Meditación: Gálatas 3,7-14
Varios misioneros judeocristianos llegaron a las iglesias de Galacia insistiendo que, para ser cristianos, había que cumplir toda la ley de Moisés.
Pablo, dándose cuenta de que esta exigencia equivalía a rechazar el Evangelio, les explicó con insistencia que la persona queda “justificada” o reconciliada con Dios, no por observar las exigencias de la Ley de Moisés, sino por la fe en Cristo Jesús. De manera que para ser cristianos auténticos tenían que profesar la fe en Cristo, pero no hacerse judíos al mismo tiempo.
Pablo fundamentó su argumento recordando la promesa de Dios a Abraham: “Todas las naciones serán bendecidas por medio de ti” (Gálatas 3,8). Abraham no inició su amistad con Dios siguiendo la ley de Moisés —que fue dada varios siglos después— sino confiando en la promesa de Dios. Esta era, según Pablo, la manera en que Dios quería bendecir a todos los pueblos del mundo: estableciendo con ellos una comunión por medio de la fe en su Hijo.
Todos pensamos que si nos esforzamos lo suficiente y cumplimos todas las reglas, el Señor nos aceptará. Pero la relación entre los hombres y Dios no depende de los pocos méritos que podamos exhibir, sino del amor inquebrantable del Padre. Estamos en manos de Dios y su gracia ha sido la fuente de cualquier esfuerzo nuestro. Claro que debemos vivir rectamente para mantener nuestra comunión con la Majestad divina, pero lo que sostiene esa comunión no son nuestras pobres y tristes acciones, sino el gran amor del Altísimo. Dios nos amó tanto que envió a Jesús a morir para que todos pudiéramos vivir con Él para siempre. De manera que nuestra principal respuesta a Dios es aceptar la salvación mediante la fe y el arrepentimiento y mantenerla llevando una vida de gracia alimentada por la oración, la Palabra de Dios y los sacramentos.
Los cristianos adquirimos en el Bautismo esta maravillosa verdad de la gracia de Dios. Todo lo que hay que hacer es aceptarla y responder adecuadamente. En Cristo Jesús recibimos la bendición que Dios prometió a Abraham “para que por medio de la fe recibamos todos el Espíritu que Dios ha prometido” (Gálatas 3,14).
“Señor, creo que ya me diste la libertad que ganaste en la Cruz para todos, y por eso sé que en las buenas y en las malas allí estás para socorrerme y guiarme. Gracias, Señor, todo honor y alabanza a Ti, ahora y siempre.”
Salmo 111,1-6
Lucas 11,15-26
Tomado de: la_Palabra.com
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