ti...
Corazón de Jesús, esperanza en los que en Ti mueren...
Corazón de Jesús, delicia de todos los santos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, óyenos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
Jesús, manso y humilde de corazón,
haz nuestro corazón semejante al tuyo.

¡Oh Dios todopoderoso y eterno! Mira el Corazón de tu amantísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te tributa; concede aplacado el perdón a éstos que piden tu misericordia en el nombre de tu mismo Hijo Jesucristo. Quien contigo vive y reina por los siglos de los siglo. Amén. 



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* CONSAGRACIÓN DIARIA AL CORAZÓN DE JESÚS.


Amado Jesús, Redentor mío, gracias por el inmenso amor con que me amas, amor que sé que me protegerá y me acompañará a lo largo de todo este día; gracias por haberme rescatado del pecado y por tu infinita misericordia para conmigo; por haberte quedado en la Eucaristía como alimento en mi caminar hacia la vida eterna y porque con tu Cuerpo y con tu Sangre, también me das tu Sacratísimo Corazón , para ir haciendo el mío cada vez más semejante al Tuyo.

Quiero corresponder a tu Amor con el mío, aunque sé que es pobre e imperfecto, para reparar con mi amor todo el dolor que te he causado con mis muchos pecados y las ofensas que hieren cada día tu Divino Corazón.

Quiero que tu Corazón sea el corazón de mi corazón, para que todo lo tuyo sea mío, para amarlo todo en Ti, para hacer míos tus sentimientos, tus intereses y todos tus sufrimientos, para vivir siempre en tu presencia y para que mi corazón sólo se ocupe en amarte y servirte en mis hermanos, y glorificar así a Dios Padre.

Propongo con el auxilio de tu gracia no volver a pecar más y jamás apartarme de Ti, hacerte conocer y amar y hacer todo cuanto esté en mi mano, para que el reinado de tu Corazón sea en este mundo tan alejado de Ti, una realidad.

Inunda mi pobre corazón con tu Amor, para que pueda amarte hasta la locura; y aunque nada soy y nada valgo,pues sé que cuanto hay de bueno en mí es don Tuyo,
me consagro del todo a tu Corazón, el más misericordioso, bondadoso,
humilde, fiel y paciente de todos los corazones,
con la certeza de que tu misericordia suplirá todo lo que a mí me falta.

Corazón de Jesús, haz que arda y siempre crezca en mi, tu amor.

Señor Jesús, bendice y cubre con la protección de Tu Divino Corazón durante este día, al Santo Padre el Papa, a nuestra Santa Madre Iglesia , al Pastor de nuestra Diocesis y a sus Obispos auxiliares; a esta Diócesis, a tus sacerdotes, a mi familia, amigos y enemigos.

Da la perseverancia a los justos y convierte a los pecadores; fortaleza a los enfermos ; pan, abrigo y techo a los pobres, asiste a los moribundos; derrama tu misericordia sobre los que morirán hoy, y extiende sobre todos los corazones el Reinado de tu Amor. Amen.

Sagrado Corazón de Jesús en Tí confío.



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El Ofrecimiento diario y la Consagración al Sagrado Corazón ha sido extraida del libro:“PARA ORAR Y MEDITAR“. M.A.A. Nº Ins. R.P.I.: 02/2000/6855/1 . B-42237-2001

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