Escuché por ahí: ¡Hemos quemado la Iglesia! ¡Muera la Iglesia!
¡No mi hermano! tú no has quemado a la Iglesia, has quemado un templo.
Mientras tú quemabas los templos, la Iglesia estaba repartiendo despensas para los más pobres.
Mientras tú destruías vitrales y bancas, la Iglesia estaba cuidando a los ancianos sin techo y sin hogar.
Mientras tú destruías imágenes y lanzabas gritos por doquier, la Iglesia estaba muy ocupada dando de comer a la gente de la calle.
Mientras tu irrumpías cual malhechor en los templos y rayabas las paredes, la Iglesia estaba acompañando a los que se sienten solos, a los que estorban en este mundo.
Mientras tú celebrabas la caída de las torres, la Iglesia estaba abriendo las puertas de sus hospitales.
Mientras tú destruías las aulas y los adornos en las paredes, la Iglesia madrugaba para ofrecer educación a millones de niños y jóvenes en los colegios alrededor del mundo.
Mientras tu gritabas: ¡muerte al Nazareno!, la Iglesia seguía más viva que nunca, porque tu fuego no me mata, tu fuego alimenta mi fe y la fortalece, soy una contradicción en medio de este mundo que amo bastante.
Como te podrás dar cuenta, tu no quemaste a la Iglesia, la encendiste en caridad y pasión; caridad por ti, porque nuestro fundador nos dijo un día: “bendigan a quienes los maldicen”.
Las PIEDRAS VIVAS seguimos de pie, luchando, trabajando y amando. Porque una Iglesia no está constituida por ladrillos, sino por personas, los templos caen pero la Iglesia sigue en pie, más fuerte que nunca.
Te presento a mi Iglesia: niños, jóvenes, adultos y ancianos que queremos caminar en amor, miembros de un mismo Cuerpo, donde la Cabeza es Jesús
(P. David Beltran).
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