1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto." (Mateo 5: 43-48).
1. Continúa Jesús contraponiendo la ley nueva a la ley antigua. Hoy lo hace hablando del amor al enemigo. Del amor al familiar, al amigo, al perteneciente al mismo clan o pueblo habían hablado otros. Pero del amor al enemigo a nadie se le había ocurrido hablar antes que lo hiciera Cristo. Los judíos tenían el mandamiento de amar al prójimo; pero para ellos “prójimo” era sólo el familiar o compatriota. Sin embargo, para Jesús el amor ha de extenderse a todos los hombres; para Jesús y para sus seguidores “prójimo” es cualquier persona, sea de aquí o sea de allá, se porte bien con nosotros o se porte mal: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen”. El amor a los enemigos será, pues, una de las señas de identidad más características del discípulo de Jesús... Señor, ¿no has llegado demasiado lejos en tus exigencias? ¿Quién puede llegar ahí si tú, Señor, no nos ayudas, si tú no cambias este corazón nuestro tan lleno del “te amo si me amas”, “te trato como me tratas”, etc.? Amar al enemigo, Señor, sobrepasa nuestras fuerzas. Por eso, ayúdanos. Cambia nuestro corazón.
2. Amar al familiar, al amigo, al que se porta bien con uno, no tiene mérito ninguno: a ésos los aman también los pecadores y paganos, y los escribas y fariseos. “¿Si amáis a los os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? El amor de los discípulos de Jesús debe ir más allá, y extenderse a todos los hombres, incluso a los que no nos aman y se portan mal con nosotros. El amor al que nos ama es un amor interesado, de alguna manera, porque podemos esperar que nos corresponda; pero del enemigo ¿qué podemos esperar? El amor al enemigo sí que es un amor desinteresado, gratuito, que se da sin haber recibido nada y sin esperar recibir nada a cambio: es el amor verdadero. Así es el amor de Dios, que ama, no porque uno sea bueno o se porte bien con él, sino porque él es bueno. Y “hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.” Y los discípulos de Jesús estamos llamados a amar así: no sólo no odiando al enemigo, sino haciendo el bien a los que nos aborrecen y ayudándoles siempre que nos necesiten. Señor, por medio del Espíritu Santo, pon ese amor en nuestros corazones, para que seamos capaces de amar y bendecir y rogar por todos, buenos y malos, amigos y enemigos, como haces tú.
3. Jesús dice: “si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?” Es cierto que lo nuestro no ha de ser amar al amigo y al enemigo por el premio, sino porque así se porta el Padre con nosotros. Sin embargo, si amamos al enemigo, Dios nos promete una recompensa no soñada: ser “hijos Dios”: “Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo.” Esa será la recompensa para los que amen como el Padre ama. ¿Puede haber recompensa más preciada? Ser hijos del Padre celestial, amados, queridos como hijos por él. Padre, haz que seamos dignos hijos tuyos amando a todos los que tú amas. Danos abundancia de gracia, que bien sabes, Señor, lo débiles que somos.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
14/06/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario